El Garou vio todo esto con una expresión de sorpresa y temor en la cara. Él no le había pedido este favor; ella se lo había dado voluntariamente y sin ninguna molestia, como una madre atendiendo a su hijo.
La Más Anciana de los Osos se levantó, con los músculos en tensión y bajó caminando por el pasadizo por el que había llegado el lobo. El Garou, cojeando todavía con la pata curada, pero dolorida, la siguió. Cuando salieron de la caverna, la mujer no pareció notar el viento penetrante, que cortaba la piel del hombre como unas garras. Él se estremeció y miró cómo la mujer olisqueaba el aire con su gran nariz; su sentido del olfato seguía siendo bueno en su forma humana. El Garou vio que sus dedos se movían, como si estuviera contando y supo que estaba usando sus dones espirituales.
La mujer-oso volvió la cabeza hacia el sur, lejos de la dirección por la que había llegado el lobo.
—Ya se nos ha adelantado. Debes despertar a tu gente. ¿Qué ha ocurrido con tus compañeros de manada?
—Ya no están —dijo el Garou, bajando la cabeza y con un dejo de desesperación en la voz—. Todos los Guardianes de las Pesadillas del norte están muertos.
La mujer-oso asintió y aceptó la noticia con decepción pero sin sorpresa.
—La atraparé y retendré todo el tiempo que pueda. Debes traer a todos los de tu especie, todos los que puedas. Los de mi especie están desperdigados o deshechos. Esta lucha será tuya.
Cayó hacia delante con las manos extendidas y su forma aumentó mientras caía. Dos garras enormes golpearon el suelo y agitó su masa enorme y peluda. Levantó el hocico hacia el cielo nocturno, como si hiciera un gesto con la cabeza a las estrellas. Un gruñido suave retumbó por su garganta, una plegaria a los Poderes, que se convirtió en un poderoso rugido a medida que se alejaba de la caverna y saltaba por la nieve a una velocidad inimaginable para una criatura de su tamaño.
El Garou la miró mientras se alejaba. Cuando ya no pudo verla, cambió a su forma de lobo y volvió a protegerse del viento con su pelaje. Su pierna había mejorado notablemente, pero todavía no podía apoyar todo su peso sobre ella. Caminó lentamente hacia el sur, siguiendo el rastro de la osa, probando sus piernas para recuperar su ritmo. Cuando estuvo seguro de que podría con ello, echó a correr, dirigiéndose hacia el sur para buscar a los de su especie.
Una ramita chasqueó a lo lejos. Evan Curandero-del-Pasado, con el arco medio abierto, clavó los ojos en la dirección del ruido, buscando cualquier señal de movimiento. Los bosques estaban tranquilos. Abrió la boca e hizo un extraño sonido, como un gorjeo. Lejos, a su izquierda, un gorjeo similar le respondió. Evan se agachó y se movió lentamente hacia delante, siguiendo las débiles huellas a través de la maleza. Solo había dado tres pasos, cuando el gamo salió corriendo del espeso arbusto, repentinamente visible, con el cuerpo chocando con las ramas.
Evan se levantó, abrió el arco del todo y apuntó al ciervo que desaparecía. Soltó la flecha y oyó que el animal chocaba contra el suelo del bosque, agitándose violentamente. Ya no podía verlo a través de las hojas otoñales, pero su sonido era inconfundible. Mientras echaba a correr, sus piernas se transformaron de humanas a lobunas, su torso se alargó y sus manos delanteras, que ahora también eran zarpas, golpearon el suelo corriendo. Su arco se desvaneció en una bruma efímera y se convirtió en una materia espiritual intangible, lista para reaparecer en cuanto Evan volviera a cambiar de forma.
Evan, transformado ahora en lobo, llegó hasta el venado moribundo. Ambos cerraron los ojos y la mirada del ciervo comunicaba un mensaje antiguo e inefable. Evan saltó hacia delante y desgarró la garganta del venado con sus mandíbulas. Luego echó hacia atrás la cabeza y aulló.
Unos aullidos de respuesta salieron de los bosques a derecha e izquierda y se hicieron más fuertes a medida que los compañeros Garou de Evan se iban acercando. Evan lamió la sangre que salía a borbotones de la garganta abierta y murmuró una plegaria de Agradecimiento al espíritu que se marchaba. Dobló todo su cuerpo ante el animal y casi pareció como si estuviera rezando al lado de un altar de carne de sacrificio.
Dos Garou salieron corriendo del follaje, desde direcciones distintas y casi al mismo tiempo, otros dos nativos americanos, hombre y mujer, de pelo negro; ambos llevaban téjanos y cazadoras marrones de piel decoradas con ruedas medicinales. Miraron a Evan, esperando una señal. Este dejó salir un ruido por la nariz y levantó la cabeza, alejándose de la pieza. Los dos Garou se acercaron. El hombre se agachó mientras la mujer levantaba el cadáver y lo ponía sobre los hombros anchos del hombre. Una vez que el peso estuvo bien distribuido, el hombre asintió y comenzó a caminar hacia el este. La mujer frotó juguetonamente el pelaje de la espalda de Evan.
—Buen trabajo —dijo—. Tal vez no seas tan blanco, después de todo.
Evan cambió a la forma humana: un joven caucásico de pelo moreno, que llevaba vaqueros, camiseta y botas de montaña. Sonrió mientras se ponía a andar detrás de su pieza.
—No se trata de la piel, Tormenta Silenciosa. Se trata del espíritu.
Tormenta Silenciosa no dijo nada, pero asintió escéptica, sonriendo. Lo siguió.
Los colores de la hojarasca otoñal brillaban con fuerza bajo la luz naranja del atardecer. Ya se habían caído muchas hojas, que cubrían el suelo del bosque en ciertos lugares y hacían difícil poder caminar sin hacer ruido. Esa había sido parte del desafío. Los humanos modernos tenían poca idea de cómo caminar silenciosamente por las hojas secas esparcidas por el suelo del bosque. Un cazador de verdad (un verdadero Garou Wendigo) podía moverse sin que lo oyeran y cazar sin ser visto en un paraje como aquel. Evan lo había hecho fácilmente. Había demostrado ante sus nuevos amigos que pertenecía al clan del Lobo Invernal.
Evan no era un Wendigo típico; su sangre nativa americana, adulterada muchas generaciones atrás, era débil. Por lo que él podía decir, era lo que llamarían un treinta y dos por ciento indio. Según las leyes del gobierno estadounidense, tenías que ser un ochenta por ciento para ser considerado puro. Si estabas por debajo de un dieciséis por ciento, hasta la mayor parte de los nativos americanos te considerarían un impostor. Pero no eran sus credenciales nativas lo que realmente importaba; era su sangre Garou y esa se había criado de verdad.
El «gen» Garou se consideraba recesivo, al menos cuando los Garou se molestaban en hablar en términos del ADN moderno y de la genealogía. Podía saltarse muchas generaciones antes de parir un verdadero Garou. La familia de Evan no había sido considerada como parentela durante generaciones; él pertenecía a una de las muchas líneas de sangre Garou perdidas. Era algo común entre las tribus europeas, sobre todo después de la emigración a América, pero no era tan corriente entre los Wendigo, cuyas intransigentes costumbres tribales significaban que la descendencia se mantenía dentro de las conocidas familias de tribus nativas humanas o manadas de lobos.
Quienes descubrían su herencia sin el apoyo de una comunidad Garou no lo tenían fácil. Cuando Evan experimentó su Primer Cambio, los Wendigo no estaban ahí para ayudarlo. En su lugar, se presentaron los Danzantes de la Espiral Negra, impelidos por una profecía referente a él. Por casualidad (o destino) Evan se topó literalmente con el rey Albrecht («lord», por aquel entonces) y la búsqueda resultante no solo dejó al descubierto una pieza de la identidad de Evan, sino que ayudó a Albrecht a salvarse de la depresión por su exilio. Desde entonces, habían sido compañeros de manada, junto con Mari Cabrah, que también había sido atraída hacia el Rito del Legado de Evan.
—Entonces, Piel de Nieve —dijo Tormenta Silenciosa con una sonrisa satisfecha cuando alcanzó a Evan y se puso a caminar a su lado. El apodo que le había dado no era exactamente acertado, teniendo en cuenta que la complexión de Evan en realidad era ligeramente más oscura que la del blanco estándar—, ¿cuándo va a venir el rey Albrecht? ¿No le interesan los Wendigo?
—Sabes que sí —dijo Evan—. Pero tiene que ocuparse de unos asuntos de su tribu en Rusia. Volverá hacia finales de mes.
—Aja. O sea, que Rusia tiene preferencia sobre Canadá.
—Vamos —dijo Evan meneando la cabeza, pero sin dejar de sonreír—, sabes tan bien como yo que la invitación de Aurak Danzante de la Luna llegó después de que Albrecht ya hubiera aceptado la de la reina Tvarivich.
—Entonces ¿por qué no está tu otra compañera de manada aquí? Me refiero a Mari.
—¿Es que por aquí la gente no se cuenta las cosas? Ya expliqué todo esto cuando llegué. Pero supongo que estabas fuera en alguna parte mirando fijamente tu reflejo en algún estanque tranquilo. —La sonrisa de Tormenta Silenciosa se ensanchó, pero no miró a Evan; mantuvo la vista fija en el camino que tenían delante—. Está en Nueva York, haciéndole un favor a la manada Río de Plata. Algo que tiene que ver con una fábrica de Jersey, que está vertiendo toxinas.
—¿La manada Río de Plata? ¿No es a la que pertenece John Hijo-del-Viento-Norte? ¡Él también debería estar aquí! No todos los días te encuentras con una asamblea de Wendigo de todos los clanes del Este. Y no todos los días invitamos a miembros de otras tribus, como tus compañeros de manada, a reuniones tribales.
—Vendrán cuando puedan, Tormenta Silenciosa. Y el primer deber de John es para con su manada, como bien sabes.
—Bueno, supongo. Al menos
tú
estás aquí.
—Gracias por esa deferencia tan entusiasta.
Tormenta Silenciosa miró a Evan, examinándolo antes de volver a hablar.
—¿Es verdad lo que dicen de ti?
—No sé —dijo Evan, mirando a Tormenta Silenciosa con las cejas arqueadas—. ¿Qué es lo que dicen de mí?
—Que tienes el favor de los ancestros. Dicen que los ancestros te revelaron el pasado durante tu Ritual de Paso y te marcaron para una búsqueda futura.
Evan meneó la cabeza con exasperación.
—Seguramente dicen montones de cosas. No sé nada de todo eso. Sí, los ancestros me mostraron una visión del pasado durante mi primer rito y me enseñaron a arreglar las desavenencias entre las tribus Garou, la deuda de sangre entre los de nuestra especie. Pero no sé nada de una búsqueda para el futuro.
—¿No te hablan los ancestros y te dicen lo que va a pasar?
—No. No los he visto ni oído desde el ritual. Conozco a montones de Wendigo y medias-lunas que hablan con los espíritus, pero yo no lo hago. No parece que me escuchen. Tal vez sea mi piel blanca.
—Bueno, aunque no hablen a alguien, seguramente hablan sobre ti. Todos los ancianos saben quién eres. Todos piensan que estás destinado a algo. Si no, ¿por qué tú, que eras solo un niño cuando pasaste por el ritual, ibas a convertirte en compañero de manada del rey de los Colmillos Plateados? Pienso que esa es la razón de que tu piel sea blanca: para mostrar a los espíritus tu conexión con los Colmillos de pura raza.
—Esa es toda una teoría. Pero mi pelaje no es blanco. Es gris.
—Ay, no lo tomes al pie de la letra. Los espíritus no piensan de esa manera.
Llegaron a una vega por la que corría una pequeña corriente que serpenteaba en el crepúsculo. El nativo que cargaba con el venado se agachó para beber, recogiendo agua en la palma de su mano y llevándosela a la boca.
Evan se unió a él.
—Gracias por ofrecerte a cargar con mi pieza, Cuchillo de Sílex, pero puedo llevarla yo el resto del camino.
—No —dijo Cuchillo de Sílex—. Mantengo mi palabra. Dijo que si eras capaz de cazar aquí yo llevaría la pieza todo el camino de vuelta en forma humana. Cumplo mi parte del trato.
—No digo lo contrario. Solo quiero que sepas que no te obligo. Ya has cumplido tu palabra.
—La cumpliré cuando entre en el pueblo cargando con el venado. —Se levantó, gruñendo. Era un camino tremendamente largo para ir andando con el cadáver de un ciervo al hombro. Si fuera con la forma de «cavernícola», que era más fuerte, no sería tan duro, pero la forma humana era un auténtico desafío, incluso para alguien tan musculoso y aguerrido como Cuchillo de Sílex. Cuando Cuchillo de Sílex estaba cargándose el cadáver para la siguiente etapa del viaje, se quedó helado de sorpresa y echó un vistazo corriente abajo.
—Hay alguien ahí —dijo.
Evan siguió su mirada y vio una silueta tirada en el suelo, con la mitad del cuerpo dentro de la corriente y la otra mitad fuera.
—¡Es un lobo!
Evan salió corriendo hacia el lobo y pudo ver que sus delgadas costillas subían y bajaban lentamente. Tenía los ojos cerrados y el hocico casi sumergido en la corriente. Solo la punta de las fosas nasales quedaba por encima del agua. Los cuartos traseros del lobo llevaban un extraño glifo, marcado a fuego en la piel. No era un simple lobo, sino un Garou.
Tormenta Silenciosa apareció al lado de Evan y se agachó, todavía en su forma humana, para olfatear al extraño lobo.
—No lo conozco —dijo—. Pero lleva sangre seca en el pelaje. Y no toda es suya.
—No veo ninguna herida abierta —dijo Evan—. Unas pocas cicatrices, pero nada que pudiera dejarle sin sentido. Debe de haberse caído por agotamiento.
Ayudó a Tormenta Silenciosa a sacar al lobo del agua y lo arrastraron hasta la orilla. Los ojos del lobo se movieron ligeramente y pestañeó, confuso. Intentó débilmente ponerse de pie, pero se derrumbó, gimiendo.
—Debemos llevarlo al pueblo, a un sanador —dijo Tormenta Silenciosa, mirando al lobo con compasión.
—De acuerdo —dijo Evan—. Yo le llevaré.
Cambió de forma y se hizo más grande y feo. A su forma se le veían los músculos tensos en su cuerpo, ahora ancho y brutal. Levantó al lobo y se lo puso en el hombro, igual que antes había hecho Cuchillo de Sílex con el venado; luego se levantó, mirando al hombre.
—Mira, este tío está herido. No debemos perder tiempo. ¿Por qué no cambias a una forma más fuerte para que nos podamos mover más rápido?
—No —dijo Cuchillo de Sílex, con una máscara de estoicismo inexpresivo en el rostro—. Si no puedo mantener el ritmo, dejadme atrás. Cumpliré mi promesa.
—Pero quizás este chico ha sido atacado por algo —dijo Tormenta Silenciosa—. Todavía podría andar cerca. No podemos arriesgarnos a separarnos.
—Si le hubieran atacado, lo sabríamos —dijo Cuchillo de Sílex—. Marchaos. Os seguiré.
Evan se encogió de hombros y empezó a trotar. Tormenta Silenciosa corrió por delante de él, indicando el camino de vuelta al pueblo.