Read Las cuatro revelaciones Online
Authors: Alberto Villoldo
Tags: #Autoayuda, Filosofía, Esoterismo
Hay una historia de un mexicano que se encontró con un grupo de aborígenes australianos y les preguntó si tenían alguna noción sobre el «mañana». Les explicó que en su país
mañana
quería decir no precipitarse a hacer hoy lo que se resolvería solo al día siguiente.
Los aborígenes debatieron el asunto entre ellos y, después de mucho tiempo, uno de ellos contestó: «Sí, la tenemos, pero sin ningún sentido de urgencia al respecto».
La práctica de la no acción no quiere decir que debamos retirarnos a vivir a la cima de una remota montaña. Hay cosas que todos necesitamos hacer para sobrevivir y para mantener la salud de nuestras comunidades. Pero no tenemos que residir en el «reino de la actividad» y ser poseídos por nuestras obligaciones y logros. Incluso si estamos ocupados haciendo esto o aquello, no tenemos por qué identificarnos con nuestras ocupaciones y volvernos adictos a la actividad. Podemos tener una larga lista de obligaciones y, aun así, conseguir hacerlo todo gracias a que hemos establecido prioridades y descartado los pequeños detalles, confiados en que el universo se ocupe de ellos. Podemos estar plenamente presentes en el trabajo, en los momentos de descanso, o con los amigos o la familia; y podemos diferenciar entre lo que es importante, lo que es trivial y lo que es insignificante. Podemos simplemente dejar en manos de Dios lo que es crucial y olvidarnos del resto.
Muchas veces nos dejamos atrapar por el ajetreo del día a día porque nos encanta sentir nuestra propia importancia. Nos convencemos de que si no nos mantenemos ocupados, sucederá algo espantoso. Siempre me divierte observar cómo las personas que asisten a mis charlas se precipitan hacia las cabinas telefónicas o sacan tu teléfono móvil apenas hacemos una pausa. Creo que quizá un 5% de esas llamadas son urgentes —sobre todo les gusta sentir que en sus oficinas quieren saber de ellos o ver si tienen algún mensaje importante diciéndoles que hay algo que necesitan hacer.
Este ajetreo fomenta la ilusión de que vamos a vivir eternamente. Con tanto que hacer y tan poco tiempo, creemos ser tan importantes que es imposible que vayamos a morir. Nos decimos a nosotros mismos que aquellos que cuentan con nosotros no van a poder funcionar si no hacemos A, B y C. Entonces, cuando nos quedamos sin trabajo o nuestro hijo nos dice que ya no necesita nuestra ayuda, nos sentimos destrozados. Detestamos que se nos recuerde que somos igual que todo el mundo, que somos prescindibles. Pues sí, el mundo va a continuar girando alrededor del sol, y la humanidad va a seguir existiendo, incluso cuando ya no estemos aquí para verlo. Como el ego le tiene tanto miedo a esta verdad sobre nosotros mismos, nos convence de que nos aferremos a nuestra propia auto-importancia.
Nuestro ajetreo constante también nos permite evitar lidiar con nuestras emociones. Cuando hacemos una pausa y tomamos conciencia de lo que estamos sintiendo, podemos abrirnos al contacto del Espíritu. En cambio, paralizamos nuestro crecimiento al evitar las partes de nosotros mismos que necesitan curación, diciéndonos que tenemos demasiado poco tiempo o insuficiente dinero para atender las necesidades del alma. No nos damos un momento para soñar o para curarnos.
Curiosamente, cuando dejamos de pensar en lo que
deberíamos
estar haciendo y simplemente le prestamos atención a lo que
está
sucediendo, acabamos siendo mucho más productivos y creativos. Escribimos ese informe en lugar de navegar sin rumbo por Internet para luego regresar con sentido de culpa a la tarea que tenemos entre manos… que parece tomarnos una eternidad porque nos cuesta mantener la concentración. Permanecer en el momento presente en lugar de preocuparse por lo que hay que hacer esta tarde o dentro de una semana nos abre los ojos a las posibilidades que desperdiciamos con nuestra prisa por hacer las cosas y probar lo importantes que somos.
Intenta cultivar tu propia falta de importancia. Las personas más exitosas e interesantes son aquellas que no se toman en serio. Se ríen de sí mismas, pues reconocen que la vida es una aventura que da muchas vueltas. Como los buenos novelistas, fluyen con los acontecimientos y contemplan cómo se desarrollan las cosas, asumiendo una actitud creativa ante la vida y abriéndose a las nuevas oportunidades. Las historias que crean son enriquecedoras y sorprendentes.
Practicas la no acción al establecer tu residencia en el nivel del águila, donde dejas de vivir como algo separado del Espíritu. Ya no existe un autor de tus actos; las cosas simplemente suceden.
LA PRÁCTICA DE LA CERTEZA
La práctica de la certeza consiste en asumir un compromiso inquebrantable con el camino que has elegido. Es decir, dejas de preocuparte por estar cometiendo un error, o por no ser lo suficientemente bueno, rico o joven para algún proyecto. Por ejemplo, conozco a un empresario que cambió de profesión cuando tenía setenta años y se convirtió en un pintor de mucho éxito. Nunca tuvo la menor duda de ser un artista, incluso cuando la gente que lo rodeaba veía su nuevo proyecto con algo de escepticismo.
La certeza significa que elegimos deliberadamente no dejarnos ninguna «puerta trasera» que nos permita entregarnos sólo a medias al nuevo proyecto. Cuando estamos comprometidos en una relación amorosa, por ejemplo, no nos ponemos a buscar otra pareja potencialmente mejor «por si acaso».
Cuando me convertí en padre por primera vez, poco antes de cumplir cuarenta años, no estaba en absoluto preparado para esa experiencia. Me dije a mí mismo: «Bueno, si esto de ser padre no funciona, siempre puedo coger mi tienda de campaña y regresar a la Amazonia». Después de todo, había viajado a ese lugar muchas veces y me sentía a gusto allí. Ser padre, una experiencia que nunca había tenido, me resultaba mucho más aterrador que la idea de vivir en la jungla y lejos de la civilización.
El problema de mi actitud fue que me impidió estar plenamente presente con mi familia, ya que en el fondo de mi corazón sentía que siempre me podía marchar si las cosas no funcionaban. Desde el momento que tienes una puerta trasera, ya no puedes crear aquello que deseas porque tus energías están divididas. El fracaso se hace inevitable porque no te comprometes totalmente. Es mucho mejor quemar los puentes que has dejado atrás, cerrar todas las vías de escape y comprometerse por entero con el camino que has elegido.
Obviamente, tienes que estar lo mejor informado posible acerca de la decisión que quieres tomar y sopesar cuidadosamente las consecuencias, pero una vez has hecho tu elección, practica la certeza. No es nada productivo pensar si tu esposa (o tu marido) es o no la idónea
después
de que ya te has casado. Y el hecho de centrarte en todos los problemas derivados de tu decisión te impedirá ver las oportunidades para crear una estupenda relación.
Así pues, sé valiente, pero no insensato. Reconoce que hay tiburones en el lugar donde vas a nadar, y lleva contigo el repelente anti-tiburones. Pero una vez estés en el agua, no comiences a preguntarte qué estás haciendo allí… porque en ese caso vas a ser devorado.
La práctica de la certeza garantiza que todos tus proyectos tengan un resultado positivo. La incertidumbre, por otro lado, surge del miedo, y saboteará cada proyecto que tengas. De modo que el primer paso para practicar la certeza consiste en familiarizarse con tus puertas traseras. Una alumna me dijo una vez que si fracasaba en su intento por convertirse en chamán, siempre podría dedicarse a la mendicidad. Aunque le reconfortaba la idea de saber que podía sobrevivir en la calle, trabajé con ella para cerrar esa puerta trasera porque estaba preseleccionando un futuro en que iba a fracasar como chamán y curandera.
Las puertas traseras de escape desvían una energía que podría ser usada para hacer realidad tus sueños. Se forman cuando existe miedo en tu interior, y conducen a profecías de fracaso y derrota que se cumplen a sí mismas. Sin embargo, hay una diferencia entre una puerta trasera y una estrategia de salida. En otras palabras, es bueno tener una estrategia de salida en caso de que no le vaya bien a la tienda de bicicletas que has abierto con tu amigo —si las cosas no funcionan, tendrás un medio para que os separéis de manera amigable, sin echaros la culpa mutuamente por el fracaso del negocio—. Recuerda que la certeza está impulsada por el amor y la ausencia de miedo, pero que la puerta trasera es una creación de este último. Quema los puentes que hayas dejado atrás para que tu única opción sea el éxito.
LA PRÁCTICA DEL NO ENFRENTAMIENTO
Cuando practicas el no enfrentamiento, eliges deliberadamente no tomar parte en batalla alguna, en especial cuando las reglas del enfrentamiento han sido definidas por tu adversario. Sólo porque alguien esté deseando una pelea, con ganas de crear un drama que le permita sentirse como un noble salvador o como la víctima, eso no quiere decir que tengas que seguirle el juego. Y las personas más cercanas a ti son expertas en pisarte los callos. Tu esposa y tus hijos saben muy bien cómo sacarte de quicio en cuestión de segundos.
Recuerdo que le pregunté a un amigo mío que había sido piloto de caza qué era lo que los militares le habían enseñado sobre los duelos aéreos, como los que había visto en la televisión cuando era niño. Me dijo que nunca había que verse envuelto en un duelo aéreo si se podía evitar —el ideal es que el combate termine antes de que tu adversario se dé cuenta de tu presencia—. El objetivo es conservar tu energía y usarla en la forma que deseas, en lugar de desgastarte en un desafío que el otro se ha propuesto tener. Desde el momento en que entras en el enfrentamiento, me explicó, ya has perdido.
De modo que si eliges entrar en una discusión, sé consciente de que lo estás haciendo por deporte, porque te gusta, y no porque te vaya a permitir derrotar a tu adversario o probar que tienes razón. Los Guardianes de la Tierra dicen que si luchas contra el conquistador, nunca vas a ganar; de hecho, lo máximo que puedes esperar es un empate. Vuelves a tu tienda de campaña cubierto de sangre, le sacas filo a tu espada y regresas a la estéril batalla al día siguiente. La pregunta es: ¿quieres probar que tienes razón, o prefieres establecer una conexión con tu adversario, encontrar un terreno común y ganar? ¿Deseas perpetuar y mantener tu punto de vista, u optas por resolver el problema?
Raramente nos hacemos estas preguntas porque sentimos una atracción inconsciente por las batallas que son coreografiadas por las historias que hemos escrito sobre nuestras vidas. Si nuestra historia es la de una persona menospreciada e incomprendida, nuestro ego va a estar continuamente buscando ocasiones que la confirmen. Si estamos en la fila del supermercado y alguien se la salta, inmediatamente se lo echamos en cara y exigimos el respeto que merecemos. Si una persona que apreciamos se olvida de hacer algo que le pedimos que hiciera, la acusamos de egoísmo y de falta de respeto hacia nosotros. Sin embargo, la verdadera historia podría ser que la otra persona estaba simplemente distraída o ensimismada con sus propios problemas, y de hecho se habría sentido culpable y se habría disculpado si le hubiésemos dicho: «Me causó algunas molestias que dejaras bloqueado mi coche». En lugar de darle una oportunidad para explicarse, elegimos perpetuar nuestra historia.
Por supuesto, a veces nos vemos envueltos en situaciones en que la gente hace todo lo posible por crear un drama e interpretar un determinado papel. En estos casos, es muy difícil no caer en la tentación de participar en la batalla que otros han planeado. Pero si nos proponemos ser guerreros luminosos y luchar contra nuestro verdadero adversario (nuestro yo herido) en lugar de proyectarlo sobre el mundo, nos resultará más fácil desengancharnos. Si me siento enfadado con mi pareja porque no está de acuerdo conmigo, sé que es mejor resolver el conflicto dentro de mí mismo que buscarme una pelea con ella con la esperanza de atraerla hacia mi punto de vista. A veces le digo: «Esto suena como una invitación para que me defienda a mí mismo», y evito la discusión. Meterme en una cruzada porque aún no he conseguido curarme a mí mismo sólo perpetúa mi propio drama de víctima/verdugo/salvador.
A QUÉ ESTAMOS DISPUESTOS A RENUNCIAR
Para practicar el no enfrentamiento tenemos que ser negociadores, pero al mismo tiempo firmes. Esto quiere decir que hemos de estar dispuestos a negociar, lo que implica renunciar a algo: a nuestro deseo de ser considerados superiores y a nuestra necesidad de controlar cada detalle de una situación. Puede que tengamos que renunciar a nuestras rígidas ideas sobre cómo hay que hacer ciertas cosas. En el libro de Jonathan Swift
Los viajes de Gulliver
, dos naciones van a la guerra a causa de un desacuerdo sobre la manera de comer los huevos duros. Es una idea absurda, pero a menudo asumimos una posición intransigente en lugar de centrarnos en la resolución del problema. Nos metemos en un callejón sin salida, incapaces de avanzar porque, al estar tan aferrados a nuestras historias, no podemos ver nada a lo que estaríamos dispuestos a renunciar.
Nuestra falta de flexibilidad puede verse no sólo en nuestra vida personal, sino también en las relaciones internacionales. La segunda ronda de las conversaciones sobre la limitación de armas estratégicas (SALT II) llevó a un tratado entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en 1979, pero los primeros nunca lo ratificaron porque no pudieron ponerse de acuerdo con la segunda respecto al número de inspecciones de las sedes nucleares soviéticas que se les permitiría hacer a los estadounidenses, y viceversa. Nadie explicó cómo se deberían realizar esas inspecciones o qué implicaba una inspección. ¿Se accedería a que los soviéticos examinar los archivos secretos de las instalaciones nucleares? ¿O sólo pasarían para tomar el té? Estos detalles nunca fueron debatidos.
En lugar de eso, las conversaciones se estancaron en el tema del
número
de inspecciones que se les permitiría hacer a ambas partes cada año. Los negociadores de cada lado comenzaron a sospechar cada vez más unos de otros y a atrincherarse cada vez más en sus respectivas posiciones; por ejemplo, los soviéticos querían sólo cinco inspecciones al año, mientras que los estadounidenses exigían siete. Ambos países se negaron a ser más creativos a la hora de encontrar un terreno común.
Pero incluso al intentar llegar a un acuerdo con el otro, tenemos que ser muy firmes cuando está en juego nuestra integridad o algo en lo que creemos profundamente. Hemos de dejar muy claro cuáles son nuestros verdaderos valores para que podamos negociar eficientemente y para que no nos veamos atrapados en discusiones interminables sobre detalles insignificantes.