Read Las esferas de sueños Online
Authors: Elaine Cunningham
—Eso es porque eres semielfa —protestó Danilo con calor.
Al darse cuenta de lo que acababa de decir, en su rostro apareció una expresión de profunda mortificación.
Arilyn se apresuró a volver el rostro para que su reacción no alimentara los remordimientos de Dan. Probablemente, ella comprendía mejor que él cómo era vista su amistad en el mundo de la aristocracia al que pertenecía el joven bardo. Para no seguir con el tema, empezó a apartar los restos con un pie con más energía de la necesaria.
Un poco después, se sentía realmente absorbida por el enigma que se presentaba
ante sus ojos. La semielfa fue recorriendo la estancia octogonal, observando atentamente el caos, en busca de cualquier pequeña pista.
Las mesas del mago se habían volcado, y el suelo se veía sembrado por fragmentos de loza, junto con una mezcolanza de extraños componentes de hechizos que Arilyn desconocía. Extrañamente, ninguno de los estantes habían sufrido las consecuencias de la lucha, como si el mago hubiese tratado deliberadamente de preservar sus contenidos. Parecía ilógico, aunque Arilyn había oído hablar de personas que luchaban con más ahínco para salvar sus posesiones que su propia vida.
—¿Qué valor tiene todo eso? —preguntó a Danilo, señalando los ordenados estantes.
La mirada de Dan recorrió las hileras de botellas de cristal y plata, las cajas de madera tallada y los rollos cuidadosamente apilados.
—Incalculable. Es un estudio de mago realmente impresionante.
—¿Lo suficiente como para morir por él?
—Yo no lo creo, pero Oth tal vez sí. Aunque entiendo por dónde vas. La lucha que se ha librado aquí ha sido extraña. Y otra cosa me desconcierta: hay mucha menos sangre de la que uno podía esperar.
—Eso es normal en los ataques perpetrados por tren —le explicó Arilyn—. Se trata de bestias muy... pulcras. Además, devoran a sus víctimas a una velocidad asombrosa. Por otra parte, es posible que Oth muriera en otra parte y que los tren dejaran aquí la mano para que alguien la encontrara.
—Es decir, tú —concluyó Danilo con el ceño fruncido—. Esta situación cada vez me gusta menos. Sin embargo, no podemos descartar que Elaith fuese el objetivo del primer ataque tren. Tal vez deberíamos averiguar qué sabe.
Arilyn no sentía ningún deseo de entrevistarse con el elfo rufián, pero comprendía la necesidad. Señaló con la cabeza una puerta que conducía fuera de la estancia y desenvainó la espada.
—Hace mucho que los tren se han marchado, pero no es descabellado pensar que podemos encontrarnos con resistencia para salir de aquí.
—Espera un segundo. —Danilo cogió una caja de madera tallada de un estante, tiró al suelo las hierbas secas que contenía y, para perplejidad de Arilyn, guardó dentro la mano cercenada. A continuación, cerró la caja con cuidado y se la puso bajo el brazo.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
—Será mejor que sea yo y no tú quien informe a la guardia sobre esto. Después de todo, en otro tiempo estudié con la familia Eltorchul, por lo que puedo inventarme una razón que explique por qué entré en la torre. No es necesario que nadie se entere de tu presencia aquí.
Arilyn se disponía a protestar cuando reconoció la implacable mirada de resolución en los ojos de su amigo. Así pues, se dio media vuelta y se marchó hacia la puerta.
—Menos mal que has renunciado al casco de Señor, pues no me parece que obedezcas las leyes de la ciudad —masculló la semielfa.
—Supongo que tú no has violado ninguna últimamente, ¿verdad?
—Sólo entrar aquí —contestó ella con cierto humor negro.
—En ese caso... —Su tono de voz sugería que daba el asunto por zanjado.
Arilyn descendió la primera por una escalera de caracol que desembocaba en el salón principal. El edificio que soportaba la torre del mago era de reducidas dimensiones: sólo un salón en el centro y unas pocas habitaciones a ambos lados destinadas a los criados o a las tareas domésticas. No había rastro de ningún ser vivo, por lo que pudieron salir al patio sin que nadie tratara de detenerlos.
Puesto que habían llegado hasta allí, a la semielfa le pareció seguro comenzar la busca del asesino de Oth. Con un gesto de la cabeza, señaló el cobertizo de los carruajes, de donde salía un débil murmullo. Tras guardarse la espada, fue a investigar.
Un tipo delgado, con el pelo lacio y rubio, estaba muy ocupado arrancando una piedra del casco de un caballo zaino. Tres corceles igualmente castaños comían heno en sus limpios compartimentos, y cerca se veía un elegante carruaje con la parte inferior aún cubierta por una capa de polvo de la calle.
El hombre alzó la vista cuando la sombra de Arilyn cayó sobre él. Sus labios se curvaron en una mueca de desdén y blandió el pequeño cuchillo como para ahuyentar a un perro vagabundo.
—Lárgate ahora mismo —gruñó—. Aquí no encontrarás trabajo. Antes que contratar a uno de los de tu calaña, mi amo preferiría convertiros en lagartos.
Dan salió de detrás de la semielfa. Pese a su desaliñado aspecto, era evidente que se trataba de una persona acaudalada y de elevada posición social. El cochero se levantó de un salto y, en su delgado rostro, apareció una expresión de pesadumbre al reconocer el emblema del cuervo y el unicornio en el colgante del joven, que era sin duda el escudo de una casa noble.
—Milord —tartamudeó—, yo no pretendía...
—Creo que hablabas en nombre de lord Eltorchul. —Danilo cortó en seco la disculpa—. En ese caso, tal vez podrías indicarme dónde está. Hemos llamado y nadie ha contestado.
—No hay nadie, milord —contestó el cochero atropelladamente para hacerse perdonar cualquier falta que pudiera haber cometido—. Lord Oth ha dado a todos los criados el día libre para que participen en el festival de la cosecha. Yo mismo lo llevé anoche a la mansión de los Thann.
—¿Y luego?
El hombrecillo vaciló, dudando de si hablar o no de los asuntos de su amo. Danilo le enseñó una gran moneda de plata.
—Ya he olvidado lo que ibas a decirme. Trata de convencerme de que olvide también el insulto que has dirigido a mi dama.
La incrédula mirada del cochero se posó en Arilyn, y la semielfa se dijo que comprendía lo que había pensado de ella. Con sus pantalones y botas de piel muy gastados y como único ornamento la espada elfa, cualquiera la habría tomado por una mercenaria más de los centenares que pululaban por Aguas Profundas ganándose la vida como podían.
El cochero atrapó al vuelo la moneda que Dan le lanzó y asintió para indicar que aceptaba el trato.
—Llevé a lord Oth a una taberna situada en el distrito de los muelles: La Sílfide de Seda. Lo acompañaba una mujer. —El hombrecillo esbozó una sonrisa y con las manos dibujó en el aire una voluptuosa figura.
—He captado la idea general. ¿Puedes ser algo más concreto?
—Vestido rojo, pelo negro, grandes ojos oscuros y piel oscura, pero no tanto como para ser calishita. Tenía la nariz como una cimitarra. Esbelta sin ser escuálida, ya me comprendéis. —Por si hubiera alguna duda, puso las manos en cazoleta a varios centímetros de distancia del pecho.
Arilyn resopló con los dientes apretados. Sin duda, era la descripción de Isabeau Thione. ¿Cabía la posibilidad de que la conflictiva muchacha hubiera ascendido del robo al asesinato?
«Sí —respondió para sí—, era perfectamente posible.» Arilyn desconocía qué queja podría tener Isabeau contra Oth, aunque sí que tenía una excelente razón para
contratar a asesinos que acabaran con Elaith Craulnober. Ese mismo verano, el elfo había competido contra Arilyn y Danilo por el destino de la joven. De haberse salido con la suya, Elaith la habría vendido a la facción de Tethyr que le ofreciera más por ella, sin importarle que quienes pagaban pretendieran convertir a la bastarda real en un peón político o eliminarla por completo del mapa. Teniendo en cuenta la pésima reputación del elfo, seguramente Isabeau temía que volviera a intentarlo, y si hallaba el modo de atacar primero, probablemente lo haría. Además, Isabeau no le tenía mucha simpatía a Arilyn. ¿Qué mejor modo de desviar la atención que escenificar ambos ataques en la proximidad de una asesina semielfa?
Arilyn rebullía de impaciencia mientras aguardaba que Danilo acabara la transacción. Tras unas pocas preguntas más, lanzó al cochero otra moneda y, finalmente, se marcharon.
—Isabeau odia a Elaith y estaba con Oth —señaló Arilyn una vez que estuvieron en la calle—. En lo que concierne a los ataques de tren, son dos de tres.
—Y tú la tercera. ¿Por qué?
La semielfa recordó el rescate de Isabeau y la feroz resistencia que la ratera y moza de taberna había ofrecido cuando Arilyn la interceptó fuera de la fortaleza de los gnomos.
—Una vez que Isabeau se dio cuenta de lo que le esperaba en Aguas Profundas se dejó rescatar, pero hasta llegar allí fue terca como una mula. A veces, el único modo de llamar su atención es darle en la cabeza con un palo.
—Conociendo a Isabeau, yo diría que se necesita una buena tranca.
—Ni que lo digas. Además, es posible que esté dolida por algo más. —Vaciló un segundo, reacia a poner en palabras un comportamiento que parecía incomprensible—.
Durante el viaje a Aguas Profundas, no trataste de seducirla, y no creo que esté acostumbrada a que no le hagan ni caso. Puesto que tiene la costumbre de culpar siempre a los demás por todo, no me extrañaría que me guarde rencor. Crearme problemas sería el modo de ajustarme las cuentas por tu falta de interés hacia ella.
La expresión de Danilo era de fría furia.
—Estoy empezando a lamentar haber obligado a prometer a Elaith que no tocaría un pelo de la cabeza de Isabeau. Hablando de Elaith, deberíamos ir a verlo ahora mismo, si es que logro recordar en cuál de sus múltiples propiedades habita actualmente.
Dicho esto, detuvo un carruaje que pasaba. En la puerta se había pintado la divisa de la cofradía de cocheros, lo cual, junto con la presencia de los halflings que lo conducían, indicaba que podía alquilarse. El menudo pero fornido cochero ladeó la gorra con plumas que llevaba y detuvo los caballos. Otro halfling bajó, presuroso, del pescante y abrió la puerta, dirigiendo una sonrisa a Arilyn con expectación.
Demasiado cansada para ponerse a discutir, la joven subió y se acomodó en el lujoso interior. Con una sacudida, el carruaje se puso en marcha hacia el sur en busca de la roca que la serpiente Elaith hubiera elegido esa mañana para asolearse.
Elaith Craulnober no estaba de humor. Nunca lo estaba cuando revisaba los libros de cuentas, pese a que los resultados que arrojaban hubieran puesto locos de contento a muchos de los nobles comerciantes de la ciudad. De hecho, Elaith no se quejaba del resultado de sus recientes empresas en Puerto Calavera; lo que aborrecía era el cálculo en sí.
Era una verdadera lástima que no pudiera confiar en ninguna otra persona para que llevara sus libros. Desde luego, disponía de escribas y de empleados que le redactaban los contratos y cuadraban las cuentas del día. Otros recogían esa información y se la pasaban a sus superiores, los cuales, a su vez, la transmitían. Grupos de
empleados —algunos muy reducidos y otros formados por una centena de personas— se ocupaban de los vastos negocios de Elaith, pero cada uno de los grupos era como una única habitación con ventanas y puertas al mundo exterior, sin pasillos que las conectaran entre sí. Solamente Elaith conocía todo su imperio.
La campanilla de latón suspendida sobre la puerta sonó armoniosamente.
Agradeciendo la interrupción, Elaith accionó el tirador bordado para conceder audiencia.
La puerta se abrió silenciosamente y, sin hacer ningún ruido, el anciano sirviente se aproximó al escritorio de Elaith y le ofreció una pequeña bandeja de plata.
El elfo echó un vistazo a la tarjeta grabada y apenas sonrió. El joven lord Thann solicitaba ser recibido. Sin duda, aparecería con una botella de vino élfico y una disculpa sazonada con estúpidas anécdotas, aunque no por ello sería menos sincera. Lo que le había dicho a Arilyn la noche anterior era la pura verdad: no creía ni por un momento que Danilo le hubiera invitado al baile para tenderle una trampa. No obstante, otros miembros de la familia Thann seguían bajo sospecha. Claro estaba que eso no se lo diría a Danilo.
—Que pase.
—No viene solo, milord. Lo acompaña la luchadora de la luna —dijo el sirviente, mostrando hacia Arilyn el respeto debido a cualquier elfo que tuviera el honor de empuñar una hoja de luna. Si tenía alguna opinión sobre si una semielfa merecía tal honor, era lo suficientemente prudente como para reservársela.
Elaith se levantó para recibir a la extraña pareja en su estudio, pero sus palabras de bienvenida se le murieron en los labios al contemplar su desaliñado aspecto. Ambos parecían tan acalorados y agotados como un par de caballos que hubiesen recorrido un largo camino. Manchas de muy variada naturaleza salpicaban sus ropas, que evidentemente se habían puesto de forma apresurada y sin la ayuda de ningún criado.
Los oscuros bucles de Arilyn se le desparramaban sobre los hombros en total confusión, y una capa de mugre cubría su faz pálida y angulosa. A juzgar por los arañazos en la piel y las heridas de las uñas, daba la impresión de que ambos hubieran metido las manos en una máquina para hacer salchichas.
—En nombre de los Nueve Infiernos, ¿qué habéis estado haciendo? —fue su saludo.
Danilo se dejó caer sobre una silla y depositó sobre una mesa contigua lo que el elfo tomó por una gran caja de rapé, de madera.
—Bueno, hemos luchado contra un tren, hemos atravesado alcantarillas y hemos trepado muros. Nada especial. Y tú, ¿qué has hecho esta mañana?
—¿Se ha producido otro ataque tren? —preguntó el elfo, consternado, mirando a Arilyn en demanda de una respuesta directa.
—Dos —respondió la semielfa, que de forma escueta le describió la situación.
Elaith asintió pensativamente. Las piezas encajaban a la perfección.
—Oth Eltorchul e Isabeau estaban anoche en La Sílfide de Seda —declaró Arilyn con voz inexpresiva.
El elfo supo qué seguiría.
—Supongo que habéis pasado por allí, buscándome y que, tras poner en práctica vuestras dotes de persuasión, os habrán informado de que tuve una conversación con lord Eltorchul.
—Hemos venido a verte para averiguar qué sabes del asunto —se apresuró a intervenir Danilo—, no para acusarte de nada. Se han producido tres ataques tren en una misma noche; todos ellos contra la vida o la reputación de Arilyn. Y no es ésa la única coincidencia: todos los atacados asistieron al Baile de la Gema y todos se han