Tvarivich miró a Albrecht con gesto afligido. Albrecht dio unos pasos adelante y miró a Yorgi a los ojos.
—¿Hay algún indicio de que un poder central esté detrás de esto? —dijo—. ¿Algún gilipollas que pueda estar liberando a estas pesadillas?
—Sí. Los fomori de los Balcanes no murieron sin divulgar ciertos secretos. Vienen de la Cicatriz, el temido reino de la Umbra Sumido en la corrupción. Los espíritus también hablan de la Cicatriz y dicen que todas las pistas que las criaturas han ido dejando por los aires conducen a ese agujero.
—Santa Gaia —dijo Albrecht, rechinando los dientes—. La Cicatriz está escupiendo monstruos como si no existiera un mañana. Justo lo que necesitamos.
—¿No lo ve? —dijo Yorgi—. Eso es justo lo que dice margrave: «No hay mañana». Ha llegado la hora. Ahora es cuando debemos levantarnos todos juntos, para formar un ejército tan poderoso que incluso el Wyrm temblará. Debemos marchar sobre la Cicatriz y allí derrotar a las fuerzas del Wyrm antes de que puedan corromper a Gaia.
—Bueno, espera —dijo Albrecht, meneando la cabeza—. Eso es salir antes de tiempo. Solo porque un reino Wyrm esté vomitando criaturas en masa, eso no significa que el fin esté cerca.
—No estoy tan segura, Albrecht —dijo Tvarivich—. Los cielos han hablado, golpeando el corazón de mi túmulo. ¿Por qué ahora? ¿Por qué están viniendo todos estos horrores de un solo sitio?
—Eso es solo conjeturar —dijo Albrecht—. Podría no estar relacionado. Podrían venir de todas partes.
—¡Peor aún! Podría ser la primera oleada de un ataque mayor. No podemos quedarnos sin responder a esta amenaza.
—Señora —dijo Yorgi clavando una rodilla en el suelo y agachando la cabeza—. El margrave solicita que se una a su ejército y que lleve tantas tropas como pueda permitirse. Marchará sobre la Cicatriz y destruirá todo lo que quede del enemigo. Le pregunta: ¿luchará a su lado y lo ayudará a dirigir las tropas?
Tvarivich no dijo nada. Respiró profundamente, con los ojos cerrados, como si estuviera pronunciando una plegaria silenciosa. Cuando abrió los ojos, miró a Albrecht con una resolución inflexible.
—¿Te unirás a nosotros, rey Albrecht? Ha llegado la hora. Me hubiera gustado disponer de años para construir nuestra alianza mundial, pero el Wyrm nos ha husmeado y ha hecho el primer movimiento. Sabe que, si nos unimos, no podrá plantarnos cara. Se mueve para destruirnos mientras estamos desperdigados. Ven con nosotros, Albrecht. Dirige el ejército a la Última Batalla, hombro con hombro con margrave y yo.
—Espera, espera —dijo Albrecht, pellizcándose la frente con la mano—. Esto está yendo demasiado rápido. El Wyrm nunca ha actuado antes tan rápido y con este tipo de organización. Créeme, he luchado contra los siervos del Wyrm Profanador y están bien unidos, pero son sutiles, nada propensos a liberar monstruos desmandados. Eso es más del estilo de la Bestia de la Guerra y no puedo creer que ella haya podido unir a las tropas hasta ese punto.
—Dudar es arriesgarse a ser destruido —dijo Tvarivich, abriendo los brazos, incrédula—. ¿Piensas que el margrave miente?
—¡No! Diablos, no, no he dicho eso. Solo estoy diciendo que esto no es necesariamente eso, el Grande. Suena muy mal y merece la pena luchar con un ejército, pero no creo que debamos retirar a los defensores de todas las posiciones para que le sigan a la Cicatriz, que puede ser lo que quiere. Los túmulos indefensos, desarmados por una retaguardia depravada que se mete a hurtadillas tan pronto como nosotros entremos cargando en la Umbra. Ese sería tu Apocalipsis, Tvarivich.
Tvarivich se calmó y asintió.
—Sí, hay sensatez en lo que dices. No retiraré a todos mis soldados del túmulo. Pero lucharé en esta batalla. Aunque no sea la última, debemos enseñar nuestra fuerza, demostrar a los demás lo que podemos conseguir cuando nos dirigen unos jefes unidos. Este es el momento que necesitábamos, la llamada fuerte y sonora que nos traiga a las demás tribus.
Albrecht meneó la cabeza.
—Es demasiado fácil. Tiene que ser una trampa de algún tipo. ¿No lo ves? Apartarte a ti y a Konietzko de la tierra. Es perfecto. Y si me añades al pacto, ¿entonces qué? Si fallamos, no queda nadie para unirnos. Incluso si sobrevivimos, eso todavía nos deja lejos de casa. No, Tvarivich, la última batalla no se librará en la Umbra; será aquí, en el lugar que más ansia el Wyrm… en la verde tierra de Gaia.
Tvarivich asintió lentamente, con tristeza en los ojos.
—Desearía que fuera verdad, Albrecht. —Tvarivich suspiró—. Pero no lo creo. Si hubiese sido tan cauta como tú en la larga noche del gobierno de la Bruja, nunca habríamos liberado a la madre Patria. Debemos ser valientes e introducirnos en el corazón de la guarida de nuestro enemigo. Si matamos el corazón, matamos sus miembros. Marcharé con Konietzko y destruiré a nuestro enemigo allí donde se reproduce. Estaría orgullosa de tenerte conmigo, pero no te censuro si decides lo contrario.
Albrecht miró a Tvarivich a los ojos.
—No puedo, Tamara. Por mucho que me gustase luchar a tu lado, debo volver a casa. Si estas criaturas están vagando por la Umbra y apareciendo inesperadamente por toda Europa, Gaia sabe lo que está ocurriendo en Estados Unidos. Me necesitan allí. Si las cosas están en calma, que espero que sí, reuniré un ejército y me encontraré contigo en la Cicatriz. No puede ser tan malo tener dos frentes, ¿no?
Tvarivich sonrió.
—Espero verte allí. Es un buen plan. Tus fuerzas, llegadas por sorpresa, pueden servirnos de gran ayuda cuando más las necesitemos.
Albrecht le apretó la mano y ella se estiró y le atrajo hacia sí, dándole un enorme abrazo ruso. Luego lo soltó y se dio media vuelta para dirigirse a los Garou que se habían ido reuniendo al borde del círculo.
—¡Llamad a todo el mundo! ¡Preparaos para la guerra! Me marcho con treinta soldados antes de la luna de mañana.
Los Garou empezaron a moverse, corriendo hacia sus guaridas para reunir fetiches y provisiones para la larga marcha. Otros se congregaron para discutir quién se quedaría y quién se marcharía.
Tvarivich hizo un gesto al Guardián del Portal, el hombrecillo que había abierto y cerrado el puente de luna por el que había llegado Yorgi. Se volvió hacia Albrecht.
—Cuando tu grupo esté preparado para marcharse, Iván os abrirá un puente. Dile las palabras que necesita para que el tótem de vuestro túmulo abra la puerta y estaréis en casa antes de que nosotros nos hayamos marchado a la guerra.
—Gracias —dijo Albrecht—. No te diré adiós. Nos volveremos a ver y pronto.
Tvarivich sonrió y se marchó, reuniendo un grupo de soldados aguerridos que incluía a Garra Rota, a quien se llevó aparte para discutir los planes de guerra.
Albrecht suspiró y miró a su alrededor buscando a su propio grupo. Se habían reunido en un sencillo círculo y le esperaban al lado del vado del río. Lord Byeli y Melenanocturna estaban cerca, mirándole. Albrecht caminó hacia ellos.
—Bueno, parece que nuestra asamblea se ha interrumpido. Tenemos que marcharnos. Odio hacerlo, pero no puedo renunciar en un momento como este.
—Nadie le pedirá que lo haga —dijo Lord Byeli—. Quien lo intente, tendrá que responder primero antes mis garras.
—Y mis colmillos —dijo Melenanocturna—. No podemos ir con usted, señor. Nuestro sitio está aquí, con nuestra reina.
—Lo entiendo —dijo Albrecht—. Ha sido genial teneros como guías. Y gracias por defenderme.
Lord Byeli puso una mano en el hombro de Albrecht.
—Recuerde las lecciones que le enseñé sobre la historia de nuestra tribu. Recurra a ellas cuando aparezcan problemas.
—Lo haré —dijo Albrecht, apretándole la mano—. No lo olvidaré.
Se volvió y le hizo un gesto con la cabeza a Eric, que condujo al resto del equipo, a los once, hacia el círculo ritual. La manada «La Caída de la Flecha» se sentó cerca y los miró. Habían viajado juntos casi una semana entera y se habían hecho amigos. La manada lanzó un aullido colectivo, al que respondieron todos los soldados de Albrecht. El Aullido de Partida. Albrecht se unió a él y también Byeli y Melenanocturna.
Albrecht hizo un último gesto con la mano y luego se dio media vuelta para avanzar hasta la parte delantera de su grupo. Derick Dienteduro, uno de los Theurge de Albrecht, habló con Iván y le dio las palabras que necesitaba para abrir un puente de luna desde el túmulo de la Luna Creciente en los Montes Urales de Rusia hasta el túmulo de Albrecht en Tierra del Norte, Vermont. El portal brillante y plateado apareció en el aire y Albrecht saltó a él sin vacilar, seguido inmediatamente por sus soldados.
En cuanto estuvieron todos en el puente, que se arqueaba hacia arriba gradualmente, con el horizonte cubierto de niebla, el portal se cerró tras ellos. La niebla se tragó el suelo del camino, pero las estrellas brillaban en el cielo nocturno, ofreciendo una vista clara del Reino Etéreo.
Albrecht frunció el ceño. Muy arriba, en el cielo, pero aparentemente más grande de lo que recordaba cuando la había visto por última vez, una estrella roja se vislumbraba cerca del horizonte. El Ojo del Wyrm, el presagio funesto que había aparecido en los cielos unos pocos años atrás. Ahora se parecía más a una pequeña luna que a una estrella. Los demás también debieron de verla, porque un aullido muy bajo recorrió todo el grupo. Albrecht gruñó una orden, una llamada a la disciplina y los guerreros se juntaron más en su orden de marcha.
Albrecht caminaba cerca de la parte delantera de la tropa, precedido por Llamadorada y Cortezabedul, que marchaban como exploradores por delante de él, pero sin llegar a perderse de vista. Maldijo su suerte. Condenado Konietzko, pensó, siempre buscando el momento, la singular batalla que le elevaría por encima de todos sus héroes precedentes. Iba a arrastrar a montones de Garou hasta un reino lejano, arriesgando las defensas de los túmulos, y todo por una conjetura. Y lo peor de todo era que hacía que Albrecht pareciese un débil por no unirse a él. Así es como lo verían las otras tribus. Valiente Konietzko, apoderándose del momento, mostrando sus colores de líder verdadero. Colores, ¡ja! Su pelaje era negro como una noche sin luna. El de Albrecht y el de Tvarivich era de un blanco puro, el signo de la crianza de verdad y de la pureza, el signo de los verdaderos alfas.
La ira que Albrecht sentía hacia el margrave escondía una preocupación mayor: que los ataques procedentes de la Cicatriz fuesen realmente a escala mundial, que acosasen al protectorado de su tierra. Pero el hecho de que no hubiera llegado ningún mensajero de su clan y de que el puente de luna se hubiera abierto correctamente, era una buena señal. Tal vez los problemas estaban limitados a Europa. Si así era, podría cumplir su promesa y llegar a la Cicatriz con un ejército pasmoso, suficiente para borrar al margrave de los libros de historia.
Albrecht meneó la cabeza y se reprendió a sí mismo. Ese no era momento para el ego. Podría darse palmaditas en la espalda cuando hubiera terminado, cuando todo volviera a la calma y no antes. Ya había sido un verdadero bastardo pagado de sí mismo una vez. Su exilio le había dado algo de humildad, aunque el exilio hubiese sido el castigo, inmerecido e injusto de su abuelo, igualmente loco de ego, que había sido el rey anterior. Andar furtivamente por las calles, ayudado por los Roehuesos, había sido suficiente para hacerle madurar realmente rápido. Ahora veía aquellos tiempos como una prueba, una cura que lo había preparado para lo que era actualmente, para merecerse la reliquia que llevaba en la frente.
En el pasado, la Corona de Plata había demostrado muchas veces que no soportaba que la llevasen los tontos. Los reyes anteriores se habían vuelto locos o habían acabado mal, pero la Corona les había sobrevivido y había llegado finalmente a manos de Albrecht. Siempre se esforzaba para ser digno de ella.
Bajo los pies de Albrecht, el suelo se agitó y él se detuvo y estiró la mano hacia su klaive. Los guerreros tomaron posiciones defensivas inmediatamente y miraron a su alrededor, buscando alguna señal de lo que había causado el temblor.
—¡Dienteduro! —dijo Albrecht—. ¿Se supone que eso era normal?
—No, señor —respondió el chamán. Tenía la mirada clavada en la niebla que tenían delante, obviamente perplejo—. Los temblores Umbrales no llegan a las alturas a las que estamos. Esto es… extraño.
—De acuerdo. Que todo el mundo siga adelante. Seguid andando y manteneos completamente alerta. Quiero ojos en todas partes.
Escuchó gruñidos de aprobación por la compañía y se reanudó la marcha. Unos momentos después, el suelo volvió a agitarse. Esta vez no se detuvieron, sino que siguieron andando. Nadie vio el menor indicio de lo que causaba aquellos temblores.
La exploradora, Cortezabedul, llegó corriendo hasta el grupo, jadeando.
—¡Pesadillas! ¡En el puente, delante de nosotros!
Albrecht gruñó, su forma creció, le brotó el pelaje blanco y su hocico se alargó. Su gruñido ganó profundidad y tono a medida que sus cuerdas vocales cambiaban.
—¿Cómo es posible? ¡Debería repelerlas!
Desenfundó su klaive y aceleró el paso hasta que todos pudieron ver las figuras que tenían delante, a lo lejos, siluetas en la niebla. Llamadorada estaba de cuclillas en el camino, vigilando al enemigo, esperando a que llegase el rey.
—No nos han visto —dijo, cuando Albrecht se acercó—. Están intentando cortar el puente con herramientas que no puedo ver con claridad.
—No podemos permitir que eso ocurra —dijo Albrecht—. Este es nuestro único camino para volver a casa. De acuerdo, en formación. A mi señal, cargamos.
Esperó unos segundos a que sus guerreros tomaran posiciones, con las armas desenfundadas o las garras preparadas, esperando la señal de Albrecht. Echó atrás la cabeza y aulló desde el fondo del estómago y los Garou salieron disparados.
Las pesadillas, enanos fuertes y rechonchos que parecían haber sido cubiertos de asfalto caliente, abandonaron su trabajo y salieron corriendo en todas direcciones, sin saber cómo responder. Sus Ojos eran como pequeños fragmentos de grava, negros como el vacío, y sus bocas eran como el agujero de una alcantarilla. Sin embargo, el aullido de Albrecht les había helado hasta sus efímeros huesos. Unas, al intentar huir, echaron a correr en la dirección equivocada y se encontraron con una horda de Garou cargando contra ellos. Se chocaron unos con otros al intentar dar media vuelta y correr en dirección opuesta.