—Hablas como un guerrero Ahroun, lo cual está bien —dijo Tormenta Silenciosa—. Yo hablo como una defensora Ragabash y digo que son suficientes. ¿Qué dicen los demás Ahroun? ¿Qué dices tú, Cuchillo de Sílex?
Todos los ojos se volvieron hacia Cuchillo de Sílex, que no respondió de inmediato. Dejó escapar unos pocos suspiros de consternación y por fin habló:
—Ya veremos. Ahora ya no hay nada que hacer. Debemos marcharnos. Enseguida.
La mayoría de los Garou de la oscura cabaña asintieron. Zarpa Pintada volvió a sentarse. Evan también se sentó, seguido de Tormenta Silenciosa. John Hijo-del-Viento-Norte se levantó.
—Yo también soy un luna-llena —dijo— y digo que todos vosotros sois unos arrogantes. —Muchos de los Wendigo lo miraron con sorpresa y se oyeron unos pocos gruñidos de enfado—. Habéis vivido mucho tiempo en un lugar alejado de los problemas. Yo no. Yo he luchado en Nueva York y en Europa, hombro con hombro con las otras tribus. Sé cómo pelean y sé que se han ganado a pulso su renombre, igual que nosotros nos ganamos el nuestro, con sangre, honor, e inteligencia.
Zarpa Pintada se levantó para rebatirle, pero Aurak se levantó primero. Zarpa Pintada volvió a sentarse, por respeto al jefe.
—Muchas veces me han llamado para ayudar a otras tribus. Muy raramente les he pedido yo que nos ayuden. Tal vez podrían haber mandado a más, o tal vez no. No lo sé. Creo que Evan dice la verdad; hay que hacer caso a su voz. Tal como yo lo veo, las otras tribus han respondido. Están aquí para luchar a nuestro lado. Debemos dejar a un lado nuestro enfado por lo que no ha sucedido y estar agradecidos por los que sí han venido. Esta noche cazaremos. Abandonamos nuestro pueblo y a nuestras familias, pero no hay más remedio. Debemos encontrar a la Garra y poner fin a sus días. —Volvió a sentarse y se hizo el silencio en la sala. Después de un momento, volvió a hablar—. Salgamos, saludemos a nuestros nuevos aliados y comamos con ellos, para estar fuertes para la cacería.
Se levantó y se dirigió a la puerta.
Todo el mundo asintió y se levantó para seguirlo. Cuando Aurak pasó al lado de Evan y John, les hizo un gesto para que caminasen con él. El resto de la logia los siguió. Mientras caminaban, Aurak volvió a hablar.
—Lamento deciros esto, pero Grita-al-Anochecer, el guardián de las pesadillas, ha muerto. Nuestra medicina no pudo ayudarle; con aquella herida perdió demasiado, más de lo que nadie podría curar. El veneno de la Garra se comió su espíritu. Es bueno que muriese antes de que ella pudiese terminar su comida. Ahora él es libre.
Evan asintió, apenado por la noticia. Era otra evolución descorazonadora en una serie de malos sucesos.
El grupo de guerra abandonó el pueblo en el crepúsculo y cada uno de ellos iba corriendo a grandes pasos por la nieve, en forma lupina, para acelerar la marcha. Los Wendigo, siguiendo los murmullos de los espíritus y sus propios grupos de exploradores, habían adivinado un lugar donde sospechaban que se podía encontrar la Garra, a tres días de viaje hacia el norte. Necesitarían velocidad para atraparla antes de que cambiase de dirección de nuevo.
Quince Wendigo se habían unido al grupo, dirigidos en su conjunto por Aurak Danzante de la Luna, el chamán más experimentado entre ellos y Zarpa Pintada, el guerrero de mayor rango. Siguiendo la tradición Wendigo, Aurak los guiaría hasta que encontrasen a su presa, tras lo cual Zarpa Pintada se convertiría en el Jefe de Guerra. Cuchillo de Sílex y Tormenta Silenciosa estaban entre ellos. Solo habían dejado atrás a tres Wendigo para que vigilasen a su parentela, todos ellos demasiado viejos o incapaces de recorrer el largo trayecto a través de la tundra.
Dividieron el grupo en dos secciones, una que cubría el mundo material y la otra, más pequeña, que exploraba el mundo espiritual. Ambas secciones tenían una representación equilibrada de auspicios de luna y ciertos Garou fueron nombrados como heraldos, para que fueran a buscar rápidamente al otro grupo si era necesario.
Los chamanes convocaron a los espíritus de caza para que los ayudaran, seres expertos en el rastreo o que podrían proporcionarles poderes espirituales. También les llevaron una magnífica colección de fetiches para que los ayudase a encontrar a su presa y la hiciese salir de su escondrijo si era necesario.
La mayoría de los Garou de otras tribus se quedaron al momento pasmados por las habilidades de caza de los Wendigo, sorprendidos por la rapidez y la eficiencia con la que rastreaban a la Garra a través de una amplia extensión de monótona tundra. Todavía no habían encontrado sus huellas directas, pero el rumor de su paso llegó hasta ellos por medio de los espíritus o de vientos místicos.
Sin embargo, a pesar de este recién descubierto respeto hacia los Wendigo, las tribus decidieron permanecer algo separadas; cada manada se centraba principalmente en sí misma, a pesar de los intentos de Evan y de la manada del Río de Plata para sacarles de sus incómodos caparazones y hacer que se mezclasen con los demás. Las interacciones entre las manadas voluntarias y los callados Wendigo eran escasísimas.
En dos ocasiones distintas, Evan tuvo que cortar peleas. Una fue entre la Manada La Vanguardia, de la Camada de Fenris, y dos guardianes de cuentos Wendigo, que discutían acerca de cuál de las manadas era la más fuerte. La tensión se palpaba en el ambiente y todo el mundo pudo sentir cómo se les erizaban los pelos de la nuca a medida que la rabia de los Garou que discutían salía a la superficie. Evan consiguió calmarlas a ambas haciendo que cada una reconociese una virtud de la otra (el inquebrantable estoicismo de los Wendigo y la furia ciega de la Camada).
La otra pelea fue peor, entre Cojitranco, de la Manada del Vagabundo del Amanecer, de los Roehuesos y Feedback, el Caminante del Cristal. Se intercambiaron golpes de zarpa y Mari tuvo que ponerse en medio y cogerlos de las orejas para que parasen y escuchasen las órdenes de Evan de que lo dejasen ya. Estaba claro que si Mari no hubiese intervenido, lo habría hecho Zarpa Pintada, con un resultado mucho peor para los cachorros.
A Evan empezó a darle la sensación de que nadie quería unirse, que todos habían ido buscando la gloria personal y de que no se preocupaban del sentido de la unidad o la meta del grupo. Cuando se enfrentaban al duro trabajo del compromiso y el reparto de tareas, hasta los Fianna se mostraban recalcitrantes. Eran afables la mayor parte del tiempo, pero cuando se les pedía que llevasen a cabo un deber, como asegurarse de que los cachorros no se quedaban atrás, o que se desplegaran hacia un lado o hacia el otro, parecían tomárselo como algo personal y lo hacían de mala gana.
Más sorprendente todavía fue la actitud cada vez peor de la manada del Río de Plata. Evan había dado por sentado que ellos, de entre todos los Garou, eran formales y estaban preparados para sacrificarse por el bien general. Ya se habían ganado su fama por ello en el pasado. Pero ahora parecían estar nerviosos, bruscos y molestos cada vez que tenían que trabajar cerca de cualquiera de las otras manadas, especialmente de los Wendigo. Incluso John daba la impresión de que no quería tener mucho que ver con su propia tribu. En realidad, no eran sus compañeros de clan, pero eran compañeros Wendigo. Su fría reserva rivalizaba con la de Cuchillo de Sílex.
En la tarde del segundo día, mientras ordenaban un alto en su recorrido y empezaban a montar el campamento, Evan se acercó a Aurak, que estaba sentado en su forma de lobo al lado de un montón de nieve y jadeaba. Era mayor que cualquiera de ellos y lo pasaba peor al intentar mantener el riguroso ritmo de la marcha. Cuando vio que Evan se aproximaba en su forma humana, también cambió a aquella forma, sonriendo al joven Wendigo.
—Jefe —dijo—. Estoy preocupado por el grupo de guerra. Ya he visto disensión en las filas antes, pero la distancia que hay aquí entre los miembros de las tribus es… bueno, se está haciendo insalvable.
—Y empeora a medida que nos dirigimos al norte —dijo Aurak, nada sorprendido por la preocupación de Evan.
—Sí. A medida que pasa el tiempo, en lugar de unirnos nos vamos separando más.
—No es el tiempo, sino la distancia. Nos vamos acercando cada vez más a la Garra.
Los ojos de Evan se abrieron de par en par.
—¿Es que se trata de algo que nos está haciendo la Garra?
Aurak se encogió de hombros.
—No lo sé. Algo lo está provocando. No es normal. Conozco bien a mi clan y no están actuando de acuerdo a nuestras costumbres.
Evan asintió.
—La manada del Río de Plata tampoco. Me imaginaba que los otros Garou eran siempre así, pero quizás no lo sean. Tal vez todos estemos sucumbiendo a algo, a algún poder.
Un terrible grito estalló en las cercanías cuando dos lobos saltaron el uno sobre el otro en una feroz pelea por el dominio. Evan se levantó de un salto, buscando a Mari o Zarpa Pintada, pero vio que ambos contemplaban la pelea con indiferencia.
—¡Deteneos! —gritó, mientras cambiaba a su forma de batalla y corría a toda prisa hacia los dos Garou peleados.
Mari pareció sorprenderse por ello y entonces ella misma echó a correr, cambiando a su vez a su forma de mujer-lobo. Evan y ella cogieron a cada lobo y los separaron. En cuanto los lobos perdieron el contacto, la pelea desapareció. Uno era un Wendigo, un Garou nacido lobo; se quitó la nieve del pelaje y se alejó sin hacer ruido. El otro cambió a su forma humana; era Zarpa-de-Hierro, uno de la Camada de Fenris. Parecía avergonzado y cansado.
—Creo que de momento deberíamos mantener alejadas a las manadas —le dijo Evan a Mari, mientras esta soltaba a Zarpa-de-Hierro.
—Probablemente sea una buena idea —contestó Mari, al tiempo que le daba una bofetada en la oreja a Zarpa-de-Hierro mientras este se apartaba. El guerrero de la Camada inclinó la cabeza y se cogió la oreja por el dolor, pero no gritó. Mientras lo veían alejarse, de repente se desplomó, derramando sangre en la nieve por debajo de su cabeza. Momentos después, un sonoro chasquido retumbó por toda la tundra.
—¡Nos están atacando! —gritó Mari, mientras miraba fijamente el agujero de bala en la cabeza de Zarpa-de-Hierro. El tiro lo había matado al instante. Si hubiese estado en cualquier otra forma y no en su forma natural de humano, podría haber tenido una oportunidad, pero ya era demasiado tarde para él.
Los aullidos estallaron por todo el campamento a medida que los Garou iban cambiando a su forma de batalla y se desperdigaban por la tundra, a la búsqueda del origen del disparo.
—¡No! —gritó Evan—. ¡No os separéis! ¡Tenemos que mantenernos organizados!
Un estruendo explotó en el aire a sus espaldas y giró sobre sí mismo; vio una motonieve que se dirigía directamente hacia él. Dos hombres vestidos con trajes paramilitares iban montados en el vehículo veloz y silencioso. Un destello de luz salió de una de las manos y anunció una sensación ardiente en el hombro de Evan. Gritó de dolor cuando la bala de plata le salió por la espalda.
Cayó al suelo, aturdido, mientras la motonieve se precipitaba directamente hacia él.
Evan se retorció de dolor y rodó hacia un lado, desesperado por apartarse del camino de la motonieve. El vehículo que se acercaba cambió de dirección para seguirlo. Evan estaba muy débil, a punto de perder el conocimiento. Sabiendo que no tenía otra opción, hincó el dedo en la herida y lo retorció. El dolor abrasador le sacudió el cuerpo. Perdió toda sensación, excepto la del dolor. Dolor y furia. La rabia le estalló desde lo más hondo del estómago.
El conductor de la motonieve se rió mientras su lustrosa máquina se dirigía hacia el Garou caído. Imaginó las entrañas del Garou salpicando el parabrisas. En lugar de eso, la motonieve se detuvo de repente y él salió volando y se estrelló contra un montón de nieve.
Salió a rastras del espeso montón y sacudió la cabeza, mareado. Vio su motonieve, volcada, con el parachoques frontal completamente deshecho. Se puso en pie, intentando orientarse, cuando sintió un calor repentino en el estómago, que se propagó por la parte delantera de sus piernas. Bajó la mirada. Una zarpa enorme y peluda le sobresalía del torso, cubierta por su propia sangre y sus intestinos.
Gimió de miedo y dolor cuando la zarpa se retiró, volvió a tirar de él y salió por la entrada de la herida que tenía en la espalda. Cayó al suelo y estaba muerto antes de que su cabeza golpease la nieve.
El pasajero de la motonieve, que intentaba ponerse de pie sobre una pierna rota, gritó de miedo al ver caer a su compañero. Un enorme Garou de pelaje gris estaba tras él, con la mano brillante de sangre. Sus ojos feroces se desviaron y se encontraron con los de él. Levantó la pistola y disparó como un loco. La criatura era terriblemente rápida. Antes de que pudiera volver a apuntar, apareció a su lado y dio un golpe hacia abajo. Su antebrazo se separó limpiamente del codo y cayó a la nieve con un ruido sordo. Miró fijamente el muñón, conmocionado y luego vio las enormes mandíbulas que se acercaban a él. A continuación se oyó un crujido repugnante y cayó pesadamente al suelo, sin vida.
Evan meneó la cabeza; su rabia estaba disminuyendo y volvía la conciencia. Olió la sangre y la nieve y tuvo unos recuerdos vagos del combate. Observó los alrededores y vio a los dos hombres muertos, ambos vestidos con anoraks que llevaban el prominente logotipo de una corporación: PETRÓLEO ARCO. Arrugó la nariz, no por el hedor de sus cerebros y entrañas humeantes, sino por el logotipo: una filial de Pentex. Una corporación partidaria del Wyrm, dedicada a destruir la Tierra para obtener enormes ganancias.
Levantó la cabeza, completamente alerta, cuando los disparos estallaron en las cercanías. El estruendo de más motonieves lo rodeaba; paseó la mirada alrededor y vio sus siluetas veloces, que pasaban como un rayo a lo lejos, a su derecha e izquierda. Vio las formas de los Garou, que saltaban y golpeaban a los pasajeros humanos. Se movió para unirse a ellos, pero se detuvo y se agarró el hombro por el dolor. La bala de plata había estado a punto de matarlo.
Sintió una mano en la espalda y escuchó un suave susurro en su oreja, un cántico familiar. Aurak Danzante de la Luna estaba a su lado, curándole la herida. El poder del espíritu fluyó desde su mano. La sangre de Evan latió rítmicamente con la cadencia del cántico, hasta que casi toda huella de la herida desapareció. Solo quedó una pequeña cicatriz.
Evan cogió la mano de Aurak y dejó escapar un gruñido de agradecimiento. Corrió a unirse a los demás. Pudo ver a Mari al lado de un vehículo volcado, estrangulando con las dos manos a un hombre vestido con un anorak, mientras le daba una patada a otro en la ingle. Cuando el hombre se dobló, le arañó la cara con las zarpas traseras. Chilló de dolor y se cubrió los ojos, mientras su compañero gorjeaba y peleaba por soltarse de su apretón de acero.