Las cenizas de Ángela (26 page)

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Authors: Frank McCourt

Tags: #Biografía, drama

—¿A que tengo el pelo monísimo, Frankie?

Le encanta esa palabra, monísimo, y ningún otro niño la quiere pronunciar nunca.

Claro que sabe quién estaba al pie de la cruz. Seguramente sabe también qué ropa llevaban y qué habían desayunado, y ahora está diciendo a «Puntito» O'Neill que fueron las Tres Marías.

«Puntito» dice:

—Ven aquí, Fintan, y recoge tu recompensa.

Tarda bastante tiempo en subir a la tarima, y no damos crédito a nuestros ojos cuando saca una navajita para cortar la peladura de manzana en trocitos para poder comérselos uno a uno y no meterse todo en la boca de una vez como hacemos los demás cuando ganamos. Levanta la mano.

—Señor, quisiera regalar parte de mi manzana.

—¿De tu manzana, Fintan? No, claro que no. No tienes la manzana, Fintan. Tienes la peladura, nada más que la piel. No has alcanzado ni alcanzarás nunca una altura tan vertiginosa como para gozar de la manzana propiamente dicha. De mi manzana no, Fintan. Y bien, ¿te he oído decir que quieres regalar parte de tu recompensa?

—Sí, señor. Quisiera darles tres trozos a Quigley, a Clohessy y a McCourt.

—¿Por qué, Fintan?

—Son amigos míos, señor.

Todos los niños del aula se están burlando y se dan codazos, y a mí me da vergüenza porque me dirán que me rizo el pelo y me atormentarán en el patio. ¿Y por qué creerá éste que soy amigo suyo? Si me dicen que me pongo la blusa de mi hermana, no servirá de nada que les diga que no tengo hermana, porque me dirán que si la tuviera me pondría su blusa. En el patio es inútil decir nada, porque siempre salta alguno con una salida, y no se puede hacer nada más que darle un puñetazo en la nariz, y si tuvieras que dar puñetazos a todos los que tienen una salida tendrías que estar dando puñetazos mañana, tarde y noche.

Quigley recibe el trozo de piel de Fintan.

—Gracias, Fintan.

Toda la clase mira a Clohessy porque es el más grande y el más duro, y si él da las gracias yo daré las gracias también.

—Muchas gracias, Fintan —dice, y se sonroja, y yo digo:

—Muchas gracias, Fintan.

Intento no sonrojarme, pero no lo consigo, y todos los niños se burlan de nuevo y a mí me dan ganas de pegarme con ellos.

Después de clase, los niños dicen a Fintan a gritos:

—Oye, Fintan, ¿te vas a tu casa a rizarte ese pelo tan monísimo?

Fintan se sonríe y sube los escalones del patio de la escuela. Un chico mayor del séptimo curso dice a Paddy Clohessy:

—Supongo que tú te rizarías el pelo también si no fueras un pelón con la cabeza afeitada.

—Cállate —dice Paddy, y el chico dice:

—¿Ah, sí? ¿Y quién va a hacerme callar?

Paddy intenta darle un puñetazo, pero el chico mayor le pega en la nariz y lo derriba, y le sale sangre. Yo intento pegar al chico mayor, pero él me agarra por la garganta y me golpea la cabeza contra la pared hasta que veo luces y puntos negros. Paddy se aleja sujetándose la nariz y llorando, y el chico grande me empuja hacia él. Fintan está en la calle y nos dice:

—Ay, Francis, Francis; ay, Patrick, Patrick, ¿qué os pasa? ¿Por qué lloras, Patrick?

Y Paddy dice:

—Tengo hambre. No puedo pegarme con nadie porque estoy enclenque de hambre y me caigo, y me da vergüenza.

—Ven conmigo, Patrick. Mi madre nos dará algo —dice Fintan, y Paddy dice:

—Ay, no, me sangra la nariz.

—No te preocupes. Ella te pondrá algo en la nariz o una llave en la nuca. Ven tú también, Francis. Siempre tienes cara de hambre.

—Ay, no, Fintan.

—Ay, por favor, Francis.

—Está bien, Fintan.

El piso de Fintan es como una capilla. Hay dos cuadros, uno del Sagrado Corazón de Jesús y otro del Inmaculado Corazón de María. Jesús nos muestra Su corazón con la corona de espinas, el fuego, la sangre. Tiene la cabeza inclinada a la izquierda para mostrar Su gran dolor. La Virgen María muestra su corazón, que sería un corazón agradable si no tuviese esa corona de espinas. Tiene la cabeza inclinada a la derecha para mostrar su dolor, pues sabe que su Hijo acabará mal.

En otra pared hay otro cuadro que representa a un hombre que lleva una túnica parda y que está cubierto de pájaros.

—¿Sabes quién es ése, Francis? —dice Fintan—. ¿No? Es tu santo patrono, San Francisco de Asís, ¿y sabes qué día es hoy?

—Cuatro de octubre.

—Eso es, y es el día de San Francisco de Asís, un día especial para ti porque puedes pedir a San Francisco lo que quieras y no cabe duda de que te lo concederá. Por eso he querido que vinieses hoy. Siéntate, Patrick, siéntate, Francis.

La señora Slattery entra con el rosario en la mano. Se alegra mucho de conocer a los nuevos amigos de Fintan y nos pregunta si queremos un emparedado de queso. «Y cómo tienes la nariz, Patrick». Le toca la nariz con la cruz de su rosario y reza una breve oración. Nos dice que este rosario fue bendecido por el Papa en persona y que podría secar un río si hiciera falta, cuánto más la sangre de la nariz del pobre Patrick.

Fintan dice que él no se tomará un emparedado porque está ayunando y rezando por el chico que nos pegó a Paddy y a mí. La señora Slattery le da un beso en la cabeza y le dice que es un santo del cielo, y nos pregunta si queremos mostaza en los emparedados, y yo le digo que no había visto nunca poner mostaza en el queso y que me encantaría.

—Yo no lo sé, no me he comido un emparedado en la vida —dice Paddy, y todos nos reímos y yo me pregunto cómo se pueden vivir diez años como Paddy sin haberse comido nunca un emparedado. Paddy también se ríe y se le ven los dientes, que son blancos, negros y verdes.

Nos comemos el emparedado y tomamos té, y Paddy pregunta dónde está el retrete. Fintan lo lleva a través del dormitorio hasta el patio trasero, y cuando vuelven Paddy dice:

—Tengo que irme a casa. Mi madre me va a matar. Te espero fuera, Frankie.

Ahora soy yo el que tengo que ir al retrete, y Fintan me acompaña al patio trasero.

—Yo también tengo ganas —dice, y cuando me desabrocho la bragueta no soy capaz de mear porque él me está mirando, y me dice—: Estabas de broma. No tienes ganas para nada. Me gusta mirarte, Francis, eso es todo. No quiero cometer ningún pecado ahora que vamos a hacer la Confirmación el año que viene.

Paddy y yo nos marchamos juntos. Yo estoy a punto de reventar y me escondo detrás de un garaje para mear. Paddy me espera, y mientras caminamos por la calle Hartstonge me dice:

—Ha sido un emparedado muy fuerte, Frankie, y su madre y él son muy santos, pero no quisiera volver más al piso de Fintan, porque él es muy raro, ¿verdad, Frankie?

—Sí que lo es, Paddy.

—Esa manera que tiene de mirártela cuando te la sacas, es rara, ¿verdad, Frankie?

—Lo es, Paddy.

Algunos días más tarde Paddy me susurra:

—Fintan Slattery ha dicho que podíamos ir a su piso a la hora de la comida. Su madre no estará, y le deja preparada la comida. Puede que nos dé algo, y tiene una leche muy rica. ¿Vamos?

Fintan se sienta a dos filas de nosotros. Sabe lo que me está diciendo Paddy y sube y baja las cejas como diciendo: «¿Vendréis?». Contesto que sí a Paddy en un susurro, y él asiente con la cabeza a Fintan, y el maestro nos dice a voces que dejemos de sacudir las cejas y los labios, o la palmeta de fresno cantará en nuestros traseros.

Los niños del patio nos ven marcharnos y hacen comentarios:

—Ay, Dios, mirad a Fintan con sus secuaces rinconeros.

—¿Qué es un secuaz rinconera, Fintan? —dice Paddy, y Fintan le dice que no es más que un niño de épocas antiguas que se sentaba en un rincón, eso es todo. Nos invita a sentarnos junto a la mesa de su cocina y nos deja leer sus historietas si queremos, el
Film Fun,
el
Beano,
el
Dandy,
o las revistas religiosas, o las revistas de historias de amor de su madre, el
Miracle
y el
Oracle,
que siempre traen historias de muchachas que trabajan en fábricas, que son pobres pero hermosas, y que se enamoran de hijos de condes y ellos de ellas, y la muchacha que trabaja en la fábrica acaba tirándose al Támesis, desesperada, pero entonces la rescata un carpintero que pasa por allí, que es pobre pero honrado y que amará a la muchacha que trabaja en la fábrica por su propia persona humilde, aunque luego resulta que el carpintero que pasaba por allí es en realidad hijo de un duque, que es mucho más que conde, de manera que la muchacha pobre de la fábrica se convierte en duquesa y puede mirar por encima del hombro al conde que la despreció, porque ella es feliz cuidando sus rosas en su finca de doce mil acres en Shropshire y colmando de atenciones a su pobre y anciana madre, que se niega a dejar su humilde casita de campo por todo el dinero del mundo.

—No quiero leer nada —dice Paddy—; todos esos cuentos son un camelo.

Fintan quita el paño que cubre su emparedado y su vaso de leche. La leche tiene un aspecto cremoso, fresco y delicioso, y el pan del emparedado es casi tan blanco como la leche.

—¿Es un emparedado de jamón? —pregunta Paddy, y Fintan dice que sí.

—Ese emparedado tiene muy buena cara —dice Paddy—, ¿tiene mostaza?

Fintan asiente con la cabeza y parte el emparedado en dos. Le sale la mostaza. Se chupa los dedos y se bebe un buen trago de leche. Vuelve a cortar el emparedado en cuartos, en octavos, en dieciseisavos, toma
El Pequeño Mensajero del Corazón de Jesús
del montón de revistas y lee mientras se come los trozos de emparedado y se bebe la leche, y Paddy y yo lo miramos, y sé que Paddy se está preguntando qué demonios hacemos aquí, porque eso mismo es lo que me estoy preguntando yo, mientras espero que Fintan nos ofrezca el plato, pero no lo hace, se termina la leche, deja trozos de emparedado en el plato, lo cubre con el paño y se limpia los labios con sus modales delicados, baja la cabeza, se santigua y bendice la mesa después de la comida y, «Dios, llegamos tarde a la escuela», y vuelve a santiguarse a la salida con agua bendita de la pequeña pila de porcelana que está colgada junto a la puerta con la pequeña imagen de la Virgen María que muestra su corazón y lo señala con dos dedos como si no fuésemos capaces de encontrarlo nosotros solos.

Es demasiado tarde para que Paddy y yo lleguemos corriendo y que Nellie Ahearn nos dé el bollo y la leche, y ahora no sé cómo voy a aguantar desde ahora hasta que pueda volver corriendo a casa después de clase y comerme un trozo de pan. Paddy se detiene ante la puerta de la escuela.

—No puedo entrar aquí cayéndome de hambre. Me quedaría dormido, y «Puntito» me mataría —dice.

Fintan está nervioso.

—Vamos, vamos, que llegamos tarde. Vamos, Francis, date prisa.

—No voy a entrar, Fintan. Tú has comido. Nosotros no.

Paddy explota:

—Eres un jodido farsante, Fintan. Eso es lo que eres, y un jodido resentido, con tu jodido emparedado y tu jodido Sagrado Corazón de Jesús colgado en la pared y tu jodida agua bendita. Me puedes besar el culo, Fintan.

—Ay, Patrick.

—Ay, Patrick, y una mierda jodida, Fintan. Vámonos, Frankie.

Fintan entra corriendo en la escuela y Paddy y yo vamos hasta un huerto de frutales en Ballinacurra. Escalamos un muro y nos ataca un perro fiero hasta que Paddy le habla y le dice que es un perro bueno y que tenemos hambre y que se vaya a casa con su madre. El perro lame la cara a Paddy y se marcha trotando y meneando la cola, y Paddy se queda muy satisfecho de sí mismo. Nos llenamos las camisas de manzanas hasta que apenas podemos volver a escalar el muro, atravesamos corriendo un prado largo y nos sentamos junto a un seto a comernos las manzanas hasta que ya no podemos tragar un bocado más, y metemos las caras en un arroyo para beber el agua fresca y deliciosa. Después vamos corriendo a lados opuestos de una zanja para cagar y nos limpiamos con hierba y con hojas anchas. Paddy está agachado y dice:

—No hay nada en el mundo como darse un atracón de manzanas, beberse un buen trago de agua y cagar a gusto. Es mejor que cualquier emparedado de queso con mostaza, y «Puntito» O'Neill puede meterse su manzana por el culo.

En un prado hay tres vacas que asoman la cabeza por encima de un muro de piedra y nos mugen.

—Jesús, es la hora del ordeño —dice Paddy, y salta la pared y se tumba bajo una vaca, con las grandes ubres colgando sobre su cara. Tira de una ubre y se echa un chorro de leche en la boca. Deja de echar leche y dice:

—Vamos, Frankie, leche fresca. Está riquísima. Métete debajo de esa otra vaca, todas están listas para ordeñarlas.

Me meto bajo la vaca y tiro de una ubre, pero ella tira coces y se mueve, y estoy seguro de que va a matarme. Paddy se acerca y me enseña a hacerlo, hay que tirar con fuerza y recto y la leche sale en un fuerte chorro. Los dos nos tendemos bajo una misma vaca y lo estamos pasando en grande llenándonos de leche, pero entonces se oye un rugido y hay un hombre con un palo que viene corriendo hacia nosotros por el prado. Saltamos el muro rápidamente y él no puede seguirnos porque lleva botas de goma. Se queda en la pared y nos amenaza blandiendo el palo y grita que como nos coja alguna vez nos va a meter toda la bota por el culo, y nosotros nos reímos porque estamos fuera de peligro y yo me pregunto por qué tiene que pasar nadie hambre en un mundo lleno de leche y de manzanas.

Aunque Paddy diga que «Puntito» se puede meter la manzana por el culo, yo no quiero pasarme toda la vida robando fruta y ordeñando vacas, y siempre intentaré ganarme la peladura de manzana de «Puntito» para poder ir a casa y decir a papá que respondí a las preguntas difíciles.

Volvemos atravesando Ballinacurra a pie. Llueve y caen rayos, y corremos, pero a mí me resulta difícil correr con el aleteo de la suela de mi zapato que amenaza con hacerme tropezar. Paddy es capaz de correr cuanto quiera con sus largos pies descalzos, y se les oye azotar la calzada. Tengo empapados los zapatos y los calcetines, que hacen un ruido particular, chis, chis. Paddy lo advierte y componemos una canción con los ruidos de los dos, plas, plas, chis, chis, plas chis, chis plas. Nos reímos tanto con nuestra canción que tenemos que sujetarnos el uno al otro. La lluvia arrecia y sabemos que no podemos meternos bajo un árbol o nos podemos quedar fritos del todo, de modo que nos refugiamos en un portal, y al cabo de un momento abre la puerta una criada grande y gorda que lleva un sombrerito blanco y un vestido negro con un delantalito blanco y nos dice que nos larguemos de esa puerta y que somos una vergüenza. Nos vamos corriendo del portal y Paddy le grita: «Vaquilla de Mullingar, carne de pies a cabeza», y se ríe hasta que se atraganta y tiene que apoyarse en una pared por lo débil que está. Ya es inútil que nos resguardemos de la lluvia, estamos empapados, de modo que bajamos sin prisas por la avenida O'Connell. Paddy dice que aprendió aquello de la vaquilla de Mullingar de su tío Peter, el que estuvo en la India en el ejército inglés, y que tienen una foto suya con un grupo de soldados con sus cascos, sus fusiles y sus cananas en bandolera, y salen también unos hombres oscuros de uniforme que son hindúes leales al rey. El tío Peter lo pasó muy bien en un sitio que se llama Cachemira, que es más bonito que ese Killarney del que siempre están presumiendo y cantando canciones. Paddy vuelve a hablar de que quiere escaparse y acabar en la India, en una tienda de seda con la chica del punto rojo, con el
curry
y los higos, y me está dando hambre a pesar de que estoy lleno de manzanas y de leche.

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