—Callaos —sentenció Albrecht—. No tengo mucha más idea que vosotros de lo que se le ha metido en la cabeza, pero ha hecho el bien junto a mí muchas veces y se merece el beneficio de la duda. Dejad de acaparar la atención y vamos a aquella pendiente de ahí fuera, de vuelta al claro. Volvemos al camino de luna y no nos vamos a detener hasta que lleguemos a casa.
Enrolló el pergamino y se lo metió en el cinturón; luego marcharon por el camino que conducía hacia arriba, hasta el agujero del tronco del árbol. La luz del claro brillaba a través de la imponente abertura del tejado donde el suelo se había derrumbado, iluminando su camino cuando salieron una vez más a la luz del sol.
—La Manada del Vagabundo del Amanecer se compromete con esta causa —dijo el joven delgado, inclinando la cabeza y los hombros al tiempo que señalaba a sus tres compañeros de manada, también adolescentes, un grupo harapiento de ex-patinadores y adictos a los videojuegos, convertidos en Garou.
Evan asintió, ocultando su profunda decepción. Estos eran casi unos cachorrillos novatos, ni siquiera eran adultos según el criterio humano, todos Roehuesos que nunca habían sido puestos a prueba. Cada uno de ellos había superado su Ritual de Paso, pero por lo que él podía ver se habían librado de él fácilmente, sin que apenas supusiera un reto. Miró a Mari, esperando que les diera alguna contestación o aliento, pero su ceño mostraba que no haría nada de eso. Volvió a girarse hacia el chico.
—Estupendo —dijo Evan con una débil sonrisa—. Ahora podéis ir a la sala común. Nos marchamos mañana. Grita Caos os presentará a las otras manadas.
—¿Cuántos más hay aquí? —dijo el chico ansiosamente—. ¿Con cuántos luchamos?
—Dos manadas —contestó Evan, incapaz de ocultar el tono amargado de su voz—. Seis Garou. Diez, ahora que vosotros estáis aquí.
El chico parecía sorprendido, como si le acabasen de decir que el gran partido había sido cancelado. Volvió a mirar a sus compañeros, que intercambiaron miradas nerviosas. Luego asintió, volviendo a levantar la barbilla.
—Bien, por fin tenemos un desafío de verdad —dijo, mientras se daba media vuelta para conducir a su manada por el sendero del bosque, hasta la gran cabaña que servía como sala de reuniones para los Garou congregados.
Cuando estuvo fuera del alcance del oído, Evan gimió. Mari le puso el brazo alrededor de los hombros.
—Mejorará —dijo Mari—. No ha dado tiempo a que el mensaje se difunda. Llegarán más.
—¿Más como esos? —dijo Evan, haciendo un gesto hacia la pandilla de chicos que se alejaba—. Eso es todo lo que necesitábamos: La Cruzada de los Niños. Dulce Gaia, los Wendigo van a lincharme. ¿En qué estaba pensando? ¿En que sin ayuda de nadie podría reunir una fuerza capaz de atacar a una Garra del Wyrm? ¿Por qué no me detuviste?
—Ya basta —dijo Mari, dándole golpecitos en el pecho con su dedo índice—. Deja de quitarte méritos. Sabes que son los problemas los que están causando la baja concurrencia. De lo contrario, tendríamos más Garou de los que podríamos contar y todos estarían deseando librar una lucha que debió emprenderse hace mucho tiempo. Lo hacemos lo mejor que podemos con lo que tenemos.
Evan levantó las manos.
—Si Albrecht estuviera aquí, tendríamos a todo el noreste reunido.
—Ni siquiera estoy segura de que él fuese capaz de reunirlos en estas condiciones. Pero él no está aquí. Aún no.
Evan miró a Mari, con una expresión de preocupación en la cara.
—¿Y qué pasa si no está de vuelta antes de que nos marchemos? ¿Qué pasará si tenemos que ir a luchar contra esta cosa sin él?
Mari encogió los hombros.
—Él se lo pierde.
—En serio, Mari. ¿Qué vamos a hacer?
—Continuar a pesar de todo, Evan. Lo hacemos lo mejor que podemos. Ahora vámonos. Entremos con Alanis y veamos si ha llegado ya alguno de los heraldos de los otros clanes.
Bajó caminando por la senda que iba hacia el lago, arrastrando a Evan por la muñeca.
—¡Mierda! —gritó Julia, dándole un golpe a la pantalla de su ordenador portátil con la palma de la mano—. No consigo comunicar. Hay una obstrucción que no puedo salvar.
—¿Qué quieres decir con eso? —dijo Grita Caos. Se movió para colocarse a su lado y miró la pantalla del ordenador por encima del hombro de Julia—. ¿El ISP no funciona?
—No, me refiero a que hay algo que no me está permitiendo engancharme al clan de Londres —dijo Julia con su abrupto acento británico—. Cada vez que consigo una conexión, se corta o se queda colgada.
—¿Qué es lo que está causando eso?
—Una araña de la red —contestó con el ceño fruncido—. Es como si hubiese una horda de ellas pululando por el clan. No me gusta un pelo. Necesito volver a casa, asegurarme de que están bien.
—¿Vas a abandonarnos? —dijo Carlita, bajando su revista musical al tiempo que se incorporaba en su litera—. Le dimos nuestra palabra a Evan, su alteza. No puedes dar marcha atrás. Además, si están sufriendo un ataque, ¿qué demonios piensas que podrías hacer? Si el sitio está infestado de arañas de la red, no vas a poder entrar sin que te pillen. No a menos que tengas algún tipo de spray contra los bichos de la red del que nunca he oído hablar. Renuncia, tía. Las cosas están jodidas en todas partes.
Julia se echó atrás en su silla y apretó los dientes, conteniendo las lágrimas de rabia y frustración. Grita Caos caminó hacia ella, se sentó al borde de la mesa y la miró a los ojos.
—Tiene razón, Julia —dijo—. No hay nada que pudieras hacer. Estoy seguro de que están bien, son unos Caminantes del Cristal excelentes. El ataque de una araña de la red no es nada para ellos. Una suspensión temporal del servicio, eso es todo. ¿De acuerdo?
—Supongo que sí —dijo Julia, bajando repentinamente los hombros—. Quizás estoy exagerando. Es solo que… bueno, no es fácil estar a un océano de distancia de tu clan en momentos difíciles.
—Dímelo a mí —dijo John Hijo-del-Viento-Norte. Se sentó en una litera con las piernas cruzadas, mirando a las manadas de jóvenes y novatos Garou que se habían congregado en la cabaña común, sus literas alineadas contra la pared más alejada—. Tuve que aguantar toda esa mierda en Europa, ¿recuerdas? No exactamente el Noroeste del Pacífico.
—Tienes razón, de acuerdo —dijo Julia, al tiempo que se levantaba y se estiraba—. Estoy siendo la reina del drama. Lo admito. Pero aun así, no es fácil.
—¿Por qué no te lo quitas de la cabeza ayudándome a organizar a aquellas manadas de allí? —dijo Grita Caos—. Todavía no se han presentado del todo los unos a los otros.
—Supongo que debería hacerlo —dijo Julia—. Yo tampoco los conozco a todos. Bien, vamos, saludémoslos. —Apartó la silla del escritorio y cruzó la habitación, seguida de Grita Caos. Carlita volvió a tumbarse en la litera y siguió leyendo, mientras John, inmóvil, les veía alejarse. La alfa de su manada, Ojo-de-Tormenta, estaba fuera, recorriendo la fortaleza y los bosques de Finger Lakes.
Mientras Julia se aproximaba a la hilera de literas donde diez jóvenes Garou se movían en tres grupos distintos, dio unas palmadas. Una vez que hubo llamado su atención, inspeccionó al grupo.
—De acuerdo, pongámonos en fila aquí, ¿vale? —dijo—. Así podré veros bien y conoceros.
Los jóvenes Garou refunfuñaron, pero se colocaron en una sola fila que se extendía a lo largo de la hilera de literas. Julia caminó hacia el extremo izquierdo de la fila, donde una chica procedente del medio oeste se revolvía, incómoda. Se veía que era tímida y llevaba unos caquis holgados, botas de caminar y un chal fino alrededor del cuello.
—¿Y quién eres tú? —le preguntó Julia.
La chica miró a Julia, pero no levantó la cabeza.
—Uhm, soy Shazi. Esto… Shazi Silbido-del-Viento.
—Déjame adivinar. Eres una Caminante Silenciosa.
—Sí. Supongo que mi origen étnico me delata, ¿no?
—No, lo adiviné por el tatuaje que intentas ocultar bajo el chal. No sé lo que significa, pero reconozco un jeroglífico egipcio cuando lo veo.
—Ah, sí. Esto… significa «tormenta de arena».
—¿De dónde eres? —preguntó Julia, cruzando los brazos.
—Nací en Egipto, pero mis padres se mudaron a Buffalo cuando yo tenía cinco años. Yo… pasé mi Primer Cambio el año pasado. Tengo quince años. Las pasé canutas.
Julia asintió.
—Creo que no hay demasiados Caminantes Silenciosos aquí en Nueva York. ¿Quién te ayudó?
—Oh, hay unos cuantos. Vagan por ahí. —Evidentemente no quería revelar la identidad de su mentor.
Julia se encogió de hombros y se desplazó por la fila hasta el adolescente que estaba al lado de Shazi. Era negro y llevaba un par de vaqueros nuevos, zapatillas de correr perfectamente limpias y una camisa abrochada hasta arriba. Julia lo miró de arriba abajo.
Evidentemente es de clase media
, pensó.
Sin embargo, la ausencia de marcas tribales es extraña
.
—De acuerdo, me doy por vencida —dijo—. ¿De qué tribu eres?
El chico pareció sorprendido y le dedicó una sonrisa de amonestación.
—Soy un Caminante del Cristal, como tú.
Julia arqueó las cejas.
—¿En serio? No lo pareces.
—Mi equipo se quedó frito en nuestra última acción. Esta panda de aquí y yo —hizo un gesto señalando a Shazi y a un chico alto y pelirrojo que tenía al otro lado— nos metimos en problemas con una pesadilla. Perdí mi precioso móvil con PDA intentando deshacerme de ella.
—Siento oírlo, esto… —dijo Julia, obviamente esperando a que el Caminante del Cristal le diera su nombre.
—Feedback —dijo sonriendo, orgulloso de sí mismo.
—Si necesitas ayuda para hacer un nuevo fetiche, Feedback, házmelo saber.
—¡De acuerdo! ¡Hagámoslo!
—Después, cuando hayamos acabado aquí, ¿vale? Antes, ¿quién es tu amigo? —Julia señaló al pelirrojo—. ¿Y cómo se llama tu manada?
—Jacky Dienterroto —contestó el pelirrojo—. Fianna. Y somos la Manada del Camino Abierto. Todos nómadas.
—¿Nómadas? ¿Hasta dónde habéis llegado?
Jacky frunció el ceño, como si ella hubiese cometido una falta social injusta.
—Hemos cruzado todo el país hasta aquí. Pero acabamos de empezar.
—Bueno, encantada de conoceros, Nómadas del Camino Abierto. Me complace que estéis con nosotros. Necesitaremos todos los músculos y toda la inteligencia que podamos conseguir.
Julia se desplazó por la hilera hasta la siguiente manada, formada también por tres miembros. Todos blancos, corpulentos y hacia el final de la adolescencia; parecían jugadores de fútbol americano y vestían todos de manera similar, con vaqueros, camisetas y zapatillas de deporte. Uno de ellos llevaba un klaive colgando de una funda improvisada a la espalda.
—Dejadme ver si me acuerdo de vuestro nombre —dijo Julia—. La Vanguardia, ¿no? ¿Camada de Fenris?
—Acertaste —dijo el chico del klaive. Parecía ser el jefe—. Yo soy Jim Jurgens, este es Al Krupp y ese es Fred Berger.
—No son nombres muy corrientes de Garou. ¿Todavía no os habéis ganado un apodo?
—Sí, cada uno de nosotros tiene uno, pero suenan muy tontos. A mí me llaman Piernaslargas. A Al lo conocen por Zarpa-de-Hierro y a Fred lo llaman Piedra-de-Runa. Entre los de nuestra tribu, claro está.
—De acuerdo. Chicos, sois jugadores de fútbol, ¿verdad? ¿Sois nuevos en todo esto?
—Sí, todos estábamos en equipos de diferentes institutos del condado. Fue bastante extraño que todos pasáramos nuestro Primer Cambio al mismo tiempo, pero también funciona, si entiendes lo que quiero decir. Como si fuese el destino, ¿sabes?
—¿Por qué estáis aquí y no con las otras Camadas de las Adirondacks?
—Bueno, nos enviaron a Nueva York a buscar un antiguo fetiche que alguien había visto en una casa de empeños, cuando oímos la llamada. No somos detectives, señora; nos imaginamos que venir aquí a luchar era una manera mejor de servir a los Fenris que ir de casa de empeños en casa de empeños buscando un viejo martillo.
—Me complace oírlo. Ah y por favor, no me llaméis señora. Puede que ya no sea una adolescente, pero de ninguna manera estoy cerca de ser «señora». —Julia siguió avanzando por la fila hasta la nueva manada, la que acababa de llegar ese mismo día—. ¿Vagabundos del Amanecer?
—Esos somos nosotros —dijo un chico joven, al tiempo que daba un ligero paso adelante. Llevaba pantalones muy holgados, botas Doc Martens y una camiseta de algún tipo de grupo de hip-hop—. Yo, Tommy D y los otros: Sasha Ojo-Agudo, Dweezil y Cojitranco.
Sasha Ojo-Agudo era una chica menuda de aspecto hosco que mostraba que había llevado una vida más dura que la mayoría de la gente de su edad. Dweezil era un muchacho blanco, vestido de manera similar a Tommy D, con los bolsillos llenos con una
Gameboy
, un reproductor de MP3 y comida basura. Estaba claro que Cojitranco era un lupus, un Garou nacido lobo, aunque había llevado su forma humana desde que había llegado al túmulo de los Finger Lakes. Parecía un vagabundo sin ningún sentido de la higiene.
—Bien, bien —dijo Julia, asintiendo educadamente. Se dio media vuelta para dirigirse a la fila entera—. Bueno, estoy segura de que todos habéis escuchado las presentaciones. Quiero que cada uno de vosotros se pase las próximas horas conociendo a los demás. Averiguad las habilidades de los demás. Estaréis luchando juntos, así que esto es importante. No seáis tímidos. Vendrán otros y espero que todos vosotros toméis la iniciativa y os presentéis cuando lleguen. Para cuando nos marchemos mañana, necesitaréis tener una idea de cómo reaccionar cuando seamos atacados. Averiguad quiénes de entre vosotros son los guerreros y quiénes los pícaros. Haced planes basándoos en ello. —Se volvió hacia Grita Caos, que la había seguido en silencio durante la revista a la fila—. ¿Algo que añadir?
—No, has cubierto todas las bases —dijo—. Chicos, si necesitáis algo, hacédnoslo saber. Estaremos por allí. —Señaló hacia sus literas al otro lado de la habitación—. Gracias.
Julia y Grita Caos volvieron a reunirse con sus compañeros de manada. Los diez cachorrillos Garou se mezclaron y los miembros de unas manadas fueron a saludar a los de las otras.
—¿Cómo ha ido? —preguntó Carlita, enderezándose y dejando a un lado la revista.
—Bueno, al menos ahora se están hablando unos a otros —dijo Julia—. Son tan condenadamente jóvenes… más jóvenes que nosotros. Espero que Mari sepa cómo ponerlos manos a la obra; no están acostumbrados a recibir órdenes.