- Cierra el pico.
- Gracias.
Más pasos.
Zumbido.
- Gracias por hacer feliz a una sencilla puerta.
- Ojalá se te pudran los diodos.
- Gracias. Que tenga buen día.
Siguen los pasos.
Zumbido.
- Es un placer abrirme para usted...
- Piérdete.
-...y una satisfacción el volverme a cerrar con la conciencia del trabajo bien hecho.
- He dicho que te pierdas.
- Gracias por escuchar este mensaje. Más pasos.
- Va.
Zaphod dejó de caminar. Hacía días que pateaba el Corazón de Oro, y hasta el momento ninguna puerta le había dicho «va». No era lo que solían decir las puertas.
Demasiado conciso. Además, no había bastantes puertas. Sonó como si cien mil personas hubieran dicho «va», y eso le dejó perplejo porque era el único ocupante de la nave.
Estaba oscuro. La mayoría de los aparatos secundarios de la nave estaban desconectados. El Corazón de Oro se hallaba flotando a la deriva en una zona remota de la Galaxia, en lo más hondo de la densa negrura del espacio. De manera que, ¿qué clase de cien mil personas determinadas aparecerían en ese momento para decir un «va» absolutamente inesperado?
Miró alrededor, a un lado y a otro del pasillo. Todo estaba sumido en la oscuridad. Sólo se veía el débil resplandor rosado de los marcos de las puertas, que al hablar emitían vibraciones luminosas entre las sombras, aunque había intentado impedírselo por todos los medios imaginables.
Las luces estaban apagadas, de modo que sus cabezas podían dejar de mirarse, porque de ordinario ninguna de ellas era especialmente una visión atractiva, y tampoco habían mejorado desde que cometió el error de observar el interior de su alma.
En efecto, había sido una equivocación. Fue por la noche, tarde, desde luego.
Había sido un día difícil, claro.
En el aparato de sonido de la nave sonaba música espiritual, por supuesto. Y desde luego, él estaba un poco borracho.
En otras palabras, intervinieron todas las condiciones habituales que conducen a un acceso de búsqueda espiritual, pero de todos modos fue un error.
Ahora, solo en el silencio y oscuro pasillo, recordó el momento y se estremeció. Una de sus cabezas miraba a un lado y otra en dirección contraria, y cada una de ellas decidió que el camino adecuado era el opuesto.
Escuchó, pero no oyó nada.
Lo único que había oído era el «va».
Parecía un viaje tremendamente largo sólo para llevar a una enorme cantidad de personas a que dijeran una palabra.
Despacio y nervioso, empezó a caminar en dirección al puente. Al menos, allí se encontraba al mando de la situación. Volvió a detenerse. Se sentía de un modo que no podía considerar como muy positivo para una persona que estuviera al mando de algo.
Según recordaba, el primer sobresalto de aquel momento fue descubrir que tenía alma.
En realidad, siempre había más o menos supuesto que sí poseía alma, puesto que tenía un acopio completo de todo lo demás, aparte de dos cabezas, pero el encontrarse de repente con esa idea agazapada en su interior le había dado un grave susto.
Y cuando averiguó (ése fue el segundo sobresalto) que no se trataba de algo absolutamente maravilloso casi le hizo verter la copa. La apuró rápidamente, antes de que le ocurriera algo serio; a la copa, claro. A continuación se tomó otra de un trago para que fuese detrás de la primera y comprobara que estaba bien.
- Libertad - dijo en voz alta.
En ese momento entró Trillian en el puente y dijo varias cosas entusiastas sobre el tema de la libertad.
- No puedo con ella - comentó Zaphod en tono sombrío mientras daba cuenta de una tercera copa para ver por qué la segunda aún no había informado del estado de la primera. Miró indeciso a sus dos cabezas y prefirió la de la derecha.
Bebió otra copa por la otra garganta con idea de que al pasar atajara a la otra, uniera fuerzas con ella y juntas lograran que la segunda se recobrase. Luego, las tres irían en busca de la primera, le darían buena conversación y tal vez la animarían para cantar un poco.
No estaba seguro de si la cuarta copa lo había entendido todo, de manera que bebió una quinta para que explicara el plan con más detalle y una sexta como apoyo moral.
- Estás bebiendo mucho - advirtió Trillian.
Sus cabezas chocaron tratando de distinguir separadamente las cuatro que ahora veía en la sola persona de ella. Se dio por vencido. Miró a la pantalla de navegación y quedó asombrado al ver una cantidad de estrellas fenomenal.
- La emoción y la aventura son cosas verdaderamente fantásticas - musitó.
- Mira - dijo Trillian en tono afable, sentándose cerca de él -, es muy comprensible que te sientas un poco perdido durante algún tiempo.
Zaphod la miró sobresaltado. Nunca había visto que alguien se sentara en su propio regazo.
- ¡Uf! - exclamó. Tomó otra copa.
- Has concluido la misión en la que has trabajado durante años.
- No he trabajado en ella. He intentado evitarla.
- Pero la has terminado.
- Creo que ella ha acabado conmigo - repuso él -. Aquí me tienes; soy Zaphod
Beeblebrox, puedo ir a cualquier parte y hacer lo que me dé la gana. Tengo la nave más grandiosa que surca el cielo conocido, una chica con quien parece que las cosas marchan muy bien...
- ¿Marchan bien?
- Por lo que yo sé. No soy experto en relaciones personales...
Trillian enarcó las cejas.
- Soy un tipo estupendo - añadió Zaphod -, puedo hacer lo que se me antoje; sólo que no tengo la menor idea de lo que quiero.
Hizo una pausa.
- De repente - continuó -, una cosa ha dejado de llevar a otra.
En contradicción con sus palabras, tomó otra copa y cayó al suelo deslizándose graciosamente de la silla.
Mientras la dormía, Trillian investigó un poco en el ejemplar de la nave de la Guía del autoestopista galáctico. Ofrecía un consejo sobre la embriaguez:
- Adelante - decía -, y buena suerte.
Había una llamada al artículo referente al tamaño del Universo y a los modos de arreglárselas con ello.
Luego encontró el artículo sobre Han Wavel, un extraño planeta de vacaciones y una de las maravillas del Universo.
Han Wavel es un mundo que consiste fundamentalmente en fabulosos hoteles y casinos de superlujo, todos los cuales se formaron por la erosión natural del viento y la lluvia.
Las probabilidades de que eso ocurra son de una entre infinito. Poco se sabe de cómo ocurrió, porque ningún geofísico, perito en estadística de la probabilidad, meteoroanalista o estudioso de extravagancias, que están tan deseosos de investigarlo, puede permitirse una estancia en ese planeta.
Tremendo, pensó Trillian para sí, y al cabo de unas horas la gran nave en forma de zapatilla blanca avanzaba despacio por el cielo, bajo un sol ardiente y luminoso, hacia un puerto espacial de arena vistosamente coloreada. Se veía que en tierra causaba sensación la nave, y Trillian disfrutaba con ello. Oyó que Zaphod se movía y silbaba en alguna parte de la nave.
- ¿Cómo estás? - preguntó Trillian por el circuito de intercomunicación general.
- Estupendamente - contestó él en tono vivaz -, espléndidamente bien.
- ¿Dónde estás?
- En el cuarto de baño.
- ¿Qué haces?
- Estar aquí.
Al cabo de una o dos horas quedó claro que lo había dicho en serio, y la nave volvió a remontarse sin haber abierto la escotilla una sola vez.
- ¡Ea! - dijo Eddie el Ordenador.
Trillian asintió pacientemente con la cabeza, dio unos golpecitos con los dedos y pulsó el interruptor del intercomunicador.
- Creo que la diversión forzosa no es probablemente lo que necesitas en este momento.
- Probablemente no - respondió Zaphod desde donde estuviera.
- Me parece que un poco de desafío físico ayudaría a sacarte de ti mismo.
- Lo que te parezca - contestó Zaphod.
«IMPOSIBILIDADES RECREATIVAS» era el título que llamó la atención de Trillian un poco después, cuando se sentó a hojear de nuevo la Guía; y mientras el Corazón de Oro se precipitaba a velocidad improbable en una dirección indeterminada, tomó una taza de algo imbebible preparado por el Distribuidor Numitrático de Bebidas, leyendo sobre cómo volar.
La Guía del autoestopista galáctico tiene esto que decir sobre el tema de volar: El volar es un arte o, mejor dicho, un don.
El don consiste en aprender a tirarse al suelo y fallar. Elija un día que haga bueno - sugiere - e inténtelo. La primera parte es fácil.
Lo único que se necesita es simplemente la habilidad de tirarse hacia adelante con todo el peso del cuerpo, y buena voluntad para que a uno no le importe que duela.
Es decir, dolerá si no se logra evitar el suelo.
La mayoría de la gente no consigue evitar el suelo, y si de verdad lo intenta como es debido, lo más probable es que no logra evitarlo de ninguna manera.
Está claro que la segunda parte, la de evitar el suelo, es la que presenta dificultades. El primer problema es que hay que evitar el suelo por accidente. No es bueno tratar de evitarlo deliberadamente, porque no se conseguirá. Hay que distraer de golpe la atención con otra cosa cuando se está a medio camino, de manera que ya no se piense en caer, o en el suelo, o en cuánto le va a doler a uno si no logra evitarlo.
Es sumamente difícil distraer la atención de esas tres cosas durante la décima de segundo que uno tiene a su disposición. De ahí que fracasen la mayoría de las personas y que finalmente se sientan decepcionadas de este deporte estimulante y espectacular.
Sin embargo, si se es lo suficientemente afortunado para quedar distraído justo en el momento crucial por, digamos, unas piernas espléndidas (tentáculos, pseudopodia, según el fílum y/o las inclinaciones personales), por una bomba que estalle cerca o por la repentina visión de una especie sumamente rara de escarabajo que se arrastre junto a un hierbajo próximo, entonces, para pasmo propio, se evitará el suelo por completo y uno quedará flotando a pocos centímetros de él en una postura que podría parecer un tanto estúpida.
Es éste un momento de soberbia y delicada concentración. Oscilar y flotar, flotar y oscilar.
Ignore toda consideración sobre su propio peso y déjese flotar más alto.
No escuche lo que alguien le diga en ese momento, porque es improbable que sea algo de provecho.
- ¡Santo Dios, no es posible que estés volando! - es el tipo de comentario que suele hacerse.
Es de importancia vital no creerlo, o ese alguien tendrá razón de pronto. Flote cada vez más alto.
Intente unos descensos en picado, suaves al principio, luego flote a la deriva sobre las copas de los árboles respirando con normalidad.
NO SALUDE A NADIE.
Cuando haya hecho esto unas cuantas veces, descubrirá que el momento de distracción se logra cada vez con mayor facilidad.
Entonces aprenderá todo tipo de cosas sobre cómo dominar el vuelo, la velocidad, la capacidad de maniobra, y el truco consiste normalmente en no pensar demasiado en lo que uno quiere hacer, sino limitarse a dejar que ocurra como si fuese a suceder de todos modos.
También aprenderá a aterrizar como es debido, algo en que casi con seguridad fracasará, y de mala manera, el primer intento.
Hay clubs privados que enseñan a volar y en los que se puede ingresar, donde le ayudarán a conseguir ese momento fundamental de distracción. Contratan a personas con cuerpos u opiniones sorprendentes, chocantes para saltar de autobuses en marcha y exhibirlos y/o explicarlos en los momentos críticos. Pocos autoestopistas auténticos podrán permitirse el ingreso en tales clubs, pero algunos quizá puedan conseguir un empleo temporal en ellos.
Trillian leyó anhelosamente todo eso, pero decidió de mala gana que Zaphod no se encontraba verdaderamente en el estado mental adecuado para tratar de volar, caminar a través de montañas o para intentar que la administración pública de Brantisvogan aceptara una tarjeta de cambio de dirección, que eran las demás cosas enumeradas bajo el título de «Imposibilidades Recreativas».
En cambio, dirigió la nave hacia Allosimanius Syneca, un mundo de hielo, nieve, belleza violenta y frío apabullante. El viaje desde las llanuras nevadas de Liska a la cumbre de las Pirámides de Cristal Helado de Sastantua es largo y agotador, incluso con esquíes a reacción y un tiro de perros de nieve de Syneca, pero el panorama que se ve desde las alturas, que dominan los helados ventisqueros de Stin, la sierra del Prisma, de tenue resplandor, y las luces danzantes del hielo, etéreas y remotas, es tal, que primero paraliza la mente para luego lanzarla hasta horizontes de belleza desconocidos hasta entonces, y Trillian, por no ir más lejos, sintió que le vendría bien que su mente se lanzara despacio hacia horizontes de belleza desconocidos hasta entonces. Entraron en una órbita de poca altura.
Bajo ellos se extendía la blanca belleza plateada de Allosimanius.
Zaphod se quedó en la cama con una cabeza metida bajo la almohada, mientras la otra se dedicaba a hacer crucigramas hasta bien avanzada la noche.
Trillian volvió a asentir pacientemente con la cabeza, contó hasta un número lo bastante elevado y se dijo que lo importante ahora era hacer hablar a Zaphod.
A fuerza de desactivar todos los robots sintomáticos de la cocina, preparó la comida más fabulosamente deliciosa que pudo lograr: carnes delicadamente impregnadas de aceite, frutas olorosas, quesos fragantes y vinos finos de Aldebarán.
Se lo llevó y le preguntó si tenía ganas de comentar el asunto. - Piérdete - replicó Zaphod.
Trillian asintió pacientemente, contó hasta un número aún más alto, apartó un poco la bandeja, se dirigió a la cámara de transporte y se teledirigió a hacer gárgaras.
Ni siquiera programó coordenada alguna, no tenía la menor idea de a dónde iba, sólo se marchó: una caprichosa hilera de puntos que circulaba por el Universo.
- Cualquier cosa es mejor que esto - dijo para sí en el momento de marcharse.
- Buen trabajo - murmuró Zaphod, que se dio la vuelta y no logró dormirse.
Al día siguiente caminó inquieto por los corredores vacíos de la nave, pretendiendo que no la buscaba, aunque sabía que no estaba. Ignoró las quejumbrosas preguntas del ordenador, que quería saber qué demonios estaba pasando; le puso una pequeña mordaza electrónica entre un par de terminales.