—La Llanura del Apocalipsis —siguió Albrecht, mirando fijamente al valle—. Por el amor de Gaia, si hubiera sabido que iba a pasar eso… si hubiera estado allí, quizás habría podido cambiar las tornas. Ya oísteis el informe de Mephi. Si Tvarivich mató al general de los Danzantes de la Espiral Negra, el ejército debió de quedar desordenado. Podría haberme aprovechado de esa ventaja. Si hubiésemos ganado allí, todo esto habría terminado.
—¿Qué te hace pensar eso? —dijo Mari, incrédula.
—Ya habéis oído las leyendas sobre ese sitio. Se suponía que la última batalla se libraría allí. ¿Y si esa era la batalla final? Perdimos. Eso significa que simplemente somos parte de la operación de limpieza del Wyrm. Si hubiésemos ganado allí, quizás Zhyzhak habría fracasado, o no sería tan poderosa.
—Te equivocas —dijo Mari con un gruñido—. Esta es la chorrada más egocéntrica que he oído nunca. Habrías muerto allí con el resto. Tu deber te condujo hasta aquí, Albrecht. Hay una razón para ello. Astilla-de-Corazón, la Osa Anciana, este valle… no es una coincidencia. La última batalla está destinada a librarse aquí. Siempre lo ha estado, aquí en la tierra, no en algún reino lejano de la Umbra donde no habita ningún espíritu cuerdo.
Albrecht la miró.
—No niego que hay algún tipo de providencia en este lugar, Mari. Pero se parece mucho más a un último refugio que a un campo de batalla.
—Deja de rezongar —dijo Mari, caminando—. Tienes un ejército entero de Garou que han abandonado sus túmulos para luchar aquí contigo. Sal ahí fuera y vuelve a dar la cara.
—Tiene razón —dijo Evan—. Todos sentimos el peso de esto, y tú más que nadie. Pero es para lo que has estado trabajando desde que naciste. Eres el rey. Llevas la Corona de Plata. Cuando ven esa banda en tu cabeza, saben que su lugar está aquí, luchando por algo más importante que sus propios hogares.
Albrecht dio un paso adelante y sonrió.
—El comité del amor fuerte. Gracias. —Se estiró completamente—. Tenéis razón. No tiene sentido vivir en el pasado, reviviendo las decisiones equivocadas. Tengo que salir ahí fuera y revisar las tropas.
—Voy contigo —dijo Mari—. Quiero hacerme una idea de a quién tenemos con nosotros.
Evan bostezó.
—Yo me voy a la cama.
Ambos lo miraron, meneando la cabeza.
Él se encogió de hombros.
—¿Qué pasa? Tú mismo dijiste que todavía me estoy recuperando. Cuando llegue el amanecer, tendré que ayudar a hacer fetiches. No tengo una reserva inagotable de energía.
Albrecht asintió.
—De acuerdo, tienes excusa. Nos vemos por la mañana.
Se dio media vuelta y se fue hacia la hoguera más cercana, seguido de Mari.
Los Garou reunidos allí se levantaron al ver que se acercaba el rey.
Hacia media noche, Albrecht y Mari habían llegado a la boca del valle, donde estaban congregadas las tropas más fuertes.
—Es extraño —dijo Albrecht—. Me esperaba que estuvieran sombríos y ceñudos. Pero la mayoría están emocionados.
—El momento que llevan tanto tiempo esperando ha llegado por fin —dijo Mari—. Han dedicado sus vidas a prepararse para el Apocalipsis. Ahora que está aquí, su espera ha terminado. Es la hora de la acción. No importa si vencen o son derrotados, morirán como Garou, aullando como uno solo a Gaia y a la Luna.
Albrecht asintió.
—Yo me siento un poco así también. No importa lo que ocurra, estamos en la zona cero. El momento de la verdad. No más victorias falsas ni derrotas lentas. Esto decidirá las cosas.
—Incluso si morimos, nuestras vidas no habrán sido en vano.
—No. Esta es la guerra final. —Albrecht miró a su alrededor, asegurándose de que nadie más podría oírles—. Aunque no me gustan los susurros que sigo oyendo. La mierda de la profecía del «último rey de Gaia». Algunos de estos chicos están convencidos de que ya estoy acabado.
—¿Y quién puede culparlos? —Mari se encogió de hombros—. Nuestras vidas están llenas de presagios. Muchos de ellos son erróneos, pero se cumplen los suficientes.
—Pero no crees en este, ¿verdad? Quiero decir, salió de la boca de un Garou loco. No es exactamente el más fiable de los oráculos.
—¿Acaso importa? —Mari miró a Albrecht a los ojos—. Si morimos luchando, todavía habremos ganado.
—¡Sí, pero me niego a aceptar la idea de que Zhyzhak, precisamente Zhyzhak entre todas las criaturas, pueda superarme! Es simplemente… degradante. Quiero decir, ¿por qué no puedo luchar contra un gusano del nexo como el margrave? ¡Así es como tendría que ser!
Mari le miró fijamente, exasperada.
—Nunca dejas de sorprenderme, Albrecht. Puedes convertir un discurso solemne sobre nuestro destino en una irritante competición con una Danzante de la Espiral Negra.
—Eh —dijo Albrecht, frunciendo el ceño—, si fuera de ti de quien estuvieran hablando, ¿lo soportarías? ¿Ibas a dejar que la leyenda de Zhyzhak te ganase?
Mari resopló, alejándose.
—¡Ja! Habría que verlo. Podría patear a esa zorra desde aquí hasta Rusia.
Albrecht gruñó de frustración.
—Ah ya lo pillo. ¡Mis lloriqueos son solo un problema porque piensas que en realidad puede ganarme! Vuelve a pensarlo, Cabrah. Casi la tenía…
Mari se dio media vuelta y le lanzó una mirada fulminante.
—Albrecht. Ya es suficiente.
Albrecht refunfuñó por lo bajo, poniendo los ojos en blanco. Mari y él habían llegado a la hoguera más lejana, la que vigilaba el pasillo. Estaba formada principalmente por Colmillos Plateados, pero entre ellos también había Fenris y Garras Rojas, los que más deseaban que empezara la pelea.
Un guerrero Colmillo Plateado acababa de cambiar a la forma de batalla y ladraba a otro Garou, que parecía un joven cachorro. El cachorro se negaba a echarse atrás.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo Albrecht—. No quiero ningún desafío. ¿Me habéis oído?
El Colmillo Plateado se retiró, por respeto a Albrecht. El cachorro miró a Albrecht con reverencia. Se aproximó cautelosamente al rey.
—¿Rey Albrecht? —dijo, en tono bajo y nervioso.
—¿Quién eres? —le preguntó Albrecht, mirándolo con escepticismo. El cachorro no tenía cicatrices de guerra—. ¿Y qué estás haciendo aquí en las filas delanteras?
El cachorro tragó saliva y apartó la vista, demasiado nervioso para mirar a Albrecht a los ojos.
—Me llamo Martin, señor. Me… me crió tía Loba.
Albrecht levantó una ceja.
—¿Loba? ¿Loba Carcassone?
—Sí —dijo Martin, frunciendo el ceño—. Ella… la mataron. Vine aquí. ¡Quiero luchar con usted! —Volvió a mirar a Albrecht a los ojos.
—Así que eres el cachorro del que me habló Abbot —dijo Albrecht—. Siento oír lo de Loba. Era una de las mejores. Aunque no entiendo por qué no te inició oficialmente en la tribu. Le dijiste a Abbot que ella te había adoptado, que te había rescatado de la Séptima Generación. ¿A qué tribu pertenecían tus padres?
Martin volvió a bajar la mirada, arrastrando los pies.
—No lo sé. No me lo dijo. Dijo que cuando tuviese la edad necesaria, después de mi Ritual de Paso, me traería hasta usted.
Albrecht asintió.
—Seguro que mantenía sus secretos, un hábito que desarrolló bajo el reinado de Morningkill. No creo que nadie, ni siquiera yo, nos ganásemos su confianza lo suficiente para conocer todos sus secretos.
—Tenía buenas razones —dijo Mari, mirando al muchacho con una expresión preocupada—. Todo el mundo le volvió la espalda durante años, negándose a creer lo que sabía acerca del Wyrm Profanador y sus conspiraciones. Salvó a muchos niños, aunque a la mayoría de ellos los entregó a las otras tribus para que los criasen. Martin, ¿crió a algún otro cachorro aparte de a ti?
Martin negó con la cabeza. Tampoco miraba a Mari a los ojos.
—Eres bienvenido en el ejército, Martin —dijo Albrecht. Martin sonrió—. Pero tienes que volver a meterte donde te puso Abbot, con los chamanes.
La sonrisa de Martin se desvaneció. Dejó caer la cabeza.
—Pero soy un Ahroun, nacido bajo la luna llena. ¡Puedo luchar!
—Y lo harás. Créeme. Cada uno de nosotros se manchará las zarpas de sangre. Pero solo los mejores, los más experimentados, tienen sitio aquí. Mira a esos tíos —dijo Albrecht, señalando a varios guerreros—. ¿Ves las cicatrices? Esas no te las haces afeitándote. Todos estos tíos han pasado por un infierno y han regresado; las muescas de sus klaives lo demuestran. Tendrás tu oportunidad, pero estos tíos se han ganado el derecho a estar aquí. Tú no.
Martin asintió y volvió a agachar la cabeza.
—Sí, señor.
Se marchó arrastrando los pies, mohíno, sin mirar atrás y se dirigió a las rocas megalíticas donde se reunían los Theurge.
Más tarde, cuando las primeras pinceladas del amanecer aparecieron sobre el horizonte, los aullidos de los centinelas retumbaron por el valle. Eric Honnunger despertó a Albrecht.
—Nuestros exploradores de la Umbra están informando de algo —dijo—. Dicen que es importante.
Albrecht asintió y se levantó.
—De acuerdo, llévame hasta ellos. —Bajó la vista a Mari y Evan, que dormían profundamente. Cogió su klaive sin hacer ruido y siguió a Eric fuera del pasadizo.
Los exploradores estaban reunidos justo en la parte interior de la entrada principal. John Hijo-del-Viento-Norte estaba con ellos.
—Bueno, ¿qué es lo que pasa? —dijo Albrecht—. ¿Buenas o malas noticias?
John Hijo-del-Viento-Norte parecía enfadado.
—Mi padre ha venido a mí. Yo estaba recorriendo el perímetro de la Umbra, buscando señales de la aproximación de nuestro enemigo. El cielo estaba oscuro. No se había visto la luna en toda la noche, pese a que debería estar llena. Un viento fuerte vino a toda prisa hacia mí y una voz me habló… la voz de mi padre, el espíritu del viento. Dice que las estrellas han muerto.
Albrecht frunció el ceño.
—¿Y eso qué significa? No lo pillo. Vi las estrellas antes y estaban como siempre.
—Pero ninguno de nosotros podía verlas desde la Umbra. Escudriñé los cielos, pero no vi ninguna luz, ninguna estrella. Solo oscuridad.
Albrecht levantó la vista hacia el cielo, pero el débil indicio del amanecer tapaba la luz de las estrellas, si es que había alguna.
Un Garou se abrió paso por las posiciones de los defensores y entró corriendo desde el exterior del valle.
—¡Señor! ¡Se acerca una manada, de cinco personas!
—¿Quiénes son? —preguntó Albrecht.
—Desde lejos no lo podemos saber.
John Hijo-del-Viento-Norte se estremeció y su pelo pareció moverse en una brisa inexistente.
—Son… el clan de las Estrellas. Del Reino Etéreo.
—Esto no puede ser una coincidencia —dijo Albrecht—. Esos tíos nunca salen de sus puestos en las alturas. ¿Era tu padre el que te lo acaba de susurrar? ¿Cómo ha entrado en el valle y superado a los guardias?
—Está fuera, gritándome —dijo John—. Cualquiera que esté en la Penumbra puede oírle.
—Pero tú no estás en la Penumbra —dijo Albrecht, mirando con una expresión rara pero aprobadora a John Hijo-del-Viento-Norte.
—Soy su hijo.
—De acuerdo —dijo Albrecht, mientras se volvía hacia sus guerreros—. Quiero que busquéis en ellos la mancha del Wyrm y quiero que un media-luna se asegure de que no están mintiendo. Si pasan el examen, dejadlos entrar.
El explorador volvió a salir corriendo para transmitir el mensaje. Regresó poco después.
—No tienen ninguna mancha del Wyrm y Corredor Oscuro dice que no mienten.
Eric Honnunger bajó por el pasillo, escoltando al clan de las Estrellas. Albrecht reconoció a Altaír. El anciano caminaba con un bastón, más por afectación o porque era un fetiche que porque necesitase apoyarse en algo para caminar, puesto que estaba en perfecta forma física. El jefe de los Contemplaestrellas seguramente podría ganar a varios de los guerreros reunidos allí. Hizo una reverencia ante Albrecht, igual que sus seguidores.
—Saludos, rey Albrecht —dijo Altaír—. Hemos venido a ayudar en la última batalla.
—Seguro que nos seréis útiles —dijo Albrecht, mientras le ofrecía la mano al anciano. Altaír la tomó gustosamente—. La última batalla, ¿eh? ¿Está escrito en las estrellas?
—Las estrellas han caído —dijo Altaír, soltando la mano del rey—. El cielo se está despedazando. Incluso la luna se ha ocultado. El Wyrm avanza.
Albrecht frunció el ceño.
—¿Han caído? ¿Para siempre? ¿Y qué quieres decir con «el Wyrm avanza»? ¿El mismísimo Wyrm?
Altaír asintió.
—La fuerza bruta de la destrucción, una de las tres fuerzas principales, ha sido liberada. En lugar de restaurar el equilibrio, lo destroza todo a su paso y no deja nada para la renovación. Marcha a las órdenes de sus hijos. La retorcida veneración de estos corrompe su misión.
Albrecht no dijo nada durante un rato, mientras miraba fijamente el cielo.
—Has dicho que la luna se ha ocultado. Te refieres a Luna, ¿no? Si es así, ¿por qué la vi antes?
—Su reflejo material todavía brilla. Solo su sombra espiritual se ha escondido. El Wyrm quería devorarla, pero ella se desprendió de su piel y no dejó nada que se pudiera coger.
Albrecht sonrió.
—La buena y vieja Luna. Mientras la luna brille en este mundo, tendremos una oportunidad.
En la tarde siguiente, mientras el sol se hundía, los Garou tomaron posiciones y se quedaron a la espera. En la parte exterior del valle, el viento cruzaba por los árboles, creando un estruendo grave cuando las ramas se balanceaban, pero el interior del valle estaba en calma; las paredes bloqueaban lo peor de las cuchillas del viento.
Dos chamanes Wendigo estaban escondidos entre los árboles de la Umbra, buscando cualquier señal de la aproximación de los espíritus. Los espíritus del viento flotaban a su alrededor, incluido el padre de John Hijo-del-Viento-Norte, y llevaban chismorreos procedentes de reinos lejanos, historias de lugares desgarrados y destrozados de los que los espíritus huían.
Del otro lado de la tundra nevada, llegó un espíritu solitario, que volaba con las alas rotas. El cuervo cayó en picado hacia el suelo bajo un árbol y graznó un mensaje desesperado. Los chamanes se miraron el uno al otro y luego cruzaron la Celosía y entraron en el mundo material. Corrieron por el pasadizo, aullando.
Cuando sus aullidos llegaron a los exploradores que estaban en los picos, diferentes gargantas los repitieron, gritando hacia el valle. El campamento de abajo se agitó. Todos los Garou escucharon los aullidos y se miraron unos a otros, con las mandíbulas apretadas y las armas prestas.