Las esferas de sueños (18 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Giró por la calle del Bazar en dirección a una zona residencial más tranquila.

Arilyn lo siguió sin protestar. El gentío disminuía a medida que caminaban hacia el oeste, dejando atrás el mercado, y no tardaron en llegar a la ancha calle Suldoun, adoquinada.

La casa que Dan consideraba su hogar en la ciudad era alta, estrecha y elegante.

Estaba encajada en una pulcra hilera de otras casas iguales, de las que la mayor parte pertenecían a los cachorros de la nobleza comerciante. La fachada era de piedra pulida; el tejado, de dos aguas y acabado en arista, estaba recubierto con tejas de pizarra multicolores. Altas ventanas con múltiples paneles, algunos de ellos vidrieras, flanqueaban la puerta. Una decorativa verja de hierro cercaba el pequeño patio delantero, así como los estrechos pasos a ambos lados de la casa, que conducían al patio de atrás.

La tintineante música de las campanillas flotaba hasta la calle. La mano de Danilo se quedó quieta en el pestillo de la verja. Su idea inicial había sido dirigirse al jardín, que había tardado casi cuatro años en diseñar y perfeccionar. Su jardín élfico era

realmente notable, con flamantes flores que tintineaban mecidas por las brisas marinas y rosas azules entrelazadas en forma de primorosos arcos. Junto al estanque, había colocado las reproducciones de dos estatuas elfas —los originales los había donado al templo del Panteón—; eran de una belleza inquietante, que se reflejaba en las quietas aguas. Ese jardín suponía un logro extraordinario y el orgullo del jardinero elfo que se ocupaba de cuidarlo.

Pero de repente Danilo lo vio como uno de los presuntuosos excesos tan comunes entre los de su clase. Aunque lo había creado para Arilyn, seguramente sólo habría conseguido que a la joven le recordara el abismo que separaba a Dan del pueblo elfo al que ella servía.

Abrió la maciza puerta de roble y arrojó el sombrero al mayordomo, que había salido a recibirlos. Tras dirigir a su amo una cauta mirada de soslayo, el halfling desapareció sin ofrecerles los usuales refrigerios.

A la izquierda, se encontraba el estudio de Danilo: una fastuosa estancia revestida con paneles de oscura teca de Chult, y con alfombras y tapices de vivos tonos carmesíes y beige. Allí gozarían de una completa intimidad, pues estaba protegido de ojos y oídos curiosos por la magia.

Arilyn entró tras él y se sentó en una silla cerca de la chimenea. Una vez que hubo hallado acomodo, miró a Dan con firmeza.

—Aclaremos este asunto ahora mismo —dijo.

Como siempre la semielfa iba al grano, aunque tal vez no fuera un inicio demasiado prometedor. Danilo se aproximó a la repisa de la chimenea y cogió una figurilla elfa, que estudió sin interés para darse tiempo a ordenar sus pensamientos.

—Hace cuatro años, cuando nos despedimos en el espolón de Zazes, te abrí mi corazón. No hubo tiempo para que dijeses sí o no porque nuestros caminos se separaron irremediablemente: yo tuve que partir al bosque Elevado para enfrentarme al desafío que una loca había lanzado a todos los bardos del Norland, y tú partiste al bosque de Tethyr. Una vez que regresamos de nuestras misiones, volví a declararme, y tú aceptaste. No obstante, ya no eras la misma. Lo percibí, pero no sabía hasta qué punto las cosas habían cambiado.

—Sólo en apariencia.

No era ésa la respuesta que Dan esperaba. Dejó la estatuilla en su lugar y se volvió para mirarla a la cara.

—En ese caso, te ruego que me ilumines.

La semielfa se cruzó de brazos y estiró las piernas.

—Vamos a ver: ¿te he preguntado yo alguna vez cómo has pasado cada día y cada noche del tiempo que no hemos estado juntos?

—No, pero en mi caso es distinto.

—¿Ah, sí? —replicó ella con extrañeza—. ¿En qué si puede saberse?

—Para empezar, los estúpidos escarceos que suceden en esta ciudad no tienen ninguna importancia.

—¿Y eso es bueno?

Dan la contempló ligeramente exasperado.

—Guerrera como siempre. ¿No puedes abandonar esa actitud de ataque ni por un momento?

—De acuerdo —concedió tras considerar las palabras de Danilo—. Vamos a hablar con franqueza. Cuando nos separamos, sabía cuáles eran tus sentimientos hacia mí, lo confieso, pero no sabía qué sentía yo. Hasta que no me encontrara a mí misma, no podía decirte ni sí ni no. Ahora ya sé dónde está mi lugar.

—Entre los elfos.

—Era algo que debía hacer. Durante la mayor parte de mi vida, he vivido y trabajado entre humanos. Ésta —dijo tocando la hoja de luna envainada— era mi única herencia elfa. Siempre tuve la impresión de que esta espada definía quién soy, pero lo desconocía casi todo sobre ella. Todo lo que ocurrió ese primer verano que pasamos separados fue parte de la búsqueda. Para entender la hoja de luna, tenía que volverme completamente elfa, al menos durante un tiempo. El breve período que pasé entre los elfos del bosque, incluidos los festejos del solsticio de verano, fue parte de eso. Si no hubiese vivido esa experiencia, no me habría entendido a mí misma, ni tampoco mi corazón.

Danilo no podía negar la lógica que encerraban las palabras de Arilyn, aunque no las aceptaba. Se quedó mirando por la ventana del estudio mucho rato, apenas dándose cuenta de que las hojas empezaban a teñirse con los colores del otoño. Se le ocurrió una docena de respuestas y las descartó todas. Al final, habló espontáneamente.

—Espero que no me consideres indiscreto si te pregunto cómo se llamaba.

—Foxfire —repuso ella sin vacilar—. Era el jefe de los guerreros de un clan del oeste. Fue y sigue siendo un buen amigo.

A Dan le dolió escuchar eso, pues tal respuesta le sugería un montón de posibilidades que apenas se atrevía a explorar.

—Has regresado a ese bosque en más de una ocasión —dijo con cautela.

—Sí. Tengo responsabilidades.

—¿Es que hay un hijo? —preguntó Dan apesadumbrado.

Los ojos de Arilyn se ensombrecieron por la sorpresa y la indignación.

—¿Crees que me hubiera olvidado de mencionar algo así? ¿O es que me imaginas entrando a hurtadillas a medianoche en un refugio para mercenarias solteras?

De haber estado de mejor humor, esa absurda imagen le habría parecido muy divertida.

—Sí, sí. Te pido perdón. Es que esta revelación me ha dejado algo trastornado. — Tras reflexionar sobre sus propias palabras, añadió con una sonrisa leve y dolida—:

Supongo que acabo de hacer el comentario más obvio de toda mi vida.

—Hablemos de ello. —La semielfa se levantó de la silla y lo miró a la cara—. He vivido cuarenta años y la mayor parte de ellos han sido muy duros. ¿Esperabas, de verdad, que siguiera siendo doncella?

—Bueno...

—Ya veo que sí. En ese caso, ¿debo suponer que tú has seguido el código de conducta de un paladín?

—Me temo que no. —Dan suspiró. Tenía que hallar el modo de explicarle que había un código escrito distinto para cada uno de ellos—. Aunque hubieses tenido una veintena de amantes no me habrían importado de ser humanos.

—Pero ¿qué tontería es ésa? —exclamó Arilyn, escandalizada.

—No es ninguna tontería. Cuando te marchaste al bosque, nos unía una especie de vínculo élfico gracias a la magia de tu espada. Cuando regresaste, me juraste que me amabas. No obstante, ante todo, eras leal a los elfos del bosque y siempre me has ocultado lo sucedido allí. ¿Qué quieres que piense?

—¿Te lo habrías tomado mejor si te lo hubiera contado enseguida? —Arilyn empezaba a sentirse un poco exasperada.

—Probablemente, no —admitió él. Hizo una breve pausa para tratar de aclararse en la confusión de sus emociones—. Perdóname. Deseaba un cambio y, en estos últimos dos días, los hados se han empeñado en concederme mi deseo. Apenas acabo de enterarme de que en mi familia hay sangre elfa, cortesía de nuestro querido archimago.

Para mí fue una revelación sorprendente y mucho más importante de lo que soy capaz

de expresar con palabras. No obstante, en vista de los hechos, me temo que esas gotas de sangre elfa no bastan; el vino está demasiado aguado.

En los ojos de Arilyn se encendió una chispa de comprensión, que enseguida se convirtió en incredulidad.

—¿Te he entendido bien? ¿Temes la comparación con un elfo?

—Bueno, yo no lo diría de un modo tan brutal —se defendió Dan, pues las palabras de la mujer lo hacían quedar como un estúpido—. Deja que te lo explique. Sé qué opinión tienen los elfos sobre los semielfos. Hace más de seis años que te conozco y he visto cómo te mortifica eso. Una parte de mí se alegra de corazón de que por fin te aceptaran y compartieras con ellos el espíritu de comunión. Sé que lo deseabas con todas tus fuerzas. No obstante, como todos los enamorados, tengo un interés egoísta en el asunto.

»Ése es el dilema —suspiró—. Conociéndote como te conozco, me pregunto si podrías ser realmente feliz con un humano.

Arilyn se tomó su tiempo antes de contestar. Se levantó y empezó a dar vueltas por el estudio, como si necesitara moverse para acicatear sus pensamientos.

—Has hablado de felicidad —dijo al fin—. He oído a muchas personas pronunciar esa palabra y nunca he entendido a qué se referían. Y me temo que ellos tampoco la entienden. Supongo que para ellos felicidad es tranquilidad eterna, dicha, una vida cómoda y cosas por el estilo.

Los labios del hombre esbozaron una peculiar sonrisa.

—Hablas como si estuvieras describiendo uno de los niveles inferiores del Abismo.

—Soy una guerrera —declaró con sencillez—. Mi madre me dio una espada de madera apenas fui capaz de tenerme en pie, y a ésa le siguió al poco tiempo otra de acero. Nunca he pensado en términos de comodidad y bienestar, ni en nada que se le parezca. Pero de algo estoy segura: prefiero luchar contigo que contra cualquier otro.

Dan se la quedó mirando largamente.

—¿Luchar conmigo o junto a mí?

—Ambas cosas, supongo —replicó ella, risueña—. ¿Te basta con eso?

Danilo le cogió una mano, se la llevó a los labios y besó sus dedos blancos y delicados al mismo tiempo que con el pulgar le acariciaba la áspera palma, típica de una guerrera.

—Es la mayor felicidad a la que podría aspirar un humano... o un elfo.

Su primera lucha no se hizo esperar. Pararon otro carruaje para dirigirse a la heredad de la familia Eltorchul, sita más al oeste, y durante todo el camino no dejaron de discutir sobre lo que Dan estaba a punto de hacer. Uno de los aguaceros tan típicos en el cambio de estación se abatió desde el mar, por lo que el ruido de la lluvia y los truenos ponía el contrapunto a la pelea.

—Oth Eltorchul está muerto —fue el argumento final de la semielfa—. Su espíritu se encuentra en la otra vida, que se ha ganado mediante sus acciones en ésta. ¿Quién eres tú para entrometerte?

—¿Quién soy yo para tomar tal decisión? Es su familia quien debe decidir. De todos modos, debo informarles de la muerte de Oth.

Arilyn lanzó una torva mirada a la caja que Danilo había colocado en el suelo del carruaje, entre ellos dos.

—¿Es así como piensas comunicarles la noticia? ¿Mostrándoles esa cosa?

—¡Concédeme un poco de sentido común! Desde luego, debes admitir que después de enterarse tienen todo el derecho a quedarse con la caja. Incluso si deciden no intentar una resurrección, querrán enterrar los restos de Oth. La familia Eltorchul posee

un mausoleo en la Ciudad de los Muertos y, según tengo entendido, es imponente: una puerta dimensional conduce a sus catacumbas privadas. Supongo que tiene que ser imponente —caviló—. Es una familia muy numerosa, con un índice muy elevado de trágicas muertes. Ése es el riesgo que se corre cuando uno se dedica a investigar magia y enseñarla. Ahora que lo pienso, algunos de mis primeros maestros estuvieron a punto de reunirse con sus antepasados. ¿Te he explicado que la barba de Athol se encendió una vez por culpa de la tinta iluminada que yo creé?

La semielfa lo hizo callar con una mirada fulminante y luego se dedicó a contemplar la ciudad. La familia Eltorchul —como tantas otras pertenecientes a la nobleza de Aguas Profundas— poseía más de una residencia en la ciudad y probablemente otras fuera de ella. El carruaje alquilado atravesaba el distrito del mar, el barrio más rico y selecto de la ciudad.

Como raramente tenía razones para ir allí, procuró grabar en su memoria los vericuetos y edificios del barrio. Las calles eran anchas y estaban pavimentadas con piedra lisa y labrada. A ambos lados, se alzaban altos muros, tras los cuales se ocultaban espléndidas fincas o templos. Las torres se elevaban hacia el cielo. Muchas de ellas eran de un diseño tan extravagante que solamente podían haber sido creadas y erigidas mediante la magia. Torrecillas, balconadas y gabletes engalanaban las alturas. Las gárgolas vigilaban la ciudad con sus ojos de piedra, y estandartes de vivos colores ondeaban al viento bajo la lluvia.

—Este barrio no tardará en quedar desierto —comentó Danilo para romper el silencio—. El viento presagia la llegada del invierno.

Arilyn asintió, cabizbaja. Su ánimo decayó aún más cuando el vehículo dobló por la vía de la Estrella Matutina y la Torre Eltorchul apareció a la vista.

La compleja estructura conformaba el extremo más oriental de una estrecha calle conocida como paseo del Fantasma. Al observar ese extraño paraje, Arilyn sintió un escalofrío que no sólo se debía al nombre y al recelo que le inspiraba la magia humana.

Torres de una piedra de empañado tono gris se alzaban hacia lo alto, casi todas ellas conectadas por pasarelas y escaleras que parecían surgir de la nada y conducir a ninguna parte. Varios homúnculos —diablillos con alas de murciélago que actuaban como familiares de brujos— aleteaban silenciosamente por aquel laberinto arquitectónico; desaparecían y volvían a aparecer sin razón ni pauta aparente. De una de las torres emanaba humo azulado de acre olor, prueba de que dentro se estaban realizando actividades mágicas.

Al apearse, Arilyn se percató de que, cerca de la verja de entrada, el suelo de piedra de la calle se veía ennegrecido, como si se hubieran encendido un centenar de hogueras o hubieran impactado rayos de luz.

—Ya ves cómo reciben a los visitantes indeseados —murmuró Danilo mientras tiraba del llamador.

Una muchacha de piel oscura, ataviada con la túnica y el delantal de los aprendices de la familia Eltorchul, acudió a su llamada. Dan solicitó ser recibido por Thesp Eltorchul, el patriarca de la familia. Esperaron en el vestíbulo mientras la aprendiza desaparecía para poner a secar sus capas empapadas por la lluvia, sentados bajo un tapiz en el que se representaba la coronación de un antiguo monarca, probablemente un antepasado de Azoun de Cormyr, aunque Arilyn dudaba de qué Azoun en concreto el artista pretendía honrar.

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