Bajó al suelo y gimió, apretándose el cráneo.
Albrecht soltó una palabrota cuando Zhyzhak se apartó de un salto del golpe que le iba a atizar con el klaive. Ella salió volando por el valle a toda velocidad y se estrelló contra la pared más lejana. Bajó la vista hacia Martin, el cachorro que Loba había adoptado. El chico se retorcía de dolor, apretándose el ojo. Albrecht no había visto nunca a un Garou moverse tan rápido y había visto a los mejores de los mejores. Sin duda las habilidades del muchacho estaban muy por encima de las de los demás, jefes incluidos.
Se agachó y le tendió la mano al chico.
—No pasa nada, chaval. Perder un ojo no es nada. ¡Vamos, levántate!
Martin abrió su ojo sano y miró fijamente a Albrecht, con el ceño fruncido. Se relajó, como si el dolor hubiera desaparecido. Su mandíbula se abrió en una sonrisa torcida y empezó a reírse.
Albrecht miró al chico con sorpresa cuando escuchó la voz femenina, cascada y áspera, que retumbó a través de su garganta. Con la misma rapidez que había demostrado antes, cogió la mano de Albrecht y dio un tirón, haciendo que se le acercara. Antes de que Albrecht pudiese reaccionar, la otra mano de Martin le arrancó la Corona de Plata de la cabeza de un tirón.
Martin rodó hacia un lado, agarrando la corona con ambas manos, mientras reía con aquella voz horripilante. Albrecht lo miró fijamente, pasmado. Nadie había tocado nunca la corona sin gritar de dolor ya que la plata quemaba la piel. Incluso aquellos que se habían atrevido a tocarla no habían podido hacer que se moviera de su cabeza. Solo él podía ponérsela y quitársela.
Martin se detuvo, miró fijamente a Albrecht con los ojos abiertos como platos y se puso la corona en la cabeza.
Su frente burbujeó y se estiró hacia fuera. La piel se separó en una línea horizontal que le cruzaba la frente y dejó al descubierto una esfera roja con una pupila parecida a las de los gatos. El ojo empezó a brillar, irradiando una débil luz roja en forma de arco por delante de él.
Martin volvió a reírse con aquella extraña voz femenina y luego gritó en la lengua espiritual. Las palabras salieron y retumbaron en un tono más alto de lo que podría haber sonado su voz normal. Buscó los oídos de cada Garou e insinuó un mensaje:
—¡Huid!
Los guerreros que defendían la entrada al valle aullaron de miedo y se echaron atrás, desperdigándose por el valle. Las fuerzas del Wyrm gritaron de júbilo y se abrieron paso; los persiguieron y cayeron sobre sus espaldas, mientras los acuchillaban y golpeaban con las zarpas y los dientes.
Albrecht gritó una orden para que sus Garou se detuvieran y lucharan, pero no parecieron escucharle. Reconoció el poder que los empujaba, porque era inmune a él. La Corona de Plata.
Echó a correr hacia Martin, al tiempo que levantaba el klaive.
Martin dio un salto atrás y volvió a gritar.
—¡Defendedme!
Mari Cabrah cayó sobre él y lo derribó. Sus zarpas traseras le golpearon las piernas y le abrieron heridas. Gruñó y le golpeó la barbilla con la empuñadura de su klaive. Mari se tambaleó y cayó a un lado, apretándose la barbilla.
Luego Evan saltó sobre él y lo golpeó con los puños. Albrecht lo cogió por la cintura, lo levantó y lo arrojó a un lado. Luego rodó a tiempo de evitar a tres Wendigo que se abalanzaban sobre el sitio donde estaba.
Albrecht gruñó y se alejó de su propio ejército.
Altaír avanzó dando traspiés por el pasadizo de entrada. Se agarró el brazo izquierdo; ya no podía moverlo. Había peleado en la segunda fila, utilizando sus avanzadas habilidades de lucha para mantener a raya a las fuerzas del Wyrm. Luego sus compañeros habían huido, al escuchar una voz que había retumbado por todo el valle.
Miró a Martin y gruñó al ver el tercer ojo, de un color rojo brillante, justo por debajo de la banda de plata que recorría la frente del muchacho. La profecía se había hecho realidad. El presagio que más temía Loba acerca del chico. Y los ejércitos de la destrucción avanzaron, liderados por un niño que nunca debió existir y que lleva la señal del ojo del devorador sobre su frente.
Sin duda Martin había utilizado los poderes de mando de la Corona de Plata, reforzados por aquel hipnótico ojo rojo, para orquestar la terrible fuga de las fuerzas Garou.
Entonces oyó la voz femenina, extraña y gorjeante, que salía de la garganta del muchacho. No era la voz de Martin. Frunció el ceño. Conocía aquella voz. Ya la había oído antes. Ruatma, el Incarna de Urano, había pronunciado una profecía sobre Martin, pero le había llamado «La reina de la Sombra». Altaír siempre se había preguntado por aquella discrepancia de género; ahora lo entendía. Martin estaba poseído por un espíritu, uno tan sutil y poderoso que se les había pasado inadvertido hasta a los mejores videntes. Se maldijo a sí mismo en voz baja por haber permitido que Loba mantuviese al chico alejado de los demás Garou durante tanto tiempo. Ellos podrían haberlo advertido antes de aquel desastroso momento.
Vio al rey Albrecht, acorralado contra un muro por sus propios guerreros. Estos lo golpeaban y evitaban que se acercase a Martin. ¿Por qué a mí no me afecta?, se preguntó. ¿Tanto he progresado en el tema de los espejismos?
Meneó la cabeza y se precipitó hacia delante, cargando contra el muchacho. Martin, que estaba mirando al rey Albrecht, no se percató del gran Garou que corría directamente hacia él. Altaír agarró la cabeza del chico con ambas manos y apretó fuerte para evitar que Martin dirigiera el ojo contra él. Las palmas de sus manos se quemaron allí donde tocaron la Corona de Plata y gruñó de dolor. Inclinó la mandíbula contra el oído del chico y susurró una única palabra, reforzada con todo su poder: «Libérate».
Soltó a Martin y dio salto hacia atrás, pero el muchacho era sorprendentemente rápido. Se dio media vuelta y se lanzó contra Altaír, al tiempo que le clavaba las zarpas en el pecho. Los huesos crujieron y el Contemplaestrellas cayó, sorprendido por la velocidad de Martin. Su vista se desvaneció mientras su corazón derramaba la sangre sobre el suelo, pero vio que Martin meneaba la cabeza y cerraba el ojo con fuerza. El párpado del tercer ojo descendió, e interrumpió la luz carmesí.
Martin abrió los ojos y gimió con su propia voz. Vio cómo se cerraban los ojos de Altaír y bajó la vista hacia sus manos, salpicadas con la sangre del Contemplaestrellas.
—No —dijo, meneando la cabeza—. No. Otra vez no.
Aulló y se apretó el tercer ojo que tenía en la frente, arañándolo.
Una fuerza trabajaba en contra de sus músculos, apartando las manos del ojo. La voz de una anciana le habló desde dentro de su cabeza: sucumbe.
Martin gimió de rabia y se apretó la Corona de Plata. Gritó con todas sus fuerzas y con su propia voz.
—¡Sal!
Un violento dolor le cruzó la cabeza, como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en la frente. Una forma salió disparada del tercer ojo y cayó al suelo.
El espíritu revelado parecía un trozo de sombra brillante y húmeda que de alguna manera había salido a rastras de una caverna oscura y mohosa. Se retorció y miró a Martin con furia. No tenía ojos, pero aún así él sabía que lo estaba mirando. Se dio cuenta de que su orden, reforzada por la Corona de Plata, había obligado a aquella cosa a salir de su alma.
Gruñó, se agachó y avanzó hacia el espíritu, que se echó hacia atrás. Ahora podía notar su miedo. Dio un salto adelante, lo golpeó y consiguió agarrarlo por el extremo inferior, mientras la cosa se apartaba a un lado. Le arrancó un trozo de oscuridad negra y el resto se desplegó. Unas columnas de humo oscuro se disiparon con un grito débil y lejano. El grito de una anciana.
Martin miró hacia el campo de batalla y gritó. Había Garou luchando contra las criaturas por todo el valle, tropezando y golpeándose unos a otros. El rey Albrecht luchaba contra sus propios guerreros. Se retorció bajo el ataque y empezó a desfallecer, con el pelaje rojo por su propia sangre.
Albrecht cayó al suelo, con la sangre manando de una docena de heridas. Cinco Garou yacían muertos delante de él. Dos de ellos eran algunos de sus mejores guerreros. Había tenido que matarlos con sus propias manos. Otros guerreros avanzaron, rabiando por su sangre.
Un lobo terrible de pelaje negro se precipitó contra ellos y los derribó como un dominó. Un Garou gris apartó a otro guerrero de una patada y agitó un frasco de agua abierto sobre Albrecht. El agua cayó sobre sus heridas y estas se cerraron inmediatamente, sellando los cortes.
—¿Evan? —dijo Albrecht; las palabras se le atascaban en la garganta reseca.
—Sí —contestó Evan, mientras gruñía a un Garou que estaba agachado en las cercanías y amenazaba con acercarse a Albrecht—. Somos Mari y yo. —El lobo terrible negro cambió a la forma de batalla y golpeó a los Garou que estaban en el suelo, obligándoles a retirarse—. Ahora estamos bien. Hemos recuperado el juicio.
Albrecht pestañeó, recuperando el aliento.
—¿Por qué vosotros y no ellos?
—La luz roja —dijo Evan—. Nos controlaba. No sé lo que nos hizo, pero en cuanto desapareció, recuperamos el control otra vez. Creo que estos chicos todavía están bajo la influencia de la corona.
Albrecht gruñó.
—No sé cómo ese chico se hizo con ella, pero tengo que recuperarla.
Martin se palpó la frente. El ojo seguía allí. Lo abrió con cuidado. La luz roja volvió a salir hacia fuera. Respiró profundamente y gritó, invocando tanto al poder del ojo como al de la Corona de Plata.
—Fuerzas del Wyrm: ¡retiraos!
Todas las criaturas del Wyrm que estaban en el valle reaccionaron como si hubieran sufrido una descarga eléctrica. Luego echaron a correr por el pasadizo y se retiraron, tal como les habían ordenado. Muchos se quejaron y gimieron mientras sus miembros actuaban contra sus deseos y los apartaban de la lucha.
Zhyzhak corrió; los sentidos del olfato y del oído eran los únicos que le permitían formarse una idea sobre los seres que corrían confundidos a su alrededor. Tenía la necesidad de huir, de retirarse del valle. A juzgar por los sonidos, parecía que su ejército estaba haciendo justo aquello. Aulló de rabia y se estrelló contra un muro.
Mientras caía hacia atrás, su mano buscó el fetiche de la lente que todavía colgaba de su cuello, la lente que había utilizado para buscar la Estrella Roja en el Laberinto. Gruñó, se la sacó de un tirón y se la colocó en el ojo como si fuera un monóculo.
Miró a su alrededor y se rió alegremente. No veía personas o cosas, sino sus poderes sobrenaturales, que brillaban como pequeñas luces. Sus fetiches relucían en su ceguera, negra como la pez y le permitían disfrutar de algo parecido a la vista.
La necesidad de marcharse del valle desapareció. Se echó hacia delante, en busca del único fetiche que importaba. Allí brillaba, al otro lado del valle, flotando en el aire, en la cabeza que lo portaba.
Gruñó, se puso a cuatro patas y cargó hacia delante. Esta vez no la rechazaría.
Zhyzhak chocó contra el cuerpo del Garou que llevaba el fetiche brillante. Gruñó y le clavó las mandíbulas, hundiéndoselas con fuerza en lo que parecía ser el hombro. Con las zarpas le agarró los brazos y se los apretó contra los costados, mientras le clavaba las patas traseras y le desgarraba las piernas y las tripas.
Un grito de dolor y sorpresa la recibió y apretó con más fuerza, exultante. El cuerpo se derrumbó y dejó de moverse. Con la boca notó que la sangre seguía circulando por las venas y volvió a golpearle con las uñas, arrancándole la carne hasta que estuvo segura de que estaba muerto.
Soltó el cuerpo y aulló de alegría, al tiempo que colocaba una pata sobre el pecho de su presa.
Entonces se detuvo y olisqueó, confusa. Bajó la vista. La maldita Corona de Plata todavía brillaba alrededor de la cabeza, ahora sin vida. Pero el olor estaba mal. No era el de Albrecht. Era aquel cachorro que la había atacado antes.
Gritó de furia y pegó un salto, buscando con su lente alguna señal de Albrecht. Todo lo que podía ver eran fetiches brillantes y espíritus activos. Se lanzó hacia la izquierda, hacia un grupo de ellos y aulló mientras sus mandíbulas mordían la carne.
Albrecht dio un paso adelante y se tambaleó. Estaba más débil de lo que pensaba. Había perdido demasiada sangre. Tenía que moverse.
Vio el cuerpo de Martin mientras Zhyzhak se apartaba de él. Había terminado con el muchacho en cuestión de segundos. El chaval no había tenido la más mínima oportunidad.
Mari aulló de dolor cuando un Garou le clavó los dientes en el costado. Dio media vuelta y se lo quitó de encima; giró otra vez y ahora fue ella la que le hundió los dientes en la garganta. El Garou se retorció y dejó de moverse. Todas las amenazas inmediatas habían desaparecido. Ningún Garou se movía por las cercanías. El valle estaba lleno de Garou heridos y muertos. Al otro lado, un solo grupo de chamanes y guerreros rezagados luchaban por defenderse contra Zhyzhak.
Mari cojeó y se derrumbó, inconsciente. Evan corrió a su lado y le acarició el cuello. Tenía las mejillas inundadas de lágrimas. Él mismo se había llevado unas cuantas heridas; Albrecht se había sorprendido de que hubiese aguantado de pie tanto tiempo. Evan había utilizado su último fetiche de curación en él, pero Albrecht no estaba seguro de que fuera suficiente.
Se arrastró hacia delante, incapaz de mantenerse en pie. Utilizó las manos para empujarse y se movió lentamente hacia el cuerpo de Martin.
Apretó los dientes, intentando ignorar los gritos de sus guerreros mientras caían bajo el ataque a ciegas de Zhyzhak. La Danzante de la Espiral Negra era más poderosa que nunca.
Llegó al cuerpo de Martin y cogió la corona. Se la puso en la cabeza y cerró los ojos, al tiempo que invocaba el poder que contenía.
¡Halcón! ¡Por el poder del Sol y la Luna que forjó esta corona, dame la fuerza para destruir a esa zorra! ¡Aunque sea lo último que haga!
La corona estalló en luz, un brillo ardiente, dorado y plateado. Albrecht sintió que una fuerza nueva inundaba sus miembros. Vio una bruma efímera de alas y plumas a su alrededor. Se puso de pie, levantó el klaive y se fue hacia Zhyzhak.
Llegó a su lado, pero ella no reaccionó. Estaba demasiado ocupada mordiendo a un chamán Colmillo Plateado para oír u oler nada. Sus ojos eran agujeros rojos de carne cruda. Cuando Albrecht echó el klaive hacia atrás, ella se percató del movimiento gracias a su monóculo. Rodó hacia un lado y esquivó lo peor del golpe, que de todas maneras le abrió el estómago, derramando sus tripas por el suelo.