La última batalla (43 page)

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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

Albrecht aulló una llamada a las armas y los Garou se abalanzaron sobre las criaturas malformadas. La primera oleada cayó en pocos momentos, destrozada por las zarpas expertas de la fila delantera de los Garou, cuyos miembros eran todos guerreros de alto rango. Estalló un aullido de triunfo, seguido de la euforia de aquellos que estaban dentro del valle.

La segunda oleada machacó el pasillo; los cuerpos de las criaturas estaban llenos de flechas que les disparaban desde arriba y gruñían y gritaban pidiendo sangre.

Evan vigilaba la batalla desde lejos, con el arco preparado con una flecha cargada por si acaso necesitaba usarla. Aurak estaba de pie a su lado, golpeando ligeramente un tambor. El fetiche tenia vinculado un importante espíritu de la guerra, procedente del reino del Campo de Batalla, listo para manifestarse en cuanto Aurak diese la serie de golpes adecuada.

A su espalda, Martin caminaba adelante y atrás, abriendo y cerrando las zarpas, impaciente por pelear. La mayoría de los chamanes miraba atentamente la batalla o se preparaba para soltar los espíritus vinculados a los fetiches o talen. Algunos vigilaban la parte superior de los muros o la retaguardia del valle, buscando cualquier señal de que pudiesen aparecer problemas por otra parte.

Martin cambió a la forma de lobo terrible y salió disparado, tan rápido que ningún Theurge pudo reaccionar a tiempo. Pasó como una bala al lado de Evan y corrió hacia las líneas del frente.

—¡No! —gritó Evan—. ¡Vuelve aquí! ¡No estás preparado!

Martin, o no le oyó, o se negó a escucharlo. Se metió corriendo en la quinta fila, que estaba atestada y se perdió de vista dentro de la refriega.

Zhyzhak entró corriendo en el pasadizo; las flechas le resbalaban por la piel. El residuo aceitoso del estómago del Wyrm le proporcionaba una superficie prácticamente sin rozamiento. Las flechas no encontraban agarre.

Se abalanzó sobre las filas traseras de su ejército, mientras apartaba a empujones a los esmirriados y los cerdos-calavera para llegar a la zona delantera. En cuanto el ejército se dio cuenta de que estaba allí, dejó escapar un grito exultante y se apartó para dejarla pasar.

Zhyzhak arremetió hacia delante y cargó contra la línea de Garou. Con la mandíbula agarró a un Fenris por el cuello. Apretó fuerte y meneó la cabeza, agitando al Garou atrapado hacia la izquierda y la derecha, derribando a sus compatriotas. Luego lo soltó, le clavó las zarpas en el estómago y le arrancó un puñado de tripas. El Fenris se colapsó; el aire le salió silbando a través de los agujeros de su garganta.

Zhyzhak le pasó por encima y golpeó a más Garou mientras pasaba a su lado y buscaba señales de Albrecht.

Los Garou avanzaron, en una pequeña carga instigada por algo que tenían detrás. Las posiciones se abrieron lo suficiente para dejar paso a un Garou de pelaje blanco. El rey Albrecht cayó inmediatamente sobre Zhyzhak y la derribó.

Ella gruñó y arañó su piel metálica, de plata, al tiempo que gritaba de dolor por el contacto, que la quemaba. Escupió un fuego verde espumoso sobre Albrecht, cabreada porque él hubiese utilizado la misma treta que la última vez que se habían enfrentado. Enganchó el látigo alrededor del cuello de Albrecht y apretó.

Las zarpas de Albrecht arrancaron trozos del delgado pus que protegía la carne de Zhyzhak. Antes de que pudiera atravesarle la piel, la garganta se le cerró, apretada por el látigo. Con un fuerte impulso, dio un salto hacia atrás, casi arrancándole a Zhyzhak el látigo de las manos y dio un golpe con el klaive. La hoja, afilada de forma sobrenatural por un espíritu de la tierra que Aurak le había vinculado, cortó limpiamente el látigo en dos trozos. Albrecht cayó hacia atrás al desaparecer la tensión de manera repentina. Con un tirón se arrancó el látigo de la garganta y lo arrojó al suelo.

Zhyzhak aulló de rabia y agarró el otro trozo del látigo roto, mirando fijamente lo que quedaba de su amado fetiche. Entrecerró los ojos y abrió la boca completamente; un grito ensordecedor explotó desde su garganta.

Se levantó de un salto y cargó hacia delante contra Albrecht. Lo empujó contra la pared del cañón y le cortó la respiración. Al mismo tiempo, le clavó las uñas en el pecho y le desgarró la armadura plateada como si fuera de papel, haciendo que salieran gotas de sangre.

De repente, se tambaleó, con las rodillas débiles y sus golpes se desviaron al chocar contra el rey. Se echó hacia atrás, confusa y bajó la vista hacia su estómago. Tenía el klaive de Albrecht clavado en las entrañas y le salía por la espalda. Sintió una repentina oleada de miedo, agarró la empuñadura del klaive y tiró hacia fuera con las pocas fuerzas que le quedaban. La hoja salió deslizándose y le pinchó la columna vertebral. Sintió un espasmo cuando los nervios se le encendieron de dolor y el klaive se le cayó al suelo con un ruido metálico.

Albrecht se levantó lentamente, obviamente dolorido, con las venas inflamadas a causa del veneno de Zhyzhak. Gruñó y se balanceó inestablemente. Zhyzhak se tambaleó hacia atrás, mientras se apretaba el estómago. El klaive de Albrecht yacía en el suelo. Casi instintivamente, haciendo caso omiso del dolor que corría por sus venas, Albrecht cogió el klaive y lo levantó.

Una horda de guerreros Garou saltaron entre él y Zhyzhak. Las criaturas cayeron sobre ellos y se metieron entre los Garou y su reina. Unas manos levantaron a Albrecht y se lo llevaron por el pasadizo. Una multitud de criaturas tiraron de Zhyzhak y se la llevaron a rastras por el camino.

Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte corrió hacia Evan y Aurak.

—¡El rey necesita que lo curen!

Aurak cambió a la forma de lobo y echó a correr detrás de Mephi. Evan gruñó y les siguió. Si su trabajo era proteger a Aurak, podría hacerlo al lado de Albrecht.

El anciano echó a los guerreros a un lado y se inclinó sobre el rey. Albrecht tenía escalofríos a causa de la fiebre, producida por su lucha contra la toxina que corría por su torrente sanguíneo. Aurak cambió a la forma humana, se sacó un puñado de hojas del bolsillo y las colocó sobre el pecho desgarrado y sangriento de Albrecht. Murmuró unas pocas palabras y las hojas se marchitaron, secándose de inmediato.

Albrecht abrió los ojos. Aurak y Evan se inclinaron sobre él, con una expresión preocupada en la cara. La fiebre había desaparecido y el dolor de sus miembros se había disipado también.

Aurak asintió, aliviado.

—El Veneno Reptante era fuerte, pero los espíritus de Pangaia lo son más aún.

Albrecht se incorporó y miró al pasadizo. Los guerreros se apiñaban alrededor de la entrada y seguían luchando contra la incursión. El enemigo no había conseguido entrar. Los Garou corrían adelante y atrás en sus formas de lobo terrible, arrastrando a los heridos lejos de las filas del frente y llevándoselos a los sanadores que estaban en el valle.

—¿Dónde está Zhyzhak? —preguntó Albrecht, mientras se levantaba.

—La arrastraron de vuelta al bosque —dijo Mephi—. Presumiblemente, para curarla.

—¿Han hecho saltar alguna de las trampas?

—La mayoría de ellas —contestó Mephi—. Por lo que sabemos, los árboles que se caen eliminaron a unos pocos enemigos. Pero eso no les hizo perder demasiado tiempo.

Albrecht asintió, examinando su klaive. La sangre había endurecido la magnífica aleación de plata y acero.

—Al menos tengo un trozo de ella.

Zhyzhak gruñó mientras los gusanos se arrastraban por sus entrañas y excretaban una sustancia espesa que cauterizó su carne desgarrada. Se frotó la abultada cicatriz que le recorría el estómago, en el sitio donde había entrado el klaive. Le picaba horrores.

Escupió en el suelo y apartó a los solícitos sanadores a patadas. Miró a su alrededor e hizo un gesto a cuatro manadas de Danzantes de la Espiral Negra.

—¡Vosotros! ¿Alguno de vosotros tiene patagia?

Nueve asintieron; gruñeron y gritaron, al tiempo que abrían los brazos y dejaban al descubierto unas aletas de piel que les conectaban las axilas a los torsos.

—¡Seguidme! —Zhyzhak les condujo a un gran grupo de árboles cerca de la cara del precipicio. Los árboles se elevaban hacia arriba y casi llegaban a la cima del precipicio. Se estiró, cogió una rama y se impulsó—. ¡Escalad!

Los Danzantes se desplegaron por entre los árboles y empezaron a subir por ellos, riendo y gritando mientras subían más y más alto.

Un sonoro chasquido retumbó por el aire. Uno de los troncos se sacudió, crujió y cayó hacia el suelo. El Danzante que lo estaba escalando pegó un salto y desplegó sus aletas de piel. Cogió una corriente de aire y se deslizó hacia el suelo en círculos, mientras maldecía y enseñaba los dientes a los demás, que se reían de él.

—¡Escalad! —gritó Zhyzhak y las risas desaparecieron. Los Danzantes apretaron el paso y corrieron hacia las copas de los árboles.

Una vez que todos estuvieron colocados, Zhyzhak señaló hacia el vacío que quedaba hasta la cima del precipicio, desde donde los arqueros seguían lanzándoles flechas. Gruñó y se lanzó al aire y con su piel de patagia cogió una corriente de aire que la llevó hacia arriba. Los otros Danzantes fueron dando bandazos por el cielo, con ella, mientras cambiaban de dirección para coger las corrientes de aire.

Les llovieron más flechas. Dos Danzantes gorgotearon sonoramente y cayeron, con unas flechas clavadas profundamente en el pecho. Tres Danzantes más aullaron cuando las saetas les atravesaron los miembros, pero siguieron subiendo y cogiendo nuevos vientos.

Dos flechas rebotaron en la piel de Zhyzhak. Jadeó y jadeó, respiró profundamente y arrojó una gota de fuego verde a la hilera de arqueros. Estos dieron un salto atrás, gritando de dolor y soltaron los arcos mientras intentaban frenéticamente apagar su piel cubierta de llamas.

Zhyzhak aterrizó en el borde y cargó contra ellos; a tres los tiró por el precipicio de un solo golpe. Los Danzantes aterrizaron en diferentes lugares del borde y golpearon a los defensores, que arrojaron los arcos para responder al ataque con las zarpas.

Zhyzhak no perdió el tiempo con ellos. Lanzó un grito en una lengua que parecía la de los murciélagos y dio un salto adelante, empujando a un lado a más defensores, hasta llegar al otro extremo del borde. Bajó la vista hacia el valle y vio a su presa.

Con los brazos completamente abiertos, se lanzó por el borde y cayó a toda velocidad hacia el suelo del valle, seguida por otros cuatro Danzantes de la Espiral Negra.

Apuntó directamente hacia la cabeza del rey Albrecht. El rey se giró y, al ver que se acercaba, intentó echarse a un lado, pero ella cambió el rumbo de vuelo para interceptarle. Un viento repentino sopló debajo de ella, levantándola y lanzándola hacia atrás, fuera de control. El viento helado la golpeó, le congeló los pulmones y la estrelló contra la pared de piedra.

Se deslizó hasta el suelo y se golpeó con fuerza; quedó un poco atontada. Vio a un joven Wendigo de pie al lado de Albrecht, dirigiendo el viento que le había desgarrado la piel. El maldito compañero de manada de Albrecht.

Seis guerreros gaianos cayeron sobre ella aullando y le agarraron las muñecas y las piernas, apretándola contra el suelo. Ella cerró los ojos y escupió una maldición en una lengua que dañaba los oídos humanos. Su piel reventó y dejó al descubierto un nuevo pelaje gris y lleno de verrugas. Su cuerpo se deformó y sufrió unos espasmos mientras crecía en proporciones enormes y alcanzaba un tamaño tres veces superior al normal.

La combinación de fuerza y peso de los guerreros no podía competir en pie de igualdad contra el poder que a ella le prestaba el Wyrm. Los arrojó a un lado con facilidad, mientras reía a carcajadas a través de su garganta desfigurada. Su cuerpo vibró, los músculos crecieron y se redujeron, se contrajeron y se expandieron. Sus uñas se convirtieron en guadañas en miniatura, que goteaban veneno. Soltó una profunda carcajada, mientras pensaba en aquella ironía. Ese poder se lo había enseñado la duquesa Aliara cuando había obtenido el quinto rango. Ahora, gobernaba sobre esa Señora Maeljin.

Caminó hacia delante, mirando fijamente a los guerreros. Su valentía desfalleció y vacilaron.

El rey Albrecht se acercó a grandes zancadas, dirigiéndose directamente hacia ella, al tiempo que balanceaba su maldito klaive. No sería tan estúpida como para dejar que esta vez la golpease.

Sintió que un peso le caía sobre los hombros y algo trató de arrancarle las orejas. Antes de que pudiera reaccionar, le cortaron la oreja izquierda mientras una zarpa se le clavaba en las encías y le tiraba violentamente de la cabeza hacia atrás con una fuerza increíble. Zhyzhak se tiró hacia atrás contra el muro con toda sus fuerzas. El atacante que tenía a la espalda gruñó y se soltó.

Zhyzhak se dio media vuelta y le pegó un tajo al Garou que la había atacado. Este aulló agónicamente cuando la zarpa le despellejó el bíceps del brazo izquierdo. Vaciló, sorprendida. El atacante era un simple cachorro. ¿Cómo había conseguido hacerle tanto daño?

El cachorro la miró fijamente, con los ojos llenos de rabia. Se levantó de un salto y le clavó la mandíbula alrededor del cuello tan rápido que Zhyzhak solo pudo tambalearse hacia atrás por la sorpresa. Le agarró con las zarpas, pero no pudo librarse de su apretón. Sintió que los dientes le penetraban en los músculos y vio que su propia sangre caía sobre el pelaje del Garou.

Metió el dedo pulgar en el ojo del muchacho y con su afilada uña reventó la carne gelatinosa como si fuese una pompa de jabón. Las mandíbulas se abrieron y el muchacho, gritando, levantó las manos para protegerse el ojo. Lo apartó de un golpe, saboreando el crujido de sus huesos cuando se estrelló contra la pared.

Se dio media vuelta buscando a Albrecht y vio a su otra compañera de manada, la cerda de los Furias Negras, con las manos completamente abiertas, que apuntaban hacia ella. Diez avispas salieron como balas de sus manos y cruzaron el aire en parábolas. Se dirigieron directamente hacia los ojos de Zhyzhak. Aulló y se tambaleó, mientras se arrancaba las uñas voladoras de la cara. Sus ojos eran esferas mutiladas que le colgaban de las cuencas. Estaba completamente ciega.

Husmeó el olor de Albrecht y gruñó. Juntó las piernas bajo su cuerpo y saltó en el aire, desplegando las alas. Se alejó de él y voló erráticamente por el valle. Chocó contra otra pared con un ruido sordo y olisqueó, buscando a sus enemigos con el olfato. Su olor estaba lejos. Había cruzado el valle entero de un solo salto.

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