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Authors: Alberto Villoldo
Tags: #Autoayuda, Filosofía, Esoterismo
DESPOJÁNDONOS DE NUESTRAS ANCESTRALES HISTORIAS KÁRMICAS
Cuando sigues el camino del héroe, desechas la narrativa que has heredado y que puede remontarse a miles de años atrás. Tu historia no es nueva —es una repetición de lo que te ocurrió en la infancia, lo cual es una recreación del mismo guión que has interpretado a lo largo de muchas vidas—. Es el mismo relato que te llevó hasta la familia en que naciste porque encajaba tan bien con los relatos de los miembros que la componen. También es la saga que heredaste de tu padre y de tu madre, una saga cuyas heridas ellos fueron incapaces de curar. Heredaste estas heridas de tus padres y luego se las legaste a tus hijos, con la esperanza de que ellos las curaran por ti. En la Amazonia, a estas heridas se las llama «maldiciones ancestrales».
Si quieres librarte de tu carga histórica, es importante honrar a tus antepasados; si no lo haces, continuarán viviendo a través de ti y atormentarán cada actividad y relación de tu vida. Pero si puedes respetarlos y celebrarlos independientemente de lo horrible que haya sido su legado, podrás seguir adelante… y ellos también. Al cambiar tu historia ancestral, romperás la maldición que pesa sobre ellos, sobre tus hijos y sobre los hijos de tus hijos. Ya no te sentirás herido o enfadado al recordar que tu padre abandonó a tu familia ni te aferrarás a la vieja historia de que ésa es la razón por la cual no puedes confiar en tu pareja.
El karma corre en la familia. Una madre fría cría a una niña que se convierte en una madre que mima demasiado a sus hijos y que educa a una hija que a causa de haber sido mimada ni siquiera quiere tener descendencia. Mientras cada generación intenta superar su legado de trauma familiar, alguien tiene que tomar la decisión de reescribir la historia.
En mi familia, por ejemplo, mi abuelo perdió todo su dinero en la gran depresión, cuando tenía cuarenta y nueve años. Mi padre perdió su trabajo, su casa y su carrera, y tuvo que huir de Cuba durante la revolución comunista, cuando contaba cuarenta y ocho años. Con cuarenta y nueve, mi hermano perdió la vida. Al cumplir yo los cuarenta y ocho, la llamada maldición familiar —el karma que sufrieron mi padre y mi abuelo— cayó sobre mí. Viví una época extremadamente difícil en la que mi mujer y yo nos separamos, y ella se llevó a nuestros hijos a vivir a otro estado del país. Perdí mi hogar y mi familia; estaba reviviendo el destino de mi padre y de mi abuelo antes que él.
Entonces, un día, mientras hacía una excursión por los Andes, me sobresaltó un susurro muy familiar. Me pareció escuchar la voz de mi padre que me decía: «Hasta que descubras por qué has nacido hijo mío, continuarás viviendo mi vida». Esto hizo que me lanzara durante dos años en una exploración de mi historia familiar que me permitió descubrir esta pauta de pérdidas catastróficas. Luego volví a analizar el mensaje de mi padre y comprendí que había cometido un error de puntuación. Lo que estaba intentando decirme era: «Hasta que descubras
por qué has nacido
, hijo mío, continuarás viviendo mi vida». Entonces pude agradecerle su sabio consejo y dejé de responsabilizarlo por mi destino. Mi tarea consistía en descubrir qué era lo que había venido a aprender en esta vida —y al hacer esto, me convertí en el autor de mi propia historia—. Ya no tenía por qué seguir viviendo inconscientemente la vida de mi padre una y otra vez, y continuar cometiendo los mismos errores que él había cometido. Además, mi propio hijo había sido liberado definitivamente de la «maldición familiar».
Cuando reescribimos nuestra historia, sacamos a nuestros antepasados de las cloacas de la psique, ya no los hacemos responsables de nuestras vidas e interrumpimos los legados negativos que hemos recibido de ellos. Nos desprendemos de historias como: «Soy un neurótico porque mi madre estaba totalmente loca», o: «Soy un incomprendido, al igual que mi padre y mi abuelo». Ya no somos más las víctimas de los errores de nuestros antepasados —en lugar de eso, podemos honrarlos y agradecerles sus dones, por muy doloroso que haya sido recibirlos.
EJERCICIO 4: CONSTRUYE TU ALTAR ANCESTRAL
La mayoría de los antropólogos aún creen que los altares ancestrales encontrados en todas las culturas tradicionales son usados para la «adoración». La verdad es que estas sociedades comprendían que cuando honras a tus ancestros, no importa lo terrible que haya sido su comportamiento, alcanzas el perdón y la compasión, y puedes liberarte de su karma y de sus historias. Los laikas dicen que si no honras a tus ancestros en un altar que has construido para ellos, van a acabar destruyendo tu casa. Es decir, es mejor saber donde están que ignorar su legado, enterrarlos en las cloacas de la psique y aferrarnos a la historia de ser una víctima de sus acciones.
El siguiente ejercicio puede ahorrarte años de psicoterapia resolviendo problemas relacionados con tus padres.
Busca un lugar de tu casa (una estantería, un alféizar o una repisa de chimenea) donde puedas hacer un pequeño altar, y luego cúbrelo con un mantel. A continuación, coloca fotografías o símbolos de tus ancestros sobre él. Por ejemplo, si no tienes una foto de tu bisabuelo, puedes poner sobre el altar su anillo o cualquier otro objeto que le perteneciera. También puedes usar pedazos de papel con el nombre de tus antepasados o fotografías de las casas donde vivieron tus padres, abuelos o bisabuelos.
Tengo una amiga que ha creado un altar con un tapete que su bisabuela había tejido, sobre el cual colocó una fotografía de su abuela, quien fue siempre un gran ejemplo para ella. También quería honrar a los antepasados que le enseñaron cosas que le hicieron sufrir, pero le resultaba muy difícil mirar sus fotografías. Así que descubrió que le era más fácil honrarlos si situaba sobre su altar fotografías que les habían tomado cuando niños. Ver a los miembros de su familia en su juventud le recordaba la bondad que había en ellos, una bondad que no se había manifestado con demasiada claridad cuando se convirtieron en adultos.
Para honrar a tus ancestros, coloca sobre el altar un jarrón con flores frescas, o quema incienso. También les puedes llevar ofrendas de la naturaleza a medida que cambian las estaciones, como conchas de mar o piedras que recoges en la playa durante el verano, piñas y hojas secas durante el otoño, y así sucesivamente. Cada vez que cambies las ofrendas, agradece a tus ancestros los dones que hayas recibido de ellos, no importa lo dura que haya sido la experiencia de recibirlos o lo difícil que te sea verlos como presentes. Recuerda que la historia no es lo que realmente ocurrió, sino cómo has elegido recordarlo —es decir, cómo vive dentro de ti—. Al operar con este altar ancestral, puedes cambiar tu historia familiar en el nivel mítico, donde los relatos son periplos épicos, y no las viejas sagas de siempre sobre el éxito o el fracaso, tanto material como emocional.
Convierte en un hábito detenerte ante tu altar para reflexionar sobre los dones que te han legado tus ancestros. Recuerda que has elegido reescribir tu historia, y que, en tu nueva versión, los miembros de tu familia no son malvados y tú no eres una víctima.
Ten en cuenta, también, que este altar debe ser una representación del altar que has construido en tu interior. Es decir, lo que hayas creado en tu casa debe servirte como una especie de nota Post-it para recordarte que sientas gratitud por el legado que has recibido y por las lecciones que tus antepasados te han enseñado.
LOGRAR EL
AYNI
Cuando desechamos nuestras deprimentes historias de víctima, salvador y verdugo, nos convertimos en autores y creadores de mitos, y todas nuestras necesidades se ven satisfechas. Ya no tenemos que vivir con miedo porque ya no somos la víctima de nuestras historias ancestrales o culturales sobre la escasez, la intimidad, el envejecimiento o la creatividad. Independientemente de lo que poseamos, pasamos de la escasez a la abundancia, de haber sido expulsados del Edén a caminar con armonía sobre la tierra. Vemos lo que todo el mundo ve, pero pensamos algo distinto respecto a ello. Pasamos a ser como los lirios del campo, que ni se esfuerzan ni se fatigan, pero tienen todo lo que necesitan. Es posible que tengamos que cumplir un horario de trabajo, pero podemos vivir la vida del artista o del poeta, con muchos recursos creativos a nuestro alcance.
Muchos de los indígenas americanos que he conocido sólo tienen un cuenco de sopa de maíz para cenar, pero son profundamente generosos y conscientes de la abundancia que existe en sus vidas. Un día le pregunté a mi maestro Guardián de la Tierra: «¿Cómo puedes vivir en semejante pobreza?». Después de todo, habitaba en la cima de una montaña, lejos de las comodidades de la ciudad, y todas sus posesiones cabían en un pequeño armario de una casa en los Estados Unidos. Don Antonio me miró, desconcertado, y luego señaló con la mano el paisaje que lo rodeaba, las montañas cubiertas de nieve y el río allá abajo, como diciendo: «Éstas son mis riquezas. ¿Cuál de nosotros es el pobre?».
Por otro lado, conozco a un hombre muy rico que vive con miedo de perder su dinero, no tiene amigos, está enemistado con sus hijos y no confía en nadie porque cree que la gente sólo quiere estar con él para tener acceso a su dinero. Está obsesionado con proteger su riqueza. A veces les ofrece dinero a algunas personas para sentirse mejor consigo mismo, pero luego se siente ofendido si no lo aceptan o si no lo usan como él quería. Es rencoroso, sospecha de todo el mundo y vive en un estado de escasez, sin experimentar nunca la paz o la abundancia.
Las cuatro prácticas siguientes constituyen el camino del héroe y te ayudarán a liberarte de tu historia. Son las siguientes: no juzgar, no sufrir, desapego y belleza.
LA PRÁCTICA DEL NO JUZGAR
Para practicar el no juzgar, debemos trascender nuestras limitadas creencias, incluso las que tenemos sobre el bien y el mal.
Le damos un sentido al mundo al juzgar las situaciones como «buenas» o «malas» de acuerdo a reglas definidas por nuestra cultura. Estas reglas constituyen nuestro código moral. Pero un Guardián de la Tierra es amoral. Eso no quiere decir que sea inmoral, sino que simplemente no se rige por tradiciones. El Guardián cree que es importante desprenderse de este tipo de juicios y mantener su capacidad de discernimiento.
Cuando practicas el no juzgar, te niegas a seguir automáticamente la opinión de los demás en cualquier situación. Al hacer esto, comienzas a tener un sentido de la ética que trasciende las tradiciones de nuestro tiempo. Esto es importante hoy en día, cuando las imágenes de los medios de comunicación se han convertido en algo más convincente que la realidad, y nuestros valores —libertad, amor, etcétera— son reducidos a eslóganes y palabras vacías.
Cuando te niegas a colaborar con la visión consensual, adquieres una perspectiva diferente. Descubres lo que la libertad significa para ti a nivel personal, y que no es lo que cuentan los políticos en sus bien ensayados discursos. Comprendes que la libertad es mucho más que poder elegir entre varios modelos de coche o entre las opciones de un menú.
Nuestros juicios son suposiciones que están basadas en lo que hemos aprendido y en lo que nos han contado. Por ejemplo, la mayoría de nosotros cree que el cáncer es siempre una enfermedad mortal, de modo que si el doctor nos dice que la padecemos, nos quedamos aterrorizados. Sin embargo, si practicamos el no juzgar, rechazamos la creencia automática de que esto significa que vamos a tener que luchar por nuestra vida. Podemos estar de acuerdo en seguir el tratamiento que nuestro médico recomienda, pero no aceptamos el hecho de que tenemos unas probabilidades de recuperación del 1 o del 99%. No calificamos nuestras posibilidades de supervivencia, sean éstas buenas o malas, ni tampoco les asignamos ningún número, porque eso sería entregar nuestro destino a las estadísticas. En lugar de eso, lidiamos con el problema que tenemos entre manos, no sólo desde el nivel literal de nuestro cuerpo, sino desde el nivel de percepción más elevado que podamos. Nos permitimos aceptar lo desconocido, junto con sus infinitas posibilidades.
Hace algunos años, por ejemplo, a un amigo mío se le diagnosticó cáncer de próstata. Afortunadamente, en esa época él vivía con un curandero, quien le dijo: «No tienes cáncer; tus radiografías sólo muestran algunas manchas que con el tiempo se curarán». Al cabo de un mes, esas manchas pudieron ser sanadas.
Si mi amigo hubiese calificado esas manchas como «cancerosas» y tejido una historia en torno a ellas, se habría convertido en un «paciente de cáncer». Si hubiese aceptado esta historia literal sobre su enfermedad, estaría condenado a convertirse en una estadística —en su caso, a formar parte del 40% de los pacientes que se cura o del 60% que no lo hace. Sus posibilidades se habrían reducido para convertirse en probabilidades, porque, al saber que llevaba las de perder, no habría sido capaz de imaginarse dentro del 40% de los que se curan. Por eso les enseño a mis alumnos a trabajar con sus clientes
antes
de que éstos reciban los resultados de la biopsia, antes de que las manchas que aparecen en las radiografías reciban un nombre y que la historia del «cáncer mortal» quede grabada en su mente y se convierta en una profecía que se cumple a sí misma.
Recientemente, una mujer llamada Alyce llamó para pedir una consulta con Marcela, que forma parte de nuestro personal. Alyce se había hecho una mamografía y se le había encontrado un bulto en un pecho. Marcela le preguntó si quería que comenzara a trabajar con ella antes de la biopsia, para intentar influenciar los resultados, o si prefería esperar hasta después. Alyce eligió la primera opción. A la semana siguiente, recibió una llamada de su médico. Éste le dijo que habían cometido un error: ¡habían confundido su mamografía con la de otra persona, y la suya era perfectamente normal! De modo que nuestras historias no sólo influyen en nuestra forma de ver la vida, sino también en el «mundo real» —en este caso, ¡curando una situación que ya había sucedido!
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Siempre podemos crear una historia mítica en torno a nuestro viaje, una historia que nos ayude a crecer, a aprender y a curarnos. A fin de cuentas, es posible que no podamos alterar las manchas en una radiografía, pero sí curar nuestra alma y comenzar a educarnos por fin en las lecciones que hemos venido a aprender en este mundo. Nuestra lección puede ser ir más despacio y apreciar a las personas que nos rodean, dejar de aferrarnos a una existencia que hemos vivido como sonámbulos porque creímos que debíamos vivir nuestras vidas de una cierta forma; o, desde la perspectiva del colibrí, estas manchas pueden ser una llamada de advertencia para que hagamos los cambios que hemos estado evitando.