Evan echó a correr y cortó de un solo tajo la columna vertebral del hombre que gritaba. Mari sonrió y clavó los dedos en el cráneo del otro, cansada ya de esperar a que se muriera. Arrojó el cuerpo sin vida y señaló al otro lado de la nieve.
—Hay otros cincuenta como mínimo —dijo—. Por todas partes. Pentex.
Evan pudo ver otros cadáveres, todos de humanos, ninguno Garou.
—No parece que sean muy buenos en esto.
—Tienen balas de plata y no nos temen, pero eso es todo.
La mayoría de la gente reaccionaba ante los hombres-lobo con un terror que les paralizaba la mente, consecuencia de los recuerdos ancestrales de aquellos lejanos días en los que los Garou cazaban hombres. Al parecer, estos fomori estaban inmunizados.
—¿Entonces los desarmamos primero?
—Exacto.
Evan asintió y echó a correr hacia una motonieve que se acercaba como un rayo. Sus pasajeros apuntaban con una ametralladora a miembros de la Manada Vagabundo del Amanecer, que estaban ocupados atacando a los conductores de otro vehículo derribado. Evan saltó y voló por encima de la motonieve; al pasar por encima, agarró el arma con las patas delanteras. El humano desarmado se quedó mirando fijamente, sorprendido y le dio una palmada al conductor en la espalda, gritándole que salieran de allí.
El conductor aceleró y se deslizó velozmente. Demasiado tarde. Mari se puso a cuatro patas, avanzó como un rayo y los atacó desde un lado, derribando la motonieve. Se deslizó por la nieve, frenando hasta detenerse. Los pasajeros bajaron de un salto e intentaron escapar, pero Evan ya estaba encima de ellos. Ensartó las zarpas en uno de ellos y luego lo destripó y con las mandíbulas le desgarró la garganta al otro.
Escupió la sangre que tenía en la boca. Odiaba cometer una carnicería semejante, pero hacía mucho tiempo que había llegado a aceptar que alguien que era lo suficientemente estúpido como para trabajar para Pentex estaba fuera de toda ayuda o expiación, al menos una vez que empezaban a volar las balas. Estos pobres humanos pertenecían a otra clase, pero ni él ni ningún otro Garou de los que estaban allí podía permitirse perdonar a estos en ese momento.
Mientras se giraba para buscar a otro enemigo, observó por el rabillo del ojo un movimiento extraño, un nítido centelleo que desapareció en cuanto se giró para buscarlo. Pero él sabía lo que era y adonde se había ido. Se concentró y se estiró, fundiendo su espíritu con el mundo más grande que existía al otro lado, saltó la barrera y entró en la Penumbra.
El paisaje nevado parecía exactamente el mismo, en armonía con su homólogo material. Varios Garou, los exploradores de la Umbra de su expedición, perseguían a varias criaturas aladas, que revoloteaban y descendían sobre ellos. Sus escamas sobrenaturales y alas emplumadas parecían fuera de lugar en aquellos cuerpos con forma de insecto: ojos facetados, varias patas y aguijones vibrantes y rayados.
Evan vio que una de las criaturas se apartaba aleteando del sitio donde él acababa de aparecer. Dio un salto y la agarró en el aire antes de que se diera cuenta siquiera de que estaba allí.
La pesadilla forcejeó en sus manos, gritando y dándole picotazos, retorciéndose e intentando culebrear para liberarse. Evan cerró la mano con fuerza, sin permitir ni una abertura y soportó los dolorosos picotazos sin darle ninguna oportunidad de usar el aguijón. Agitó la mano con fuerza hasta que por fin dejó de forcejear.
Miró a su alrededor y vio a Pájaro Atroz, un chamán Wendigo, que estaba en las cercanías, caminando en su forma original de lobo, mientras buscaba en los cielos más señales de las pesadillas. Evan silbó. El lobo volvió la cabeza en su dirección y luego echó a correr.
—¿Qué son? —gruñó Evan.
Pájaro Atroz ladró un gruñido ondulante a la pesadilla que Evan tenía en la mano, hablando en la lengua espiritual, ordenándole que respondiera. La cosa contestó gritando, aunque era evidente que no quería responder; el poder del chamán la forzaba a hacerlo.
—Pesadillas creadas por Pentex —gruñó Pájaro Atroz—. Saben que estamos cazando. Las han mandado desde una base cercana. Poseen a los líderes humanos. —Volvió a gritarle a la pesadilla y ella chilló a regañadientes. El lobo ladró con furia—. ¡Fomori! ¡Debemos regresar!
Evan estrujó a la pesadilla en su mano y la perforó con la zarpa. Su sustancia efímera se disolvió. Vio cómo se desvanecía Pájaro Atroz al pasar al mundo material y luego lo siguió.
Mari miró a su alrededor buscando a Evan. Su olor había desaparecido. Sus huellas terminaban en un sitio y luego no continuaban. Sabía adónde se había ido y estaba preparándose para seguirlo, cuando algo chocó contra ella y la derribó.
Una enorme cola escamada se enrolló alrededor de su cintura, sujetándole un brazo y la levantó del suelo. Estudió su longitud y vio que brotaba del torso de una figura humanoide, cubierta por un caparazón grueso y curtido y que tenía otros cuatro tentáculos que se movían a toda prisa por el aire. Su mandíbula humana se abrió y dejó al descubierto filas y filas de dientes afilados; gruñó en una horrible imitación de una carcajada mientras tiraba a Mari y estrellaba su cabeza contra el suelo congelado y duro. La nieve apenas amortiguó el impacto.
Mari respiró profundamente, algo aturdida y cambió a su forma lobuna, deshaciéndose del apretón del tentáculo antes de que este pudiera cerrarse alrededor de su cuerpo, ahora más pequeño. Saltó hacia delante, mientras cambiaba de nuevo a su forma de batalla y golpeó el tentáculo con las cuatro patas. La sangre, verde y ácida, salió a borbotones, pero Mari consiguió cortar del todo el tentáculo desde el muñón con otro golpe coordinado.
Una zarpa le arañó la espalda y le abrió unos surcos profundos, pero ella se giró y le dio una patada a su atacante con las patas traseras antes de que pudiera moverse. El caparazón de la cosa evitó que Mari pudiera penetrarle la piel, pero la fuerza del golpe la derribó.
—Ferectoi —escupió y se lanzó contra el fomor, que había perdido el equilibrio. Este se apartó a un lado con una velocidad sorprendente y Mari resbaló en la nieve al pasar a su lado. Cuando se daba media vuelta para volver a cargar, apareció un lobo en el mundo material, procedente de la Umbra.
Los tres restantes tentáculos del fomor se estiraron hacia delante y agarraron al lobo antes de que pudiese reaccionar. Con una fuerza increíble desmembraron al sorprendido Garou. El aullido del lobo se cortó en seco cuando su cuerpo cayó a la nieve cortado en tres pedazos.
—¡No! —chilló Mari y saltó a los hombros del fomor. Con las mandíbulas agarró su cabeza y le clavó las zarpas en los omóplatos, buscando una zona de la carne que estuviera desprotegida y fuese débil. El fomor se sacudió intentando quitársela de encima y gritó de dolor cuando los dientes de Mari penetraron lentamente en las placas de la cabeza, haciendo que salieran unos hilillos de sangre verde. Sus zarpas encontraron lo que andaba buscando y las hundió más, despedazando músculos y huesos.
Los tentáculos del fomor se enroscaron alrededor del cuello de Mari y tiraron, lanzándola a cinco metros de distancia. Su cuerpo chocó contra una roca cubierta de nieve. Se incorporó inmediatamente y volvió a cargar.
Entre ella y el fomor, apareció una silueta reluciente, procedente del mundo espiritual. Mari se apartó justo a tiempo y esquivó a Evan por los pelos.
Los tentáculos se enroscaron alrededor de la cabeza y la cintura de Evan y empezaron a estrujarlo. Mari oyó el crujido de los huesos. Corrió hacia los tentáculos y se detuvo, examinándolos e invocando la revelación de los espíritus. Echó hacia atrás las zarpas y golpeó una sola zona donde se cruzaban todos los tentáculos: el punto débil que sus poderes le habían revelado. Los tres tentáculos se separaron y la sangre verde salió a presión. Los pedazos cayeron pesadamente.
Evan cayó al suelo y respiró profundamente, aspirando el aire que los tentáculos le habían negado.
El fomor saltó a una motonieve abandonada, apartó de una patada los cadáveres humanos que estaban al lado y echó a correr por la tundra. Mari cambió a la forma de lobo y salió corriendo detrás del vehículo fugado.
Cuando pasó corriendo al lado de John Hijo-del-Viento-Norte, aulló pidiendo ayuda. Él adoptó la forma de lobo y se unió a ella, seguido por la manada del Río de Plata al completo, que había estado ocupada matando a más comandos de Petróleo Arco. Ahora corrían juntos, en pos de la motonieve. El vehículo ganó velocidad y aumentó la distancia que los separaba. Pero Mari siguió corriendo, siguiendo el camino que dejaban las huellas de la motonieve. La manada del Río de Plata luchó por mantener el ritmo.
Todo el cuerpo de Evan se estremeció, pero pudo sentir que volvía a soldarse a medida que recuperaba el aliento. Examinó la escena que lo rodeaba y vio que los Garou se iban reuniendo lentamente mientras mataban a los últimos humanos. Al menos quince motonieves yacían desperdigadas por la tundra, destrozadas.
Los cadáveres humanos debían de ser unos cincuenta, aunque parecían más. Todos llevaban los mismos anoraks adornados con el logotipo de Petróleo Arco.
Vio el cuerpo despedazado de Pájaro Atroz, que había cruzado la Celosía antes que él hacia el mundo material y también vio los cuerpos de otros tres Garou: una Hija de Gaia de la Manada del Escudo de Atenea, otra Wendigo, esta una media-luna llamada Habladora Rápida y Zarpa-de-Hierro, el de la Camada de Fenris que había sido el primero en caer.
Fue hacia el cuerpo de Pájaro Atroz, se arrodilló a su lado y elevó una plegaria a Gaia para que el espíritu del chamán descansase con sus ancestros. Volvió a ver el breve resplandor, como si algo se precipitase hacia la Umbra. Gruñendo, salió detrás de aquello.
La Penumbra no se parecía en nada a lo que había sido unos momentos antes. Una neblina verde con vetas de color púrpura cubría el suelo y se acumulaba en unos vórtices cerca de cuatro zonas distintas, los sitios que se correspondían con los cuerpos de los Garou muertos en el mundo material.
Evan estaba solo. Los exploradores ya se habían marchado al mundo material para ayudar en la batalla.
Evan gruñó y golpeó con la zarpa el vórtice más cercano, el que rodeaba el sitio vacío donde había estado el cuerpo de Pájaro Atroz. Retrocedió como si estuviera vivo. Una voz habló detrás de Evan.
—Debes apartarla de nuestros espíritus, antes de que nos pueda devorar.
Evan se dio media vuelta y vio la vaga figura de Pájaro Atroz, un lobo brumoso y efímero. No estaba a más de metro y medio de distancia, pero parecía como si estuviera al final de un túnel lejano, inalcanzable.
Evan se giró y vio la niebla enroscada alrededor de las otras anclas de los muertos en la Penumbra. Corrió hacia cada uno de ellos y apartó la niebla con las zarpas y los colmillos. No sintió nada cuando la tocó, pero ella se apartó de su contacto como si le doliera.
La niebla retrocedió al horizonte y se quedó suspendida, como si estuviera esperando a que Evan se marchase para poder volver a arrastrarse hasta allí.
—Volverá —dijo otra voz. Evan veía ahora tres formas fantasmagóricas, las siluetas de Zarpa-de-Hierro y las otras dos Garou caídas—. Los ancestros te llaman, Curandero-del-Pasado —decía Zarpa-de-Hierro—. Ábreles tu corazón.
Evan sintió que un escalofrío le bajaba por la columna vertebral y que el pelo de la nuca se le erizaba. Estos eran los espíritus difuntos de los Garou que acababan de morir. Apenas se había oído hablar de encuentros con fantasmas como estos, porque sus espíritus normalmente se iban a las tierras de los ancestros o de los tótems, donde decidían si convertirse en patrones de las futuras generaciones de Garou o servir a Gaia de alguna otra forma desconocida para los vivos. Sin embargo, algunos eran corruptos en el momento de su muerte y se quedaban atrás para convertirse en pesadillas. Pero estas cuatro sombras no parecían malévolas o corruptas.
Tembló mientras les miraba. Se decía que los Caminantes Silenciosos investigaban los misterios de la muerte, pero en el grupo de guerra solo había un miembro de esa tribu y Shazi era demasiado joven e inexperta para abrir la barrera entre la vida y la muerte. Sin embargo, había otro grupo que buscaba los misterios de la vida después de la muerte, una secta dentro de los Colmillos Plateados llamada el Sacerdocio de Marfil. Su líder era la reina Tamara Tvarivich de Rusia y se suponía que descubrían secretos que ni siquiera los ancestros revelaban.
Evan hizo una mueca de dolor al recordar a Albrecht. Su compañero de manada había ido a Rusia a reunirse con Tvarivich. ¿Estarían estas extrañas apariciones relacionadas con el viaje de Albrecht? Si así era, no mostraban señal alguna de ello.
—¿Por qué estáis aquí? —preguntó Evan, en un susurro.
—La puerta está abierta —dijo Pájaro Atroz—. Ha llegado la hora. El pasado se ha desencadenado. Los que vinieron antes hablan a través de nosotros.
—¿Escucharás lo que tienen que decir? —preguntó Zarpa-de-Hierro con una dignidad y solemnidad atípicas, como si hubiera crecido mil años desde su muerte. Cuando le estaba hablando, Evan creyó ver otra silueta detrás de él, una forma con un bastón de mango curvo, pero cuando enfocó los ojos ya no estaba.
—Sí —contestó Evan sin vacilar.
El mundo se transformó. El paisaje cambió, se modificó para adaptarse a un entorno distinto. Los árboles se elevaron hacia el cielo, creando un pinar en unos momentos. La luna salió y se puso y la débil luz del amanecer se elevó sobre el horizonte.
Evan estaba en medio del bosque, acompañado de las apariciones, que miraban hacia un pequeño montículo, como si esperasen a alguien. Momentos después, un lobo terrible, con un pelaje de un blanco puro, apareció en la cima de la elevación; bajó cojeando por un camino de ciervos y se dirigió hacia Evan, aunque no era consciente de su presencia. Su pata presentaba una herida reciente y alrededor de su cuello, una extraña trenza de parra verde sostenía una piedra pequeña, un cristal mate de color negro que parecía ser un lastre para él.
Evan se apartó cuando el lobo pasó a su lado a paso largo, sin dar señales de reparar en ningún momento en su presencia con la mirada o el olfato. Mientras el lobo pasaba, Evan estiró la mano y le acarició la cola. Su mano pasó a través; era un eco intangible del pasado.
Evan miró a Habladora Rápida, la Wendigo muerta y vio que ella todavía miraba la colina. Vio que aparecía una nueva silueta, una Garou con una lanza tosca. Cuando la portadora de la lanza vio al lobo cojo, se paró y lo avisó gruñendo. El lobo terrible se detuvo y se dio media vuelta, adoptando una postura defensiva.