La última batalla (45 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

Aulló y se lanzó contra Albrecht, pero él la esquivó con facilidad y la fuerza de la corona aumentó su velocidad. Mientras ella pasaba como una bala a su lado, levantó otra vez el klaive y le cortó el torso por la mitad.

Zhyzhak contuvo un suspiro de sorpresa y cayó; sus patas delanteras se agitaron en el aire, mientras sus cuartos traseros se separaban de la otra mitad del cuerpo. Un aullido moribundo le salió de la garganta y se alejó vibrando hasta que todo quedó en silencio.

Albrecht dio un paso atrás y su energía decayó. La Corona de Plata estalló y sus fragmentos metálicos volaron por todas partes. El aura dorada y plateada desapareció y Albrecht se derrumbó.

El dragón se dobló, retorció la cola por la llanura y derribó a las pesadillas que se desplazaban por el aire y por el suelo.

Los Incarna Maeljin lo miraron fijamente, con las frentes arrugadas de preocupación.

—Primero una retirada y ahora esto —dijo Doge Klypse—. ¿Habrá fracasado Zhyzhak?

Aliara soltó una palabrota y sacó su delgada espada.

—¿Lo veis? El Wyrm se prepara para su última comida. Yo tenía razón.

El dragón abrió las fauces y empezó a tragar colosales ráfagas de aire. Las pesadillas cruzaron como un rayo el cielo y entraron en su gaznate. El ejército en retirada, que pululaba por la parte exterior del bosque a la espera de nuevas órdenes, se desperdigó y huyó. Su fuerza era inútil contra aquel poder inexorable. Las criaturas cayeron y salieron volando hacia atrás, succionadas dentro de la boca del Wyrm.

—¡No! —gritó DuBois; perdió el paso mientras la fuerza del Gran Devorador empezaba a arrastrarle hacia él—. ¡No lo entiendo!

Aliara se clavó la espada en su propio estómago y se derrumbó sobre el suelo.

—Él… se come… a los corruptos. —Su cuerpo, que ya no podía seguir resistiendo el empuje, salió volando por los aires y bajó por la garganta del dragón.

Los restantes Maeljin gritaron e intentaron resistir, pero sus poderes no eran nada contra el ente al que habían adorado durante milenios. Uno a uno, bajaron por su gaznate y cayeron a su horno de completa destrucción.

Una vez que devoró a los ejércitos y se comió a la última de las pesadillas, el dragón echó la cola hacia delante y se mordió la punta. Sorbió y succionó el apéndice escamoso, tirando de él hacia el interior de su garganta, como una serpiente devorando a un ratón.

A medida que se comía su propia cola, se fue encogiendo, haciéndose más pequeño, hasta que solo quedó un punto diminuto, infinitesimal. El punto explotó hacia fuera y se convirtió en una estrella blanca que brillaba contra el cielo vacío. Después se desvaneció.

Altaír, con la respiración lenta y laboriosa, intentó sonreír. Había estado perdiendo y recuperando la conciencia, intentando reunir fuerzas para vivir. Había presenciado la victoria de Martin sobre la pesadilla que llevaba dentro y supo que ambas profecías se habían hecho realidad. El Metis Perfecto había sido la perdición y la salvación del mundo. Qué pena que Zhyzhak lo hubiese matado antes de que hubiese podido hacer valer sus poderes contra el Wyrm.

Vio cómo se comía lentamente a sí mismo el agujero negro que había al otro lado del pasadizo del valle. Cuando aquella singularidad estalló en un pinchazo de luz pura, se maravilló ante aquella estrella. El símbolo de su tribu era una estrella. Cuando presenció el combate del Wyrm contra Rorg, había sospechado que se estaba tramando algo más de lo que sugerían las apariencias. Había visto al tótem de su tribu, Quimera, en lo más profundo del agujero negro.

Puede que hubiera comido algo que no estaba de acuerdo con él, algo que peleaba desde dentro para invertir su dirección y devolverle a su ciclo natural.

Meditó esto durante un momento y luego dejó de respirar.

Albrecht se tambaleó y se derrumbó junto a Evan y Mari. Sus dos compañeros de manada yacían inmóviles.

Se dio la vuelta sobre su espalda y dejó escapar un profundo suspiro. En el valle no se movía nada. Todo el mundo estaba muerto o moribundo. No quedaba ningún sanador que pudiera curarlos.

Albrecht suspiró y vio que una estrella blanca aparecía brevemente en el cielo antes de parpadear y desaparecer, dejando solo un vacío negro.

Observó los cuerpos, en busca de Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte; esperaba que el Galliard hubiese sobrevivido. Alguien tenía que contar la historia. Pero no había señal de su cuerpo por ninguna parte.

Cerró los ojos, más que cansado. No quería nada más que descansar. Poco después, dejó de moverse.

Se hizo el silencio en el campo de batalla. Los cuerpos de los Garou yacían desperdigados por el suelo del valle. Empezaron a caer copos de nieve lentamente, procedentes de la oscuridad.

Una figura se agitó cerca de Albrecht. Mari Cabrah abrió los ojos y sintió un dolor terrible en las costillas y el pecho. Miró a Evan y a Albrecht y contuvo un sollozo. Vio que la nieve caía lentamente sobre ellos.

Desvió la mirada hacia el valle y vio que la nieve se apilaba alrededor de los megalitos, cargada de los espíritus durmientes a los que nadie había sido capaz de despertar. Se preguntó si les quedaría algún mundo en el que se pudieran despertar.

Cerró los ojos, sintiendo que su cuerpo se entumecía, pero luego volvió a abrirlos de golpe con un gruñido. Se acordó. Su tarea no había concluido todavía.

Con la mano rebuscó en su bolsillo y sacó la nuez que había desenmarañado del pelo de la Más Anciana. «Lo demás no importa», había dicho la Anciana. Mari la miró y examinó su superficie sin juntas, dura. Con la otra mano, utilizó las uñas para cavar en el barro endurecido, e hizo una mueca de dolor por la fuerza que necesitaba para abrir un agujero lo suficientemente grande para aquel pequeño objeto.

Colocó la nuez en el agujero y lo tapó con el barro que había retirado. Esperó y se quedó mirando. Pasó el tiempo, unos momentos imposibles de contar. No ocurrió nada.

Cerró los ojos, cansada y entumecida y se olvidó de aquello por lo que estaba esperando.

La nieve cayó y la cubrió con su manto, envolviéndola a ella y a sus compañeros de manada bajo una sola mortaja blanca. Un viento frío silbó por el valle y amontonó la nieve en pequeños círculos mientras caía.

Un solitario brote de color verde emergió de la tierra, al lado de la mano de Mari.

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