Las cuatro revelaciones (19 page)

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Authors: Alberto Villoldo

Tags: #Autoayuda, Filosofía, Esoterismo

Existe un gran peligro en convertir las verdades en creencias que nos limiten, porque el futuro siempre va a sorprendernos. Sabemos, por ejemplo, que el tratamiento médico más avanzado de hace veinte años hoy en día es obsoleto, y que los descubrimientos de físicos de vanguardia que fueron aceptados por la generación anterior han resultado ser erróneos.

Nuestro reto consiste en ir más allá de la idea de que la única opción se encuentra entre lo verdadero y lo falso, y entre lo que es real y lo que es irreal, sin ningún término medio, al igual que cuando éramos niños creíamos que la comunicación a larga distancia, caminar sobre la luna o la clonación eran «cosas imposibles» —las creencias rígidas acerca de lo que puede y no puede hacerse nos impiden crear el mundo que deseamos.

LOGRAR LA MENTE DE PRINCIPIANTE

Podemos recuperar una manera de ser más creativa, abierta e infantil realizando simples cambios en nuestras rutinas y hábitos, como por ejemplo usar la otra mano para comer, tomar un camino distinto para regresar a casa y sonreír en lugar de enfurecernos cuando sucede un contratiempo. Podemos poner fin a nuestra complicidad con la mediocridad que nos rodea y abrirnos a una gama mucho más amplia de posibilidades.

Ahora bien, es importante no quedarse atascado en una interpretación literal de esta práctica. Un asesor de un director general de una gran empresa le dijo que quitarse los zapatos durante las reuniones de negocios lo ayudaría a ser más creativo. Es posible que esto le haya servido para romper con su forma habitual de pensar, pero este gesto por sí mismo no iba a cambiar gran cosa su manera de dirigir la empresa. Este ejecutivo creía haber encontrado un método mágico, un atajo hacia la creatividad, pero la verdad es que sólo estaba ampliando sus horizontes en el sentido más literal. Lo que necesitaba era despojarse de las creencias que lo limitaban, no de los zapatos.

El siguiente ejercicio te ayudará a abrirte a lo nuevo mediante la eliminación de lo que no está funcionando en tu vida.

EJERCICIO 7: ELIMINA DE TU VIDA LOS TRASTOS INÚTILES

Para practicar la mente de principiante, debes eliminar todos los trastos y objetos inservibles que has acumulado en tu vida. En el nivel de la serpiente, esto quiere decir vaciar tus armarios de todos los cacharros que no necesitas pero que no te has decidido a tirar. (De cualquier manera, después de tu muerte, tus hijos lo tirarán todo a la basura.) Estos trastos te mantienen atado al pasado —ese animal de peluche que ganaste en la feria, ese chándal de la universidad que ya no te cabe y que nunca vas a usar, etcétera—.

Aún recuerdas las alegrías de esas experiencias, pero sin necesidad de acumular esos símbolos tangibles que abarrotan tus armarios.

Tira a la basura esa lámpara de lava que nunca te gustó y que representa el estilo de vida de tus años de soltero. Deshazte de los libros que crees que deberías leer algún día y de los proyectos de trabajos manuales que te sientes obligado a completar a pesar de haber perdido todo interés por ellos. Libérate de las expectativas que tenías respecto a ti mismo, y acepta que has hecho otras elecciones.

Limpia tu desván, tu sótano y tus atiborradas estanterías. Abandona la creencia de que debes seguir poseyendo cualquier objeto que pueda «valer algo». Dáselos a los menos afortunados, en lugar de aferrarte a la ilusión de que cuantos más objetos poseas, más seguridad y prosperidad tendrás.

Convierte tu casa, tu escritorio, tu coche, tu armario y tu
mente
en espacios minimalistas.

*****

En el nivel del jaguar, practicamos la mente de principiante despojándonos de las creencias limitantes sobre escasez, abundancia, intimidad y autoestima. Al final, comprendemos que todas las creencias son limitantes, y las mandamos todas a la papelera de reciclaje. Desarrollamos una relación hipotética con el mundo, poniendo a prueba la utilidad de cada creencia. Comprendemos que «creer es ver», y que el universo confirmará cada creencia que tengamos acerca de la naturaleza de la realidad.

En el nivel de lo sagrado, la mente de principiante quiere decir no identificarse con los pensamientos. Desde la perspectiva del colibrí, comprendemos que cada pensamiento es una afirmación que refuerza un modelo mental inconsciente sobre la naturaleza de la realidad. Cuando dejamos de identificarnos con nuestros pensamientos, el ego se disuelve, porque surge de la creencia
pienso, luego existo
. Necesitamos coger cada pensamiento que tenemos sobre la naturaleza de la realidad y arrojarlo al fuego. Después de que hayan sido incinerados, seremos libres para reinventarnos a nosotros mismos y a nuestro mundo. Y entonces, desde la perspectiva del águila, el
amateur
que llevamos dentro encontrará a su verdadera amada —el Espíritu.

LA PRÁCTICA DE VIVIR CON COHERENCIA

La segunda práctica del camino del visionario implica que reconozcas el impacto que cada uno de tus actos tiene sobre las futuras generaciones. Muchos indígenas americanos creen que todos sus hechos afectan al destino de las siguientes siete generaciones; los Guardianes de la Tierra comprenden que incluso sus pensamientos ejercen un impacto sobre el mañana, así que están muy atentos a todas las imágenes y sentimientos que experimentan.

La excepción es cuando actúas desde el nivel del águila. Aquí no hay ninguna intención oculta tras tus actos, ya que no existen ni pensamientos ni imágenes. No buscas ninguna ganancia personal; más bien, usas tu poder para beneficio de todos. En este caso, tus actos son como semillas quemadas que ya no producen ningún fruto, y ya no acumulas nada de karma —te hallas en un perfecto estado de
ayni
.

En un nivel práctico, el Guardián de la Tierra no está tan ensimismado como para dejar tras de sí un rastro de destrucción cuando se abre camino por el bosque. Cuando somos conscientes de los efectos que tendrán nuestros actos sobre las próximas siete generaciones, no intentamos calcular cuánta polución podemos volcar sobre el medio ambiente para seguir protegiendo nuestros márgenes de beneficios, sino que somos conscientes del verdadero coste de envenenar nuestros recursos naturales. Y somos conscientes de que los hijos de nuestros hijos beberán la misma agua y respirarán el mismo aire que nosotros.

Recuerdo claramente un verano de mi adolescencia. Iba en coche con cuatro de mis amigos y saqué un cartón de leche de la nevera portátil. Iba a dar un trago cuando me di cuenta de que se había puesto amarga; asqueado, tiré el cartón por la ventana. Inmediatamente, lo vi tirado a un lado del camino, y el contraste de su fealdad con el hermoso bosque que bordeaba la carretera me causó una gran impresión. Ahora siempre que estoy de excursión por el campo o el bosque, recojo cualquier basura que vea. Es fácil hacerlo, y sé que al retirar esa basura estoy embelleciendo el bosque, no sólo para mí mismo y para otros excursionistas, sino para las generaciones futuras.

Vivir con coherencia quiere decir que, sin dudarlo mucho, vendes tu todoterreno e intentas limitar tu consumo de combustibles fósiles porque sabes que ese tipo de vehículos es más perjudicial para el medio ambiente. Quiere decir que cuando compras algo, eres consciente de que estás prestándole tu apoyo a esa tienda o a esa empresa, así que prefieres gastar algo más y comprarle ese artículo a alguien con sentido ético, que respete el medio ambiente y le pague bien a sus trabajadores.

Cuando practicas vivir con coherencia, eres plenamente consciente del impacto de tus pensamientos, actos e intenciones, e intentas que éstos sean positivos y curativos en lugar de egoístas y destructivos. Te das cuenta de cuándo estás actuando por miedo, y eliges hacerlo por amor. Asumes la responsabilidad de todos tus actos, y el universo percibe esto, otorgándote inmediatamente un buen karma (o uno malo, si ése es el caso). Como obtienes una respuesta y un apoyo inmediatos a todas tus acciones, ya no te irás del supermercado cuando el cajero te haya dado de más en el cambio —te sentirás obligado a devolverlo—. Entonces tu recompensa se verá multiplicada por diez.

MALDICIONES EMOCIONALES Y GENERACIONALES

En esta práctica, también tomamos conciencia de las consecuencias de nuestro comportamiento. Las heridas emocionales que les causamos a otros pueden ser tan poderosas que sus efectos no duren sólo una vida sino varias generaciones. En la Amazonia, las llaman
maldiciones generacionales
: el terror que una madre atormentada le puede causar a sus hijas es sentido por las hijas de las hijas de sus hijas, y el duro castigo que un padre le inflige a su hijo es sentido por muchas generaciones. Esto también opera en el nivel colectivo. Por ejemplo, el legado de colonialismo y esclavitud no desapareció cuando los últimos esclavos murieron —sus experiencias afectaron a la forma en que criaron a sus hijos y en que éstos criaron a sus propios hijos. También sucede lo mismo en las familias donde hay alcoholismo, enfermedades mentales o abusos. Incluso los nietos de la gente que lo perdió todo durante la gran depresión aún tienen que lidiar con problemas de escasez.

Las maldiciones generacionales a menudo pasan desapercibidas, ya que nacemos con ellas y las consideramos parte de nuestra «piel». Es importante tomar conciencia de estos legados a fin de que podamos curarlos, y evitemos condenar a nuestros hijos a una vida en que van a estar reaccionando a una herida que le fue infligida a nuestra abuela hace setenta y cinco años. Vivir con coherencia quiere decir curar esta herida en lugar de dejársela como herencia a nuestros hijos.

Cuando crees que alguien cercano a ti está atrapado en una historia que no es la suya, puedes ofrecer sabiduría, consejo y apoyo. Pero, por favor, ten en mente que si te pones superior e interpretas el papel del noble salvador, estarás asignándole a esa persona el de pobre víctima, y comenzarás a imponerle tus propios dogmas. No hay nada más frustrante que escuchar a alguien que te dice con aire de suficiencia: «Abandona de una vez tu historia y pasa a otra cosa».

LA PRÁCTICA DE LA TRANSPARENCIA

Practicas la transparencia cuando dejas de esconder los aspectos de ti mismo que te hacen sentirte incómodo.

Un día que me estaba subiendo al autobús en la meseta inca con don Antonio, él decidió hacerse invisible para todo el mundo menos para mí. Yo lo podía ver, pero pronto me di cuenta de que nadie más podía divisarlo. Tuvimos que tomar varios autobuses en ese viaje y, para mi gran asombro, cada vez que hacíamos la cola para subir, los conductores le pedían el billete a todos los viajeros menos a mi maestro —era como si no lo vieran—. En un determinado momento, una mujer gorda con un niño pequeño y un pollo subió al autobús, y no me sorprendió ver cómo se sentaba en el regazo de don Antonio, incapaz de ver que él estaba a mi lado.

Cuando practicamos la transparencia, sin embargo, no tenemos que hacerlo de forma literal. Simplemente quiere decir que dejamos que los demás nos vean y que no tenemos nada que ocultar. Después de todo, aquello que intentamos esconder es justamente lo más visible para otras personas. Cuando vemos a un hombre arrogante exhibiendo su poder o presumiendo de sí mismo, percibimos claramente que debajo de todas esas fanfarronadas hay una persona que se siente insegura de su poder e importancia. Cuando vemos a una bella mujer vestida con ropa holgada y con el pelo tapándole el rostro, sabemos que se siente poco atractiva y tiene miedo al rechazo.

Pero escondemos más que nuestras inseguridades. A veces ocultamos nuestra belleza y poder porque nos sentimos incómodos con ellos y tememos las consecuencias de dejar brillar nuestra luz. Uno de mis alumnos, por ejemplo, era una joven muy inteligente que estaba casada con un hombre mayor. Ella escondía continuamente su inteligencia porque su marido la encontraba amenazadora. Después de completar su adiestramiento, comprendió que no podía fingir ser una mujer trofeo —de modo que convenció a su marido para que entrara en su club del libro y participara con ella en actividades que encontraba intelectualmente estimulantes.

Practicar la transparencia no quiere decir que tienes que convertirte en un blanco. Si has elegido seguir un camino espiritual, no tienes que esconderlo por miedo al ridículo. Otra de mis alumnas es enfermera y sintió la necesidad de esconder el hecho de ser curandera y practicar la medicina energética con sus pacientes del hospital (además de cumplir con sus tareas de enfermera, por supuesto). Tenía miedo de que la descubrieran y la echaran del trabajo, e incluso de llegar a perder su licencia. Pero como sus pacientes continuaban mejorando y los médicos seguían intentando que aquéllos fuesen enviados a su planta, comprendió que estaba tratando de ocultar su mayor cualidad. No era necesario que le explicara a todo el mundo lo que hacía ni aquello en que creía —bastaba con mostrarse tal como era, en el nivel de lo sagrado, que está más allá de las palabras y de las explicaciones, y reconocer lo que otros ya podían ver.

Cuando no tenemos nada más que ocultar, nos hacemos transparentes. En mis libros anteriores, que fueron bastante autobiográficos, revelé muchos aspectos sobre mí mismo. La gente me preguntaba si me preocupaba que tanto los extraños como los amigos ahora supieran tanto sobre mí, y yo respondía que de hecho me sentía feliz de no tener nada más que esconder. Todos mis defectos y carencias estaban a la vista, y ya no tenía que gastar mi energía para intentar ocultarlos.

Al esconder nuestro verdadero yo, atraemos hacia nosotros a aquellas personas que encarnan lo que hemos mantenido en secreto. Exteriorizamos nuestro proceso de curación, enredándonos en el drama de otra persona y acabando más vulnerables y frágiles que antes. También hace que nos identifiquemos con una historia, como «es fácil aprovecharse de mí, así que necesito ser duro y agresivo en esta negociación», o «es sencillo herirme, así que más me vale no atraer a nadie». Enterramos la parte herida de nosotros mismos en lo más profundo de nuestro ser, y las heridas siguen ahí hasta que viene alguien para frotarlas con un poco de sal a fin de recordarnos nuestra necesidad de crecer.

Cuando revelamos plenamente quiénes somos y dejamos de esconder partes de nosotros mismos para agradar al resto de las personas, para ser aceptados o para evitar ser heridos, los demás pueden quedar confundidos porque ellos también se habían creído nuestra antigua historia. No importa si la gente que te rodea no entiende o no acepta tus muchas facetas —es parte de la naturaleza humana tratar de categorizar o clasificar a los demás, a pesar de que todos somos un manojo de contradicciones—. Así pues, en el nivel de la serpiente, le digo a la gente que soy antropólogo. En el del jaguar, le hago saber que estudio cómo enfermamos y cómo podemos curarnos, y que también instruyo a chamanes occidentales. En el nivel del colibrí, la miro a los ojos y no digo nada porque las palabras no pueden describir la totalidad de mi ser. En el del águila, la invito a probar el Espíritu Único que todos compartimos.

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