—Lo haré si está en mi mano, Dennis.
—¿Podrías cantarme una estrofa de aquella canción que cantaste la noche antes de embarcarte para América?
—Es una canción difícil, Dennis. No voy a tener fuelle.
—Ay, vamos, Ángela. Ya no oigo nunca canciones. En esta casa no hay canciones. La mujer no sabe cantar ni una nota ni sabe bailar ni un paso.
—Bueno —dice mamá—, lo intentaré.
Oh, las noches de los bailes de Kerry, oh, la música del gaitero,
Oh, esas horas alegres, perdidas demasiado pronto, ay, como nuestra juventud.
Cuando los mozos se reunían en el valle las noches de verano,
Y la música del gaitero de Kerry nos llenaba de placer desenfrenado.
Se interrumpe y se lleva la mano al pecho.
—Ay, Dios, me quedo sin fuelle. Ayúdame con la canción, Frank.
Y yo canto con ella:
Oh, recordarlo, oh, soñarlo, me llena el corazón de lágrimas.
Oh, las noches de los bailes de Kerry, oh, la música del gaitero,
Oh, esas horas alegres, perdidas demasiado pronto, ay, como nuestra juventud.
El señor Clohessy intenta cantar con nosotros, «perdidas demasiado pronto, ay, como nuestra juventud», pero le da la tos. Sacude la cabeza y exclama:
—No dudaba que la cantarías, Ángela. Esto me trae recuerdos. Que Dios te bendiga.
—Que Dios te bendiga a ti también, Dennis, y gracias, señora Clohessy, por haberse ocupado de Frankie para que no estuviera por la calle.
—No tiene importancia, señora McCourt. Es muy callado.
—Muy callado —dice el señor Clohessy—, pero no es tan buen bailarín como lo fue su madre.
—Es difícil bailar con un solo zapato, Dennis —dice mamá.
—Ya lo sé, Ángela, pero te preguntarías: ¿por qué no se lo quitó? ¿Es un poco raro el chico?
—Ah, a veces tiene un aire raro como su padre.
—Ah, sí. El padre es del Norte, Ángela, y así se explica. Allí en el Norte no tiene nada de raro bailar con un solo zapato.
Paddy Clohessy, mamá, Michael y yo subimos la calle Patrick y la calle O Connell, y mamá va sollozando todo el camino. Michael dice:
—No llores, mamá. Frankie no volverá a escaparse.
Ella lo levanta y lo abraza.
—No, Michael, no lloro por Frankie. Es por Dennis Clohessy y las noches de baile en la sala Wembley y el pescado frito con patatas fritas que nos comíamos después.
Entra en la escuela con nosotros. El señor O'Neill parece enfadado y nos dice que nos sentemos, que se ocupará de nosotros dentro de un momento. Pasa mucho tiempo hablando en la puerta con mi madre, y cuando ella se marcha él se acerca entre las filas de asientos y da una palmadita en la cabeza a Paddy Clohessy.
Siento mucho lo mal que lo pasan los Clohessy, pero creo que me salvaron del castigo de mi madre.
Algunos jueves, cuando papá cobra el dinero del paro en la oficina de empleo, algún hombre le dice: «¿Vamos a tomarnos una pinta, Malachy?», y papá dice: «Una, sólo una», y el hombre dice: «Por Dios, claro que sí, sólo una», y antes de que termine la noche ha desaparecido todo el dinero y papá llega a casa cantando y haciéndonos levantar de la cama para que formemos en fila y prometamos morir por Irlanda cuando llegue el momento. Hasta hace levantar a Michael, que sólo tiene tres años pero que se pone a cantar y promete morir por Irlanda a la primera oportunidad. Es lo que dice papá: a la primera oportunidad. Yo tengo nueve años, Malachy tiene ocho, y ya nos sabemos todas las canciones. Cantamos todas las estrofas de la canción de Kevin Barry y de la de Roddy McCorley, y
El Oeste duerme, O'Donnell Abu, Los mozos de Wexford.
Cantamos y prometemos morir, porque nunca se sabe cuándo le puede quedar a papá un penique o dos después de beber, y si nos lo da podemos ir corriendo al día siguiente a la tienda de Kathleen O'Connell a comprar
toffees.
Algunas noches dice que Michael es el que canta mejor de todos y le da a él el penique. Malachy y yo nos preguntamos de qué sirve tener ocho y nueve años y saberse todas las canciones y estar dispuestos a morir si es Michael el que se queda el penique para poder ir a la tienda al día siguiente y llenarse la boca de
toffee
a discreción. Nadie puede pedirle que muera por Irlanda a los tres años, ni siquiera Padraig Pearse, al que fusilaron los ingleses en Dublín en 1916 y que esperaba que todo el mundo muriese con él. Por otra parte, el padre de Mikey Molloy dice que cualquiera que quiera morir por Irlanda es un asno. Han muerto hombres por Irlanda desde los tiempos más remotos, y hay que ver cómo está el país.
Ya es bastante malo que papá pierda los trabajos a la tercera semana, pero ahora se está bebiendo todo el dinero del paro una vez al mes. Mamá se desespera, y a la mañana siguiente tiene la cara agria y no quiere hablar con él. Él se toma el té y se marcha temprano de casa para darse un paseo largo por el campo. Cuando regresa por la tarde ella sigue sin querer hablar con él y no le quiere hacer el té. Si el fuego está apagado por falta de carbón o de turba y no hay manera de hervir el agua para hacer el té, él dice:
«Och,
sí», y bebe agua en un tarro de mermelada, y chasquea los labios como lo haría con una pinta de cerveza negra. Dice que lo único que necesita un hombre es buen agua y mamá suelta un resoplido. Cuando no se habla con él, hay un ambiente abrumador y frío en la casa, y sabemos que nosotros tampoco debemos hablar con él, so pena de que ella nos dirija una mirada agria. Sabemos que papá ha hecho la cosa mala y sabemos que se puede hacer sufrir a cualquiera a base de no hablarle. Hasta el pequeño Michael sabe que cuando papá hace la cosa mala no se le habla desde el viernes hasta el lunes, y que cuando él intenta sentarte en su regazo hay que correr al lado de mamá.
Tengo nueve años y tengo un amigo, Mickey Spellacy, cuyos parientes están cayendo uno a uno por la tisis galopante. Mickey me da envidia, pues siempre que se muere alguien en su familia le dan una semana de permiso en la escuela y su madre le cose un rombo negro en la manga para que pueda ir de callejón en callejón y de calle en calle y la gente sepa que está de luto y le den palmaditas en la cabeza y dinero y dulces para consolarlo en su dolor.
Pero este verano Mickey está preocupado. Su hermana Brenda se está consumiendo de tisis, y sólo estamos en agosto, y si se muere antes de septiembre no le darán una semana de permiso en la escuela porque a uno no le pueden dar una semana de permiso en la escuela durante las vacaciones. Viene a vernos a Billy Campbell y a mí y nos pide que vayamos a la iglesia de San José, que está a la vuelta de la esquina, a rezar pidiendo que Brenda aguante hasta septiembre.
—¿Qué ganamos nosotros con ir a rezar a la vuelta de la esquina, Mickey?
—Bueno, si Brenda aguanta y a mí me dan la semana de permiso podréis venir al velatorio y habrá jamón, y queso, y bollos, y jerez, y gaseosa, y de todo, y podréis escuchar las canciones y los cuentos toda la noche.
¿Quién podría rechazar eso? Nada como un velatorio para pasar un buen rato. Nos llegamos de una carrera a la iglesia, donde hay imágenes del propio San José y también del Sagrado Corazón de Jesús, de la Virgen María y de Santa Teresita del Niño Jesús, la Florecilla. Yo rezo a la Florecilla, porque también ella murió de tisis y lo entenderá.
Una de nuestras oraciones debió de tener fuerza, porque Brenda sigue viva y no se muere hasta el segundo día de clase. Decimos a Mickey que lo acompañamos en el sentimiento, pero él está encantado con su semana de permiso y le ponen el rombo negro que le hará ganar dinero y dulces.
A mí se me hace la boca agua pensando en el banquete que nos daremos en el velatorio de Brenda. Billy llama a la puerta y sale a abrir la tía de Mickey.
—¿Qué queréis?
—Hemos venido a rezar por Brenda, y Mickey nos ha invitado a venir al velatorio.
—¡Mickey! —grita ella.
—¿Qué?
—Ven aquí. ¿Has invitado tú a esta pandilla al velatorio de tu hermana?
—No.
—Pero, Mickey, nos lo prometiste...
Ella nos cierra la puerta en las narices. Nos quedamos sin saber qué hacer, hasta que Billy Campbell dice:
—Vamos a volver a San José y rezaremos pidiendo que a partir de ahora todos los de la familia de Mickey Spellacy se mueran en pleno verano y a él no le den ni un día de permiso en la escuela durante el resto de su vida.
Una de nuestras oraciones tuvo fuerza, sin duda, porque en el verano siguiente la tisis galopante se lleva al propio Mickey, y no le dan ni un día de permiso en la escuela, y así seguro que aprende.
Protestante desgraciado toca la campana,
La del cielo no, la del infierno.
Los domingos por la mañana en Limerick veo ir a la iglesia a los protestantes y siento lástima por ellos, sobre todo por las chicas, que son preciosas y que tienen los dientes blancos y bonitos. Me dan pena las chicas protestantes bonitas porque están condenadas. Eso nos dicen los curas. Fuera de la Iglesia Católica no hay salvación. Fuera de la Iglesia Católica no hay más que condenación. Y yo quiero salvarlas. Chica protestante, ven conmigo a la Iglesia Verdadera. Te salvarás y no caerás en la condenación. Después de la misa del domingo voy con mi amigo Billy Campbell a verlas jugar al croquet en el prado tan hermoso que está junto a la iglesia de ellos, en la calle Barrington. El croquet es un juego protestante. Dan a la pelota con el mazo, poc y poc, y se ríen. Me pregunto cómo pueden reírse, ¿o es que ni siquiera saben que están condenadas? Me dan lástima.
—Billy, ¿de qué sirve jugar al croquet cuando se está condenado?
—Frankie, ¿de qué sirve no jugar al croquet cuando se está condenado? —me responde él.
—Tu hermano Pat, con su pierna mala, ya vendía periódicos por todo Limerick cuando tenía ocho años —dice la abuela a mamá—, y tu Frank ya es bastante mayor y bastante feo para trabajar.
—Pero si sólo tiene nueve años y todavía va a la escuela.
—La escuela. Es la escuela la que lo ha vuelto tan respondón y la que le ha dejado esa cara tan agria y ese aire tan raro como el de su padre. Ya podría salir a ayudar al pobre Pat los viernes por la noche, que es cuando el
Limerick Leader
pesa una tonelada. Podría recorrerse de una carrera los caminos largos de los jardines de la gente de categoría y dar un descanso a las pobres piernas de Pat, y ganarse además unos peniques.
—Los viernes por la noche tiene que ir a la Cofradía.
—Olvídate de la Cofradía. El catecismo no dice nada de Cofradías.
Me reúno con el tío Pat en las oficinas del
Limerick Leader
a las cinco de la tarde del viernes. El hombre que reparte los periódicos dice que tengo los brazos tan delgados que con suerte podría llevar dos sellos de correos, pero el tío Pat me mete ocho periódicos bajo cada brazo.
—Como los dejes caer te mato —me dice, pues afuera está lloviendo, está diluviando a mares. Me dice que vaya pegado a las paredes cuando subimos por la calle O'Connell, para que no se mojen los periódicos. Tengo que entrar corriendo en las casas donde hay que hacer una entrega, subir corriendo los escalones exteriores, entrar por el portal, subir por las escaleras, gritar «El periódico», recoger el dinero que le deben por la semana, bajar las escaleras, darle el dinero y seguir hasta la parada siguiente. Los clientes le dan propinas por su trabajo, y él se las queda.
Recorremos la avenida O'Connell, salimos por Ballinacurra, volvemos por la carretera de circunvalación del Sur, bajamos por la calle Henry y volvemos a las oficinas a recoger más periódicos. El tío Pat lleva una gorra y algo parecido a un poncho de vaquero para que no se le mojen los periódicos, pero se queja de que los pies lo están matando, y hacemos una parada en una taberna para que se tome una pinta para sus pobres pies. Allí está el tío Pa Keating, cubierto todo de negro, tomándose una pinta, y dice al tío Pat:
—Ab, ¿vas a dejar al niño con la lengua fuera por no invitarle a una gaseosa?
—¿Qué? —dice el tío Pat, y el tío Pa Keating se impacienta.
—Cristo, está arrastrando tus jodidos periódicos por todo Limerick y tú no eres capaz...; bueno, no importa. Timmy, ponle una gaseosa al chico. Frankie, ¿no tienes un impermeable en casa?
—No, tío Pa.
—No debes salir con este tiempo. Estás empapado del todo. ¿Quién te ha mandado salir con estos lodos?
—La abuela dijo que tenía que ayudar al tío Pat porque tiene la pierna mala.
—Claro que lo diría, la vieja perra, pero no les cuentes lo que he dicho.
El tío Pat se levanta con dificultad de su asiento y recoge sus periódicos.
—Vámonos, se está haciendo de noche.
Recorre las calles cojeando y gritando: «Ana miente dulces miente», que no se parece en nada a
«Limerick Leader»,
pero no importa, porque todo el mundo sabe que es Ab Sheehan, al que dejaron caer de cabeza.
—Toma, Ab, dame un
Leader,
¿cómo tienes la pobre pierna? Quédate el cambio para un pitillo, hace una noche fatal y jodida para ir vendiendo los jodidos periódicos.
—Gracias —dice mi tío Ab—. Gracias, gracias, gracias.
Es difícil seguir su paso por las calles, a pesar de que tiene mal la pierna.
—¿Cuántos
Leaders
tienes bajo la chaqueta? —me pregunta.
—Uno, tío Pat.
—Lleva ese
Leader
al señor Timoney. Ya me debe los periódicos de quince días. Trae el dinero y la propina. Da buenas propinas, y no te la guardes en el bolsillo como hacía tu primo Gerry. Se las guardaba en el bolsillo, el muy mariconcete.