Las mujeres llevaban una vida muy diferente de la nuestra. Las mujeres de clase alta casi nunca salían de sus casas, y debían mantener siempre una actitud decorosa e imperturbable, por espantosas que fueran las calamidades que les sucedieran. Se trataba de una sociedad en la que el concepto del amor y la palabra que lo denominaba todavía no había sido introducido desde Occidente. Cuando la gente se enamoraba, esa experiencia la cogía desprevenida. Verse invadido por una pasión tan salvaje que uno no podía cumplir con su deber se consideraba un desastre. Las obras de teatro kabuki y las novelas japonesas sobre ese tema nunca terminan en boda, sino en suicidio por amor. Tampoco existía la palabra «beso». El beso era una de las técnicas sexuales esotéricas de las geishas, y las mujeres decentes como Sachi no sabían siquiera que existía. Para mí suponía un desafío escribir una historia de amor ambientada en una sociedad en la que no existía el concepto del amor romántico. ¡Y sin utilizar siquiera la palabra «amor»!
Poco después de convertirse en el Palacio Imperial de Tokio, el castillo de Edo fue demolido. Donde antes estaba el palacio de las mujeres están ahora los Jardines Orientales del Palacio Imperial; la extensión de los jardines da una idea de lo inmenso que debía de ser el palacio. La Puerta de las Damas del Shogun, con su inmenso cuartel —conocida oficialmente como Puerta Hirakawa—, sigue allí, igual que el portal de la mansión Shimizu. En el castillo Himeji, al oeste de Osaka, todavía se conservan las dependencias de las mujeres, aunque son mucho más pequeñas que las del castillo de Edo. El Museo Nacional de Tokio en el monte Ueno está construido en los terrenos del antiguo templo Kanei-ji. En Tokio fui a visitar el templo Zojoji, donde están enterrados el shogun Iemochi y la princesa Kazu. Hay también una estatua de tamaño natural de ella. También volví al Camino de la Montaña Interior (el Nakasendo) y a los pueblos de Tsumago y Magote, en los que me inspiré para describir la aldea de Sachi. En cuanto a Kano, ése era el antiguo nombre de Gifu, donde viví mis dos primeros años en Japón; aunque la traición del daimio de Kano es pura ficción.
La historia siempre la escriben los vencedores, y más aún en el caso de la guerra civil que culminó en 1868 con la llamada Restauración Meiji. Ese episodio de la historia de Japón suele describirse como una revolución «incruenta»; pero como saben los lectores de este libro, no tuvo nada de incruenta. Intenté imaginar cómo debían de sentirse los centenares de japoneses que estaban en el bando perdedor, y sobre todo, qué les pasó a las mujeres del castillo de Edo después de ser desalojadas del palacio de las mujeres.
La historia de ese período —las conspiraciones, las contraconspiraciones y las alianzas secretas— es laberíntica. Las personas que lo vivieron debían de saber muy poco de lo que estaba pasando fuera de su pequeño mundo. Lo he simplificado y he intentado mostrarlo como debió de parecerle a Sachi. He agrupado a los Satsuma, Choshu, Tosa y a los numerosos clanes de aliados y los he llamado «los sureños»; tiene sentido geográficamente y, de manera curiosa, es así como los denominaban el Japan Times Overland Mail y otros observadores occidentales contemporáneos.
En el período en que está ambientado este libro, Japón acababa de empezar a abrirse a Occidente. Los Victorianos que visitaban el país eran muy conscientes de que estaban viendo un mundo extraordinario, un mundo que estaba a punto de desaparecer. Muchos escribieron diarios y libros que leí con gran interés y hasta con envidia. Cito algunos más adelante. Para mí, escribir La última concubina ha sido el último capítulo de una larga historia de amor con Japón. A todo el que visita ese país le gustaría haber conocido el antiguo Japón, ese mágico y frágil mundo que ha desaparecido para siempre. Escribir este libro me ha brindado la oportunidad de imaginarme allí y de llevarme conmigo a mis lectores.
Este libro no existiría si no fuera por mi agente, Bill Hamilton. Bill insistió en que me embarcara en el proyecto, y ha participado en él desde el principio, ofreciéndome consejos y apoyo. Muchas gracias también a Sara Fisher, Corinne Chabert y todo el personal de A. M. Heath.
He tenido la suerte de poder trabajar con Selina Walker de Transworld. Selina me ayudó a darle forma a la historia y a no perder el rumbo. Estoy en deuda con ella y con todo su equipo, incluidos Deborah Adams y Claire Ward, que siempre que lo he necesitado me han proporcionado su apoyo, su entusiasmo y su paciencia.
Gracias a Kimiko Shiga, que descifró el arcaico japonés, de Life in the Women's Palace at Edo Castle, de Takayanagi Kaneyoshi. Gaye Rowley y Thomas Harper participaron en este proyecto desde el principio y compartieron conmigo sus amplios conocimientos sobre Japón y sobre el período Edo, que es la especialidad de Tom. Colin Young —uno de los tres únicos maestros de la escuela Shodai Ryu de manejo de la espada fuera de Japón— me proporcionó mucha información esotérica y me brindó la oportunidad de empuñar una auténtica espada japonesa, una experiencia única. Gracias a todos ellos por leer el manuscrito con espíritu crítico, y también a Dea Birkett, Louise Longdin y Ian Eagles. Gracias también a los profesores y alumnos de la London Naginata Association, donde aprendí a manejar un bastón de entrenamiento y presencié duelos de naginata (alabarda) a nivel de competición. Yoko Chiba y John Maisonneuve (otro espadachín) también me proporcionaron información sobre la alabarda.
Estoy en deuda con todos los historiadores de Japón cuyas obras he consultado para escribir este libro (aunque todos los fallos, errores de interpretación y licencias son míos). Algunos los cito más adelante, pero hay muchos más. Los profesores Donald Keene y Timon Screech compartieron conmigo su experiencia. Los maravillosos libros del profesor Conrad Totman sobre los últimos años del Tokugawa Bakufu, junto con los análisis del profesor M. William Steel de Edo en 1868, me proporcionaron una base objetiva para mi historia. Mantuve una interesante y prolongada correspondencia con el Dr. Takayuki Yokota-Murakami de la Universidad de Osaka sobre el amor y el sexo en el antiguo Japón. La información sobre el polvo de lagarto seco la obtuve de él. Su libro que cito más adelante, pese al desalentador subtítulo, es una lectura fascinante.
Por último quiero darle las gracias a Arthur, mi esposo, sin cuyo apoyo y amor no habría podido escribir este libro. Él me dejó sumergirme en un mundo ficticio, leyó y comentó conmigo todos los borradores, y, como experto en historia militar, se aseguró de que yo ponía bien los rifles y los cañones. Ha compartido el mundo de Sachi conmigo. Paseamos juntos por el Nakasendo y por el castillo de Edo, y fuimos al castillo Himeji y al templo Zojoji a ver la tumba de la princesa Kazu. A estas alturas ya es un experto en el período Edo de Japón, y hasta sabe reconocer el emblema de los Tokugawa, algo de lo que pocas personas pueden alardear.
Este libro está dedicado a él.
Hay infinidad de libros maravillosos sobre el período Edo. Sólo cito unos cuantos que he encontrado particularmente inspiradores.
Biografías de samuráis del período Edo, novelas y otros libros que describen el período:
Bolitho, Harold, Bereavement and Consolation: Testimonies from Tokugawa Japan, Yale University Press, 2003.
Katsu Kokichi, Musui's Story: The Autobiography of a Tokugawa Samurai, traducción, con introducción y notas de Teruko Craig, Univeristy of Arizona Press, 1988.
McClelIan, Edwin, Woman in the Crested Kimono: The Life of Shibue lo and Her Family Drawn from Mori Ogai's «Shibue Chusai», Yale University Press, 1985.
Meech-Pekarik, Julia, The World of the Meiji Print: Impressions of a New Civilization, Weatherhill, 1987.
Miyoshi Masao, As We Saw Them: The First Japanese Embassy to the United States, Kodansha International, 1994.
Shiba Ryotaro, The Last Shogun: The Life of Tokugawa Yoshinobu, traducido por Juliet Winters Carpenter, Kodansha International, 1998.
Shimazaki Toson, Before the Dawn, traducción de William Edwards Naff, University of Hawaii Press, 1987.
Walthall, Anne, The Weak Body of a Useless Woman: Matsuo Taseko and the Meiji Restoration, University of Chicago Press, 1998.
Yamakawa Kikue, Women of the Mito Domain: Recollections of Samurai Family Life, traducción, con una introducción de Kate Wildman Nakai, Stanford University Press, 2001.
Diarios de viajeros Victorianos:
Alcock, Rutherford, The Capital of the Tycoon, vols. I y II, Elibron Classics, 2005 (1.a ed., 1863).
Cortazzi, Hugh, Mitford's Japan: Memories and Recollections 1866-1906, Japan Library, 2002.
Heusken, Henry, Japan journal: 1855-1861, traducido y editado por Jeannette C. van der Corput y Robert A. Wilson, Rutgers University Press, 1964.
Notehelfer, F. G., Japan through American Eyes: The Journal of Francis Hall, Westview Press, 2001.
Satow, Ernest, A Diplomat in Japan: The Inner History of the Critical Years in the Evolution of Japan When the Ports were Opened and the Monarchy Restored, Stone Bridge Press, 2006 (1.a ed., 1921).
Textos académicos claves sobre el período:
Keene, Donald, Emperor of Japan: Meiji and His World, Columbia University Press, 2002.
Roberts, John G., Mitsui: Three Centuries of Japanese Business, Weatherhill, 1973.
Steele, M. William, «Against the Restoration: Katsu Kaishu's Attempt to Reinstate the Tokugawa Family», en Monumenta Nipponica, xxxvi, 3, pp. 300-316.
Steele, M. William, «Edo in 1868: The View from Below», Monumenta Nipponica, 45:2, pp. 127-155.
Totman, Conrad, Politics in the Tokugawa Bakufu, 1600-1843, Harvard University Press, 1967.
Totman, Conrad, The Collapse of the Tokugawa Bakufu, 1862-1868, University Press of Hawaii, 1980.
Yokota-Murakami, Takayuki, Don Juan East/West: On the Problematics of Comparative Literature, State University of New York Press, 1998.
El mejor libro sobre el palacio de las mujeres:
Takayanagi Kaneyoshi, Edojo ooku no seikatsu [Vida en el palacio de las mujeres del Castillo de Edo], Tokio Yuzankaku Shuppan, 1969.
Y una página web fantástica sobre el Nakasendo, el Camino de la Montaña Interior:
http://www.hku.hk/history/Nakasendo/