—¿Evan Curandero-del-Pasado? —dijo el extranjero rubio, tendiéndole la mano con una sonrisa.
—Sí —Evan se la estrechó—. ¿Y vosotros sois…?
—Johnathon Corazónfuerte. Y esta es Liza —dijo, señalando a la mujer—. Hijos de Gaia. Hemos venido para unirnos a tu expedición, a instancias de Loba Carcassone.
—¿Loba? —preguntó Evan, animado—. ¿Hay noticias del protectorado de Tierra del Norte? ¿Ya ha vuelto Albrecht?
—¿El rey Albrecht? No lo sé. Lo siento. Vimos a Loba antes de que se marchase a una misión propia. No nos dijo nada acerca de su clan.
El rostro de Evan se ensombreció.
—Eh —dijo Liza con dulzura, intentando animarlo—. Siento que no seamos reyes Colmillos Plateados, pero hemos andado cerca un par de veces. Podemos ayudar.
Evan, avergonzado, sonrió y asintió.
—Cielos, lo siento. No me refería a eso en absoluto. No os podéis imaginar lo aliviado que me siento de ver que unos Garou experimentados se unen a nosotros. De verdad, de verdad que os necesitamos. Es solo que…, bueno, esperaba tener noticias de mi compañero de manada. No ha mandado ningún mensaje todavía.
Corazónfuerte frunció el ceño.
—Eso no es propio de los Colmillos Plateados. Estoy seguro de que hay un buen motivo. ¿Y si retrasamos la salida hasta que llegue algún heraldo?
—No —contestó Evan, bajando los hombros—. No podemos seguir esperando. Los Wendigo nos necesitan. Nos marchamos dentro de una hora. Yo… Mirad, gracias por venir. Tendremos más tiempo para hablar una vez que lleguemos al Norte.
—Ve a hacer lo que tengas que hacer. No necesitamos una niñera.
Evan suspiró.
—Me alegra oírlo. El problema es que algunos de nuestro grupo de guerra sí que la necesitan.
Evan se dio media vuelta y entró en su cabaña antes de que Corazónfuerte y Liza pudieran preguntarle a qué se refería con aquello. Se encogieron de hombros y dejaron que su compañero de tribu los llevase al centro del túmulo, donde se estarían reuniendo las manadas.
Mari estaba sentada encima de un baúl cerrado, mirando a Evan mientras este metía camisas y pantalones en su mochila, que ya estaba llena hasta los topes. Su propia mochila estaba en el suelo, a sus pies. Conocía demasiado bien a Evan como para no darse cuenta de su tensión. Ni siquiera tenía que averiguar su causa.
—Déjalo estar, Evan —le dijo—. Ahora no podemos preocuparnos por Albrecht. Tenemos un ejército que liderar.
—¿Y si está muerto? —preguntó Evan, manoseando la mochila, intentando que le quedara hueco para todo—. ¿Y si lo mataron en Rusia? Gaia sabe lo que está pasando allí.
—No está muerto. Lo sabes. Hay una razón por la que no está aquí. No sabemos cuál es, pero es buena. No nos abandonaría en una situación como esta.
Evan levantó la vista hacia ella, sorprendido.
—Por supuesto que no lo haría. No es eso. Es… No sé si podemos hacernos cargo de algo tan importante sin él. Es un rey, por el amor de Gaia. ¿Recuerdas la caverna de Jo’cllath’mattric? Necesitamos un líder como él, Mari. Él es el único al que todas las tribus escucharían.
—También te respetan a ti, Evan. Tú no lo ves, pero todos los demás sí que lo hacemos. Confían en ti.
Evan dejó caer la cabeza.
—Piensan que he sido elegido por los ancestros. Es ridículo. Esperan que haga grandes cosas, pero solo voy a defraudarles. No soy un guerrero luna-llena, Mari. No puedo dirigir un grupo de guerra.
—Deja que los Wendigo se encarguen de eso. Tú has cumplido tu parte: hacer que todos estos Garou se junten. Y les mantendrás unidos porque eso es lo que haces. Déjales las tácticas militares a los expertos. Tú haces el trabajo de verdad: asegurarte de que las tribus puedan juntarse sin luchar las unas contra las otras. Eso es suficiente trabajo.
Evan asintió. Se sentó unos minutos, reflexionando en silencio y luego se levantó, echándose la mochila al hombro.
—Ahora o nunca.
—Ahora —dijo Mari, mientras se ponía también en pie y levantaba su mochila—. Desde luego, ahora.
El grupo de guerra estaba reunido en el centro del túmulo. Todos los cachorrillos estaban allí, aunque a juzgar por sus profundos y soñolientos bostezos y los ojos rojos que no podían parar de frotarse, daba la impresión de que algunos de ellos no estaban acostumbrados a levantarse tan temprano. Sin duda, la manada del Río de Plata se había encargado de la tarea de despertarles y hacer que salieran a tiempo.
El Escudo de Atenea también estaba preparado y ahora se les habían unido Johnathon Corazónfuerte y Liza, que conocían a dos de las Hijas de Gaia de aquella variopinta manada. Los heraldos de las tribus estaban a un lado, junto a Alanis Astarte, mirando con curiosidad para ver cómo podrían mezclarse aquellos grupos tan dispares.
Evan y Mari llegaron y se pusieron en el centro. Mari organizó el orden de marcha del grupo y puso a la manada del Río de Plata en la retaguardia, los cachorros en el centro y el Escudo de Atenea en la vanguardia, detrás de ella y de Evan.
En las cercanías, más alto que antes, el cuerno volvió a sonar de nuevo, esta vez con una nota de finalización. Enseguida, seis Garou en sus formas humanas entraron en el claro, en un orden de marcha muy abierto pero bien definido. Obviamente, todos eran Fianna, los Garou de origen celta, porque llevaban literalmente sus juramentos de fidelidad en las mangas y la ropa, entretejidos con nudos y espirales celtas. Cada uno llevaba un klaive corto y dos de ellos tenían unos buenos arcos de tejo. Los arqueros eran pelirrojos, mientras que los demás tenían el pelo negro. Ninguno de ellos alcanzaba la treintena, pero todos la rozaban.
El Garou que caminaba en el centro de la formación oval iba de negro y llevaba un cuerno de plata grabado con escenas detalladas de la leyenda Fianna. Salió de la formación y se dirigió hacia Evan y Mari para saludarles, después de hacerle un gesto con la cabeza y un guiño al heraldo Fianna.
—A vosotros dos os reconozco —dijo—, compañeros de manada del rey Albrecht. Los famosos Mari Cabrah y Evan Curandero-del-Pasado. Estoy realmente contento de saludaros. Me llamo Bramido Negro, pero mis amigos pueden llamarme Tom.
Evan sonrió y le ofreció la mano, que el hombro tomó y estrechó cordialmente.
—Espero que eso signifique que podemos llamarte Tom.
—Por supuesto que sí —contestó, con una gran sonrisa que a Evan le encantó. Tom se llevó la mano a la frente en un exagerado gesto de saludo—. Se presenta ante el deber la Manada de la Lanza del Jabalí, la mejor de entre los Fianna que hay en esta tierra.
—Estamos encantados de teneros con nosotros —dijo Evan.
—He observado vuestra formación —intervino Mari— y he oído que todos vosotros sois unos exploradores expertos.
—Has oído bien —dijo Tom alzando su ceja derecha, en espera de la pregunta que seguramente ella le iba a hacer.
—¿Podemos formar a la Lanza del Jabalí alrededor de todo el grupo? ¿Que esté en la vanguardia, a los lados y en la retaguardia? ¿O será dispersaros demasiado?
—¡Para nada! Estamos acostumbrados a desplegarnos y tenemos todo tipo de llamadas y aullidos para alertarnos los unos a los otros. Así que, sí, tienes buen ojo para este tipo de cosas, Cabrah. Estaremos encantados de ser vuestra escolta.
—Bien, entonces —dijo Evan, volviéndose para examinar la fila—. Supongo que no hay razón para seguir esperando. Pongámonos en marcha.
Tom asintió e hizo un gesto a sus compañeros de manada, señalando el sitio al que debía ir cada uno. Todos se dirigieron a sus puestos asignados y se dispersaron a distancias equidistantes alrededor de la fila, que marchaba de dos en dos. El grupo tenía ahora veintiocho miembros en total, siete manadas (incluida la de Evan y Mari), un número mucho mejor del que Evan había temido, pero con un preocupante potencial para la desunión. Tantas manadas que representaban a tantas tribus y la mayoría no se conocían las unas a las otras. Los Garou no eran famosos por su habilidad para trabajar bien con otras tribus; esta tarea sería un verdadero desafío.
El grupo recorrió en fila el camino que llevaba hasta el puente de luna, donde el Guardián del Portal del clan abrió un puente al clan del Lobo Invernal, hablando a través de largas distancias gracias a intermediarios espirituales. Sin vacilar y sin despedirse del clan de los Finger Lakes, el grupo de guerra desfiló por el puente hacia el Norte.
Evan saltó del puente de luna y fue a caer sobre hielo y nieve. Evidentemente, el pueblo había sufrido una tormenta de nieve desde la última vez que había estado allí. Tres Garou esperaban en las cercanías, mirando mientras el grupo de guerra saltaba del puente: Aurak Danzante de la Luna, Zarpa Pintada y un joven vestido con una gruesa túnica que llevaba el símbolo de la medialuna. No les dijeron nada a los Garou recién llegados, sino que simplemente les miraron con rostros inexpresivos.
Mari ordenó al grupo que siguiera avanzando hasta que todos estuvieron fuera del puente y entonces ordenó que se detuvieran. Echó un vistazo al grupo de bienvenida Wendigo y a sus caras carentes de emoción y luego miró a Evan con el ceño fruncido.
Evan avanzó e hizo una reverencia ante Aurak. John Hijo-del-Viento-Norte salió del final de la hilera, se unió a él y se inclinó también ante Aurak, cuyos ojos delataron una ligera sonrisa al verle.
Aurak dio un paso adelante y echó un vistazo a los Garou recién llegados.
—Gracias por venir —dijo—. Os hemos preparado un alojamiento. Allí os espera comida y agua. Árbol Brillante os conducirá hasta allí.
Árbol Brillante, el joven media-luna, se dio media vuelta y bajó caminando por el sendero, sin esperar a ver si alguien le seguía. Evan hizo un gesto con la cabeza a Mari, que ladró un aullido lobuno dirigido al grupo de guerra. La siguieron por el camino, manteniendo su formación y dejaron a Evan y John atrás, con los dos Wendigo Lobo Invernal.
Una vez que el grupo estuvo fuera del alcance de la vista y del oído, Zarpa Pintada gruñó, un gruñido prolongado y bajo, cargado de disgusto. Aurak levantó la mano y Zarpa Pintada se quedó callado, pero lanzó una mirada ceñuda a Evan y John.
—Nos está esperando un consejo de guerra —dijo Aurak—. Por favor, acompañadnos.
Bajó por el camino, seguido de Zarpa Pintada, que miró hacia atrás para asegurarse de que Evan y John les seguían. Se miraron el uno al otro, se encogieron de hombros y siguieron a los dos Garou.
En una bifurcación del camino, Aurak los condujo a la izquierda. Las huellas en la nieve mostraban que al grupo de guerra lo habían conducido hacia la derecha; Evan pudo oler el humo procedente de una hoguera lejana en aquella dirección. Su camino los condujo a una cabaña de madera cubierta de nieve, con las ventanas bloqueadas con pieles de animales estiradas. Aurak se inclinó para entrar por la pequeña puerta. Zarpa Pintada hizo un gesto a Evan y John para que entraran antes que él y lo hicieron, agachándose también.
Una hoguera situada en el centro iluminaba la habitación oscura, junto con la poca luz del día que entraba a través de las pieles translúcidas estiradas en las ventanas. Los Wendigo estaban sentados en un círculo que abarcaba toda la habitación. Aurak cruzó la sala para sentarse en un sitio que tenía reservado para él. Evan y John reconocieron los lugares en los que tenían que sentarse ellos, en un banco vacío a la derecha de la entrada. Mientras se sentaba, Evan pudo ver al Garou que tenía más cerca en la penumbra: Tormenta Silenciosa le hizo un gesto con la cabeza y le sonrió. Él le devolvió la sonrisa.
Zarpa Pintada cubrió la puerta con otro trozo de piel, bloqueando el viento helado de fuera y tomó asiento en el medio de la habitación, en el punto más alejado de Evan y John.
Aurak agitó tres veces un cascabel hecho con un caparazón de tortuga y todos los Garou rezaron en silencio. Luego, el anciano habló:
—Hemos pasado estos días preparándonos para una larga cacería. Hemos reunido comida y agua y hemos rezado a Gaia y a los ancestros para que nos guíen. Ahora que habéis vuelto con las otras tribus, podemos marcharnos.
Zarpa Pintada dejó escapar un ladrido bronco y malhumorado. Aurak se echó hacia atrás.
—Aquí podemos hablar libremente —dijo—. Estamos entre amigos.
—Amigos aquí, sí —dijo Zarpa Pintada al tiempo que se levantaba para mirar a los Garou congregados allí—. Pero no en el alojamiento para invitados. Son extranjeros. ¡Incluso cachorrillos! Un grupo sarnoso de lastimosos Garou. ¿Es eso lo mejor que puede hacer Curandero-del-Pasado?
Hubo murmullos por toda la habitación. El resto de los miembros de la logia estaban claramente inquietos por las noticias de Zarpa Pintada.
Evan habló sin levantarse, con voz tranquila.
—Hay problemas terribles por toda Nueva York, sucesos que no os creeríais. Danzantes de la Espiral Negra, fomori, pesadillas… criaturas del mal liberadas por todas partes. Cada clan está sufriendo un ataque. Esto no se parece en nada a lo que habíamos conocido hasta ahora. Las demás tribus han hecho lo que han podido para ayudarnos y nos han dado todas las manadas disponibles.
—¿Y dónde están sus guerreros? ¿Dónde están sus chamanes? He visto un grupo de perros escoltados por un puñado de Garou que podrían, podrían, llamarse guerreros. Pero esperaré a que demuestren que lo son antes de juzgarles como tales. ¿Dónde están los Uktena? ¡Esto es un ultraje!
Evan se levantó.
—Los Uktena están luchando para mantener atados a tres monstruos. No pueden venir, pero liberaron a la mejor manada de Fianna del noreste para que nos ayudase, a riesgo de ponerse ellos mismos en peligro. Tenemos como exploradores a los miembros de la famosa Manada Lanza del Jabalí.
Un murmullo recorrió la habitación. Incluso allí, en el lejano norte de Canadá, algunos habían oído hablar de la Lanza del Jabalí.
Tormenta Silenciosa se levantó y miró directamente a Zarpa Pintada.
—Sin duda, Curandero-del-Pasado ha cumplido la profecía. Ha traído a muchas tribus a luchar con nosotros, más de las que nosotros podríamos reunir con nuestras propias palabras. Eso es suficiente.
—¿Suficiente para qué? —exclamó Zarpa Pintada—. ¿Suficiente para que un representante de cada tribu muera a manos de la Garra? ¡Bien! ¡Nuestra sangre se derrama junta! ¡Nuestro sacrificio es todavía más inútil! En estos momentos ya deberíamos haber cazado a esa cosa, haberla derrotado nosotros mismos. En lugar de eso, hemos esperado. ¿Por quién? ¡Por unos niños!