Las ardillas de Central Park están tristes los lunes (79 page)

Sostenía la receta del veterinario en la mano cuando vio la nuca del hombre que tenía delante. Le gustaba fijarse en las nucas de las personas. Pretendía poder leer en ellas el alma de su propietario. Esa nuca la había conmovido. Parecía la nuca de un hombre derrotado. Cabello al uno, cortado con navaja, la piel enrojecida, irritada en algunas zonas, las orejas finas, traslúcidas, la cabeza inclinada hacia abajo. El hombre había tosido, se había vuelto hacia un lado y ella había reconocido al señor Boisson. Esa boca de labios cerrados que no sonreía nunca. Pensó durante un instante ponerle la mano en el hombro y decirle nos conocemos, usted no lo sabe, pero nos conocemos... Hace varios meses que vivo con usted, que leo sus penas y sus emociones..., pero se había contenido. Al fin y al cabo, resultaba extraño encontrarse tan cerca de ese hombre cuyo corazón oía latir en cada palabra de su libreta negra. Había tenido tantas ganas, a menudo, de aconsejarle, de consolarle...

Se había contentado con mirarle fijamente la nuca sin decir nada. Él continuaba tosiendo y se escondía detrás de la mano. Ella se había fijado en unos gemelos muy bonitos de piedras blancas. ¿Un regalo de Cary Grant?

Él había avanzado para que le atendieran. Llevaba su abrigo beige de tela ligera, versión primavera-verano. Idéntico al de la señora Boisson. Había entregado una lista de recetas larga como un listín telefónico; la farmacéutica le había preguntado si lo necesitaba todo enseguida o si podía volver por la tarde. Él había respondido que esperaría y se había colocado a un lado. Joséphine se había cruzado con su mirada y le había sonreído... Él la había mirado, extrañado. Se había levantado el cuello como para pasar desapercibido. Ella se había fijado en que era muy delgado, casi esquelético.

Garibaldi había confirmado la hipótesis esbozada por Iphigénie.

El Jovencito se llamaba Boisson.

Le había leído por teléfono la ficha que le había entregado su contacto en el Servicio de Información.

—No hay gran cosa, señora Cortès. En mi opinión, esa ficha existe porque él formó parte durante dos años del gobierno de Balladur, y después otros dos del de Alain Juppé. Le leo lo que tengo... Paul Boisson. Nacido el 8 de mayo de 1945 en Mont-de Marsan. Padre director general de Carbones de Francia. Madre sus labores. Antiguo alumno de la Escuela Politécnica, promoción de 1964. Eso significa que entró en la Politécnica en 1964...

—¿Y cuándo terminó? —había preguntado Joséphine.

—En junio de 1967, y fue contratado inmediatamente por Carbones de Francia, sin duda enchufado por su padre. ¡Su hombre no es ningún aventurero! Sigue las huellas de su papá sin protestar...

—Debía de estar desesperado...

—No ha dado mucho que hablar. No es miembro de ningún partido político, asociación o sindicato. ¡No posee siquiera ni un carné de biblioteca! ¿Le da asco la vida o qué?

—Pobrecillo —se había compadecido Joséphine.

—En 1973, durante una reunión de antiguos alumnos, conoce a Antoine Brenner, estrella emergente de la UDR
[72]
. Un hombre muy guapo... Alto, deportista, elegante. A su protegido le gustan los hombres seductores. ¿Me equivoco?

Joséphine no había respondido.

—Este último se fija en él y vuelven a verse. Trabajan juntos en diferentes cometidos y parecen amigos, aunque continúan tratándose de usted y nunca se ven en familia. Cuando a Antoine Brenner le nombran ministro de Medio Ambiente en 1993, llama a nuestro hombre para que se convierta en su jefe de gabinete. El señor Boisson pasará en el ministerio dos años que parecen felices. Por lo visto siente una devoción total por Brenner. Después, en mayo de 1995, con el nuevo gobierno de Juppé, a Antoine Brenner le nombran viceministro, encargado de asuntos europeos, y conserva a su lado a Paul Boisson. Después, sus caminos se separan y al señor Boisson le nombran... Ahora le ruego que no se ría...

—Soy una estatua de mármol...

—Director técnico de la sociedad Tarma, con sede en Grenoble...

—¡Eso no tiene nada de gracioso!

—Especializada en transporte por cable de personas y materiales...

—¡Sigue sin hacerme gracia!

—Le traduzco: una sociedad de teleféricos para estaciones de esquí... ¡El señor Boisson es todo menos ambicioso o intrigante! Pasa de los fastos de la República a la chatarra de los teleféricos, algo que no tiene nada de fascinante... y que no es, en ningún caso, un ascenso.

—No me extraña, es un sentimental...

—Precisamente, hablemos de su vida sentimental...

—Su mujer se llama Geneviève, supongo...

—Su primera mujer. Se casó a los veintidós años con Geneviève Lusigny... Muerta de leucemia, diez años más tarde. Matrimonio sin hijos. Casado en segundas nupcias con Alice Gaucher en 1978, profesión sus labores, con la que ha tenido dos hijos...

—Y a la que conozco de vista...

—Nada más que decir. Una vida monótona, una carrera monótona, un páramo monótono, un destino monótono... Tampoco debe de ser un vecino muy conflictivo. ¡Ni una sola queja contra él por alboroto nocturno! Qué quiere que le diga, señora Cortès, su Jovencito vivió intensamente los tres meses de rodaje de
Charada
y después ha hibernado... ¡Se retiró de la vida a los diecisiete años! No veo de dónde va a sacar una novela de todo esto...

—Eso es porque no ha leído usted su diario íntimo, ni la vida de Cary Grant...

—En todo caso, me siento feliz de haberla ayudado y, si necesita alguna otra cosa, no dude en llamarme. Siempre estaré aquí...

Joséphine había comprado las gotas para Du Guesclin, había vuelto a su casa y había abierto la libreta negra. Tras las palabras vacilantes del Jovencito, veía ahora la nuca curvada y frágil del señor Boisson, tosiendo en su guante.

«Hoy, 18 de enero, es su cumpleaños. Cumple cincuenta y nueve años. Ha habido una fiesta en el plató. Una gran tarta con veinte velas. ¡Veinte velas! Porque, dijo el productor, para nosotros, Cary ¡es y será siempre un hombre joven! Él agradeció el cumplido con un pequeño discurso muy divertido. Empezó diciendo que había llegado a la edad venerable en la que ya no es él quien va detrás de las mujeres, ¡sino las mujeres las que van detrás de él! Y que eso era muy agradable... Todo el mundo se rio. Añadió que con casi sesenta años seguía siendo un bobo y se preguntó cómo había conseguido hacer carrera. Había rechazado recientemente el papel de Rex Harrison en
My fair Lady
, después el de James Mason en
Ha nacido una estrella
, el de Gregory Peck en
Vacaciones en Roma
, el de Humphrey Bogart en
Sabrina
, el de James Mason en
Lolita
y lo dejo ahí, concluyó, porque si no van a pensar que estoy pasado de moda. Todo el mundo aplaudió y protestó. Volvió a meterse al público en el bolsillo...

»Desde que me hizo aquella confesión, ya no es el mismo. Parece que me rehúye. Me hace señas desde lejos, pero siempre se las arregla para no quedarse a solas conmigo. Yo me estrujé el cerebro para hacerle un regalo... y creo que le hice el regalo más estúpido del mundo. Le regalé una bufanda. Una hermosa bufanda de cachemira que compré en Charvet... Me gasté todos mis ahorros.

»¡Una bufanda!

»¡Para alguien que vive en Los Ángeles!

»Los del equipo sonrieron con socarronería al ver mi regalo.

»Él me lo agradeció, la dobló y la devolvió a la caja.

»Yo balbuceé una excusa. Él sonrió y me dijo
don’t worry, my boy!
A veces hace fresco en Hollywood... Y además me la pondré en París.

»Se irá pronto, lo sé. Lo he visto en su planning. No le quedan más que dos días de rodaje...

»Por fin he conseguido acercarme a él. Debía de tener un aspecto terrible porque apoyó su mano en la mía y dijo:

»—¿Tienes algún problema
, my boy
? ¿Hay algo que no anda bien?

»—Se marcha usted pronto...

»—No debes ponerte triste... ¿Estás triste de verdad?

»—¿Por qué me lo pregunta?

»—No debes
, my boy
... Tengo que marcharme, volver a mi vida, y tú, a la tuya. ¡Estás al principio de un largo camino! Pero ¡mira lo que me obligas a hacer! ¡A ponerme serio! ¡Vamos, vamos!

»Sentí que mi corazón se encogía lentamente.

»—Entonces se marcha usted, ¿verdad?

»Alzó una ceja de extrañeza, tal y como hace frente a la cámara. Tuve la impresión de que interpretaba un papel.

»—Sí, yo me marcho y tú te quedas... Y nuestra amistad será un recuerdo maravilloso... Para ti y para mí.

»Yo debía de tener un aspecto especialmente miserable, y eso debió de molestarle.

»—
Come on, smile!
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»—Yo no quiero recuerdos, no tengo edad para los recuerdos... Quiero quedarme con usted. ¡Lléveme con usted! Seré su secretario, le llevaré las maletas, conduciré su coche, plancharé sus camisas, haría lo que fuera por usted... Aprenderé, sólo tengo diecisiete años, a mi edad se aprende deprisa.

»—¡Vamos, vamos! No dramatices... Ha sido un encuentro bonito, un momento hermoso... No lo estropees.

»Cuando oí esas palabras fue como si saltase al vacío, como si cayese, cayese y buscase un árbol, una raíz a la que agarrarme, se va a marchar, se va a marchar y yo me voy a quedar. ¿Y mi futuro? Estudiaré en la Politécnica y me casaré. Con quien sea, porque ahora me da completamente igual. Me quedaré con Geneviève, ella, al menos, lo sabe, lo ha adivinado, podré respirar en ella el perfume de mi amor difunto. Podré contarle una y otra vez cuando estaba con él, cuando hablaba con él, cuando bebía champaña con él, cuando contemplaba los tejados de París con él... Estudiaré en la Politécnica y me casaré con Geneviève. Porque él se va y no siente tristeza alguna, ningún desgarro.

»—
Come on, my boy!
—repitió, molesto.

»Tuve la impresión de haber cometido una terrible falta de buen gusto y me sentí casi sucio.

»Se marchó con su chófer para volver al hotel y yo me quedé allí como un idiota, los ojos empañados de lágrimas.

»Me odié... ¡Qué falta de chispa! ¡Qué falta de elegancia!

»Le vi marcharse. En ese momento ya no sabía nada de él. Era como si todo lo que habíamos vivido, todas esas confidencias maravillosas que me había hecho no hubiesen existido nunca. Él pasaba página, pasaba a otra cosa.

»Por primera vez, sentí que sobraba. Me sentí apartado. Tuve la impresión atroz de que mi tiempo había pasado.

»Y era horrible.

»Antes de irme vi, en la esquina de una mesa, la caja que contenía mi bufanda.

»La bufanda seguía allí dentro...

»23 de enero de 1963. El día más triste de mi vida. No sé cómo tengo todavía fuerzas para escribir...

»Cuando volví de su fiesta de cumpleaños... En mi casa me esperaba un drama. El director del curso preparatorio había llamado a mis padres para informarles de mis numerosas ausencias. Su hijo no trabaja, se ausenta a menudo, sin excusas, sin motivos válidos, debemos expulsarle. Mi padre estaba furioso. Apretaba tan fuerte los dientes que pensé que iba a triturarlos. Mamá lloraba diciendo que estaba perdido, que nunca saldría nada bueno de mí, ¡que debería alistarme en el ejército! Me encerraron en mi cuarto y pasé dos días sin salir, sin ver a nadie, sin poder hablar por teléfono. ¡Y pensar que eran sus dos últimos días en París! ¡Eso me ponía enfermo! ¡Enfermo! No podía salir por la ventana. ¡Vivimos en un sexto! Nada, no podía hacer nada...

»Estaba prisionero.

»Papá fue a ver al director. No sé lo que le dijo, pero parece ser que me ha dado una última oportunidad. ¡Menuda oportunidad!

»Se me permitió salir, pero se me prohibió formalmente volver al rodaje.

»De todas formas, no hubiese ido, sabía que había terminado...

»Sólo me preguntaba si él se habría marchado o habría prolongado su estancia en París. Si vagaría por el quai aux Fleurs. Era su paseo favorito.

»Así que, ayer por la tarde, corrí hasta su hotel a la salida de clase, corrí y corrí...

»El conserje me dijo que se había marchado, pero que había dejado una carta para mí. Me entregó un sobre que llevaba el membrete del hotel.

»No lo abrí enseguida.

»Mi corazón latía con fuerza...

»La leí, por la noche, en mi habitación.

»"
My boy
, recuerda esto: nosotros somos los únicos responsables de nuestras vidas. No debemos culpar a nadie de nuestros errores. Somos los únicos artífices de nuestra felicidad y somos a veces el principal obstáculo para esa felicidad. Tú estás en el amanecer de tu vida, yo estoy en el crepúsculo de la mía, sólo puedo darte un consejo: escucha, escucha la vocecita en ti antes de decidir cuál será tu camino... Y el día que escuches esa vocecita, síguela ciegamente... No dejes que nadie te desvíe de tu camino. Nunca temas reivindicar lo que sale de tu corazón.

»"Eso es lo más duro que tendrás que afrontar, porque estás demasiado convencido de que no vales nada y no puedes imaginarte un futuro brillante, un futuro que lleve tu huella... Eres joven, puedes cambiar, no estás obligado a repetir el esquema de tus padres...

»"Love you, my boy...".

»La leí varias veces. No podía creer que no le volvería a ver. No me dejó nada, ni una dirección, ni un apartado de correos, ni un teléfono. No tenía ningún modo de volver a encontrarle.

»Lloré, lloré mucho...

»Pensé que mi vida había terminado.

»Y estoy convencido de que ha terminado.

»25 de diciembre de 1963.
Charada
acaba de estrenarse en los Estados Unidos. He leído las críticas de los periódicos. Es un éxito inmenso. Miles de personas hicieron cola desde las seis de la mañana a las puertas del Radio City Music Hall en la Sexta Avenida para conseguir sitio. Hacía frío, llovía y ellos esperaban...

»He leído en el periódico una entrevista a Stanley Donen que hablaba de él. "No hay otro actor como Cary Grant. Es único. No hay ni una nota discordante en su interpretación. Proyecta sencillez y confianza en sí mismo; si parece algo tan fácil, es porque él está extremadamente concentrado. Porque lo ha preparado todo... No siente ningún tipo de miedo cuando interpreta. Sus guiones están siempre llenos de miles de anotaciones. Lo detalla todo minuto a minuto. El detalle, ahí está la excelencia. Su talento no es un don de Dios, es una suma enorme de trabajo...".

»Y tuve la impresión de que se me escapaba definitivamente...

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