La última batalla (7 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

—No a su voluntad; a la mía. Yo escogí aliarme con Konietzko. Debemos gobernar juntos, decidir unidos el rumbo de la nación Garou.

—Ya lo pillo. Ya está decidido. Vosotros dos estáis reuniendo las fuerzas del mundo, las atáis con un bonito lazo y las repartís como si fueran un regalo para vosotros mismos.

—Hablas de esto como si fuese algo malo —dijo Tvarivich, en tono frío y con un deje de furia.

—No estoy seguro de lo que es. Ese es el problema. Me habéis mantenido fuera del grupo y me invitáis a la fiesta a última hora. Me necesitáis para libraros de las tribus que actúan solas, las que nunca formarían filas con los asuntos de un país viejo, pero que podrían mostrarse dispuestas a seguirme a mí, porque yo no me ajusto exactamente al estereotipo. Pero se supone que yo solo voy a meter a estas fuerzas en la red y quedarme al lado del trono, rechazado por mis compañeros. Y eso es lo que ocurrirá, por cierto. Tú lo sabes. Mi estilo no encaja con el tuyo o con el de Konietzko, así que seré el tipo raro que está de más, desautorizado y de malas.

Tvarivich estaba furiosa, con los ojos entornados. Cruzó los brazos sobre el pecho.

—Estás siendo un cínico. No somos tiranos. Por supuesto, tendrás la misma voz que nosotros. ¿Crees que somos estúpidos? Si te rechazamos, perdemos el apoyo de las tribus que están bajo tu bandera. No te invité hasta aquí para insultarte, Albrecht, sino para atraerte a una causa grande y noble.

—De acuerdo, admito que quizás estoy siendo cínico y me apresuro a ver el lado malo en lugar del bueno. Estaría bien tener una estructura de gobierno central. Después de todo, estamos en guerra. Pero soltarme esto así, cuando ya está decidido, no es la mejor táctica para convencer a alguien que actúa solo y eso tienes que admitirlo.

Tvarivich sonrió.

—Cierto. Ahora lo veo. Estoy demasiado acostumbrada a que la gente se someta a mi voluntad. Creía que nuestro plan era demasiado bueno para dejarlo pasar y que lo aceptarías con entusiasmo a pesar de los sentimientos heridos. Lo siento. Sí, ya me has oído, pero no lo oirás muchas más veces saliendo de mi boca.

—Bueno, esto es el colmo. No me puedo poner furioso con una rara disculpa de la reina Tamara Tvarivich; es un artículo de coleccionista. Mira, Tamara, tengo que pensármelo. Es un paso nuevo e importante, no solo para mí, sino para todos los que formarían filas conmigo.

—De acuerdo —dijo Tvarivich, acercándose y poniendo una mano en el hombro de Albrecht—. No tengo intención de meterte prisa. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras. Disfruta del túmulo. Tal vez él te hable y te regale un buen consejo útil para tu decisión. Los ancestros vienen aquí y susurran en el viento, como hace el poderoso Halcón. Tal vez venga y alivie tu carga con un consejo.

—Sí, quizás lo haga. Ya lo ha hecho antes. Gracias, me quedaré un poco. Quiero ver el túmulo. Sin embargo, sobre esa respuesta… No puedo dártela sin ir primero a casa y ver cómo están las cosas por allí. Muchos compañeros confían en mí para obrar honradamente con respecto a ellos y me han dado esa confianza porque saben que no me aprovecho de ella. Tengo que preguntarles lo que quieren hacer.

—Lo que deberían desear es seguir a un líder esforzado a donde quiera que vaya.

—Eso es a la antigua. En América, lo hacemos de una manera nueva: la democracia. No, eso no significa que vayan a decidir en todo lo que digo. Significa que no me aprovecho de mi poder obligándolos a hacer cambios importantes sin consultarlos primero.

—Ah, creo que te entiendo. De nuevo, me disculpo por no haberte tenido en cuenta. Por aquí no estamos demasiado acostumbrados a ese estilo occidental de la democracia. Nosotros seguimos a nuestros líderes y confiamos en ellos.

—Del sitio de donde vengo, la confianza te la tienes que ganar. No se consigue por la suerte o por derecho de nacimiento, por mucho que a nuestra tribu no le guste.

Tvarivich hizo una mueca y apartó la mirada.

—Hablas como si yo no me hubiera ganado la confianza y solo la hubiera cogido como si fuese una chuchería.

—Eh, eso no es lo que quería decir en absoluto —dijo Albrecht, mostrando las palmas de las manos—. Solo digo que el nuevo mundo es mucho más independiente. La gente decide por sí misma si sigue o no a un líder. Mi posición hace que me escuchen, pero no garantiza que las demás tribus sacrifiquen sus vidas por mí.

Tvarivich asintió y volvió a sonreír.

—Entonces quédate y piensa en ello. Ven a mí con cualquier duda que tengas. Pregunta a mi gente si quieres. Les daré instrucciones para que te respondan con total franqueza. Te quiero a mi lado, Albrecht, no como un peón o como alguien que proporciona ejércitos, sino como un amigo. Necesitaré tu apoyo contra Konietzko más de lo que él buscará el mío contra ti.

Albrecht asintió. Tvarivich abandonó el círculo y regresó andando a la orilla del lago, en dirección a la gruta situada bajo la cascada. Albrecht se quedó inmóvil durante un rato, pensando. Levantó la vista hacia los árboles, las montañas majestuosas y buscó en el cielo. No vio lo que buscaba, así que bajó la vista y comenzó a salir del círculo.

Un lobo negro saltó desde detrás de una piedra y le bloqueó el camino.

—¿Melenanocturna? —dijo—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

La forma cuadrúpeda de Melenanocturna creció hasta quedarse sobre dos piernas. Se apartó a un lado para no cortarle el paso.

—Llegué antes que usted, siguiendo a una comitiva de espíritus que deseaban enseñarme el círculo.

—Entonces, ¿cuál es tu consejo? Ya la oíste. ¿Debo unirme, o quedarme al margen?

Melenanocturna se encogió de hombros.

—Solo usted puede contestar a esa pregunta.

—Vaya, pues sí que me eres de ayuda.

Albrecht frunció el ceño y pasó a su lado; ella lo siguió.

—Soy vidente, no política. Debe preguntarse cuáles serán las consecuencias si acepta y cuáles serán si se niega.

—Sí ya lo sé —dijo Albrecht, golpeando con el puño de la mano derecha la palma de la mano izquierda—. Quedarme fuera de semejante trío de poder podría ser bien duro, pero acompañar con la batería a su guitarra y su voz puede ser igual de frustrante. Además, ni siquiera estoy seguro de que un gobierno central sea lo que necesitamos. A veces lo quiero, pero puede ser la parte de mí que dice que lo quiere todo para poder comportarme siempre como me dé la gana. El mundo no funciona así.

—El mundo está cambiando, señor. Los espíritus lo dicen. Las viejas alianzas se transforman y hay nuevos países en auge. Usted mismo debe decidir cuál será su papel.

Albrecht se volvió para mirarla.

—Sí, lo sé. Tengo que tomar una decisión importante y no es fácil. Si sabes de algún espíritu por aquí que pueda… bueno, darme su opinión inesperadamente, pídele que lo haga. ¿De acuerdo?

—Correré la voz. —Melenanocturna inclinó la cabeza a modo de reverencia.

Albrecht llegó al sitio donde Lord Byeli y Eric lo esperaban pacientemente. Albrecht caminó lentamente en círculo, observando el paisaje. El río pasaba rápido a su lado, descendía por la ligera pendiente del valle, bajaba retumbando por otra cascada y luego desaparecía en las montañas. Los bosques cubrían la mayor parte del valle. Para Albrecht, parecía realmente primitivo y prístino.

—Bueno, supongo que deberíamos pasar al mundo físico —dijo—. Probablemente el clan nos estará esperando con una fiesta de bienvenida.

—Señor —Byeli ladeó la cabeza—. No pude oír lo que se dijeron usted y la reina, pero parece preocupado. ¿Hay algo en lo que pueda serle de ayuda?

—Bah, de momento dejemos esa mierda a un lado y reunámonos con algunos colegas de tribu. —Byeli frunció el ceño—. Más tarde, Byeli —dijo Albrecht—. Lo explicaré todo más tarde.

Byeli arqueó las cejas, pero asintió, aceptando el ofrecimiento de Albrecht. Este miró fijamente el agua del lago, observando cómo retumbaba en las orillas y se canalizaba hasta el apresurado río, formando espuma blanca en las crestas de las olas. La luz de la luna brillaba en su superficie como polvo plateado. Estiró su espíritu, sintió el mundo físico y se preparó para cruzar la cortina de terciopelo.

El chasquido de un trueno le hizo perder la concentración.

Levantó la vista hacia las ramas superiores del poderoso abeto y vio la cola del rayo y las frenéticas llamas que provocaba.

—¡Santo Dios! —gritó.

—¡No! —chilló Melenanocturna, paralizada por la impresión. Otras exclamaciones estallaron a su alrededor: el chillido de los pájaros, el rugido de los animales y las ráfagas calladas de los propios árboles… los espíritus reaccionaban con furia al ataque contra su centro sagrado.

—¿Qué diablos ha ocurrido? —dijo Albrecht, mirando alternativamente a Byeli y a Melenanocturna. Byeli estaba boquiabierto, incrédulo ante la enormidad de la explosión. Mientras miraba, una rama gigantesca envuelta en llamas cayó, agitándose por el inmenso cielo para estrellarse contra el suelo.

—¡Apártate de ahí! —gritó Albrecht.

—¡Ha ocurrido algo terrible en el Reino Etéreo! —dijo Melenanocturna—. Algo procedente de los cielos ha atacado el túmulo.

—¿Qué? ¿Una criatura del Wyrm? ¿Dónde está?

—No una simple criatura. Un Incarna.

Albrecht levantó la vista, buscando el cielo estrellado. No pudo ver ni rastro del atacante, ningún espíritu de ningún tipo, pero entonces no sabía realmente qué buscar.

—Se ha ido —dijo Melenanocturna—. No ha sido un ataque. Ha sido un presagio. Una señal de que van a venir días espantosos. Aquí no estamos a salvo. No estamos a salvo en ningún sitio…

Capítulo tres:
No hay mañana

Empezaron a aparecer los Garou, que cruzaban la Celosía desde el mundo físico hasta el reino espiritual; gruñían y estaban enfadados y buscaban al enemigo que se había atrevido a golpearlos en su propia casa. Los primeros que cruzaron eran obviamente chamanes, vestidos con hábitos, abrigos gruesos o sus pelajes naturales, todos pintados con pictogramas que representaban alianzas espirituales. Rápidamente los siguieron los guerreros en su forma de batalla, con las garras listas y las mandíbulas apretadas y con los hocicos buscando la presencia del Wyrm.

Melenanocturna les ladró, informándoles de que la amenaza había desaparecido. Solo había sido un aviso, un presagio de los cielos sobre los tiempos difíciles que estaban por llegar. Los chamanes se reunieron alrededor de ella, gruñendo; llamaban de vez en cuando a varios espíritus cercanos, que respondían en la extraña lengua espiritual, que a los oídos de Albrecht sonaba como una música lejana y casi inaudible.

Albrecht vio a Tvarivich, todavía goteando agua de la cascada, que se les unía, pidiendo respuestas en ruso. Algunos de los chamanes le contestaron y comenzó una pequeña discusión; algunos señalaban a la copa del árbol herido y otros gesticulaban hacia el túmulo entero.

Albrecht se acercó con calma y estaba a punto de preguntar qué diablos estaba ocurriendo, cuando un halcón pasó a toda velocidad por encima de sus cabezas.

Tvarivich levantó la cabeza para mirarlo fijamente y aguzó el oído para captar sus gritos. Oyó algo que Albrecht no captó, algún comunicado importante y luego desapareció de inmediato, saltando por la Celosía hasta el mundo físico.

—Esto no puede ser bueno —gritó Albrecht hacia Byeli y Eric y saltó por la Celosía. Estaba hecho para luchar, porque había nacido en luna llena. Nunca había sido tan bueno saltando mundos como un luna creciente, así que su viaje distó mucho de ser instantáneo. Sentía la Celosía como si fuera de goma y empujó con fuerza contra su resistencia, deformándola lentamente, abriendo un agujero a través del que pudiera pasar. Para cuando apareció en el mundo físico, Tvarivich ya había cruzado el río y estaba de pie en el círculo ritual; un portal brillante y plateado de luz flotaba en el aire por delante de ella.

Al fondo del túnel de luz descubierto por el puente de luna, Albrecht pudo ver a un hombre que corría hacia Tvarivich. Mientras se acercaba, Albrecht pudo distinguir sus rasgos: pelo largo y negro, una capa negra que se agitaba al viento y camisa y pantalones grises. Una insignia pintada con sangre brillaba en su pecho; era la marca de unas garras, en forma de cruz sombreada, de la tribu de los Señores de las Sombras.

Saltó desde el puente de luna abierto y aterrizó de rodillas, inclinándose ante Tvarivich; respiraba pesadamente, era evidente que había corrido a toda velocidad mucho tiempo. La luz brillante se desvaneció detrás de él y dejó solo oscuridad. Albrecht parpadeó para acostumbrar sus ojos, entró en el círculo y se quedó de pie detrás y a la derecha de Tvarivich.

El hombre había recuperado el aliento y comenzó a hablar en ruso, pero Tvarivich le interrumpió.

—En inglés. O en Garou. Nuestro invitado también debe oír esto. —Hizo un gesto hacia Albrecht y el hombre arqueó las cejas. Inclinó la cabeza ante Albrecht y devolvió la atención a la Reina, hablando en inglés con su fuerte acento balcánico, no ruso.

—Reina Tvarivich, mi señor, el margrave Konietzko, envía sus saludos y se disculpa por las nefastas noticias que le voy a transmitir. Me ordena que le avise de los terribles acontecimientos que están ocurriendo en Europa. El Wyrm se mueve contra nosotros desde distintos frentes. Sus ataques son horribles y al azar. Ha cogido a muchos clanes por sorpresa. Tantas criaturas… vienen de lugares desconocidos.

Tvarivich miró preocupada a Albrecht y luego echó un vistazo a las alturas humeantes del abeto. Puso la mano en el hombro del mensajero.

—Tranquilo, valiente Garou. Dime tu nombre y tendrás agua y comida mientras comunicas las noticias.

El hombre se quedó quieto y asintió.

—Soy Yorgi Danzante-de-Fuego, Ragabash del clan de la Torre Humeante de Budapest. El primer ataque ocurrió hace tres días, en Polonia. Un nido de pesadillas que muchos pensaban que había sido derrotado hace mucho tiempo. A esto le siguió una horda de criaturas que apareció en los Balcanes, fomori que comían cualquier cosa que se moviera. Luego, en Alemania, un gusano de nexo. Murieron muchos derrotándolo.

—¿Quién está detrás de estos ataques? —dijo Tvarivich. Hizo señas hacia una anciana que llevaba una bandeja de comida. Yorgi devoró ávidamente las bayas y las lonchas de carne cruda.

—Llegaron todos a la vez —dijo, mientras le caía el jugo por las mejillas. Bebió un vaso de agua y se lo devolvió a la anciana, inclinándose ante ella brevemente—. Estos enemigos no están relacionados. Simplemente aparecen y atacan, sin ningún plan aparte de destruir. El margrave envió mensajeros a todos los clanes, para avisarles de nuevos ataques. El primer mensajero que envió aquí no regresó. El margrave también mandó grupos de guerra a la Umbra, buscando respuestas. Regresaron con espíritus a los que habían rescatado, que gritaban acerca de terribles sucesos en los reinos, en lo más profundo de la Umbra. Hablan de monstruos que se han liberado de antiguas cadenas, como si se hubieran soltado todos a la vez. Estas cosas vagan libremente, arrojadas a la Tierra y a la carne de Gaia, intentando profanarla.

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