La anciana miró a los visitantes con ojo escéptico y luego sonrió.
—Ah, Mari Cabrah —dijo Larissa, al tiempo que dejaba a un lado su labor y se ponía de pie sobra sus huesos viejos y débiles.
Abrió los brazos para darle un abrazo. Mari avanzó hacia ella y dejó que la mujer la envolviera en sus brazos.
—Ha pasado demasiado tiempo, niña. No nos visitas lo suficiente.
—Estoy muy ocupada, Madre —dijo Mari—. Ya lo sabes.
Mari miró a la otra mujer, con una expresión inquisitiva en el rostro.
—¿Loba? ¿Qué trae a una Colmillo Plateado por aquí? Albrecht es el único de tu especie que suele venir hasta aquí.
—Oh, no me pintes con esa vieja brocha, Mari —dijo Loba, tendiéndole su mano, que Mari estrechó—. Sabes que mi trabajo consume todo mi tiempo.
—¿Cómo te va? ¿Alguna incursión?
Loba meneó la cabeza y bajó la mirada.
—Nada. Es como si mis enemigos hubiesen desaparecido. La Séptima Generación es más sutil que nunca, si es que todavía existe. No puedo decir nada más. Pero al menos han aflojado las garras con las que sujetan a los niños. He salvado a nueve chicos de las garras del Profanador en los últimos meses.
—Haces un buen trabajo, Loba —dijo Mari, poniéndole una mano en el hombro. Sabía que Loba llevaba mucho tiempo librando una batalla contra una conspiración enigmática, una secta de devotos del Wyrm que se especializaban en agravar el trauma de las víctimas de maltratos psicológicos y físicos. Durante muchos años, muy pocos habían sido los Garou que habían creído que existiera una conspiración así—. Nadie más quiere admitirlo, pero si no fuera por ti, de mayores esos chicos se habrían convertido en auténticos monstruos. Sigue luchando.
—Gracias, Mari. ¿Pero qué me dices de ti? ¿Qué te trae aquí?
—Bueno —dijo Mari, mirando a Madre Larissa— traigo malas noticias.
Larissa encogió los hombros, caminó hacia Grita Caos y le dio unas palmaditas en la espalda.
—¿Y quién no, chica? Llevo oyéndolas todos estos días. Aquí, hijo —le dijo a Grita Caos—. ¿Por qué no te sientas y descansas un rato con la vieja Madre Larissa? Sé quién eres. Reconozco los cuernos bajo ese sombrero que llevas. No, no te sorprendas; dudo que otros compañeros puedan imaginarse lo que son, estando tan escondidos. Pero Madre tiene un buen ojo para eso.
Grita Caos sonrió y se quitó el gorro, dejando al descubierto dos cuernos curvos de carnero que tenía en la frente. Su deformación de nacimiento lo marcaba como metis, nacido de la unión prohibida entre dos Garou. Solo podía ser él mismo entre otros Garou, pero normalmente era juzgado despiadadamente por sus compañeros.
Madre Larissa no parecía juzgarle. Grita Caos se sentó al lado del carrito y la ayudó a sentarse otra vez en su cojín de sofá.
—Madre —dijo Mari agachándose para mirarla a los ojos— la manada de Grita Caos y yo acabamos de eliminar una fábrica de Pentex. El problema es que ya han cumplido su tarea. Hay trece pesadillas de la polución arrastrándose por vuestras alcantarillas.
—¿Solo trece? —preguntó Madre, agitando una mano como si le quitase importancia—. Es la mejor noticia que he oído en toda la semana. Tendrán que ponerse a la cola, junto con los fomori de Wall Street, los esmirriados del Bowery y los Danzantes de la Espiral Negra del Bronx. Chica, hay una barcada del demonio estallando por toda la ciudad.
Mari frunció el ceño.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué tantos ataques al mismo tiempo? ¿Están coordinados?
—Por lo que sé, no. Ninguno de ellos parece conocer a los demás. Los de la Espiral Negra no parecían contentos cuando se enteraron de que también estaban los esmirriados; parece que se interponen en sus propios planes. Pero estamos en ello. Mis chicos y chicas están acabando con todo esto con la ayuda de los Caminantes del Cristal. Esos lobos de los rascacielos me contaron algo todavía más fastidioso que unas pesadillas que pululan por las alcantarillas. Dicen que las Sanguijuelas se han ido. Envolvieron sus cosas y desaparecieron. Ya no cazan. Ya sé que siempre han sido realmente astutos y difíciles de encontrar, pero los Caminantes del Cristal no los pierden de vista, al compartir el mismo territorio y eso. Pero ahora es como si todos ellos se hubieran quemado una mañana y no hubiesen dejado atrás ni las cenizas. Mis propios exploradores dicen que incluso los feos que viven debajo se han ido. —Larissa meneó la cabeza, como si por fin lo hubiera escuchado todo—. Imagínatelo.
—Tiene que haber algún error —dijo Mari—. Tienen que tener algún plan nuevo, alguna forma nueva de esconderse de nosotros. Si pueden tapar su olor corrupto incluso contra los sentidos espirituales, va a ser difícil encontrarles. Pero no puedo creer que se hayan ido del todo. Los vampiros siempre se han alimentado de las ciudades.
—Justamente le estaba diciendo a Madre —intervino Loba— que estoy oyendo informes de sucesos raros que están ocurriendo en el interior. Me he venido aquí desde los Finger Lakes, en mi viaje de vuelta a Vermont y están hablando de asuntos terribles que están ocurriendo en Europa.
—¿Europa? —Mari parecía preocupada—. ¿Hay algún mensaje de Albrecht?
—Que yo sepa, no. Sabré más cuando llegue mañana al túmulo. Ya deberían haber oído algo de él, suponiendo que todo haya ido bien.
—Podría estar en verdaderos apuros…
—Yo no me preocuparía por Albrecht, Sé que tú eres su compañera de manada, pero creo que el rey puede cuidarse solo. Lleva una comitiva de nuestros mejores hombres con él. Eso es de hecho lo que me preocupa a mí. Como no están en casa para custodiar el túmulo, quién sabe lo que está ocurriendo en Tierra del Norte. Tengo que regresar y averiguarlo. —Loba se levantó.
Fengy, que había regresado al lado de los arbustos y había hecho todo lo posible para que no advirtieran su presencia, tosió. Larissa levantó la vista hacia él, con las cejas arqueadas.
—Madre —dijo Fengy, como disculpándose y señaló a los arbustos que tenía detrás— aquí están diciendo que acaba de llegar alguien a través de un puente de luna, procedente del norte.
Larissa se levantó y arrojó su labor al suelo con aversión.
—¡Maldición! ¡Nadie me da tiempo para digerir las cosas! Cuando él, ella o lo que quiera que sea haya llegado, hazle entrar. ¡Y espero que sea algo bueno!
Fengy asintió y se deslizó bajo los arbustos. Mari miró a Loba, que le devolvió la mirada y asintió. No hizo ningún ademán de marcharse, con la clara intención de quedarse y averiguar quién era el visitante.
Fengy volvió a aparecer por los arbustos, sonriendo y parloteando.
—Por aquí, por aquí —le decía a alguien que tenía detrás. Una silueta que andaba a gatas se arrastró bajo los arbustos y se levantó rápidamente en cuanto los cruzó. Cuando se puso de píe y empezó a limpiarse la suciedad de las rodillas, mirando a su alrededor en aquel trozo de césped oscuro para ver quién más estaba allí, Mari echó a correr hacia donde estaba y lo rodeó con sus brazos.
—¡Evan! —gritó y prácticamente lo levantó del suelo.
—¡Mari! —contestó él, sorprendido—. ¿Qué estás haciendo aquí? Pensaba que estabas en Jersey…
Mari le bajó al suelo.
—Y se suponía que tú estabas en una importante asamblea Wendigo. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás aquí?
La sonrisa de Evan se esfumó.
—No es nada bueno, Mari. —Reparó en los otros Garou, e hizo una reverencia a Larissa—. Madre, gracias por recibirme. Loba, me alegra verte. Y Grita Caos, tienes muy buen aspecto. ¿Dónde están los demás?
—Aparcando —dijo Grita Caos—. Deberían estar al llegar.
Madre se acercó y abrazó a Evan.
—¿Cómo no íbamos a aceptar un puente de luna que te trae a ti, chico? No nos has demostrado nada más que respeto desde tu Primer Cambio. Siempre eres bienvenido aquí. Ahora, dime qué ocurre. Espero que no sea peor que lo que está pasando aquí o en cualquier otra parte.
Evan puso cara de preocupación.
—Oh, oh. No me gusta cómo ha sonado eso.
—No te preocupes por nosotros. Solo dinos para qué has venido hasta aquí.
—Una Garra del Wyrm. Está libre.
Larissa gimió y casi se desmayó. Evan y Mari la cogieron y la ayudaron a volver a sentarse. La cara de Loba se convirtió en una mueca y sus ojos tenían un aspecto distraído, como si estuviera absorta, meditando. Grita Caos parecía confundido.
Evan continuó.
—Mató a los guardianes de las pesadillas, a los Uktena, que la vigilaban y ahora anda libre. Se dirige hacia el sur. Los Wendigo están reuniendo un grupo de guerra para cazarla, pero no pueden hacerlo solos. Necesitamos la ayuda de las demás tribus.
Larissa se meció adelante y atrás, sacudiendo la cabeza.
—Oh, Gaia, desearía no haber vivido tanto tiempo para ver este día. Nos está golpeando por todas partes, con todo lo que tiene. Nos deja muy poco margen, nos divide. Ese maldito Wyrm nos atrapará a todos, al final.
—No digas eso, Madre —dijo Loba, con tono gélido—. He luchado contra sus trampas y estrategias toda mi vida. Yo no voy a permitirle que nos engañe ahora. Y vosotros tampoco.
Larissa asintió.
—Eso espero, Carcassone. De verdad. Oh, Evan, haría lo que pudiera por ayudarte, pero no puedo prescindir de nadie. Acabo de decirle aquí a tu compañera de manada la cantidad de fuegos que todos nosotros estamos intentando cortar.
—No lo entiendes —dijo Evan—. El último guardián de las pesadillas. Tenía una profecía: que los Wendigo no podrían luchar solos. Tengo que llevar a las demás tribus para que ayuden.
—Lo sé. Sé que tienes que hacerlo. Y difundiré el mensaje. Tal vez queden todavía algunas manadas ahí fuera, esas que no responden ante nadie, que se reunirán a tu alrededor. Pero llevará algún tiempo. Ve a los Finger Lakes. Ahí es adonde debes ir, para conseguir que los demás te escuchen. Los Furias Negras y los Hijos de Gaia te ayudarán y Alani Astarte pedirá la ayuda de todos los demás. Cuando es ella quien llama, todo el mundo tiene que escuchar. A la mayoría de ellos no le importa lo que una vieja bruja como yo dice, pero a ella la escucharán.
—Eso no es verdad, Madre —dijo Mari—. Tienes mucho más respeto del que crees entre las tribus Garou.
—Y en el mejor de los casos lo dan de mala gana. No, ve a los Finger Lakes y envía la llamada. Aquí haré lo que pueda, pero no puedo asegurar nada. Ve y hazlo ahora. Date prisa. —Lo mandó marchar, señalando hacia el arbusto por el que se había arrastrado para entrar en el claro—. Coge un puente de luna. Y tú ve con él, Mari. Los compañeros de manada necesitan estar juntos en momentos como este.
—Nosotros también iremos —dijo Grita Caos—. Mi manada, quiero decir. En cuanto lleguen aquí. Estoy seguro.
—Gracias por el voto de confianza —dijo Evan—. Pero mejor deberías discutirlo con ellos antes.
—¿Estás de broma? John Hijo-del-Viento-Norte no puede darle la espalda a su tribu y nosotros no podemos darle la espalda a él. Por supuesto que iremos.
—Lo siento, Evan —dijo Loba. Le cogió la mano con urgencia—. Iría, si pudiera. Pero tengo que regresar a Tierra del Norte. Con Albrecht fuera, quién sabe lo que está ocurriendo allí. Yo… yo tengo que marcharme. —Le hizo una rápida reverencia a Larissa, saludó a Mari con un gesto de la cabeza y a continuación se precipitó hacia los arbustos, sin molestarse en agacharse o arrastrarse.
—Ahí va una mujer con una misión —dijo Larissa—. Algo la está obsesionando, más de lo normal. Pero creo que es la hora de que nos enfrentemos cara a cara con nuestros demonios. —Volvió a señalar hacia el arbusto—. ¡Marchaos! ¡Salid de aquí! ¡El tiempo no espera por ninguno de nosotros!
Evan le dedicó una débil sonrisa y luego se agachó para arrastrarse fuera del claro, seguido de Mari y Grita Caos. Fengy ya les esperaba fuera del círculo de arbustos.
—Id al puente de luna —dijo—. Propagaré el mensaje por todo el parque para llevar hasta allí a la manada Río de Plata en cuanto alguien los vea. Y, esto… buena suerte. —Empezó a sacar la mano, pero luego se aturulló y salió corriendo, agarrando a cada vagabundo con el que se cruzaba y susurrándole algo al oído.
Grita Caos suspiró y volvió a ponerse el gorro, cubriéndose los cuernos.
—Espero que Julia haya encontrado una plaza de aparcamiento de larga duración.
La furgoneta Ford
Ranger
de Loba entró chirriando en la plaza de aparcamiento frente a la finca Matanza de la Mañana y dejó las marcas de los neumáticos cuando la metió en un espacio estrecho entre dos BMW. Pudo ver la mueca de dolor en la cara del guardia de seguridad que estaba al lado, seguida de un suspiro de alivio cuando quedó claro que no había rayado ni abollado la perfecta pintura de los BMW.
Loba abrió la puerta de golpe y casi la estrelló contra el coche de al lado; saltó fuera de la cabina y volvió a cerrar de golpe la puerta con un chasquido sonoro y metálico. Se dirigió como un huracán hacia la mansión, la enorme casa construida con mármol procedente de las canteras de Vermont, con el que la familia había hecho fortuna, de la que también participaban los propios parientes de Loba.
Apenas prestó atención a los dos Colmillos Plateados que estaban en el porche, fumando puros caros. Ambos le hicieron un gesto con la cabeza, pero era evidente que esperaban que no hiciera algo tan torpe como saludarles de verdad y obligarles a entablar una conversación. Pasó a toda prisa a su lado y entró en el amplio vestíbulo.
—Mi señora Carcassone —dijo un hombre de mediana edad con una mata de pelo blanco y gris. Bajó por la gran escalera, vestido con un traje blanco inmaculado—. Ha vuelto de sus viajes.
El ceño de Loba desapareció un momento cuando asintió hacia el hombre.
—Lord Abbot, me alegra verle. ¿Ha llegado algún mensaje del rey Albrecht?
El rostro tenso de Abbot ya era una respuesta más que suficiente, pero de todas maneras dijo:
—Me temo que no, señora. Nos esperábamos… algo, a estas alturas. Se abrió brevemente un puente de luna entre nuestro túmulo y el de la Luna Creciente de Rusia, pero… se cerró antes de que llegara ningún viajero. Nuestros intentos de reabrirlo fueron infructuosos.
Loba sacudió la cabeza, se puso una mano en la frente y se frotó la sien izquierda.
—Esto no va bien, Abbot. Acabo de ver a Mari Cabrah y Evan Curandero-del-Pasado en Nueva York. Hay malas noticias procedentes del norte. Una Garra. Una puta Garra del Wyrm anda suelta. Creo que debería preparar al clan para defender el túmulo al más alto nivel de vigilancia.