El margrave avanzó y estudió a la multitud, asintiendo con satisfacción, un gesto que Mephi vio como una forma de elevar la moral mejor que cualquier discurso que pudiera dar.
—Mañana por la noche nos vamos —dijo Konietzko. La multitud respondió con cientos de gruñidos—. Nos enfrentamos con un ejército grande, más grande que el nuestro. Pero perderán. Nosotros ganaremos. ¿Por qué? —Se calló, como si esperase una respuesta de abajo. Antes de que pudiera llegar ninguna, volvió a hablar—. Porque somos Garou. Dejemos que haya diez de ellos por cada uno de nosotros; aun así perderán.
Un griterío enorme, casi ensordecedor, llegó de abajo. El margrave esperó a que se desvaneciera antes de hablar otra vez.
—Nuestro destino es la Cicatriz. Nuestro camino es un camino de luna. Cada unidad tiene al menos un Theurge que guarda el camino, de manera que nadie se quede atrás. Mis mariscales informarán a cada unidad y dejarán claro el papel de cada Garou. Quien no quiera seguir se puede marchar esta noche. Si todavía está aquí mañana y no quiere obedecer, tendrá que responder ante mis mandíbulas.
Otro griterío estalló, este más desperdigado, llevado a cabo solo por los Señores de las Sombras, la Camada de Fenris y unos pocos exaltados más.
El margrave se hizo a un lado cuando la reina Tvarivich dio un paso adelante.
—Yo dirigiré a la primera tanda —dijo—. Los Colmillos Plateados serán los primeros en derramar sangre.
Estalló un nuevo aplauso, esta vez más sonoro que el anterior, aunque muchos de los que antes habían gritado ahora permanecieron callados. Mephi meneó la cabeza. Las divisiones normales entre las tribus eran evidentes incluso aquí. Era una pena. El margrave y Tvarivich habían hecho un trabajo sorprendente coordinando sus esfuerzos hasta ese momento, mucho mejor de lo que Mephi hubiera apostado en un primer momento. Y que el margrave les cediera a los Colmillos el primer asalto… ¡algo inaudito para la mayoría de los Señores de las Sombras! Eso, más que cualquier otra cosa que Mephi hubiera visto hasta el momento, era una señal evidente de que el margrave era un líder de verdad. Ningún grupo podría seguramente decidir la batalla en un solo asalto, no con todos aquellos factores en contra. Ganarían mucha gloria, pero la victoria la decidiría el margrave, dirigiendo el largo camino.
Mephi se levantó y bajó por la montaña hacia su tienda de campaña. Tenía la intención de acostarse antes de que la multitud bloquease los caminos y estallaran los inevitables últimos desafíos por el dominio.
La marcha fue larga. Los mariscales del margrave calcularon que les llevaría cinco días llegar a la Cicatriz, utilizando una ruta que habían ideado por caminos de luna, tomando caminos ya existentes y creando otros nuevos mediante lunas vinculadas a fetiches cuando los necesitaran. En teoría, su tortuosa ruta evitaría que el enemigo supiera que se estaban acercando. No les impediría tener muchas salidas por el camino.
Les rondaron varias criaturas del Wyrm que se metían en los reinos gaianos más de lo que Mephi había visto nunca. La mayoría de las criaturas se sorprendieron al ver allí un ejército enorme de Garou; estas criaturas no duraron mucho ni causaron ninguna baja significativa. Otras huían al verlos, lo cual causaba un problema mayor. El margrave ya había designado a varias manadas como cazadoras, que perseguían a estos fugitivos antes de que pudieran alertar al ejército de la Cicatriz, pero les llevaba mucho tiempo regresar a las filas y dividían a las fuerzas.
Siguiendo la petición del margrave, Mephi actuaba como mensajero entre las filas y llevaba las órdenes de los mariscales a ciertas unidades según se lo pedían. Esto le daba algo que hacer durante la marcha y hacía que tuviera que moverse. No le gustaba coger demasiada confianza con una manada o unidad en concreto. Eso siempre hacía más difícil el marcharse cuando llegaba la hora de tener que ponerse a vagar otra vez. Él, como muchos de su tribu, era un solitario, algo que otras tribus pensaban que era indescriptiblemente triste. A pesar de todo, respetaban las habilidades de su tribu como heraldos sin igual.
Al final del quinto día, hicieron una parada y acamparon en un reino claro que era casi demasiado pequeño para acomodarlos. Esta sería la última oportunidad para descansar antes de llegar a la Cicatriz al día siguiente. Tenían suerte de tener aquel claro, incorrupto a pesar de estar próximo al reino del Wyrm. Mephi se preguntó si su apariencia era producto del trabajo de los chamanes de Tvarivich y el margrave. En el ejército había varios chamanes poderosos y les creía capaces de encontrar el único sitio puro en un paisaje por lo demás abandonado por los espíritus gaianos.
No tuvo problemas para dormir; casi nunca los tenía. Una cosa que su tribu había aprendido bien era a descansar donde y cuando podían, porque nunca sabían cuándo llegaría la siguiente oportunidad. No envidiaba a los guerreros inquietos, que estaban demasiado impacientes por luchar y no podían dormir profundamente.
Al despertar, Mephi sintió una punzada de pena melancólica. Aquel claro podía ser perfectamente el último respiro que viese, si le mataban en la batalla. Su papel no iba a ser entrar cargando, pero sería suficientemente peligroso para todos ellos; ninguna zarpa iba a quedar sin manchar.
El ejército salió, dejó el claro y vio cómo el paisaje se hacía más y más tortuoso, podrido y nauseabundo por una corrupción pura. La luna era creciente, casi llena. Una luna llena podía haber sido una gran ventaja para los guerreros Ahroun, pero no se podía hacer nada. Al menos los tejedores de cuentos Galliard como Mephi tenían su luna; las historias que se contasen serían buenas.
El margrave ordenó que se detuvieran cuando la luna alcanzó el pico más alto en el cielo Umbral. El camino de luna se curvaba delante y entraba en un banco de niebla estancada. Los límites de la Cicatriz. Pasado ese punto, seguramente el enemigo les vería. Reorganizaron las posiciones, mandaron a los exploradores a la retaguardia y a los Colmillos Plateados al frente y esperaron la señal del margrave. Todos los Garou llevaban su forma de batalla.
Levantó silenciosamente el brazo y luego lo bajó. El ejército cargó hacia delante sin un solo aullido, absorto en su caza silenciosa, con la intención de derribar al mayor número de enemigos como fuera posible antes de que dieran la señal de alarma.
Mephi estaba en la retaguardia con los exploradores y no podía ver cómo la carga golpeaba al enemigo, pero escuchó los aullidos de victoria mientras cargaban. Unos gemidos y gritos terribles resonaron hasta sus oídos, los gritos del enemigo. A lo lejos, una serie de gorjeos anunciaron la presencia de Danzantes de la Espiral Negra.
La batalla había empezado.
En un tiempo sorprendentemente corto, Mephi y la columna de atrás entraron en los límites de la Cicatriz. Fomori, esmirriados, psicomaquias y Danzantes de la Espiral Negra, todos muertos yacían por todas partes. Unos gritos extraños y llamadas sonaban desde todos los lados a medida que más miembros del ejército de la Cicatriz respondían al ataque. Unas figuras inquietantes se movían en la neblina cerca de Mephi y de la retaguardia, aproximándose.
Un bufido estalló detrás de él. Mephi se dio media vuelta a tiempo de ver un rebaño de criaturas corruptas en forma de cerdos cargando contra él, con los cráneos despellejados que dejaban a la vista huesos, tendones y unos enormes ojos sin párpados.
Mephi invocó un secreto que le había enseñado un espíritu de liebre y saltó en el aire, pasó por encima del rebaño y aterrizó muy por detrás de él. El rebaño se desperdigó, buscando nuevos objetivos. Mephi corrió hacia ellos desde detrás y les golpeó los cuartos traseros antes de que se pudieran dar cuenta de que estaba allí. Dos cerdos cayeron chillando, pero tres se dieron media vuelta y corrieron hacia Mephi demasiado rápido para que pudiera saltar otra vez.
Sus colmillos le penetraron en la pierna derecha y casi le derribaron, pero él les golpeó; a uno de los cerdos le separó la cabeza del cuerpo y a otro le rompió las costillas. Antes de que el último pudiera volver a cargar, Mephi le aporreó con el bastón y le rompió el cuello.
Avanzó cojeando, apoyándose en su bastón, examinando el campo. Los compañeros Garou estaban acabando con lo que quedaba del rebaño. El paisaje era un suelo destruido, desértico, salpicado de montañas afiladas, geiseres burbujeantes y charcas pestilentes de líquido estancado.
Mientras apoyaba más peso con cuidado sobre su pierna herida, Mephi se dio cuenta de que el paisaje estaba cambiando. Los Garou que se encontraban cerca dejaron de moverse y se quedaron mirando fijamente; se volvieron en todas direcciones, gruñendo intranquilos. Las charcas estancadas se secaron y fueron reemplazadas por pantanos desecados y agrietados, de hierba marrón, muerta. Las montañas se aplanaron, creando una llanura enorme que se extendía más allá del alcance de la vista, en la que crecían rápidamente unas malas hierbas descuidadas.
El color del cielo cambió del púrpura del crepúsculo a un gris pizarra, oscuro; un banco de nubes negras de tormenta creció en el horizonte. Ya no había ninguna señal del camino de luna.
Un chamán Theurge corrió hacia Mephi, mirando a su alrededor con una expresión aprensiva en el rostro.
—¿Te das cuenta de dónde estamos? —le preguntó a Mephi con un susurro ronco.
Mephi miró a su alrededor. No vio ninguna marca que le sirviera para identificar el lugar.
—No.
—Ya no estamos en la Cicatriz. Este es el reino del Campo de Batalla. Estamos en la Llanura del Apocalipsis.
Mephi se quedó boquiabierto, sin habla. Intentó juntar las palabras que expresasen lo que sentía, pero no le vino ninguna a la mente. Aquella revelación era demasiado escalofriante y concordaba perfectamente con la visión que el Fénix le había mostrado. Miró a su alrededor. Los demás también se habían dado cuenta de lo mismo que él y reaccionaban con preocupación o júbilo.
—Tengo que ver al margrave —dijo Mephi.
Se concentró, intentando recordar lo que el leopardo cazador le había enseñado. Se ató el bastón a la espalda y se puso a cuatro patas; echó a correr a gran velocidad, incluso con una pata herida. Pasó como un rayo al lado de unos guerreros Garou que estaban de pie sobre la sangre de sus enemigos muertos, mirando fijamente a su alrededor con curiosidad y se dirigió hacia la unidad de mando del margrave, que estaba rodeada de los guardias Ahroun más duros. Le reconocieron y le dejaron pasar. Aflojó el paso mientras se acercaba al margrave, que estaba escuchando los apresurados informes de sus mariscales. Se giró para mirar a Mephi y levantó una mano, indicando al mariscal que estaba hablando en ese momento que se callase.
—¡La Llanura del Apocalipsis! —dijo Mephi.
El margrave entrecerró los ojos.
—Así que tenía razón —dijo, mirando a su mariscal.
El mariscal miró a Mephi.
—¿Cómo puede ser? Estábamos en la Cicatriz, eso seguro. ¡No hay ningún error!
—¡Lo dice la profecía! —dijo Mephi—. La última batalla se librará en la Llanura del Apocalipsis, en el Campo de Batalla. Es
este
. La última batalla.
—No —interrumpió el margrave—. Es nuestra
victoria
final, donde derrotamos a nuestro enemigo para siempre.
La hilera de guardias Ahroun se apartaron para dejar pasar a la reina Tvarivich y a unos cuantos de sus Colmillos Plateados. Tenía una horrible cicatriz que le bajaba desde el hombro hasta el estómago; si le dolía, no mostraba señales de ello.
—¿Es cierto? —preguntó—. ¿Es el campo del Apocalipsis?
El margrave asintió.
—¿Dónde están?
Tvarivich señaló hacia la llanura, a una hilera de figuras que se movían a lo lejos.
—Allí. Están en marcha. ¡Les teníamos en las zarpas, maldita sea! Simplemente desaparecieron y luego aquí estábamos. Y ahora están de vuelta, completamente preparados para nosotros.
Mephi miró hacia el ejército que se aproximaba, estirado en una fila a lo largo del horizonte. Superaban con mucho a los Garou. No podía ver claramente su composición, pero adivinó una mezcla increíble de diferentes formas y figuras: fomori y pesadillas de muchos tipos, dirigidos por Danzantes de la Espiral Negra que silbaban.
—¡En formación! ¡Posición del Cuervo de Tormenta! —gritó el margrave, al tiempo que saltaba a una roca desde la que el ejército Garou pudiera verle. Señaló con su klaive hacia las fuerzas del Wyrm que se acercaban—. ¡Están en marcha! ¡Les recibiremos con todas las filas en sus puestos! ¡En formación!
Los mariscales corrieron entre los puestos ladrando órdenes a los líderes de las manadas, que a su vez ordenaron a sus compañeros de manada que ocuparan sus puestos de acuerdo a los planes de batalla que habían trazado días antes. «Posición del Cuervo de Tormenta» significaba que se desplegarían dos alas en filas a cada lado del grupo de mando central, con los guerreros más feroces a lo largo del frente y los chamanes detrás de ellos, listos para soltar una tormenta de espíritus vinculados a fetiches. Las alas se desplegarían entonces, «agitándose» hacia fuera a medida que los guerreros avanzasen sobre sus enemigos acosados por los espíritus.
Los Garou corrieron a ocupar sus puestos y se empujaban unos a otros para pasar. Los Señores de las Sombras del margrave entraron en la refriega, empujando a los Garou aquí y allá y asegurándose de que ocupaban los lugares que les habían sido asignados.
Mephi cojeó hacia el ala izquierda. Konietzko bajó la vista desde la roca y le miró.
—No, heraldo. Te necesito aquí —dijo el margrave—. Debes llevarle mis órdenes a Tvarivich una vez que nos separemos.
Mephi asintió, contento de que le dieran un papel importante. Peligroso, cierto, pero también de peso, un honor merecido. Se dirigió hacia la manada personal del margrave para unirse a ella, en el pico del Cuervo de Tormenta. Los Colmillos Plateados de Tvarivich formaban las garras del Cuervo, preparadas para golpear y avanzar antes de retroceder otra vez para reforzar las filas contra las represalias.
Ahora podía ver detalles del ejército que se aproximaba. Era como una reunión sacada de la lista de los peores enemigos de los Garou: fomori de innumerables castas, que incluían a los ferectoi; furias amargas, pesadillas que se alimentaban de la rabia de los Garou; horribles dratossi en forma de cangrejo; sabuesos ooralath con caparazón; elementales Wyrm, la mayoría de ellos furmlings de fuego diabólico, que eran esencialmente piezas de napalm flotantes; psicomaquias, con su variada colección de espadas, escalpelos y colmillos; y esmirriados, espíritus del asesinato, que se parecían a un ejército de asesinos psicópatas y otras criaturas más bestias. Mephi no podía distinguir las otras formas y se imaginó que estaban entre las muchas criaturas que el Wyrm paría en reinos más allá de la comprensión humana o Garou.