La vida, el universo y todo lo demas (11 page)

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Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

Eso era cierto.

El ataque de Krikkit contra la Galaxia había sido pasmoso. Miles y miles de enormes astronaves de combate saltaron súbitamente del hiperespacio y atacaron simultáneamente a miles y miles de planetas importantes, apoderándose primero de los suministros materiales necesarios para construir la segunda oleada que aniquilaría tales mundos, borrándolos del mapa.

La Galaxia, que había disfrutado de un insólito período de paz y de prosperidad, se tambaleó como alguien a quien atracan en un prado.

- Quiero decir - prosiguió el juez Pag lanzando una mirada alrededor de la sala, enorme y ultramoderna (eso fue hace diez billones de años, cuando «ultramoderno» significaba mucho acero inoxidable y cemento blanqueado) - que esos tipos son simplemente unos obsesos.

Eso también era cierto, y es la única explicación que hasta el momento ha logrado dar cualquiera para la increíble velocidad con que el pueblo de Krikkit emprendió su nuevo y único propósito: la destrucción de todo lo que no fuese Krikkit.

También es la única explicación de su sorprendente y repentina adquisición de toda la hipertecnología necesaria para construir miles de naves y millones de robots blancos, de efectos mortíferos.

Estos habían verdaderamente sembrado el terror entre quienes se cruzaban en su camino, aunque en la mayoría de los casos el terror duraba muy poco tiempo, igual que la persona que lo padecía. Eran máquinas de guerra voladoras, feroces, testarudas.

Empuñaban formidables bastones de batalla de múltiples usos, que si se esgrimían en una dirección derribaban edificios; si se movían en otra, disparaban burbujeantes rayos Omni-Destruct -O-Mato; si se manipulaban en otro sentido, lanzaban un horrible arsenal de granadas, que iban desde artefactos incendiarios de menor importancia hasta dispositivos hipernucleares Maxi Slorta, que podían hacer desaparecer un sol grande. Las bombas se cargaban al simple contacto con los palos, que al mismo tiempo las lanzaban con precisión fenomenal a distancias que variaban entre unos metros y centenares de miles de kilómetros.

- Vale - repitió el juez Pag -, así que ganamos.

Hizo una pausa y mascó un trozo de chicle.

- Vencimos - insistió -, pero no fue algo grandioso. Me refiero a que era una galaxia de tamaño medio contra un mundo pequeño, y ¿cuánto tiempo tardamos? ¿Amanuense del

Tribunal?

- ¿Señoría? - dijo el grave hombrecillo de negro, levantándose.

- ¿Cuánto tiempo, muchacho?

- Es un poco difícil, señoría, ser exacto en este asunto. El tiempo y la distancia...

- Tranquilícese, hombre, sea vago.

- No me gusta ser vago, señoría, en tal...

- Muerde la bala y adelante.

El amanuense del Tribunal le miró y pestañeó. Era evidente que, como la mayoría de los que ejercían la profesión legal en la Galaxia, consideraba al juez Pag (o Zipo Bibrok 5

X 108, tal como se le conocía, inexplicablemente, por su nombre privado) como un personaje bastante penoso. Estaba claro que era un sinvergüenza y una persona vulgar.

Parecía creer que el hecho de que poseyera la mentalidad jurídica más fina que jamás se descubriera, le daba derecho a comportarse como le diera la gana y, lamentablemente, es posible que tuviera razón.

- Pues, bien, señoría, en sentido muy aproximado, dos mil años - murmuró el amanuense en tono desconsolado.

- ¿Y a cuántos tipos les dieron mulé?

- A dos grillones, señoría.

El amanuense se sentó. Si en ese momento se le hubiera hecho una fotografía hidrospéctica, se habría visto que emanaba un poco de vapor.

El juez Pag volvió a mirar alrededor de la sala, donde se congregaban centenares de altos funcionarios de toda la administración galáctica, con sus uniformes o cuerpos de gala, según el metabolismo y la costumbre. Tras una pared de Cristal Indestructible se erguía un grupo representativo del pueblo de Krikkit, mirando con odio tranquilo y cortés a todos los extranjeros reunidos para pronunciar un veredicto contra ellos. Era la ocasión más trascendental de la historia judicial, y el juez Pag era consciente de ello.

Se quitó el chicle y lo pegó debajo de la silla.

- Eso es un montonazo de fiambres - declaró con calma.

El sombrío silencio de la sala parecía concordar con tal opinión.

- Así que, como he dicho, son una pandilla de tipos verdaderamente encantadores, pero ustedes no querrían compartir la Galaxia con ellos si siguen con lo mismo y no van a aprender a tranquilizarse un poco. Y es que íbamos a estar nerviosos todo el tiempo, ¿no es verdad, eh? Bam, bam, bam, ¿cuándo nos atacarían otra vez? La coexistencia pacífica está fuera de lugar, ¿no? Que alguien me traiga un poco de agua, gracias.

Se recostó en el asiento y dio unos sorbos con aire reflexivo.

- Muy bien - prosiguió -, oigan, escuchen. Es como si esos tipos, ya saben, tuviesen derecho a su propia idea del Universo. Y según tal concepción, que el Universo les impuso, obraron adecuadamente. Parece absurdo, pero creo que estarán de acuerdo. Creen en...

Consultó un papel que encontró en el bolsillo trasero de sus vaqueros judiciales.

- Creen en «la paz, la justicia, la moral, la cultura, el deporte, la vida de familia y en la destrucción de todas las demás formas de vida».

Se alzó de hombros.

- He oído cosas mucho peores - comentó.

Se rascó la ingle con aire pensativo.

- ¡Pero bueno! - exclamó. Bebió otro sorbo de agua, sostuvo el vaso a la luz y frunció el ceño. Le dio la vuelta -. ¡Eh! ¿Hay algo en este agua? - preguntó.

- Pues..., no, señoría - dijo el ujier del tribunal que se la había traído, bastante nervioso.

- Entonces llévesela - saltó el juez Pag - y ponga algo en ella. Tengo una idea.

Retiró el vaso y se inclinó hacia adelante. - Oigan, escuchen.

La conclusión fue brillante; algo así:

El planeta de Krikkit debía encerrarse a perpetuidad en una envoltura de Tiempo Lento, dentro del cual la vida continuaría con una lentitud casi infinita. Toda luz debía desviarse en torno a la envoltura para que permaneciera invisible e impenetrable. Huir de la envoltura sería completamente imposible, a menos que abrieran desde fuera.

Cuando el resto del Universo llegara a su término definitivo, cuando toda la creación alcanzara su otoño final (todo esto sucedía, claro está, en los días anteriores al descubrimiento de que el fin del Universo sería una espectacular aventura hostelera) y la vida y la materia cesaran de existir, entonces el planeta de Krikkit y su sol surgirían de la envoltura de Tiempo Lento y llevaría una vida solitaria, tal como anhelaba, en el crepúsculo del vacío universal.

La Cerradura estaría en un asteroide que describiría una órbita lenta alrededor de la envoltura.

La Llave sería el símbolo de la Galaxia: la Puerta Wikket.

Cuando se apagaron los aplausos en la sala, el juez Pag se encontraba en la Sens-O-Ducha con una preciosa componente del jurado a quien había pasado una nota de manera subrepticia media hora antes.

15

Dos meses después, Zipo Bibrok 5 X 108 había cortado las perneras de sus vaqueros galácticos y gastaba parte de los enormes honorarios recibidos por los juicios tumbado en una playa engalanada mientras la preciosa componente del jurado le daba un masaje en la espalda con Esencia de Qualactina. Era una muchacha de Soolfinia, al otro lado de los Mundos Nublados de Yaga. Tenía una piel de limón sedoso y estaba muy interesada en los cuerpos legales.

- ¿Has oído las noticias? - preguntó.

- ¡Vaaaayaaaaa! - exclamó Zipo Bibrok 5 X 108, y habría que haber estado allí para saber por qué dijo eso. Nada de esto está registrado en la cinta de Ilusiones Informáticas, y todo se basa en rumores -. No - añadió cuando dejó de suceder lo que le había hecho exclamar «¡Vaaaayaaaaa!». Se movió un poco para recibir los primeros rayos del tercero y mayor de los tres soles primarios de Vod, que ahora se remontaba sobre el horizonte, ridículamente bello, mientras el cielo relucía con el polvo de mayor potencia bronceadora que jamás se conociera.

Una brisa fragante venía del mar en calma, se esparcía por la playa y flotaba de nuevo hacia el mar, preguntándose a dónde iría a continuación. En un impulso alocado, volvió otra vez a la playa. Se retiró nuevamente hacia el mar.

- Espero que no sean buenas noticias - masculló Zipo Bibrok 5 X 108 -, porque no creo que pudiera soportarlo.

- Hoy se ha cumplido tu sentencia sobre Krikkit - informó la muchacha en tono mayestático. No era preciso anunciar algo tan prosaico con esa suntuosidad, pero la muchacha siguió adelante de todos modos porque era esa clase de día -. Lo he oído en la radio cuando fui a la nave a buscar el aceite.

- Ajá - murmuró Zipo mientras apoyaba la cabeza en la arena recamada.

- Ha ocurrido algo - anunció la muchacha.

- ¿Mmmm?

- Nada más cerrar la envoltura de Tiempo Lento - dijo ella, haciendo una pausa para untarle la Esencia de Qualactina -, una nave de guerra de Krikkit, a la que se daba por perdida y se creía destruida, resultó que simplemente estaba perdida. Apareció y trató de apoderarse de la Llave.

Zipo se incorporó bruscamente.

- ¿Qué, cómo?

- Todo está bien - explicó la muchacha con una voz que habría apaciguado a la Gran

Explosión -. Al parecer hubo una batalla breve. La Llave y la nave quedaron desintegradas y estallaron en el continuo espacio-temporal. Por lo visto, se han perdido para siempre.

Sonrió, vertiéndose en los dedos un poco más de Esencia de Qualactina. Zipo se calmó y volvió a tumbarse.

- Repite lo que me has hecho hace unos momentos - murmuró.

- ¿Esto? - dijo ella.

- No, no - protestó Zipo -, eso.

- ¿Esto? - preguntó la muchacha.

- ¡Vaaaayaaaaa!

Una vez más, había que estar allí.

La fragante brisa volvió a venir del mar.

Un mago paseaba por la playa, pero nadie le necesitaba.

16

- Nada se pierde para siempre - dijo Slartibartfast mientras en su rostro oscilaba la luz rojiza de la vela que el camarero robot intentaba retirar -, excepto la Catedral de Chalesm.

- ¿El qué? - preguntó Arthur, sobresaltado.

- La Catedral de Chalesm - repitió el anciano -. Fue durante mis investigaciones para la Campaña de Tiempo Real; entonces...

- ¿El qué? - insistió Arthur.

Slartibartfast hizo una pausa para ordenar sus ideas y lanzar, según esperaba, el último asalto sobre aquel tema. El camarero robot se movía por las matrices espacio-temporales de un modo que combinaba de manera espectacular lo grosero con lo obsequioso; hizo un movimiento brusco y atrapó la vela. Les habían presentado la cuenta, habían discutido de modo convincente acerca de quién había tomado los canelones y de cuántas botellas de vino habían bebido y, tal como Arthur se apercibió vagamente, con una maniobra eficaz habían sacado la nave del espacio subjetivo entrando en la órbita de aterrizaje de un planeta extraño. El camarero estaba deseoso de concluir su parte en aquella pantomima y de limpiar el restaurante.

- Todo quedará claro - aseguró Slartibartfast.

- ¿Cuándo?

- Dentro de un momento. Escucha. La corriente del tiempo está muy contaminada. Hay mucha basura flotando en ella, escombros y desperdicios, y todo se va devolviendo cada vez más al mundo físico. Remolinos en el continuo espacio/tiempo, ¿comprendes?

- Eso he oído - confirmó Arthur.

- Oye, ¿a dónde vamos? - preguntó Ford, retirando con impaciencia la silla de la mesa - Porque estoy ansioso por llegar.

- Vamos - anunció Slartibartfast en tono lento y mesurado - a tratar de impedir que los robots guerreros de Krikkit recobren la Llave que necesitan para sacar al planeta de Krikkit de la envoltura de Tiempo Lento y liberar al resto de su ejército y a sus locos Amos.

- Es que dijiste algo acerca de una fiesta - recordó Ford.

- Lo hice - reconoció Slartibartfast bajando la cabeza.

Comprendió que había cometido un error, porque la idea parecía ejercer una extraña y poco saludable fascinación en la cabeza de Ford Prefect. Cuanto más descifraba la oscura y trágica historia de Krikkit y de su pueblo, más quería Ford Prefect beber y bailar con chicas.

El anciano pensó que no debió mencionar la fiesta hasta que no le quedara más remedio que hacerlo. Pero ya estaba hecho, y Ford Prefect se aferraba a aquella perspectiva como un Megaporo arcturiano se pega a su víctima antes de quitarle la cabeza de un mordisco y largarse con su nave.

- ¿Y cuándo llegamos? - preguntó Ford con vehemencia.

- Cuando termine de explicaros por qué vamos allá.

- Yo sé por qué voy - repuso Ford, recostándose en la silla y poniéndose las manos en la nuca. Esbozó una de las sonrisas que hacía retorcerse a la gente.

Slartibartfast esperaba una jubilación agradable.

Pensaba aprender a tocar el inquietófono octaventral, tarea simpática e inútil, ya lo sabía, pues carecía del número apropiado de bocas.

También proyectaba escribir una extraña e implacablemente inexacta monografía sobre el tema de los fiordos ecuatoriales con el fin de equivocar las crónicas en un par de aspectos que consideraba interesantes.

En cambio, le habían inducido a hacer un trabajo por horas para la Campaña del Tiempo Real, y por primera vez en su vida empezó a tomárselo en serio. En consecuencia, se encontraba ahora con que empleaba sus últimos años combatiendo el mal y tratando de salvar la Galaxia.

Le pareció una tarea agotadora y suspiró profundamente.

- Escuchad -, dijo -, en Camtim...

- ¿Qué? preguntó Arthur.

- La Campaña del Tiempo Real, que os explicaré más tarde. Observé que cinco trozos de desechos que recientemente recobraron de golpe su existencia, parecían corresponder a las cinco partes de la Llave perdida. Sólo pude descubrir exactamente dos: el Pilar de Madera, que apareció en tu planeta, y el Arco de Plata. Parece estar en una especie de fiesta. Debemos ir a recobrarla antes que la encuentren los robots de Krikkit; si no, ¿quién sabe lo que puede pasar?

- No - dijo Ford en tono firme -. Debemos ir a la fiesta para beber mucho y bailar con las chicas.

- Pero ¿no has entendido nada de lo que...?

- Sí - replicó Ford con una fiereza repentina e inesperada -. Lo he entendido todo perfectamente bien. Por eso es por lo que quiero beber todo lo posible y bailar con tantas chicas como pueda mientras aún quede alguna. Si todo lo que nos has mostrado es cierto...

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