Al cabo de un rato empezó a apagar las luces. No había nada que ver. No iba a pasar nada.
Una noche - y la noche era prácticamente continua en la nave -, tumbado en la cama, decidió dominarse y ver las cosas con cierta perspectiva. Se incorporó bruscamente y empezó a vestirse. Decidió que en el Universo debía haber alguien más desgraciado, miserable y abandonado que él mismo, y se determinó a buscarlo y encontrarlo.
A medio camino del puente se le ocurrió que podía ser Marvin, y volvió a la cama. Pocas horas después de esto fue cuando recorría desconsolado los pasillos oscuros maldiciendo a las alegres puertas y al oír el «va» se puso muy nervioso.
Estaba en tensión. Se apoyó en la pared del pasillo y frunció el ceño como alguien que tratara de enderezar un sacacorchos a fuerza de telequinesis. Dejó las huellas de los dedos en la pared y notó una vibración extraña. Ahora oía con toda claridad ruidos leves. Y también distinguía su procedencia: venían del puente. Movió la mano a lo largo de la pared y llegó a algo que se alegró de encontrar. Siguió avanzando un poco más, en silencio.
- ¿Ordenador? - musitó.
- ¿Mmmm? - contestó con la misma discreción la terminal del ordenador que estaba más cerca de él.
- ¿Hay alguien en la nave?
- Mmmmm - dijo el ordenador.
- ¿Quién es?
- Mmmmm mmm mm mmmmmmm.
- ¿Qué?
- Mmmmm mmmm mm mmmmmmm.
Zaphod se tapó una de las caras con las manos.
- ¡Oh, Zarquon! - masculló.
Miró por el pasillo hacia la entrada del puente; de ese tramo oscuro venían otros ruidos más decididos, y allí era donde estaban situadas las terminales amordazadas.
- Ordenador - susurró de nuevo.
- ¿Mmmmm?
- Cuando te quite la mordaza...
- Mmmmm.
- Recuérdame que me dé un puñetazo en la boca.
- ¿Mmmmm mmm?
- En cualquiera de las dos. Ahora dime una cosa. Una vez para sí, dos para no. ¿Hay peligro?
- Mmmm.
- ¿Lo hay?
- Mmmm.
- ¿No has dicho «mmmm» dos veces?
- Mmmm mmmm.
- Hummm.
Avanzó muy despacio por el corredor, como si más bien retrocediera en sentido contrario, cosa que era cierta.
Se hallaba a unos dos metros del puente cuando de pronto comprendió horrorizado que la puerta iba a mostrarse amable con él, y se detuvo en seco. No había podido desconectar los circuitos de cortesía de las puertas.
La que daba al puente quedaba oculta a la vista por la rechoncha y excitante forma que se había dado al puente para que describiera una curva, y por eso esperaba entrar sin que le vieran.
Desalentado, volvió a apoyarse en la pared y dijo unas palabras que sorprendieron sobremanera a su otra cabeza.
Atisbó el débil resplandor rosado del marco de la puerta y descubrió que en la oscuridad del pasillo podía distinguir a duras penas el Campo Sensorio que se extendía por el corredor y decía a la puerta cuándo había alguien para que se abriera y le hiciese una observación agradable y simpática.
Se apretó bien contra la pared y se acercó a la puerta, encogiendo el pecho todo lo que podía para no rozar con el debilísimo perímetro del campo. Contuvo el aliento y se felicitó por el mal humor que le hizo quedarse en la cama durante los últimos días en lugar de ordenar sus sentimientos en los aparatos ensanchadores de pecho del gimnasio de la nave.
Comprendió que iba a tener que hablar en aquel momento. Hizo una serie de respiraciones muy someras, y luego, tan rápida y calladamente como pudo, dijo:
- Puerta, si me puedes oír, dímelo en voz muy, muy baja.
- Le oigo - murmuró la puerta en voz muy, muy baja.
- Bien. Ahora, dentro de un momento, voy a pedirte que te abras. Cuando lo hagas, no quiero que digas que estás muy contenta de abrirte, ¿entendido?
- Entendido.
- Y tampoco quiero que me digas que he hecho muy feliz a una sencilla puerta, o que es un placer abrirte para mí y una satisfacción volver a cerrarte con la conciencia del trabajo bien hecho, ¿vale?
- Vale.
- Y no quiero que me desees que pase un buen día, ¿comprendes?
- Comprendo.
- Muy bien - dijo Zaphod, poniéndose en tensión -, ábrete.
La puerta se abrió en silencio. Zaphod la cruzó con calma. La puerta se cerró discretamente a sus espaldas.
- ¿Es así como quería, mister Beeblebrox? - preguntó la puerta a voz en grito.
- Quiero que se imaginen - dijo Zaphod al grupo de robots blancos que en aquel momento se dieron la vuelta para mirarle - que tengo en la mano una pistola Mat-O-Mata sumamente potente.
Hubo un silencio enormemente frío y feroz. Los robots le observaban con ojos horribles, sin expresión. Estaban muy quietos. Había en su aspecto algo muy macabro, especialmente para Zaphod, que nunca había visto antes a ninguno y ni siquiera había oído hablar de ellos. Las Guerras de Krikkit pertenecían al pasado remoto de la Galaxia, y
Zaphod había pasado la mayor parte de las clases de historia antigua pensando en cómo acostarse con la chica que estaba en el cibercubículo vecino al suyo, y como el ordenador que le enseñaba formaba parte integrante de su plan, al final se borraron todos los circuitos de historia y quedaron sustituidos por una serie de ideas completamente diferentes con el resultado de que las borraron y las mandaron a una casa para Cibermats
Degenerados, a donde les siguió la chica, que sin darse cuenta se enamoró perdidamente de la infortunada máquina, con el resultado de que a) Zaphod nunca se acercó a ella y b) de que se perdió un período de historia antigua que en este momento le habría sido de un valor inestimable.
Los miró fijamente, pasmado.
Era imposible explicar por qué, pero sus cuerpos blancos, lisos y pulidos, parecían la encarnación del mal puro y clínico. Desde sus ojos horriblemente inexpresivos a sus poderosos pies sin vida, constituían claramente el producto calculado de una mente que simplemente deseaba matar. Zaphod tragó saliva, espantado.
Habían desmantelado parte de la pared posterior del puente, abriendo un paso hacia algunas partes vitales del interior de la nave. Con una nueva y peor sensación de sobresalto, Zaphod vio entre el laberinto de escombros que estaban abriendo un túnel hacia el corazón mismo de la nave, al núcleo de la Energía de la Improbabilidad que de modo tan misterioso había surgido de la nada, al propio Corazón de Oro.
El robot más próximo a él lo observaba de tal modo que parecía medir hasta la partícula más pequeña de su cuerpo, de su intelecto y de sus aptitudes. Y al hablar, sus palabras parecieron transmitir tal impresión. Antes de pasar a lo que dijo, conviene recordar en este momento que Zaphod era el primer ser orgánico viviente que oía hablar a una de aquellas criaturas durante un espacio de más de diez billones de años. Si hubiese prestado mayor atención a sus clases de historia antigua y menos a su ser orgánico, se habría sentido más impresionado por tal honor.
La voz del robot era como su cuerpo, fría, bruñida y sin vida. Casi poseía un tono áspero y culto. Parecía tan antigua como en realidad era.
- Tienes en la mano una pistola Mat-O-Mata sumamente potente - dijo el robot.
Zaphod no comprendió por un instante lo que quería decir, pero luego se miró la mano y sintió alivio al ver que lo que había encontrado en una abrazadera de la pared era realmente lo que había pensado.
- Sí - repuso con una especie de mueca de alivio, cosa que resultaba bastante difícil -, bueno, no quisiera exigirle demasiado de tu imaginación, robot.
Nadie dijo nada durante un rato, y Zaphod comprendió que los robots no habían ido a entablar conversación, que eso le correspondía a él.
- No puedo dejar de observar que habéis aparcado vuestra nave - dijo, indicando en la dirección adecuada con una de sus cabezas - en medio de la mía.
Nadie lo negó. Sin atender a ninguna clase de apropiado comportamiento dimensional, se limitaron a materializar su nave en el lugar preciso en que querían, lo que significaba que estaba encajada en el interior del Corazón de Oro como si no fuera más que un peine metido en otro.
Tampoco respondieron a eso y Zaphod se preguntó si la conversación cuajaría llevándola en forma de preguntas.
- ¿No es así? - añadió.
- Sí - contestó el robot.
- Pues..., vale - dijo Zaphod -. ¿Y qué estáis haciendo aquí, tíos?
Silencio.
- Robots - corrigió Zaphod -. ¿Qué estáis haciendo aquí, robots?
- Hemos venido por el Oro del Arco - contestó el robot con su voz áspera.
Zaphod asintió. Movió la pistola invitando a que le dieran más explicaciones. El robot pareció entenderlo.
- El Arco de Oro es parte de la Llave que buscamos - prosiguió el robot - para liberar a nuestros Amos de Krikkit.
Zaphod asintió de nuevo. Volvió a balancear la pistola.
- La Llave se desintegró en el tiempo y en el espacio - continuó el robot -. El Arco de Oro está engastado en el motor que impulsa tu nave. Al reconstruirlo se transformará en la Llave. Nuestros Amos serán liberados. El Reajuste Universal continuará.
Zaphod volvió a asentir.
- ¿De qué hablas? - preguntó.
Una expresión levemente apenada pareció surgir en el rostro totalmente inexpresivo del robot. Era como si la conversación le resultara deprimente.
- Destrucción - explicó, y repitió -: Buscamos la Llave; ya tenemos el Pilar de Madera, el Pilar de Acero y el Pilar Perspex. Dentro de un momento tendremos el Arco de Oro...
- No, no lo tendréis.
- Lo conseguiremos - aseguró el robot.
- No, no lo tendréis. Eso hace que mi nave funcione.
- Dentro de un momento - repitió pacientemente el robot - tendremos el Arco de Oro...
- No lo tendréis - declaró Zaphod.
- Y luego nos marcharemos - dijo el robot con toda seriedad - a una fiesta.
- ¡Ah! - exclamó Zaphod, sorprendido -. ¿Puedo acompañaros?
- No - repuso el robot -. Vamos a disparar contra ti.
- ¿Ah, sí? - dijo Zaphod moviendo la pistola.
- Sí - confirmó el robot.
Le dispararon.
Zaphod quedó tan sorprendido que tuvieron que dispararle otra vez antes de que tocara el suelo.
- ¡Chsss! - dijo Slartibartfast -. Atentos, escuchad.
La noche ya había caído sobre el viejo Krikkit. El cielo estaba negro y vacío. La única luz procedía del pueblo cercano, de donde la brisa traía suavemente rumores agradables de vida en común. Se pararon bajo un árbol que les envolvió con su fuerte fragancia. Arthur se puso en cuclillas y sintió la Ilusión Informática del suelo y de la hierba, que le recorrió los dedos. El suelo parecía sólido y fértil; la hierba, fuerte. Era difícil rechazar la impresión de que se trataba de un lugar absolutamente delicioso en todos los aspectos.
Sin embargo, el cielo estaba sumamente vacío y a Arthur le pareció que enviaba cierto escalofrío sobre el paisaje idílico, aunque normalmente invisible. Pero pensó que era cuestión de a lo que uno estuviera acostumbrado.
Sintió un golpecito en el hombro y levantó la vista. Slartibartfast llamaba calladamente su atención sobre algo que estaba al otro lado de la colina. Miró y apenas distinguió unas luces mortecinas que danzaban y oscilaban moviéndose despacio en su dirección.
Al aproximarse, también se oyó un rumor y pronto resultó que el débil resplandor y los ruidos eran un pequeño grupo de personas que volvían a sus casas caminando desde la colina hacia el pueblo.
Pasaron muy cerca de los que acechaban bajo el árbol, moviendo faroles que hacían describir a las luces una danza suave y extravagante entre los árboles y sobre la hierba, charlando alegremente y cantando una canción sobre lo bonito y maravilloso que era todo, lo felices que eran, cuánto disfrutaban trabajando en la granja y lo agradable que resultaba volver a casa y ver a sus mujeres e hijos, con un estribillo melodioso referente al aroma especialmente fragante que las flores despedían en aquella época del año y a que era una pena que el perro hubiese muerto mirándolas de tanto como le gustaban.
Arthur casi se imaginó a Paul McCartney sentado, una noche, junto a la chimenea con los pies en alto tarareándosela a Linda y pensando en qué comprar con las ganancias, decidiéndose probablemente por Essex.
- Los Amos de Krikkit - murmuró Slartibartfast en tono sepulcral.
Al venir esa observación tan seguida de su pensamiento acerca de Essex, Arthur sufrió un momento de confusión. Luego la lógica de la situación se impuso por sí misma en su mente dispersa y descubrió que seguía sin entender lo que había querido decir el anciano.
- ¿Cómo? - preguntó.
- Los Amos de Krikkit - repitió Slartibartfast, y si antes su voz tenía un tono sepulcral, ahora parecía la de algún habitante del Hades con bronquitis.
Arthur observó al grupo y trató de sacar algún sentido de la poca información de que disponía hasta el momento.
Aquellas personas eran claramente extrañas, aunque sólo fuese porque eran un poco altos, delgados, angulares y tan pálidos que casi parecían blancos, pero por lo demás tenían un aspecto bastante agradable; un poco raro, tal vez, uno no quisiera necesariamente pasar un viaje largo en autocar con ellos, pero el caso era que si distaban en cierto modo de ser gente buena y honrada, quizá fuese en el sentido de que eran muy simpáticos en vez de no serlo de manera suficiente. Así que, ¿a qué venía el áspero ejercicio pulmonar de Slartibartfast, que parecía más apropiado para un anuncio radiofónico de esas desagradables películas en que los operarios de una sierra de cadena se llevan trabajo a casa?
Entonces, es que eso de Krikkit era algo serio. No había caído en la relación existente entre lo que él conocía como criquet y lo que...
Slartibartfast interrumpió sus pensamientos como si presintiera lo que pasaba por su mente.
- El juego que tú conoces como criquet - dijo con una voz que parecía perdida entre pasajes subterráneos - no es más que un curioso capricho de la memoria racial, que puede conservar imágenes vivas en la mente eones después de que su significado verdadero se haya perdido en la niebla del tiempo. De todas las razas de la Galaxia, sólo la inglesa podía revivir el recuerdo de las guerras más horribles que dividieron el Universo y transformarlo en un juego que, según me temo, se considera generalmente como absurdo e incomprensiblemente aburrido.