Read Las esferas de sueños Online
Authors: Elaine Cunningham
El elfo se puso en pie y se escabulló por la puerta de atrás. Dio un rodeo hasta la parte trasera del edificio y palpó el liso muro de piedra. Una puerta secreta se abrió.
Como sospechaba, las telarañas que debían engalanarla colgaban hechas jirones. Algún ladrón con iniciativa había descubierto la existencia de la puerta y la había utilizado para sus fines.
Ello le facilitaba la tarea. Cualquier ladrón capaz de localizar la puerta secreta también sería experto en poner en circulación los bienes robados: monedas, gemas y objetos mágicos. En Aguas Profundas existían tal vez cuatro peristas capaces de revenderlos corriendo un riesgo moderado y con buenos beneficios. Elaith tendría las esferas de sueños en su poder antes de que acabara el día.
Desde luego, no se las devolvería a Oth Eltorchul. Y tampoco las vendería como otro divertimento trivial en esa ciudad llena de humanos que creían que los sueños no se ganaban con esfuerzo, sino que podían comprarse. Si no había entendido mal a su invitado, Oth Eltorchul no tenía ni idea de qué tipo de tigre sujetaba por la cola. A no ser que se equivocara de medio a medio, las esferas de sueños podrían convertirse en los objetos mágicos más valiosos, y también más peligrosos, que había manejado en su larga e infame carrera.
Su principal motivación era la promesa de recuperar el artefacto elfo que sospechaba que estaba detrás de la magia de las esferas. Pensaba medirse con el poder de la gema y hallar de una vez por todas la respuesta a la pregunta que lo había perseguido durante más de un siglo: sabría con total certeza si solamente se había imaginado que le quedaban retazos de su honor de elfo o si se había convertido en una criatura completamente perversa. De un modo u otro, la gema elfa iluminaría el camino hacia la grandeza.
—Ése sí es un sueño que merece la pena perseguir —murmuró con sombría ironía.
Arilyn se alegró de que amaneciera, pues era el indicativo de que la peor noche de su vida había acabado. Aunque no era de naturaleza introspectiva, desde que había salido de la villa Thann había llegado a varias conclusiones importantes. Lo único que le quedaba por hacer era convencer a Danilo.
Entre la casa del joven noble en la ciudad y los alojamientos de Arilyn había bastante distancia, pero fue un paseo agradable. En el aire flotaba el aroma de los fuegos del desayuno y el traqueteo de los carros que llevaban mercancías al mercado. La mayor parte de los habitantes de la ciudad ya descansaban en la cama cuando el Baile de la Gema apenas había empezado y habrían completado la mitad de su jornada de trabajo cuando los invitados al baile abandonaran el lecho.
Arilyn se dijo que ésa era otra diferencia entre ella y Danilo. Mientras que Dan
estaba acostumbrado a las pautas de la vida urbana, ella pasaba la mayor parte de su tiempo viajando y vivía en sintonía con el sol y las estrellas. No era una diferencia desdeñable, pero en esos momentos, comparada con todo lo demás, parecía insignificante.
Cortó por la calle situada detrás de la casa de Danilo y trepó por la valla de piedra.
Después de dejarse caer silenciosamente en el jardín, de modo instintivo escrutó la zona por si había peligro. En vista de que todo estaba en calma, cortó una rosa azul y se dirigió con sigilo a la ventana con múltiples cristales de la estancia favorita de Danilo.
Como esperaba, el joven ocupaba su estudio privado. La semielfa salvó el alféizar y penetró en la habitación.
—Estabas equivocado —fue su saludo.
Danilo se sobresaltó y la miró tan fijamente como si fuese una aparición. De inmediato, su mirada se posó en la hoja de luna.
—¿Equivocado? —repitió.
—No sé por qué te extraña tanto. Supongo que no es la primera vez que te equivocas —respondió Arilyn, tratando de bromear. Sin esperar respuesta, soltó todo lo que tenía que decir—: No estoy diciendo que te equivocaras sobre la espada. La magia de la hoja de luna es... complicada. En el pasado, ya se vio comprometida, y no afirmo que sea imposible que vuelva a suceder, pero no acepto que tú seas el responsable.
Danilo negó con la cabeza.
—¿Y si estoy en lo cierto? No pienso permitir que corras ese riesgo.
—¿Cómo me lo piensas impedir? Aún no he acabado —dijo cuando Danilo se disponía a interrumpirla—. Piensa un poco. De ser por mí, nuestros caminos se habrían separado el mismo día en que nos conocimos. ¡Apenas una hora después!
El joven frunció los labios en atribulada diversión.
—Sí, me parece recordar que no desbordabas entusiasmo.
—Exactamente. —Arilyn empezó a caminar de un lado a otro—. No obstante, tú insististe y aprendimos a trabajar juntos. Incluso nos hicimos amigos, lo cual supongo que fue tan duro como empujar un peñasco hasta lo alto de una colina. Te lo he puesto difícil a cada momento. Siempre has sido tú el que ha empujado, ha persistido y me ha forzado a seguir mostrándote divertido, encantador o tozudo. Por todo ello, supongo que crees que se acabará cuando tú lo digas. —La mujer lo fulminó con la mirada—. Pues no. Más vale que te vayas acostumbrando.
Danilo se puso en pie y caminó hasta quedarse a un paso de distancia de la semielfa.
—¿Quieres que sigamos juntos?
Arilyn resopló y se cruzó de brazos.
—Te lo acabo de decir, ¿no?
La mujer esperó a que él hablara o diese el primer paso.
—No sé cómo vamos a organizarnos —prosiguió en vista de que nada ocurría—.
En una cosa tenías razón: no puedo renunciar a la hoja de luna, lo cual significa que seguiré viajando la mayor parte del tiempo. Te ofreciste a abandonar la ciudad para seguirme, pero ¿sabes qué significa eso? Tal vez algunas comunidades de elfos del bosque aceptarían tu presencia, pero la mayor parte no. Te pasarías mucho tiempo languideciendo en aldeas situadas al borde del bosque, mientras yo me internaba sola en la espesura.
Mientras Arilyn hablaba, Danilo se dio cuenta de adónde llevaba el razonamiento de la semielfa. Aunque era lógico, no le gustaba ni pizca.
—Tu conclusión es que podemos seguir como los últimos cuatro años: tú cumples con tus obligaciones, yo con las mías, y nos reunimos unos pocos días al año donde
podamos.
—Si realmente hay un conflicto entre tu magia y la mía, eso será lo mejor. — Vaciló y agregó—: También hay otra posibilidad.
—Me muero de ganas por oírla.
Arilyn asintió, pero su mirada recorrió el estudio con incomodidad.
—¿Podemos ir a mi habitación? Aquí tengo la impresión de que tu mayordomo va a entrar de un momento a otro con el carrito del té.
Danilo le tendió una mano, Arilyn la cogió y juntos desaparecieron en el fragoroso torbellino del sendero blanco plateado que el joven mago había conjurado entre su sanctasanctórum y el de ella. Aunque el viaje fue cosa de apenas un segundo, Arilyn se sintió aliviada al notar el suelo firme bajo sus pies calzados con botas. Danilo no hizo ningún comentario acerca de la aversión de la semielfa por los desplazamientos mágicos, pero su mirada se posó en la rosa azul que el joven había aplastado al cerrar con fuerza la mano.
Presa de una súbita inspiración, Arilyn se dirigió al camastro y esparció los fragantes pétalos sobre el cobertor. Danilo apartó rápidamente los ojos del lecho.
—Bueno, te escucho —dijo tras carraspear.
—Desde hace muchos días, de hecho desde que encaminé mis pasos hacia Aguas Profundas, no he tenido sueños ni llamadas de socorro de los
tel'quessar
, lo cual tal vez significa que todo va bien. La otra posibilidad es que la magia de la espada ya hubiera sufrido menoscabo antes de que llegara a la ciudad, en cuyo caso es altamente improbable que tú seas la causa. Hay una tercera posibilidad: que deba hacer algo aquí, en la ciudad. En ese caso, tendremos tiempo para averiguar qué está afectando a la magia de la hoja de luna y a la tuya. Es absurdo huir de un enemigo que ni siquiera conoces.
Las palabras de Arilyn arrancaron una leve y compungida sonrisa a Danilo.
—Dicho así, quedo como un cobarde y un estúpido.
—Me he dado cuenta de que los humanos suelen pecar de un exceso de cautela cuando se trata del bienestar de sus seres queridos. No lo entiendo: por una parte, aceptas que sea una guerrera; por otra, en cambio, niegas la posibilidad de que la magia de mi espada pueda fallar. Me pregunto en qué confías: en mis habilidades o en mi espada.
Danilo la contempló con respeto y desconcierto.
—Nunca había considerado el asunto desde ese punto de vista. Debo aceptar que lo que dices es lógico.
Ella se encogió de hombros.
—Los problemas son como enemigos: hay que ponerles nombres, hallarlos y hacer lo que sea para destruirlos.
Danilo prorrumpió en carcajadas que disiparon la pesada carga de indecisión.
Quizás aún no veía claramente el modo de seguir juntos, pero el directo acercamiento de Arilyn al problema le daba esperanzas de encontrar la manera.
—Así pues, ¿qué sugieres que hagamos? —le preguntó.
—Debemos suponer que tengo una misión en Aguas Profundas. Mientras me ocupe de las necesidades del pueblo elfo, dudo de que reciba una llamada del bosque, a no ser que se presente una emergencia realmente grave.
La esperanza empezó a florecer en el corazón de Danilo. Cogió a Arilyn de la mano, la condujo al lecho y, sin soltarla, hizo que se sentara junto a él.
—Y si los elfos del bosque te necesitan, tendrán que cargar conmigo. Es así de simple.
—Yo no estaría tan segura —replicó ella con cautela—. En lo que respecta a los
elfos, nada es simple.
Danilo le acarició una mejilla.
—¿Y qué sueño que realmente valga la pena es sencillo de conseguir?
—Cierto, pero...
Dan la acalló deslizando la mano hasta sus labios.
—¿Nunca te han dicho que hablas demasiado?
—Vaya quién fue a hablar —murmuró ella, pese a los dedos que la estorbaban.
No obstante, no parecía que le importara dejar la conversación. Cerró los ojos cuando Danilo empezó a acariciarle suavemente el óvalo del rostro y luego desplazó los dedos para reseguir sus elegantes y puntiagudas orejas elfas. Pocos humanos sabían el grado de intimidad que entrañaba ese gesto. Años atrás, cuando estaba en la flor de la juventud, Danilo había sido adiestrado en tales asuntos por una indulgente elfa, maestra del arpa.
Arilyn le lanzó una mirada de fingido recelo.
—¿Cómo sabes estas cosas?
—Bueno, he gozado de una educación muy completa.
El joven noble le tendió las manos con las palmas hacia arriba. Sin dudarlo, Arilyn unió las yemas de los dedos. Lentamente, las manos de ambos se fundieron, hasta que las palmas se tocaron. Ese simple contacto era más íntimo que cualquier beso o abrazo que se hubieran dado hasta entonces, pues se trataba del preludio de la ceremonia de la unión de manos, un ritual elfo tan antiguo como las estaciones. Sus miradas se prendieron, sus corazones se abrieron el uno al otro, y el círculo comenzó.
—El estío toca a su fin, la luna de la cosecha atrae a la noche —recitó ella en voz baja y asombrada. Así comenzaba la fórmula tradicional del compromiso que estaban a punto de contraer.
Danilo se preguntó si Arilyn era consciente de que hablaba en idioma élfico. Era una aceptación inconsciente que Danilo se proponía honrar tan bien como le permitiera su condición de humano. Según el cómputo elfo, el tiempo que podrían pasar juntos sería muy breve; cuando él muriera, Arilyn aún sería joven. Pero ¿debía por ello renunciar a vivir? Tal vez nada concerniente a los elfos era simple, pero algo estaba muy claro: para él renunciar a Arilyn era renunciar a la vida.
Con los dedos entrelazados, Dan repitió las siguientes palabras del compromiso.
El ritual era largo y consistía en palabras que debían pronunciarse acompañadas por elegantes movimientos, que contenían el poder de la magia y la sutileza de la luz de las estrellas. Danilo no se dio cuenta cuándo sus palabras se fundieron en el silencio y tampoco le importaba.
La ceremonia era de una lentitud exquisita y una dulzura tortuosa. Llegados a cierto punto, el ritual se fundió con una ceremonia de su propia invención, no por ello menos sagrada, que tenía un profundo significado.
Arilyn perdió antes que él la paciencia con las sutilezas elfas. Se apartó de él y se despojó bruscamente de la camisa que la confinaba, sin la menor consideración por los encajes.
El sonido del hilo al desgarrarse la sobresaltó, y en su rostro se pintó una expresión de desconcierto que provocó la hilaridad del joven. Pero tras el momento de sorpresa inicial se unió a ella. Reforzados sus lazos de unión por un regocijo que solamente él era capaz de despertar en la semielfa, se tumbaron en el lecho bañados por la mística luz azulada de la hoja de luna.
Transcurrió un instante antes de que el significado de aquella mágica luminiscencia penetrara en su compartido abandono.
—¡Maldita sea! —exclamó Arilyn, incorporándose y fulminando con la mirada a
la inoportuna espada.
Danilo soltó una larga y entrecortada espiración y asintió. No podía estar más de acuerdo con ella. Al menos, la luz que emitía la espada era azul y no el débil resplandor verde que presagiaba un sueño y anunciaba una misión en los bosques. Era un consuelo.
La hoja de luna advertía de un peligro inminente. «Ponle nombre, localízalo y destrúyelo.» De eso, Danilo se sentía capaz.
Rápidamente buscó su cinto con la espada, y también las botas, tratando de recordar con exactitud cómo habían acabado en el suelo. Arilyn fue más rápida y estuvo vestida y presta para la batalla en cuestión de segundos. Sus ojos adoptaron una mirada distante al mismo tiempo que desenvainaba la hoja de luna.
—Tren —murmuró—. Aquí, en el edificio.
Inmediatamente salió corriendo, lanzando un grito de advertencia al guardia enano mientras bajaba la escalera a toda prisa. Con la espada asimismo desenvainada, Danilo corrió tras ella.
La cortina que tapaba el cubículo del guarda crujió. Cuatro enormes garras atravesaron la tela y se deslizaron por ella hacia abajo, desgarrándola. De detrás de la cortina, apareció una repugnante criatura con aspecto de reptil, alta como un espigado humano, pero mucho más pesada.
Dan se detuvo, impresionado a su pesar. Había oído que los tren eran criaturas semejantes a hombres lagarto, aunque eso era como afirmar que un enano era semejante a un humano. Compacto y terriblemente fuerte, el tren poseía poderosos músculos y un correoso pellejo verde muy duro. A lo largo del espinazo, así como de detrás de los codos, le sobresalían pinchos. Sus brazos —largos y potentes— acababan en unas manazas tan enormes que cada garrudo dedo era tan largo como una mano humana. Un corte largo y lívido reseguía el arco óseo por encima de uno de los ojos.