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Authors: Georges Perec

Tags: #Otros

La vida instrucciones de uso (65 page)

La habitación no estaba muy iluminada, sólo lo justo para que, por entre los visillos de ganchillo, Jeremiah viera distintamente a su hermano Ruben, echado pacíficamente en una de las camas gemelas, cruzado de brazos y con los ojos muy abiertos. Jeremiah Ashby, lanzando un rugido feroz, se precipitó en el cuarto provocando la explosión de la bomba que Hélène había colocado en él.

Aquella misma noche subió la joven a bordo de una goleta que iba a Cuba, desde donde la trasladó a Francia un buque de línea regular. Hasta su muerte, estuvo aguardando el día en que iría a detenerla la policía, pero la Justicia americana no se atrevió nunca a imaginar que aquella mujercita frágil hubiera podido matar a sangre fría a tres bandidos para los que no tuvo dificultad en hallar asesinos mucho más plausibles.

Capítulo LXXXV
Berger, 2

El dormitorio del matrimonio Berger: un cuarto con parquet, poco espacioso, casi cuadrado, de paredes cubiertas con un papel azul claro que tiene finas rayas amarillas; un mapa de la Vuelta Ciclista a Francia, de gran formato, ofrecido por Vitamix, el reconstituyente de los deportistas y los campeones, está clavado en la pared del fondo, a la izquierda de la puerta; al lado de cada ciudad-etapa se han previsto unos espacios pautados para que el aficionado pueda ir apuntando los resultados de los seis primeros de cada etapa así como los tres primeros de las diferentes clasificaciones generales (Maillot Amarillo, Maillot verde, Gran Premio de la Montaña).

La habitación está vacía, a excepción de un enorme gatazo sin raza —Poker Dice— que dormita hecho un ovillo en la colcha de peluche azul celeste extendida sobre un sofá-cama flanqueado por dos mesillas de noche gemelas. En la de la derecha hay un aparato de radio de lámparas (aquel cuya escucha juzgada excesivamente matutina por la señora Réol compromete las relaciones, por lo demás amistosas, que mantienen los dos matrimonios): su tapa, que puede levantarse para descubrir un tocadiscos muy sencillo, sostiene una lamparilla de noche cuya pantalla cónica está decorada con los cuatro símbolos de los palos de la baraja, y unas cuantas fundas de discos de 45 revoluciones; la primera de la pila ilustra la célebre cancioncilla de Boyer y Valbonne
Boire un petit coup c’est agréable
, interpretada por Viviane Malchaut acompañada por Luca Dracena, su acordeón y sus ritmos; representa una chica de unos dieciséis años que está brindando con unos obreros chacineros obesos y risueños que, sobre fondo de medios cerdos en canal colgados de ganchos, levantan con una mano su copa de vino espumoso, presentando con la otra grandes fuentes llenas de productos de su ramo: jamón entreverado, cervelas
79
, morros de cerdo, salchichón de Vire
80
, lengua escarlata, pies de cerdo, cabeza de jabalí y queso de cerdo.

En la mesilla de noche de la izquierda hay una lámpara cuyo zócalo es una garrafa de vino italiano (Valpolicella) y una novela policiaca de la Serie Negra,
La dama del lago
, de Raymond Chandler.

En este piso vivieron, hasta 1965, la señora del perrito y su hijo que se preparaba para el sacerdocio. El anterior inquilino había sido, durante muchos años, un señor mayor a quien todos llamaban el ruso, porque llevaba todo el año una toca de pieles. El resto de su indumentaria era netamente más occidental: un traje negro cuyo pantalón le subía hasta el esternón, sujeto a la vez con tirantes elásticos y cinturón barriguero, una camisa de una blancura rara vez inmaculada, una gran corbata negra tipo chalina y un bastón cuyo puño era una bola de billar.

El ruso se llamaba realmente Abel Speiss. Era un alsaciano sentimental, antiguo veterinario castrense, que llenaba su tiempo libre haciendo todos los juegos que salían en los periódicos. Descubría las adivinanzas con una facilidad desconcertante:

Tres belgas tienen un hermano. Este hermano muere sin dejar ningún hermano. ¿Cómo puede ser?

las preguntas históricas

¿Quién era el amigo de John Leland?

¿A quién amenazó una acción ferroviaria?

¿Quién era Sheraton?

¿Quién le rapó la barba al anciano?

los «de una palabra a otra»

SON
CAUTO
NADA
CON
CASTO
CADA
COZ
VASTO
CEDA
VOZ
VISTO
VEDA
LISTO
VIDA

los problemas matemáticos

Prudence tiene 24 años. Tiene el doble de la edad que tenía su marido cuando ella tenía la edad que su marido tiene ahora. ¿Qué edad tiene su marido?

Escribe el número 120 usando cuatro «8»

los anagramas

ISABEL
=
BELISA
PARIS
=
PISAR
OSMIN
=
MINOS

los problemas lógicos

¿Qué viene detrás de U D T Q C S S H?
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¿Cuál es la intrusa en la enumeración siguiente: castellana, corta, polisilábica, escrita, visible, impresa, femenina, voz, singular, americana, intrusa?

las palabras cuadradas, cruzadas, triangulares, alargables (a, ca, can, cano, canto, canta, cantar, cántaro, cántabro), nido, etc., y hasta las «preguntas de desempate» que son el terror de todo aficionado.

Su gran especialidad eran los criptogramas. Pero, si bien había ganado triunfalmente el Gran Concurso Nacional dotado con TRES MIL FRANCOS, organizado por el
Réveil de Vienne et Romans
, descubriendo que el mensaje

aeeeil
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disimulaba la primera estrofa de
La Marsellesa
, no encontró modo de descifrar el enigma planteado por la revista
Le Chien français

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y su único consuelo era que ningún concursante lo había logrado y que la revista había tenido que optar por no conceder primer premio.

Aparte de los jeroglíficos y los logogrifos, el ruso abrigaba otra pasión: estaba locamente enamorado de la señora Hardy, la mujer del comerciante marsellés de aceite de oliva, una matrona de semblante dulce cuyo labio superior se engalanaba con una sombra de bigote. Pedía consejo a todos los vecinos de la escalera, pero a pesar de los ánimos que le prodigaron todos, jamás osó —como decía él mismo— «declarar su llama».

Capítulo LXXXVI
Rorschash, 5

El cuarto de baño de los Rorschash fue en sus tiempos algo muy lujoso. En toda la pared del fondo, comunicando los aparatos sanitarios entre sí, cañerías de cobre y plomo, con los empalmes visibles voluntariamente embrollados, provistos de una abundancia seguramente redundante de manómetros, termómetros, contadores, higrómetros, chapaletas, volantes, manecillas, mezcladores, palancas, válvulas y llaves de toda especie, esbozan un decorado de sala de máquinas que contrasta de modo impresionante con el refinamiento de la decoración: una bañera de mármol jaspeado, una pila de agua bendita que sirve de lavabo, toalleros fin de siglo, grifos de bronce esculpidos en forma de soles flamígeros, cabezas de león, cuellos de cisne, y algunos objetos de arte y curiosidades: una bola de cristal como las que se veían antaño en los bailes, colgada del techo y refractando la luz con sus centenares de espejitos dispuestos como en un ojo de mosca, dos sables japoneses de ceremonia, un biombo hecho con dos placas de vidrio que aprisionan una profusión de flores de hortensia secas y un velador Luis XV de madera pintada, en el cual se hallan tres frascos altos para sales de baño, perfumes y leches de tocador que reproducen, toscamente moldeadas, tres estatuillas quizás antiguas: un Atlas muy joven que lleva en su hombro izquierdo un globo de tamaño reducido, un Pan itifálico y una Siringa asustada medio transformada ya en cañas.

Cuatro obras de arte llaman más particularmente la atención. La primera es una tabla, que data sin duda de la primera mitad del siglo XIX. Se titula
Robinson tratando de instalarse lo más cómodamente posible en su isla desierta
. Sobre este título, escrito en dos líneas con pequeñas mayúsculas blancas, se ve a Robinson Crusoe, con gorro puntiagudo y zamarra de piel de cabra, sentado en una piedra; está trazando una raya dominical en el árbol que le sirve para medir el transcurso del tiempo.

La segunda y la tercera son dos grabados en los que se han tratado de modo diferente dos asuntos parecidos: uno, que se titula enigmáticamente
La carta robada
, muestra un salón elegante —parquet de punta de Hungría, paredes tapizadas con una tela de Jouy—
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en el que una mujer joven sentada junto a una ventana que da a un gran parque está haciendo un bordado de realce en el ángulo de una fina sábana de lino blanco; no lejos de ella, un hombre ya viejo, de aspecto extraordinariamente británico, toca el virginal. El segundo grabado, de inspiración surrealista, representa una muchacha muy joven, de catorce o quince años quizá, vestida con una corta combinación de encaje. Las espigas caladas de sus medias acaban en punta de lanza y de su cuello cuelga una crucecita, cada uno de cuyos brazos es un dedo que sangra ligeramente por debajo de la uña. Está sentada delante de una máquina de coser, cerca de una ventana abierta por la que se divisan las rocas apiñadas de un paisaje renano, y en la lencería que está cosiendo se lee la siguiente divisa, bordada en caracteres góticos

La cuarta obra es un vaciado colocado sobre el ancho borde de la bañera. Representa, de cuerpo entero, una mujer andando, más o menos del tercio del tamaño natural. Es una virgen romana de unos veinte años aproximadamente. El cuerpo es alto y esbelto, los cabellos suavemente ondulados y casi enteramente cubiertos con un velo. Inclina levemente la cabeza, al tiempo que, con la mano izquierda, se recoge una parte del vestido, extraordinariamente plisado, que le cae desde la nuca hasta los tobillos, descubriendo así los pies calzados con sandalias. El pie izquierdo está puesto delante y el derecho, que se dispone a seguirlo, no toca el suelo más que con la punta de los dedos, mientras la planta y el talón se alzan casi verticalmente. Este movimiento, que expresa a la vez la soltura ágil de una mujer joven al andar y un reposo seguro de sí mismo, le da su encanto particular combinando un paso firme con una especie de vuelo suspendido.

Como mujer avisada que es, Olivia Rorschash ha alquilado su piso durante los meses que estará fuera. El alquiler —que incluye el servicio diario de Jane Sutton— se ha llevado a cabo por medio de una agencia especializada en el alojamiento provisional de extranjeros acaudalados. Esta vez el inquilino es un tal Giovanni Pizzicagnoli, funcionario internacional que reside habitualmente en Ginebra, pero que ha venido a presidir durante seis semanas una de las comisiones presupuestarias de las sesiones extraordinarias de la Unesco dedicadas a los problemas energéticos. Este diplomático se decidió en pocos minutos fiándose de los folletos descriptivos facilitados por el representante suizo de la agencia. El no llegará a París hasta dentro de tres días, pero están aquí su mujer y su hijo pequeño, pues, convencido de que todos los franceses son unos ladrones, ha encargado a su esposa, una robusta bernesa de unos cuarenta años, que venga a comprobar si todo corresponde efectivamente a lo que se les había prometido.

Olivia Rorschash ha juzgado inútil asistir a esta visita y se ha eclipsado desde el principio con una encantadora sonrisa, pretextando su marcha inminente; se ha contentado con recomendarle a la señora Pizzicagnoli que tenga cuidado con que su chico no rompa los platos decorados del comedor ni los racimos de vidrio soplado del recibidor.

La empleada de la agencia ha continuado la visita con su cliente, enumerando el mobiliario y los accesorios y tachándolos al mismo tiempo de su lista. Pero no ha tardado en ponerse de manifiesto que esta visita, que no debía ser en principio más que una formalidad rutinaria, iba a suscitar serias dificultades, pues la suiza, visiblemente obsesionada en grado sumo por los problemas de seguridad doméstica, ha exigido que se le explicara el funcionamiento de todos los aparatos electrodomésticos y se le enseñara la situación de los cortacircuitos, los fusibles y los disyuntores. La inspección a la cocina no ha planteado demasiados problemas, pero todo se ha estropeado en el cuarto de baño: la empleada, abrumada por la situación, ha pedido auxilio a su director, el cual, dada la importancia del negocio —el alquiler de seis semanas asciende a veinte mil francos—, no ha podido menos que desplazarse, pero, no habiendo tenido naturalmente tiempo para estudiar a fondo el asunto, ha debido recurrir a su vez a diversas personas: primero a la señora Rorschash, que se ha declarado incompetente alegando que fue su marido quien se cuidó de la instalación; a Olivier Gratiolet, el antiguo propietario, quien ha respondido que desde hace cerca de quince años todo eso ha dejado de ser asunto suyo; a Romanet, el administrador, que ha sugerido que se consultara con el decorador, el cual se ha limitado a dar el nombre de la empresa, que, habida cuenta de la hora tardía, sólo se ha manifestado por mediación de un contestador automático.

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