La última batalla (14 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

El rostro de Abbot palideció.

—Pensaba que todas las Garras habían sido… capturadas o destruidas.

—La leyenda dice que lo estaban. Esta lo estaba… hasta hace unos pocos días.

Abbot agarró la barandilla con fuerza.

—Ya hemos llamado a todos los defensores que hemos podido. Nuestros videntes han observado presagios horrendos. Al menos ahora tenemos una forma de calcular nuestros miedos. —Se detuvo un momento, como si intentase calcular cómo decir algo, pero luego simplemente levantó las manos y habló con sinceridad—. ¿Qué está pasando, Loba? Estamos escuchando informes sobre ataques a clanes de Colmillos Plateados tan lejanos como el de Chicago. El rey debería estar aquí.

—No lo sé —dijo Loba—. Desearía poder saberlo. Se están tramando numerosos planes horribles, allí y en el interior. Y en Europa. Allí podría ser incluso peor. No sé. —Loba miró a Abbot directamente a los ojos—. Tengo que irme, Thomas. Tengo un deber que cumplir.

—¿Un deber? Su deber está aquí, con su tribu.

—No lo entiende —contestó Loba, sacudiendo la cabeza enérgicamente—. Me he pasado años, qué diablos, décadas, trabajando contra mi enemigo. No pienso permitir que todo ese trabajo se destruya en una sola noche. No, hay alguien que me necesita más. —Se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta, hablando todavía—. Lo siento. Volveré en cuanto pueda.

Abbot no dijo nada durante unos momentos. Luego, antes de que ella desapareciese completamente de su vista, habló.

—Ve con Gaia, Carcassone. Rezo para que nos volvamos a encontrar, en esta vida o en las Tierras Estivales.

Loba no le oyó.

Ya era bien pasado el crepúsculo cuando Loba salió de la carretera estatal y se metió en un camino sucio que serpenteaba por el bosque. Apagó los faros del coche y condujo despacio en la oscuridad. Se concentró y sus ojos cambiaron a los de lobo. Ahora podía ver mejor, porque sus pupilas absorbían más luz. Después de recorrer casi un kilómetro, se detuvo, paró el motor y asomó la cabeza por la ventanilla, escuchando. Tras unos minutos de silencio, rotos solo por los sonidos nocturnos de los insectos y de otras criaturas que se abrían paso por los bosques, cambió la transmisión a tracción a las cuatro ruedas, arrancó otra vez la furgoneta y siguió bajando por el camino.

Cuando se terminó el camino sucio, Loba continuó por un prado y cogió un camino más pequeño y menos transitado que había al otro lado del prado. Se podía ver una luz por delante, en el bosque. Detuvo el coche y apagó el motor.

Despacio, intentando hacer el menor ruido posible, salió de la cabina arrastrándose y se deslizó por el bosque. Se movió lentamente hacia la luz y cogió una ruta tortuosa que la hizo seguir moviéndose por un camino difícil, perpendicular a la luz más que directamente hacia ella. De vez en cuando, se detenía y escuchaba, con los brazos lacios colgando a los lados, parada y medio en cuclillas.

Ahora podía ver el contorno de la casa y la lámpara del porche que la iluminaba. Se arrastró hasta el borde del bosque y esperó, buscando cualquier señal de movimiento. El interior de la casa estaba a oscuras, salvo por una luz vacilante de color azulado que se reflejaba a través de las pesadas cortinas en una habitación de la planta baja. Avanzó, lista para salir de un salto de la protección del bosque, cuando oyó el débil chasquido de una ramita a su espalda.

Se dio media vuelta, cambió al instante a su forma de batalla, de lobo de pelaje blanco, con las garras levantadas y listas para golpear. Con una expresión de susto, cayó al suelo cuando un lobo le agarró las piernas. Volvió a saltarle encima en cuanto ella estuvo en el suelo y le pellizcó las piernas, un mordisco doloroso que sin embargo no llegó a desgarrarle la piel.

Un aliento cálido y fuerte le dio en la cara y una silueta apareció sobre su cabeza, con el hocico a escasos centímetros de su oreja. Gruñó suavemente, una pregunta.

Loba sonrió y volvió a cambiar a su forma humana. Se sentó derecha y miró al lobo grande y dorado.

—Has mejorado, Johnathon Corazónfuerte. Ni siquiera te oí. Ni a ti ni a Liza. Suponía que estabais dentro.

—¡Ja! —dijo una voz por detrás de ella. El primer lobo parecía ahora una mujer joven, vestida con vaqueros, camiseta y sandalias, con el pelo largo trenzado—. ¿Con el jaleo que arma tu furgoneta? Loba, te oímos incluso antes de que llegaras al prado. Hemos estado siguiéndote desde entonces.

—Pensé que había tenido cuidado —dijo Loba, al levantarse—. Pero fui poco sistemática. Tendré que hacerlo mejor.

—Eh —dijo Corazónfuerte, el lobo dorado, mientras cambiaba de forma y se convertía en un hombre rubio, fornido y atlético, vestido solo con vaqueros—. No te castigues. Hemos estado entrenando. Últimamente hemos tenido ciertos sucesos horripilantes por aquí.

Loba frunció el ceño.

—¿Por qué no me llamasteis?

—Relájate —dijo Liza—. No pasó nada. Solo algunas conversaciones extrañas entre los espíritus, eso es todo. Están asustados, pero dicen que no ocurre nada en los alrededores. Es algo que está ocurriendo en las profundidades de la Umbra.

—Lo sé —dijo Loba—. Ataques por todas partes. Cosas antiguas que rompen sus cadenas. Esa es la razón por la que estoy aquí. ¿Cómo está él?

Corazónfuerte señaló la habitación de la luz azul.

—Jugando a los videojuegos. Los adora. Evitan que se ponga nervioso. Nunca he visto un chico con tanto exceso de energía.

Loba sonrió.

—Bueno, eso está bien mientras la canalice de manera constructiva. Para eso es para lo que estamos aquí. Para asegurarnos de que la utiliza bien.

Los dos Garou intercambiaron una mirada. Luego Corazónfuerte se dirigió hacia la casa.

—Vamos. Querrá verte.

Cuando Loba puso un pie en el porche, una tabla del suelo crujió ruidosamente. Loba miró a Liza, con una ceja levantada. Liza sonrió.

—Otra medida de seguridad. Solo por si alguien consigue llegar hasta aquí sin que nos enteremos.

Loba sonrió y siguió a Corazónfuerte a través de la puerta hasta el vestíbulo delantero. La sala de estar daba al vestíbulo y ahora podía oír unos sonidos de algo moviéndose a toda pastilla y de grititos. Asomó la cabeza por una esquina y vio a un chico de doce años mirando fijamente y con la boca abierta la pantalla de un televisor, mientras manejaba furiosamente el mando de un videojuego.

—Hola, Martin.

Él giró la cabeza. Parecía enfadado. En su cara estalló una sonrisa cuando la vio. Arrojó el mando del juego al suelo y se lanzó hacia ella. Se agarró a sus piernas y la abrazó con fuerza.

—¡Loba!

Ella le devolvió el abrazo.

—¿Qué tal lo has pasado, chico? ¿Te tratan bien aquí?

El chico levantó la vista hacia Loba y frunció el ceño.

—Supongo que sí. ¡Pero me aburro! ¿Cuándo vamos a hacer algo? Estoy harto de estar aquí escuchando historias. Quiero patear algún culo del Wyrm.

Liza puso los ojos en blanco y entró en la cocina. Corazónfuerte pasó al lado de ellos y se sentó en el sofá, con las piernas cruzadas.

—¿Qué te he enseñado, Martin? —dijo Loba—. La violencia solo surge de la necesidad. Debes aprender a controlar tu furia, a utilizarla como una herramienta. Nunca dejes que ella te utilice a ti.

—Sí, sí —dijo el chico, al tiempo que soltaba a Loba y se dejaba caer pesadamente en el sofá—. ¡Pero es tan aburrido! ¿No podemos ir a algún sitio? Nunca consigo ver a nadie.

—Bueno, puede que sí. ¿Te gustaría viajar a la Umbra? ¿Al Reino Etéreo, a ver las estrellas?

—¡Claro que sí! —contestó Martin, levantándose como un cohete—. ¿Cuándo nos vamos?

—Esta noche —dijo Loba, mirando de soslayo a Corazónfuerte, que tenía las cejas levantadas—. Ve a coger algunas cosas. Necesitarás una mochila para un viaje largo.

—¡De acuerdo! —gritó el chico mientras se lanzaba escaleras arriba. Loba pudo oír el ruido atronador de sus pisadas que hacían temblar las paredes del vestíbulo de arriba y de su habitación.

—¿El Reino Etéreo? —dijo Corazónfuerte, incrédulo—. ¿Qué está pasando, Loba? Es un viaje demasiado largo para él. Demasiado peligroso, sobre todo con lo que los espíritus están diciendo.

—No tengo elección —contestó Loba—. Los sucesos nos han sobrepasado. Demasiados presagios, señales y asuntos horrendos. No puedo seguir esperando. Está en la edad para su Ritual de Paso. Puede hacerlo.

—¿De verdad que puede? —Johnathon se inclinó hacia delante—. Todavía tiene demasiada rabia dentro. Liza y yo apenas podemos enseñarle los fundamentos de la serenidad. Se hará daño. Y hará daño a otros.

—¿Y quién entre nosotros no lo hace? Todos cargamos con esta maldición, algunos más que otros. Demostrará que sus detractores están equivocados. Lo sé.

—¿Y en qué te basas? Estoy de acuerdo en que tiene mucho potencial. Lo he visto. Pero también he visto su ira. También tiene potencial para la locura.

—¡No! —gruñó Loba, mirando a Corazónfuerte con furia—. Me niego a creerlo. Yo le rescaté. Le he criado desde que era pequeño. —Loba bajó la vista y dejó caer los hombros, liberando su tensión—. Agradezco toda la ayuda que tú y los Hijos de Gaia nos habéis dado, pero no seguiré escuchando nada más acerca de ninguna maldita profecía de muerte. He mirado dentro de su corazón. Sé en qué se convertirá, si le damos tiempo.

—Tu cruzada te está cegando, Loba —dijo Johnathon, al tiempo que volvía a echarse hacia atrás y se apoyaba en los cojines del sofá—. No todos los niños pueden ser salvados. En algunos, las heridas son demasiado profundas.

—¿Heridas? ¿Las heridas de nacimiento? ¿Hay que condenarlo solo por su desafortunado nacimiento? ¡Chorradas! Recuerda que todos estos años solo yo vi a través de las jugadas del Profanador y me imaginé su conspiración. Todo el mundo, incluso tú, Corazónfuerte, lo rechazó. Pero al final demostré que tenía razón.

—Y por eso te he ayudado, Loba, a ti y al chico. Por eso te he dado mi confianza y apoyo hasta ahora. Pero… él no está preparado.

—Ya no podemos seguir pensándonoslo. La última Garra del Wyrm está libre. No puedo permitir que Martin se convierta en su instrumento.

Corazónfuerte no dijo nada, pero su cara revelaba su miedo.

Liza tosió. Estaba de pie al otro extremo del vestíbulo, a medio camino de la cocina. Llevaba una bandeja con tres tazas de té humeantes. No miró a Loba a los ojos cuando pasó a su lado al entrar en la sala de estar y ponía la bandeja en una mesita de café.

—Podrías beber algo antes de tu viaje. —Cogió una taza y dio un sorbo—. Iremos contigo.

Corazónfuerte pareció sorprendido por su anuncio, pero luego asintió.

—No —dijo Loba—. Agradezco tu ofrecimiento, pero quiero atraer la menor atención posible. Además, a vosotros dos os necesitan en el norte. Mari Cabrah y Evan Curandero-del-Pasado están reuniendo a las tribus, para ayudar a los Wendigo a cazar a la Garra. Se están reuniendo en los Finger Lakes. Deberíais ir hasta allí mañana. Necesitarán toda la ayuda que puedan obtener.

Corazónfuerte y Liza no dijeron nada mientras pensaban, en silencio. Loba se acercó a la mesilla, cogió una taza y empezó a beber.

—¿Por qué el Reino Etéreo? —dijo Liza—. ¿Qué le espera allí?

—Sirio Estrellaoscura —contestó Loba—. Si hay alguien que conoce el destino de Martin en días venideros, ese es Sirio. No sé que hacer a continuación. Necesito respuestas del cielo.

Corazónfuerte dejó salir un suspiro de exasperación.

—Pero las profecías sobre Martin que desdeñas vienen del mismo reino que aquellas a las que haces caso. ¿Por qué piensas que ahora puedes confiar en ellas?

—Porque todo se está desmoronando —dijo Loba, levantando las manos—. No puedo llevarlo al norte. Allí lo odiarán y le echarán la culpa de sus problemas. Y se acercará demasiado al enemigo. Necesito averiguar la voluntad de Gaia. Estrellaoscura la conocerá.

Un ruido procedente del piso de arriba se hizo más fuerte y Martin prácticamente cayó rodando por las escaleras, arrastrando una mochila llena hasta los topes.

—¿Podemos irnos? ¿Podemos marcharnos ya?

Loba se rió.

—Tranquilízate, chico. Yo también necesito coger algunas cosas.

Martin pareció molesto.

—¿Y no podías haberlo hecho mientras yo estaba empaquetando? ¡Cachis!

Loba puso los ojos en blanco, sin dejar de sonreír.

—Cogeré algunas provisiones —dijo Liza. Posó la taza y se dirigió a la cocina.

Corazónfuerte se levantó.

—Dejadme al menos que os preste mi tienda de campaña. Podríais necesitarla.

Loba le hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza y le tocó el hombro cuando abandonó la habitación.

—Bien, Martin —dijo, volviéndose para dirigirse al muchacho—. Tenemos un viaje muy, muy largo por delante. No quiero oír ni una queja por ello. ¿De acuerdo?

—Sí, sí. Pero vámonos. —De repente Martin tenía una expresión animada en la cara—. ¿Puedo llevar mi forma real? ¡Por favor!

—Hasta que no estemos en la Umbra, no.

El chico levantó un puño en el aire en señal de victoria.

—¡Aquí nunca me dejan llevarla!

—Hay una razón para ello —dijo Loba, mientras se daba media vuelta al oír a Liza salir de la cocina. Llevaba una bolsa con comida y una cantimplora llena. Se la dio a Loba con una sonrisa dulce y se acercó a Martin para revolverle el pelo como si tuviera ocho años. El chico se sacudió y se apartó de ella, irritado.

Corazónfuerte volvió del sótano, con una mochila grande de excursionista.

—Lleva una tienda de campaña y dos sacos de dormir —dijo mientras se la pasaba a Loba.

—Gracias —le dijo ella—. Gracias a los dos. —Extendió la mano con la bolsa de comida—. Tú llevas esto, Martin. Es hora de probar tu valía.

Su gesto inicial de irritación se transformó en uno de orgullo cuando oyó las últimas palabras de Loba y cogió la bolsa y se la colgó al hombro.

—Será más fácil de llevar cuando cambies de forma —dijo Loba. Se dio media vuelta para mirar a Liza y Corazónfuerte a los ojos y sonrió—. Volveremos a vernos. Pronto. Y vendré con buenas noticias.

—Que así sea —dijeron Liza y Corazónfuerte al unísono, apretándole los hombros. La soltaron y dieron un paso atrás.

Loba caminó hacia la puerta, la abrió y la sostuvo para que pasara Martin.

—Tú primero.

Martin pasó como una bala a su lado y salió al césped.

—¿Hacia dónde?

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