Read Las cuatro revelaciones Online
Authors: Alberto Villoldo
Tags: #Autoayuda, Filosofía, Esoterismo
Puedes hacer esto cuando reconoces que cada historia es una profecía que se cumple a sí misma. Puedes contar tu relato de tal forma que recuperes tu nobleza y tu poder… como nunca ha sido contado antes. Éste es el viaje del héroe.
EXPULSADO DEL JARDÍN
Todos nosotros hemos interiorizado la historia de nuestra cultura judeocristiana en que somos expulsados del paraíso y nos separamos de nuestro divino Creador. Esta historia de pérdida permea nuestras vidas aunque no hayamos sido criados en un hogar religioso, y causa mucho sufrimiento. De modo que si queremos cerrar nuestras heridas en todos los niveles, es crucial que desechemos este mito y creemos uno nuevo.
Esta leyenda es la «historia original», con la serpiente y Eva en el papel de verdugos, Adán como víctima, y la gracia de Dios como el único poder capaz de salvarlos (y a nosotros). Como nos creemos esta historia, bautizamos a los bebés para que no sean castigados por la mancha del pecado original con la que supuestamente han nacido. Y el de nuestra madre original da lugar a
todos
nuestros complejos de Edipo: si Eva hubiese sido una buena madre y pensado más en nosotros en lugar de sólo en ella, no estaríamos en la situación en la que nos encontramos. Finalmente, el mito de Dios como salvador nos separa de nuestra propia divinidad, y nos hace depender de una fuerza externa para que nos libere de la maldición que cayó sobre nosotros como castigo por los pecados de nuestros antepasados.
Cuando nos liberemos del viejo mito de la expulsión del paraíso, podremos re-descubrir el Edén original que se encuentra en la naturaleza, y sentirnos a gusto en este hogar. Se nos ha condicionado para pensar en el mundo natural como algo hermoso pero atemorizante (a diferencia del protegido y cultivado Jardín del Edén). En nuestra infancia se nos enseñó que el bosque está lleno de brujas y terribles lobos que atacan a las niñas pequeñas. Al llegar a adultos creemos que los espacios al aire libre están poblados por violentos animales que nos descuartizarían en un segundo, y que la madre naturaleza es caprichosa y cruel, al atacar con maremotos, tormentas, terremotos y tornados que nos arrebatan a nuestros seres queridos. Vemos la naturaleza como algo que debe ser conquistado y domado, como un arbusto bien podado o un césped bien cortado.
Cuando desechamos esta historia, descubrimos que nunca hemos abandonado el Jardín del Edén. Aunque podamos creer que Dios creó la naturaleza, no pensamos que la divinidad resida en los árboles, los océanos o los acantilados. Concebimos a Dios como una entidad que se halla muy por encima de nosotros, que reside en los cielos y que sólo entra en nuestros corazones si lo invitamos y nos humillamos de verdad, admitiendo nuestros muchos pecados. O no creemos en absoluto en lo divino y no podemos concebir que lo sagrado pueda estar presente en cada hoja, acera o gota de agua. Nos reímos de la noción de que ya estamos en el paraíso.
De hecho, la mayoría de la gente no se da cuenta de que a pesar de todos esos preciosos cuadros del paraíso celestial que llenan nuestros museos y dan alas a nuestra imaginación, Jesús dijo que el reino de los cielos se encuentra a nuestro alrededor en este momento. Del mismo modo, los laikas creen que el reino de los cielos se encuentra dentro y fuera —dentro, encima, debajo y alrededor de nosotros—. Es nuestra incapacidad para percibirlo lo que nos convierte en exiliados, y esta ceguera es la causa de nuestro sufrimiento. Los laikas se quedaron totalmente desconcertados cuando los misioneros les dijeron que el infierno se encontraba bajo tierra. Para ellos, la tierra era el reino de la Gran Madre, cuyos fértiles campos y aguas proporcionaban alimento y sustento a todo el mundo, y sólo una persona desquiciada podía caer en la ilusión de que estamos separados del jardín sagrado en el que hemos nacido.
Aún estamos viviendo en los exuberantes jardines de la divinidad. Sin embargo, comprender esto intelectualmente, desde el nivel del jaguar, no es suficiente. Si hemos de experimentar este mundo como un paraíso, tenemos que sentir esto con cada célula y con cada hueso de nuestro cuerpo, desde el nivel del colibrí. Los laikas llaman a esto
ayni
, o relación correcta con la naturaleza. Cuando estamos en
ayni
, no tenemos por qué temerla. Un rayo, una pantera o un microbio sólo puede matarnos cuando nos hallamos en un estado de desequilibrio —de hecho, para los laikas, no existe ninguna diferencia entre morir por culpa de un microbio o de una pantera—. En Occidente, solemos pensar que una muerte ha sido causada por una enfermedad y la otra por un accidente, pero los laikas creen que tenemos que estar en un correcto
ayni
tanto con los microbios como con las panteras, o ambos nos considerarán su almuerzo. Cuando nos encontramos en
ayni
, dejamos de formar parte de su cadena alimenticia.
De hecho, las prácticas médicas de los Guardianes de la Tierra están basadas en la idea de que debemos realinearnos con la naturaleza y recuperar una relación de equilibrio, y entonces nuestra salud natural regresará. Ésta es una visión muy distinta a la occidental en que el cuerpo es un sistema que se estropea inexplicablemente y que, cuando no funciona de manera óptima, necesita ser reparado con operaciones y antibióticos que maten los microbios.
Cuando estamos en
ayni
, el paraíso es nuestro hogar, y la salud física, mental y emocional es nuestro derecho de nacimiento. Descubrimos que nunca hemos abandonado el Edén. Hace muchos años, caminaba cerca del río Amazonas con un par de chamanes cuando llegamos a un claro. Me dijeron que entrara en la selva a ver qué ocurría. Antes de entrar en ella, pude escuchar su canto: los gritos de los guacamayos, los loros, los monos y los insectos. Me adentré un paso, luego un segundo, y al tercer paso, la selva quedó en silencio. No podía creerlo.
Los chamanes me dieron la siguiente explicación: «Las criaturas de la selva saben que ése no es tu lugar, que has sido expulsado del jardín». Eso me pareció absurdo —con toda seguridad los animales olieron los restos de mi desodorante y de mi talco para el pie de atleta, a pesar de que no había usado estos productos durante algunas semanas. Entonces vi a dos indígenas asando una boa constrictor a la orilla del río, y tuve una idea. Me acerqué a ellos, me presenté y les pregunté si me podían dar un poco de la grasa de serpiente que habían estado recolectando en una lata. Estuvieron encantados de poder ayudarme.
Regresé junto a mis amigos chamanes, me desvestí hasta quedarme sólo con mis pantalones cortos y me unté el cuerpo con grasa de serpiente, convencido de que los pájaros, los monos y las otras criaturas la olerían; pensarían que yo era una serpiente regresando a la selva, y continuarían con su canto. Apestando a grasa de serpiente, entré de nuevo. Di un paso, luego otro, y al tercer paso la selva volvió a quedar en silencio. La única diferencia es que esta vez pude escuchar el zumbido de unas seiscientas moscas dando vueltas a mi alrededor, atraídas por mi mal olor.
Diez años más tarde, después de haber aprendido las costumbres de los Guardianes de la Tierra, comprobé que cuando entraba en la selva, las criaturas e insectos que sentían mi presencia me reconocían como alguien que vivía en el jardín, y sus gritos, cantos y graznidos no se interrumpían incluso cuando me adentraba hasta lo más profundo de su reino. Sabían que yo era alguien que caminaba con armonía sobre la tierra, que era parte de ellos. Había llegado a comprender que para estar en armonía con el jardín, tenía que desprenderme de mi historia, el mito cultural que había aceptado y que decía que yo había sido desterrado de mi naturaleza original y no podía hablar con Dios o con los ríos y árboles, y esperar una respuesta. Dejé de creer que estaba condenado a ser siempre un exiliado. Me convertí en el autor de mi propia vida.
CONVERTIRSE EN EL AUTOR
Los antiguos laikas le encontraban poca utilidad al dogma, incluyendo la tradición religiosa de su gente. Sin embargo, toleraban a sus sacerdotes indígenas, que eran los protectores de las historias de su cultura. Los laikas comprendían que estas historias, como las nuestras de la Biblia, servían para transmitir los valores que le daban cohesión a la sociedad. Sin embargo, no reverenciaban tanto estos viejos relatos como para tener miedo de explorar nuevas historias. Reconocían que el cambio forma parte de la experiencia humana, y que las tradiciones de una determinada época pueden quedar obsoletas.
Los laikas creían que los sacerdotes —no sólo los españoles, sino también los de su cultura indígena— eran los narradores de historias que ellos no escribieron, las historias de la experiencia espiritual de otra persona. Consideraban que la religión era simplista en su uso de las historias para explicar la espiritualidad y de las metáforas para expresar sabiduría. Los Guardianes de la Tierra creían que estas historias nos ayudaban a comprender ciertos conceptos, pero que no eran tan valiosas como experimentar de primera mano la divinidad, desde el nivel de percepción del águila. Veían a los sacerdotes como los practicantes de una especie de teatro que convertía el inmenso misterio de la creación en algo admisible para la mente humana. Esto sucede porque la religión está basada en la creencia, mientras que la práctica espiritual lo está en la experiencia personal de la divinidad. Los laikas están firmemente centrados en desarrollar la sabiduría de la experiencia y creen que cada uno de nosotros debe hacer esto por sí mismo. Entonces las historias que creamos se convierten en nuestros propios relatos sagrados de aventura épica.
En el siguiente ejercicio, practicarás cómo convertirte en un creador de historias al reformular los acontecimientos clave de tu vida.
EJERCICIO 3: ESCRIBIR DOS HISTORIAS SOBRE TI MISMO
En este ejercicio, vas a escribir dos historias. La primera es la que te has venido contando durante muchos años y que comienza con: «Había una vez una cigüeña que se equivocó de casa al dejar el bebé». Adelante, date permiso para escribir la historia de tu vida, sin olvidarte de tus padres, de tus relaciones amorosas, de tu matrimonio y de la carrera que no funcionó del todo. Escríbela en forma de cuento, como si hubiese sucedido hace mucho, en un reino lejano, y anota las veces que fuiste la víctima, el verdugo y el salvador, y a quién le has asignado estos mismos personajes.
Cuando hayas terminado, escribe la historia de nuevo, pero esta vez comienza con las palabras: «Había una vez una cigüeña que dejó el bebé en la casa
correcta
». Recuerda que las historias con valor curativo explican por qué los acontecimientos ocurrieron exactamente como se suponía que debían ocurrir, para enseñarte valiosas lecciones que te harán progresar en tu periplo épico.
Quizá sufriste algún abuso cuando niño —pero esto era justamente lo que tu alma necesitaba para que aprendieras las lecciones de fuerza y compasión que tú requerías, y elegiste el hogar perfecto en que nacer—. (Obviamente, es espantoso sufrir abusos, pero recuerda que lo que estás escribiendo es la historia de un viaje épico de aprendizaje y de curación.) El abuso verbal de tus padres te puede haber enseñado que quienes denigran abiertamente a los otros con la intención de herirlos son personas profundamente inseguras e infelices, y que esto no tiene nada que ver contigo. Puede que incluso encuentres una pizca de verdad en sus palabras. O quizá la lección que aprendiste fue que puedes aceptar tus imperfecciones, y decidas cuánto esfuerzo quieres hacer para cambiar, sin sentirte presionado por satisfacer las expectativas de nadie. Si no te sientes cómodo al escribir la historia porque todavía no has aprendido lo que tienes que aprender, no importa —escribe como si ya lo hubieses aprendido—.
Puede que quieras revisarla en el futuro y hacer algunos cambios. Cuando comiences a creerte esta nueva historia, empezará a hacerse realidad. Te habrás convertido en el autor de tu propia vida; por lo tanto, el universo, consciente de que has aprendido la lección, ya no te hará ir más al colegio.
*****
Al volver a contar nuestras historias, descubrimos el positivo y enriquecedor legado que se nos ha dado. Por ejemplo, los laikas recuerdan al conquistador no como la fuerza devastadora que destruyó todo lo que era valioso en su mundo (que es la visión popular), sino como un catalizador para una época en que los Guardianes de la Tierra conservarían las revelaciones. Como estas enseñanzas permanecieron escondidas, se hicieron aún más poderosas, y llegaría el día en que se harían públicas nuevamente y ayudarían a la supervivencia de toda la raza humana.
Recuerda que sólo podemos reescribir nuestras historias en el nivel mítico. Es decir, si tienes hijos adolescentes que pronto querrán ir a la universidad, tendrás que trabajar largas horas como auxiliar de vuelo para poder pagarla, y no vas a poder pasarte el día pintando acuarelas (que es lo que gustaría hacer). Éstos son los hechos. Sin embargo, en el nivel de lo sagrado, tu historia puede muy bien ser la de un artista: tu lienzo es el mundo, y puedes darle un poco más de color y de vida a cada persona con la que entres en contacto en ese avión.
Toma posesión de tu propia historia mítica, practica tu arte y no te definas sólo como una madre (o un padre) auxiliar de vuelo que está intentando que sus hijos vayan a la universidad —eres una pintora o una poetisa que casualmente tiene un trabajo de auxiliar de vuelo—. Al hacerlo así, comprobarás que podrás encontrar tiempo para tu arte. Reconoce tu vida interior, y permítete explorar quién eres en toda su maravillosa complejidad. Acepta valientemente tus múltiples personajes, pero no te conviertas en ninguno de ellos. En lugar de eso, asómbrate cuando tus muchas identidades emerjan de sus escondites.
Obviamente, cuando te despojas de tu historia, algunas personas pueden alejarse de ti, al no saber cómo relacionarse con la madre que se ha convertido en una activista social o con el hijo que ha abandonado su trabajo en la empresa familiar para viajar por el mundo. Si esperas que los otros te alienten a explorar tus muchas identidades, probablemente te vas a sentir decepcionado.
Nos cuesta mucho aceptar la idea de que un juez pueda ser guitarrista de una banda de rock o que un contable pueda ser campeón de las carreras de trineos arrastrados por perros. Nos cuesta aceptar que nuestro dócil niño se ha convertido en un adolescente rebelde, o que nuestra siempre animosa esposa ha descubierto su lado callado e introspectivo. Pero cuando nos liberamos de las limitadas ideas sobre quién somos, se hace más fácil reconocer al artista, al poeta y al aventurero que los demás llevan dentro.