Read Las cuatro revelaciones Online
Authors: Alberto Villoldo
Tags: #Autoayuda, Filosofía, Esoterismo
Cuando estos laikas le quitaban la vida a un adversario especialmente honorable, derramaban un poco de su propia sangre sobre la tierra, porque sabían que en cualquier otro momento de la historia, ellos y aquel al que habían matado podrían estar compartiendo historias alrededor de una hoguera. No estoy diciendo que estos guerreros nunca sintieran miedo, sino que éste no los afectaba. Su amor irradiaba con tanta fuerza que no había en ellos lugar para la oscuridad ni para la preocupación por lo que podría suceder. Vivían con libertad y ausencia de miedo, y por eso la muerte no podía encontrarlos.
Cuando nos convertimos en guerreros luminosos, reconocemos que nuestro trabajo consiste en utilizar el amor para derrotar a su opuesto —y su opuesto no es el odio, sino el miedo—. El miedo es la ausencia del amor de la misma forma que la oscuridad es la ausencia de la luz. Nos desconecta del Espíritu, de la naturaleza y de nuestro propio yo interior. Nuestro reto es librarnos de él y de la oscuridad abrazando el amor y su luz. La segunda revelación nos enseña a blandir una espada de luz y a disipar para siempre la oscuridad.
El miedo es una falsedad que aparece como real —es decir, cuando nos centramos en aquello que tememos, potenciamos la falsedad y la convertimos en una realidad. Nos olvidamos de que no puede ser eliminado mediante la comprensión de las razones para sentirlo, al igual que el hambre no puede eliminarse empleando la comprensión de sus motivos. Por eso la mayoría de las terapias que se centran en ayudarnos a comprender los orígenes de nuestro miedo son tan ineficaces para librarnos para siempre de él y para curarnos a nosotros mismos.
A menudo confundimos el amor con una cálida sensación en la barriga o con algo que podemos dar y quitar a nuestro antojo. Es fácil extender nuestro amor hacia las personas que son adorables, pero amar a la gente y las situaciones que no son de nuestro agrado ya no es tan sencillo. Damos nuestro amor «incondicionalmente», pero cuando no recibimos lo que creemos merecer, lo retiramos. Luego lo invertimos en otra persona o situación que creemos nos va a ofrecer un mejor rendimiento, pero nos resulta difícil mantenerlo cuando no nos sentimos apreciados. Si las cosas no funcionan de la forma que esperábamos, cambiamos rápidamente nuestros sentimientos de amor por odio y resentimiento. Nuestro entusiasmo inicial por un nuevo trabajo, por ejemplo, puede agriarse y convertirse en decepción y amargura. Cuando la persona amada nos rechaza, la pasión que sentíamos se puede convertir en un odio tan grande que nos consume totalmente.
Para un Guardián de la Tierra, el amor no es un sentimiento o algo que se pueda dar y quitar. Es la esencia de tu ser, y se irradia a partir de ti como un aura brillante: te conviertes en amor, practicas la ausencia de miedo y alcanzas la iluminación.
DE LA OSCURIDAD A LA LUZ
Buda nos mostró el camino de la iluminación y nos enseñó a seguir nuestra propia luz para poder liberarnos del sufrimiento. Cristo estaba rodeado por una luz cegadora cuando fue bautizado en el río Jordán. Y los narradores andinos recuerdan al inca Pachacuti, considerado el hijo del sol, que resplandecía con la luz del amanecer. Estos maestros nos dejaron el mensaje de que somos capaces de cosas aún más grandes que las que ellos hicieron —nosotros también podemos acceder a esta luz y eliminar la oscuridad de nuestras vidas.
Aunque la luz del amor contra la oscuridad del miedo pueda parecer una simple metáfora o algo característico de la mitología, existe de hecho una base científica para esta idea universal. Los científicos saben que todos los seres vivos están hechos de luz: las plantas la reciben del sol y la convierten en vida, y los animales comen plantas verdes que se alimentan de ella. La luz es la base fundamental de la vida, y estamos hechos de luz que ha sido compactada en materia viva. Además, los biólogos han descubierto que todas las células vivas emiten fotones de luz a razón de cien destellos por segundo. La fuente de esta emisión de fotones es el ADN.
Al igual que la luz del amor es real, también lo es la oscuridad del miedo que se halla almacenado en cada célula de nuestros cuerpos, quizá incluso eclipsando la luz de nuestro ADN. La falsa evidencia que percibimos como real es lo suficientemente fuerte para oscurecer cada uno de nuestros pensamientos y afectar a todas nuestras interacciones. Se alimenta a sí misma y puede comenzar a desafiar la racionalidad, mientras nos preocupamos interminablemente sobre qué desgracias nos pueden ocurrir.
El miedo crea una realidad sombría. Como vimos antes, las profecías se cumplen a sí mismas —lo que nos da más miedo es lo que estará esperándonos a la vuelta de la esquina—. No tiene nada de malo ser cauteloso, pero el miedo nos impide crecer y nos mantiene repitiendo las lecciones que nos dan el sufrimiento y el trauma en lugar de las que nos ofrece la experiencia de nuestro propio resplandor.
El miedo obstruye y distorsiona nuestra naturaleza luminosa. La ausencia de miedo, que es la práctica principal del guerrero luminoso, nos permite experimentar nuestra luz y nuestra iluminación.
ATRAPADO EN LA RESPUESTA DE MIEDO
El susto, o el sobresalto, es parte de un sistema que nos permite reaccionar instintivamente ante el peligro. El susto es distinto al miedo y tiene una función para nuestra supervivencia. Una vez el peligro ha pasado, el susto desaparece. Nuestros instintos están diseñados para que durante un estado de estrés extremo se active nuestra respuesta de lucha o huida: nuestras glándulas inyectan adrenalina en la sangre, nuestros niveles de azúcar suben, y disponemos de la energía para afrontar el peligro o para huir de él.
Recuerdo la vez que vi, en una reserva animal de África, a un antílope perseguido por una leona. En su intento por escapar, el animal llegó a una laguna, vaciló un momento y luego se lanzó a correr por la parte menos profunda. En ese momento, un cocodrilo emergió del agua como un torpedo y casi atrapa al antílope. Una vez que consiguió llegar sano y salvo al otro lado, el antílope se sacudió de los pies a la cabeza durante unos segundos, y luego volvió a pastar tranquilamente. Después de un acontecimiento estresante, los animales reajustan naturalmente su sistema nervioso al estado normal-pero-alerta; por desgracia, los humanos hemos perdido nuestra capacidad para salir rápidamente del estado de sobresalto.
El reflejo del moro, que se encuentra en los recién nacidos, muestra cómo funciona esta capacidad para sacudirse de encima el susto. Este reflejo se observa mejor cuando el bebé se encuentra boca arriba sobre un cojín, y su cabeza está levemente levantada. Si le sueltas de repente la cabeza y dejas que caiga hacia atrás antes de volver a sostenérsela, el bebé echará los brazos hacia los lados con las palmas hacia arriba. Cuando el reflejo termine, acercará los brazos al cuerpo, y luego se relajará y se estremecerá levemente. Desgraciadamente, el reflejo del moro disminuye en los humanos después de los primeros meses de vida.
El susto es instintivo, mientras que el miedo es una respuesta aprendida. Aprendemos que «los hombres son peligrosos» o que «las relaciones son poco seguras». Nuestros sentimientos desencadenan nuestro instinto de lucha o huida —sin embargo, al mismo tiempo intentamos inhibirlo porque anhelamos la intimidad—. Es como apretar el acelerador mientras pisamos el freno.
El problema reside en que vivimos en un constante estado de lucha o huida que se ha quedado paralizado. Estamos atrapados en un atasco, frustrados porque no podemos ni movernos ni volcar nuestra agresión sobre el idiota que está delante de nosotros. Llegamos a casa después de un largo día de trabajo y perdemos los nervios con nuestra pareja o nuestros hijos a causa de algo que sucedió en la oficina. Nos hallamos continuamente en estado de alerta roja, con la adrenalina a tope debido a nuestro constante estrés. Ya no tenemos la capacidad de sacárnoslo de encima, como el antílope o el recién nacido. Por lo tanto, el cortisol es liberado en nuestro torrente sanguíneo, y esto causa estragos en nuestros órganos y células.
No existe nada tan letal para nuestro organismo como unos niveles elevados de cortisol, una sustancia que es tóxica para el cerebro. Además de destruir las neuronas, esta hormona esteroide sustenta las vías neurales encargadas de volver a reproducir los acontecimientos pasados que nos han hecho sufrir. Una vez el antílope está fuera de peligro y se ha quitado el susto de encima, vuelve a pastar tranquilamente. Pero una vez que nosotros estamos fuera de peligro, continuamos reproduciendo mentalmente lo ocurrido, pensando en cómo todo podría haber salido de otra forma si sólo hubiésemos sido más fuertes, duros o agresivos, o si hubiésemos luchado más. Esto sucede porque el cerebro humano es incapaz de diferenciar entre un factor estresante real (como cuando alguien te insulta) y uno recordado (como cuando reproduces mentalmente la última vez que alguien te insultó). El cerebro responde a los factores estresantes tanto reales como imaginarios desencadenando la respuesta de lucha o huida.
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Recuerdo la primera vez que hice una expedición por la jungla. Estaba solo y no pude dormir durante toda la noche, convencido de que cada sonido que oía, cada crujido de ramas significaba que un jaguar estaba al acecho. Yo sabía que el jaguar era un animal extremadamente silencioso, y que probablemente no lo oiría aunque se encontrase justo detrás de mí. Pero me dejé dominar por el miedo, y fui incapaz de apreciar la belleza de esa primera noche solo bajo las estrellas y junto a la orilla del río de la Madre de Dios. Entonces era demasiado joven para reconocer que todo mi miedo no era más que falsas evidencias que confundía con la realidad.
Incluso cuando te esfuerzas por controlar el estrés, tiendes a activar esa respuesta de lucha o huida demasiado a menudo. Piensa en cómo te alteras y se te dispara el corazón cuando crees haber perdido la billetera o las llaves. O piensa en cómo te angustias al ver un programa de televisión sobre cómo una planta nuclear cercana puede sufrir un ataque terrorista o sobre los peligros de un nuevo y letal virus. Todos nosotros estamos tan acostumbrados a recibir este tipo de informaciones angustiosas durante la cena o mientras revisamos el correo que no nos damos cuenta de la reacción física y química que produce en nosotros.
Médicamente, esto es conocido como
respuesta exagerada de sobresalto
: nuestro sistema nervioso simpático se activa, desencadenando la liberación de adrenalina, cortisol y azúcar en el torrente sanguíneo, pero esto no viene seguido de una respuesta de relajación. No podemos quitarnos de la cabeza el peligro percibido, e incluso después de que el estrés inicial ha disminuido en parte, seguimos en estado de alerta. De hecho, éste es uno de los síntomas del trastorno de estrés postraumático (TEPT). El TEPT es generalmente duradero; de hecho, muchos veteranos de la Segunda Guerra Mundial que ya tienen más de ochenta años lo siguen experimentando. En nuestra escuela Healing the Light Body, les enseño a los alumnos cómo desactivar el sistema de lucha o huida, un sistema que puede haberse activado hace cuarenta años cuando casi fueron atropellados por un coche mientras paseaban en bicicleta.
Cuando nuestro sistema de alerta está bloqueado en la posición
activado
, crea una banda de energía sobre el segundo chakra, acelerándolo y sobrecargando nuestras glándulas suprarrenales (el segundo chakra está asociado a las glándulas suprarrenales y a la producción de adrenalina). Cuando liberamos esta onda energética, podemos reajustar el segundo chakra para que en lugar de girar a ciento sesenta kilómetros por hora, pulse al pausado ritmo del corazón.
Recuerdo haber ayudado a uno de mis alumnos, un médico que trabajaba en urgencias, a desconectar esta banda de energía. Un tiempo después, me dijo que había sido capaz de relajarse profundamente por primera vez en muchos años, pero le preocupaba no poder rendir de la manera adecuada en el entorno estresante de urgencias. Estaba tan acostumbrado a vivir en un estado de lucha o huida que no podía imaginarse a sí mismo funcionando en un estado de relajación —sin embargo, cuando regresó a urgencias, comprobó que estaba más concentrado y era más productivo que cuando lo impulsaba el estrés.
EL MIEDO NÚMERO UNO
Por encima de nuestras otras preocupaciones —desde perder nuestro dinero o trabajo a ser rechazados por la gente que apreciamos— nuestro mayor temor es el de la aniquilación, un miedo mayor que el que sentimos por la muerte. De hecho, es tan poderoso que lo almacenamos en nuestro campo de energía luminosa a lo largo de nuestras muchas encarnaciones.
Aunque hemos experimentado el nacimiento y la muerte múltiples veces, el final de la vida nos da miedo porque lo consideramos una experiencia terminal. Sí, nos preocupa el dolor físico que podamos sentir y la pérdida emocional de los seres queridos, pero lo que más nos aterra es la aniquilación de nuestro ego. El ego siempre luchará desesperadamente por su existencia, pues le aterra la idea de ser absorbido por algo mayor que él mismo.
Cuando nos identificamos con nuestro ego, nos preocupa su desaparición. Y esta desaparición se producirá a la hora de nuestra muerte. Pero cuando nos identificamos con nuestra alma —que no está sujeta a las leyes del tiempo y, por lo tanto, es eterna— nuestro miedo se disuelve. Reconocemos que la verdadera muerte es lo que nos sucede cuando comenzamos a caminar como sonámbulos por la vida, sin destino alguno, existiendo sin vivir realmente.
La muerte física es inevitable, aunque los laikas creen que podemos influir en sus circunstancias e incluso determinar el lugar y el momento en que ocurrirá. Sin embargo, la muerte espiritual, el hecho de convertirnos en muertos ambulantes es algo que podemos y debemos evitar. Creo que este tipo de «muerte en vida» debilita nuestra luz e inhibe la capacidad del ADN para reparar el cuerpo, haciendo que sucumbamos a enfermedades físicas y emocionales. De modo que aunque nosotros creamos que existen muchas causas que llevan a la muerte, los laikas piensan que en el fondo sólo hay una causa —la oscuridad del miedo, que penetra en nuestras células y tejidos.
Cada año hago una expedición con algunos de mis alumnos a una montaña de los Andes donde los laikas se reúnen para sus ceremonias de iniciación. Al principio de la excursión, cada uno de nosotros selecciona una piedra para llevar en el bolsillo, sobre la que meditar durante la caminata. Les pido a mis alumnos que se detengan en el camino para «insuflarle» a la piedra los recuerdos de la muerte de sus padres y abuelos, así como que recuerden las veces que se han sentido sin vida. Cuando llegamos a nuestro destino, un transparente y hermoso lago que los chamanes llaman la laguna del Jaguar, celebramos una ceremonia durante la cual todos lanzamos nuestras piedras al agua. Hacemos esto desde el nivel del colibrí, para liberarnos de la muerte que ha sido elegida para nosotros por nuestros genes, padres o estilo de vida. Cortamos los lazos energéticos que nos obligan a revivir la forma en que nuestros antepasados vivieron o murieron.