La última batalla (16 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

»En este estado desequilibrado, el único estado que hemos conocido en esta vida, está eternamente hambriento y aun así se le niega el festín. Las viejas formas permanecen, sin devorar, pudriendo el universo. Sus secuaces devoran cosas imitando al Wyrm. Pero pervierten el acto, pariendo solo nuevos horrores. Horrores que engendran horrores.

Los monjes asintieron, comprendiendo. Persimmon Nube suspiró.

—¿Crees que Zhyzhak tendrá éxito donde el Número Dos fracasó?

Antonine se quedó callado un rato y luego habló.

—Sí… y no. De su victoria no puede salir nada bueno. Si no está más allá de toda razón cuando pase el Noveno Círculo, liberará al Wyrm solo para ponerlo de su parte, para fines ególatras. Ella no estará al servicio del bien del universo, sino que se servirá a sí misma, conduciendo a la era corrupta hacia un abismo sin fin del que no podrá salir ningún mundo nuevo.

Los monjes se quedaron callados un rato, pensando en lo que acababa de decir. Finalmente, Persimmon Nube habló.

—¿Qué podemos hacer? ¿Cuál crees que es el significado de las últimas palabras que te dijo el Fénix?

—«A donde alguien va, otro le puede seguir» —dijo Antonine—. Creo que existe una oportunidad… una posibilidad de que yo siga su pista. Zhyzhak no se enfrenta a los círculos de la manera tradicional y va dejando un camino roto tras ella. Si puedo llegar a ese camino, puedo seguirla y pasar el último círculo, hasta el corazón de la red.

—Pero es una locura bailar el Laberinto. Perderás toda la razón de tu viaje y olvidarás tu propósito. Si sobrevives, te convertirás en un terrible general del Wyrm y en nuestro enemigo.

—Existe ese riesgo. ¿Pero qué pasa si Zhyzhak lo logra sin que nadie le oponga resistencia? ¿Acaso mi riesgo es mayor que el riesgo de no hacer nada?

Persimmon Nube suspiró.

—Acosado por alternativas pobres por todos lados.

—Creo que existe la posibilidad de que, una vez que ella derribe a golpes una puerta del corazón del Wyrm, pueda deslizarme por ella y transformar su marcha en nuestra victoria. Zhyzhak es fuerte y poderosa, una enemiga astuta, pero estará ciega a la realidad del Wyrm y lo verá como una entidad a la que servir. No lo percibe como un animal enjaulado, sino como un señor diabólico. No pensará en liberarlo y eso me dará la oportunidad de romper sus ataduras antes de que ella se dé cuenta de mi objetivo.

—Muy arriesgado. E incluso si lo consigues, el mundo terminará. Das por sentado que de todas formas está condenado.

—Por supuesto, existe la probabilidad de que yo esté equivocado. Tendré que estar abierto a esa posibilidad, para percibir todo lo que vea tal como es y no actuar basándome en la ideología. Si, después de considerar la prueba de mis viajes, parece que liberar al Wyrm no es la respuesta correcta, entonces concentraré todas mis energías en destruir a Zhyzhak.

—¿Pero qué pasará si tu duda en el último momento es parte de su trampa? Tal vez se necesite una ideología inamovible como la única armadura contra su aura de desesperación. La virtud de nuestra tribu de cuestionarlo todo puede resultar una desventaja delante de una presencia así. De cualquier manera, significa tu muerte. No puedes regresar de un viaje más allá de los límites de lo real y lo irreal.

—Lo acepto. No hay otra alternativa.

Persimmon Nube asintió.

—Entonces tengo algo que darte, para evitar un viaje largo y mortal a Malfeas.

Antonine levantó una ceja con curiosidad, pero no dijo nada cuando el abad se levantó y regresó a sus aposentos. Regresó enseguida con un objeto envuelto en seda blanca. Lo colocó en el suelo delante de Antonine y le mandó que lo desenvolviera.

Antonine apartó las capas de seda y dejó al descubierto un antiguo
dorje
de latón, un cetro tibetano de rayos; una herramienta de meditación que simbolizaba la creación de la Rueda del Tiempo.

—Esta es una reliquia sagrada de nuestra tribu, rescatada del caído Monasterio Shigalu. El abad anterior la mantuvo a salvo y ahora llega a mí. Te la doy. Su poder es tal que puede transportarte corporalmente a Rirab Lhungpo, el monte Meru, centro del universo. Una vez allí, si tienes éxito en una
korwa
, una circunvalación de la montaña, puedes ir a cualquier sitio que quieras del espacio, incluso tras los mismos pasos de Zhyzhak.

Antonine le hizo una reverencia al abad.

—Las palabras no pueden expresar mi agradecimiento y alivio por este regalo. Ir al Templo Oscura sin una manada de Garou que me protejan era seguramente la parte más problemática de mi plan. Pero ahora puedo continuar solo.

—Como debe ser. Los demás solo llamarían la atención. Fénix te ha revelado la visión a ti solamente. Esta noche, después de que te hayas hartado de comer y Vegarda suba una vez más al cielo, debes meditar al lado del estanque de luna; allí comienza tu viaje al Centro del Mundo.

Los demás monjes le hicieron una reverencia a Antonine y él la hizo también. Uno a uno se fueron levantando y abandonando la habitación, dejándole solo para que meditase acerca de su incierto camino.

Segunda parte:
Lanzar maldiciones

El Wyrm se puso de manifiesto

en las torres y los ríos y el aire

y la tierra y por todas partes

sus hijos corrían furiosos,

devorando, destruyendo,

lanzando todo tipo de maldiciones.

—La profecía del fénix, «La séptima señal»

Capítulo nueve:
Rodear a la presa

Zhyzhak apretó los dientes y se secó el sudor de su frente peluda. Detuvo su marcha inexorable y respiró hondo. El acoso constante de las pesadillas y la necesidad de estar alerta continuamente, para que el camino no la engañase, empezaron a hacer mella en ella, provocando que tuviera que detenerse más a menudo para recuperar el aliento. Se paró para volver a mirar fijamente el globo rojo que nunca se apagaba, que flotaba sobre el horizonte. Visto a través de su lente especial, sus rayos quemaban la niebla engañosa a su alrededor y dejaban clara la dirección que debía tomar. Incluso cuando la senda se dirigía por mal camino, ella podía forzarla a que volviera a su dirección correcta.

Reflexivamente chasqueó el látigo a un lado y oyó el chillido de una pesadilla que había estado acercándose a rastras. Se cubrió los ojos con sus manos reptiles y salió corriendo, lloriqueando.

Los primeros cinco círculos habían representado el menor de los desafíos y los había apartado fácilmente a un lado con su látigo o los había evitado mirando a través de la lente de su fetiche. Además, había bailado esos círculos anteriormente, cuando había luchado para adquirir rango y prestigio en su tribu. Tenían el efecto acumulativo de cansarla bastante, pero no era algo que no pudiese manejar.

El Sexto Círculo, en el que estaba ahora, tenía un desafío especial, uno que nunca antes había experimentado. Se decía que el Sexto Círculo era la prueba de la corrupción, el crisol que debía resistir para demostrar su propia mancha.

Los misterios del laberinto no siempre se revelaban a través de encuentros con criaturas o lugares; a menudo infundían pensamientos y deseos extraños, recuerdos que no eran de uno mismo, pero que a pesar de todo tenían una poderosa atracción. Uno tenía que enfrentarse a las emociones e ideologías en conflicto igual que si se enfrentara a una pesadilla desafiante. Ahora Zhyzhak sospechaba que las dudas que había empezado a abrigar no eran tanto suyas propias, sino que era el Laberinto el que se las susurraba al alma.

Ninguno de los otros Danzantes de la Espiral Negra de la Colmena Trinitaria había mostrado nunca la pura resolución y retorcida determinación que ella tenía. Su dedicación al túmulo y a Grammaw era intachable en su cruda y pestilente decadencia. Su fervor influía en los demás, especialmente en sus soldados seleccionados cuidadosamente, pero nadie podía superar su confianza en sí misma.

Excepto Ojo-Blanco.

Maldito traidor, Ojo-Blanco-ikthya. Sus extrañas palabras siempre la confundían, pero la dejaban, a ella y a cualquiera que le escuchase, convencida de que tenía razón, aunque sus palabras no tuvieran ningún sentido. Él tenía ese tipo de sabiduría legendaria que alberga la verdad más allá de cualquier prueba o fe. Ninguna proposición podía derribarlo, ninguna discusión rabiosa podía influir en su infalible interpretación de los deseos del Wyrm. Venían Danzantes de todas partes para escuchar sus afirmaciones, tranquilas pero seguras, acerca del Wyrm, afirmaciones que incluso los temidos Incarna Maeljin no podían confirmar. Ojo-Blanco había visto el nacimiento del Wyrm en la materialidad, su breve florecimiento en el mundo cuando se lanzó la primera bomba atómica sobre Nuevo México. El pobre lobo lo había visto, se había quedado ciego a causa de ello y ahora veía profundidades y dimensiones invisibles incluso para los Señores de la Corrupción malfeanos.

Y Zhyzhak tenía que hacer concesiones a este alto sacerdote de revelación catastrófica. Líder de su Colmena, ella tenía que inclinarse de todas maneras ante este anciano y arrugado santo, un desgraciado que apenas era capaz de cazar por sí mismo. Lo odiaba, pero lo temía.

Zhyzhak avanzó una vez más, plantando el pie en el camino retorcido como si intentase clavarlo al suelo, para evitar que se deslizase en otras direcciones. Gruñó y chasqueó otra vez su látigo, esta vez solo en el aire, contra la imagen de Ojo-Blanco-ikthya.

Las palabras del viejo volvieron a ella, epigramas y aforismos, palabras sabias que tenían la intención de abrirle más el corazón hacia el corazón de la corrupción. Le habían confundido la cabeza, pero le habían dejado el pecho lleno de orgullo y le habían dado un propósito nuevo, una necesidad demente y caótica de transformar los regalos de Gaia en los excrementos del Wyrm.

Pero ahora, cuando esas palabras volvieron a sonar en su cabeza, entendió su verdadero significado, una naciente comprensión de la que debería haberse dado cuenta mucho tiempo antes y gritó de ira, un gemido profundo y primario, el grito de un niño abandonado y traicionado por su padre, a quien desprecia pero ama en secreto.

La había engañado. Los había engañado a todos. Vio, con la severa luz del fuego diabólico de la revelación del Laberinto, que todo lo que había dicho Ojo-Blanco era mentira. Los había engañado hábilmente, haciéndoles creer que servían a la causa de la corrupción, cuando en realidad, al seguir sus sutiles indirectas y declaraciones, solo la habían entorpecido. Había pasado años entre ellos, utilizando la lengua de la fe para incitarles a que se metieran en una batalla aquí, a que se adelantaran a una lucha allá, para meterse de cabeza en dilemas temerarios o para retrasar las acciones que eran necesarias. Todo bajo el disfraz de un profeta, uno cuya clarividencia no podía fallar porque el propio Wyrm se la había robado y devuelto con creces.

Los gritos de Zhyzhak se convirtieron en lágrimas y en gemidos lastimeros cuando se dio cuenta de lo tonta que había sido, de lo tontos que habían sido todos.

En su desesperación, casi se cayó y estuvo a punto de salirse del camino. En el último momento, el instinto, o quizás la providencia, la salvó. Vio a través de sus ojos húmedos que el brillo verde casi había desaparecido del suelo. En un instante, la rabia floreció en su pecho, secándole las lágrimas y haciendo que regresase de un salto al camino laberíntico.

Se agachó y se puso a cuatro patas, como si sujetase la senda con todo su peso. Giró la cabeza, buscando algo, hasta que finalmente lo encontró: la mancha carmesí en el cielo. Dejó salir un largo suspiro, sonrió y luego comenzó a reírse a voz en grito.

Casi la habían derrotado. Había estado a punto de fallar la prueba del Sexto Círculo, había estado a punto de fallarle a su ideal de corrupción. Sabía que lo que le había revelado acerca de Ojo-Blanco era verdad, que de hecho les había estado engañando durante años y al hacerlo, habían entorpecido la causa. Pero ya no le importaba en absoluto. Solo se preocupaba de seguir adelante, de avanzar para encontrarse con su Maestro.

Se puso de pie lentamente, levantó la mano y restalló con fuerza el látigo; su chasquido retumbó por todas partes a través de la vacía extensión. Luego avanzó y escuchó gemidos que estallaban a su alrededor, cuando las pesadillas la felicitaron y gritaron ante su triunfo.

El siguiente círculo era el séptimo. Su prueba era la lealtad. Se mofó de ese pensamiento. Su lealtad era solo hacia ella misma; era imposible que fallara en esta.

Cuando llegó a un nuevo recodo del camino, el suelo se agitó a sus pies, un rumor ondulante como de algo que pasaba bajo la tierra. Conocía esa sensación y sintió una punzada de remordimiento. Miró hacia delante y vio a su derecha, fuera del camino, un agujero en el espacio, que se abría a un crepúsculo en el desierto.

Miró con más atención y su pecho se contrajo; el aliento se le heló. Allí, en el desierto, el desierto de su tierra, Grammaw, Trueno del Wyrm había emergido a la superficie. Había salido con dificultad de la caverna y ahora se revolvía en el cañón, al aire libre; sus horribles llagas se veían claramente bajo la luz rosada.

El instinto estuvo a punto de condenar a Zhyzhak, puesto que casi saltó por el agujero, con la intención de apresurarse a confortar a su amada Grammaw. Se obligó a cerrar los ojos y continuar caminando por la senda, con las piernas débiles por la traición.

Un aullido estalló en el desierto, al que se unieron otros. No era el ululante gorjeo de sus compañeros de la colmena, sino la maldita llamada de los Garou gaianos. Se giró y vio cómo descendían las manadas de guerreros por las paredes del cañón y caían sobre Grammaw y cómo le clavaban lanzas y garras en la carne, aprovechándose de sus llagas abiertas para atravesar su caparazón blindado. Grammaw se revolvió y soltó un gemido bajo, grave y sordo, una petición de auxilio.

Zhyzhak gritó y corrió en dirección contraria, tapándose los oídos y dejando suelta la cola de su látigo a su espalda. El dolor terrible de la traición le abrió una herida en el espíritu, pero conocía el desafío del círculo: la prueba de lealtad. No lealtad a Grammaw o a ella misma. Lealtad al Wyrm y solo al Wyrm.

Tras lo que le pareció casi una hora, frenó su loca carrera, siempre por la senda, y siguió cojeando. Ahora estaba vacía, carente de cualquier atadura hacia su vieja Colmena, sus compañeros, o el Trueno del Wyrm que la había alimentado mientras vivía en sus entrañas Umbrales.

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