La última batalla (38 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

Respiró y empezó a hablar.

—La manada del Río de Plata y yo perseguimos al jefe ferectoi de los comandos de Pentex, de vuelta a una refinería de petróleo. Justo cuando llegamos, el sitio explotó. Algo los golpeó antes que nosotros y les dio duro. Todo el mundo estaba muerto. Terminé con el fomor y exploramos el sitio, buscando a quien había podido eliminar por sí mismo una base entera, llena de fomori y pesadillas. —Se detuvo y miró al fuego—. La encontramos. Estaba herida y moribunda. Había utilizado sus últimas fuerzas para herir a la Garra. —Volvió a mirar al grupo—. La llamaban La Más Anciana de los Osos, la última cambiaformas que seguía viva. Está muerta.

El grupo estalló en un grito colectivo, interrumpido por gruñidos y gimoteos. Aurak enterró la cara en las manos y sus hombros se agitaron.

—Antes de morir —continuó Mari— me reveló su último deseo. —Sacó el amuleto, el diente, de debajo de su camisa—. Este es su diente. Dijo que señalaría el camino hacia el que debíamos ir.

Agarró la cadena y soltó el diente. Quedó colgando en el aire, dando vueltas, y a continuación empezó a flotar hacia arriba hasta quedar perpendicular a la fuerza de la gravedad. La punta del diente señalaba hacia el noroeste.

—Debemos ir hacia el noroeste —dijo Mari.

Albrecht se levantó.

—Nos vamos mañana por la mañana. Ya he asignado los turnos de guardia. Todos los demás, descansad un poco. Puede que sea un largo camino.

Evan miró a Zarpa Pintada. El orgulloso guerrero miraba fijamente el fuego, con rostro inexpresivo. No había reaccionado al hecho de que Albrecht se hiciese cargo del grupo. Nadie más lo había cuestionado.

Al amanecer levantaron el campamento y se marcharon, cruzando la tundra. La nieve había borrado las huellas de la batalla del día anterior y había cubierto los cuerpos de los caídos. No había tiempo para cavar tumbas en aquel barro duro y frío, o para recoger piedras y hacer una sepultura. Los cuerpos alimentarían a los cuervos, algo que ningún lobo envidiaba.

Caminaron durante tres días y dejaron un camino marcado por los talen, fetiches de corta duración creados por los chamanes. Los espíritus talen avisarían y guiarían a los refuerzos por el camino, que la nieve borraría enseguida.

Se detenían cada hora para comprobar el diente y asegurarse de que todavía seguían en la dirección correcta. Había pocos mojones en la tundra abierta y ni siquiera los Wendigo estaban familiarizados con aquel territorio, puesto que estaba más al norte de la zona por la que su clan solía vagar.

En la tarde del tercer día, llegaron a un pinar, espeso y virgen, al que el desarrollo humano no había llegado. Los Wendigo se maravillaron al encontrar aquella anomalía tan al norte y muchos se preguntaron por qué no se contaba ninguna historia sobre aquel sitio y por qué ningún cazador lo había descubierto antes. El diente apuntaba hacia el bosque, así que formaron una fila y se abrieron paso entre los árboles. Tuvieron que aflojar el paso, pero muchos estaban contentos de volver a ver árboles.

Aquella noche, cuando la luna llena subió al cielo, llegaron a la cara de un precipicio, una pared alta de piedra, que alcanzaba al menos cien metros de altura. El diente apuntaba al otro lado. Se abrieron paso hacia la derecha y llegaron a un pasadizo estrecho entre las paredes de piedra. Siguiendo sus curvas tortuosas, entraron en un valle, desprovisto de árboles y cubierto de nieve. Unas rocas enormes descansaban en unas formaciones abruptas, que se parecían a los megalitos de Stonehenge o cualquier otro lugar sagrado europeo.

Cuando todos estuvieron en el valle, Albrecht ordenó una parada. Mari estaba en el centro; el diente apuntaba hacia abajo.

—Creo que hemos llegado —dijo Mari.

Albrecht envió a los exploradores a todas las esquinas, para que buscasen otros pasillos.

—Esto es una joya, Mari. Perfectamente defendible. Paredes altas y una sola entrada… y además estrecha, solo pasan tres hombres a la vez. Desde aquí nos podemos defender contra un montón de problemas.

Aurak caminó alrededor de las rocas, apartando algo de nieve aquí y allá. Llamó a Evan.

—Mira —dijo Aurak, señalando a una piedra grande, más alta que él—. Pictogramas.

Evan observó la roca. Vio unas marcas débiles, ligeramente descoloridas.

—No los entiendo —dijo, con el ceño fruncido—. Son antiguos.

—No creo que sean ni humanos ni Garou. Creo que son Gurahl.

Evan asintió.

—Como La Más Anciana de los Osos. Esto debe de ser lo que queda de un túmulo Gurahl.

Aurak miró a su alrededor.

—Siento un poder. Puede que no esté inactivo.

Reunió a un grupo de Theurge y comenzaron a recorrer la zona en busca de pistas, una senda de piedra o cualquier otra señal de la manera en la que pudieran utilizar el túmulo. Aurak y unos pocos chamanes pasaron al otro lado, pero no regresaron de inmediato. Reaparecieron un rato después, entrando en el mundo material a través de la entrada principal.

Aurak se acercó a Albrecht y a Mari.

—Este sitio es raro. Está protegido por un gran poder. La Celosía que sale del valle es débil; ni siquiera un cachorro desentrenado tendría problemas para cruzarla. Pero ni siquiera yo puedo apartarla para volver. Tuve que salir del valle antes de poder volver a cruzar la Celosía. Ningún espíritu o pesadilla puede entrar en este sitio sin pasar por la entrada de este mundo.

—Cada vez más tengo la sensación de que este sitio parece diseñado para nosotros —dijo Albrecht—. Es como algo fantástico.

—Aquí hay espíritus —dijo Aurak—. En las piedras y en las semillas de la hierba enterrada bajo la nieve. Están profundamente dormidos; demasiado dormidos para que podamos despertarlos sin una larga ceremonia. Es posible que el poder de este lugar les haga permanecer inactivos.

Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte se acercó a ellos, mordiéndose el labio pensativamente.

—He estado examinando este sitio igual que vosotros. Creo que he oído hablar de él antes, pero no sé si tengo razón o no. Está realmente oscuro, es más leyenda que hecho. Los Garou siempre han afirmado que el túmulo Colmillo Plateado de los Urales fue el primero.

—Puedo dar fe de ello —dijo Albrecht—. Acabo de volver de allí. Huele a primordial. Allí hay un árbol que es más viejo que Dios.

Mephi sonrió.

—Podría ser cierto. Pero… Los Gurahl tenían túmulos antes que los Garou. Es algo que a los Garou no nos gusta admitir, porque nos roba nuestras creencias, pero la prueba está ahí fuera. —Abrió los brazos y señaló hacia el valle—. Creo que este es el primer túmulo. Este es el primer lugar que los Gurahl consagraron a los espíritus.

Albrecht miró a su alrededor. Aurak pareció considerar la idea y asintió; al parecer la aceptaba.

Mephi continuó.

—Este primer túmulo legendario tiene un nombre entre los Gurahl. Se llama el Útero de Gaia. Se dice que aquí fue donde Sus primeros hijos se gestaron, antes de nacer en el mundo. Los Gurahl los cuidaron durante el Amanecer.

Mari suspiró y cerró los ojos.

—Desearía poder preguntarle a la Anciana. Pero al menos nos ha traído hasta aquí. Puede que averigüemos su verdadera naturaleza enseguida, cuando empiece la batalla.

Albrecht dio un grito y ordenó a sus exploradores que se marchasen del valle y fuesen en busca de los refuerzos.

—De acuerdo —dijo—. Preparémonos para oponer nuestra resistencia.

Capítulo veintiuno:
La luna oculta

Las estrellas ardieron y cayeron del cielo, abriendo agujeros en llamas en el tejido de la Creación.

Altaír presenció en silencio sus muertes mientras sus compañeros de clan lloraban. El Contemplaestrellas estaba en un camino de luna rodeado por sus compañeros de clan, que miraban con horror la destrucción del universo.

—¡Esto no puede estar pasando! —gritó Canopo, levantando los puños.

—Comienza el Apocalipsis —susurró Hermana-Luna— anunciado desde hace tanto tiempo. «El día de hoy puede ser el último para aquellos que viven».

Altaír observó el espacio, las enormes distancias. Desde la posición aventajada del clan en el camino de luna, podían ver los rincones más alejados del Reino Etéreo. Asomándose a lo lejos, haciéndose cada vez más grande, la Estrella Roja se acercaba, precedida por una destrucción total.

La gran entidad roja ya había despedazado las tierras solariegas de Mero, el planeta Plutón, apartándolo de su órbita y destrozándolo en mil pedazos al pasar como una bala a través de las barreras exteriores de la Umbra Cercana.

Altaír miró la estrella que caía y una forma enorme, arremolinada y derretida que rodeaba el agujero negro de su centro, tragándose todos los escombros. La estrella se arrastraba siempre hacia delante, apuntando a los planetas y devorando sus espíritus Incarna y siervos. Vio cómo se agitaba Neptuno y caía de su órbita, esparciendo agua por los cielos.

Una gran criatura se levantó desde este planeta, medio humana, medio pulpo, tridente en mano. Apuñaló a las fauces negras, pero no pudo retirar su tridente. Peleó con él durante un momento, congelada en un tira y afloja; luego tropezó y cayó dentro de las fauces, desapareciendo de la vista.

—¡Shantar! —gritó Hermana-Luna.

—¡El dragón se la ha comido! —chilló Canopo.

Altaír frunció el ceño.

—¿Dragón? —Miró a sus compañeros de clan—. No hay ningún dragón. Solo una boca que devora sin parar. Un agujero negro.

Canopo y Hermana-Luna le miraron como sí estuviera loco. Los demás también le miraron de manera extraña.

—¿No lo ves? —dijo Canopo—. Es un dragón enorme, su cola se estira hasta los rincones más alejados, más allá del alcance de nuestra vista.

Altaír asintió. Ahora lo entendía.

—Vosotros miráis con los ojos de la ilusión. Vuestra visión está nublada por la dependencia de las formas. Olvidad lo que sabéis y mirad claramente. Ved a la entidad como lo que realmente es: una fuerza cósmica de la Destrucción.

Asintieron lentamente, sin apenas comprender. Eran Contemplaestrellas poderosos, pero aún no habían aprendido a ver más allá de los espejismos con los que sus mentes los engañaban. Cuando se enfrentaban a lo inimaginable, sus mentes trataban de darle forma, aunque fuera la manifestación misma de lo informe.

—¿Qué significa esto? —dijo Canopo.

—El Wyrm está suelto —contestó Altaír—. Hace lo que hace. Destruye.

—No —interrumpió Hermana-Luna—. El Wyrm, una vez liberado de su prisión, es una fuerza del equilibrio. Se supone que destruye solo aquellas cosas que están fuera del equilibrio: la Tejedora que ahoga el universo.

Altaír les miró con una sonrisa torcida.

—En un universo perfecto, eso sería cierto. Pero en un universo perfecto, no habría desequilibrio. El Wyrm no es realmente libre. Lo han soltado de la jaula, pero ahora está atado a la voluntad de sus propios hijos corruptos. ¿Veis ahora el dilema de creer en una ilusión en lugar de en la verdad? El Wyrm ha sucumbido a sus propias mentiras, a una historia que contó a aquellos que esperaba que lo liberasen. Ahora, como muchos seres, está atrapado por su propia historia.

—¿Cómo puedes ser tan frío? —le gritó Canopo—. Esa cosa está destruyendo todo lo que conocemos y amamos, a los mismísimos planetas, ¡maldición! ¡Y tú te sientas a filosofar sobre ello!

Altaír levantó una ceja.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Luchar contra ella? ¿Para qué? Esa cosa actúa desde la ignorancia. La cura es la verdad. ¿Cómo se la administrarías?

—¡No lo sé! Todo lo que sé es que es una equivocación quedarse aquí sentado y… pensar en ello. ¡Somos Garou! Nuestro trabajo es defender a Gaia. Luchar por ella hasta el último aliento.

—Luchar no siempre se hace con los puños.

El agujero negro —el dragón— siguió avanzando y se acercó a la órbita de Urano. Un enorme velo salió del mundo, como una capa que se estiraba por el cielo. Ruatma iba a la guerra.

Su forma envolvió a la del dragón y la apretó. El universo pareció congelarse un segundo y cada planeta se detuvo en su órbita mientras esperaba a ver el resultado. Luego el velo explotó y el dragón embistió hacia delante, tragándose a Urano de un solo sorbo. Los restos del velo se desvanecieron como columnas de humo.

—Enseguida derrotará a Lu-Bat y Zarok —dijo Altaír—. Luego llegará a la Red del Patrón entre el sistema solar interior y exterior, entre la Umbra Profunda y la Cercana. ¿La Tejedora podrá atraparlo otra vez?

Dos formas emergieron de sendos planetas, Saturno y Júpiter. Una era una lechuza blanca como la nieve, la otra un guerrero humano enorme que llevaba la corona de un rey y una espada de oro. Ambas se enfrentaron al dragón simultáneamente. Él respondió dividiéndose, y le creció otra cabeza y dos brazos más. Dos mandíbulas diferentes mordieron a los Incarna Planetarios, mientras seis zarpas los golpeaban.

El Incarna real duró más de lo que habían durado los demás, pero desfalleció enseguida. Fueron devorados por completo, cada uno por una cabeza distinta. El dragón voló en círculo por el cielo y siguió adelante, dirigiéndose hacia el cinturón de asteroides.

—¡Mirad! —gritó Hermana-Luna, mientras señalaba a la oscuridad que había debajo del dragón—. ¡Llega Rorg!

Un lobo gigante saltó de entre las piedras del cinturón de asteroides, dejando una estela detrás de sí debido a su cola que ardía en llamas. Cargó contra el dragón, que cambió de dirección para enfrentarse a él. Su colisión provocó un destello en la noche y cegó temporalmente al clan de las Estrellas. Cuando la visión de los Garou se aclaró, vieron que la mandíbula del lobo estaba mordiendo uno de los cuellos del dragón. Los dos entes se revolvieron, luchando uno contra otro.

Altaír vio que una piedra, veloz y en llamas, se abría paso a golpes hacia el agujero negro. En lugar de ser tragada por él, golpeó los bordes del agujero y consiguió reducir su perímetro. Altaír soltó un grito sofocado.

—La furia de Rorg es mayor de lo que había imaginado.

Luego el dragón giró y se quitó al lobo de la garganta. Lo golpeó con la cola y partió al lobo en dos. Un aullido retumbó por toda la inmensidad. Sacando fuerza de flaqueza por última vez, el lobo echó los cuartos delanteros hacia delante y sus mandíbulas arrancaron una de las cabezas del dragón.

El lobo se desvaneció y su forma se desintegró, pero el dragón rugió de dolor, retorciéndose, y le manó sangre de la herida.

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