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Authors: Elaine Cunningham

Las esferas de sueños (36 page)

El semiogro apareció en la puerta.

—Todo está listo —anunció ásperamente.

Rechazó todas las ofertas de ayuda y llevó en brazos a Lilly hasta el carruaje que esperaba.

El vehículo —cerrado y con una plataforma— avanzó a paso moroso hacia la mansión Thann. Danilo y Arilyn se aseguraron de que quedara estacionado en la cochera y, a continuación, se encaminaron hacia la mansión. El señor y la señora de la casa ya habían sido informados de su llegada. Cassandra los esperaba a la puerta, pálida de ira.

—¿Cómo te atreves a traer este escandaloso asunto a mi puerta?

Sin hacerle caso —seguramente era la primera vez que alguien le hacía tal desaire—, Danilo miró por encima del hombro de su madre para dirigirse a su padre.

—Padre, Lilly estaba en peligro. Sin duda, lo sabías y, no obstante, me lo presentaste como si tan sólo se tratase de un asunto molesto. Ahora Lilly está muerta; tu hija, mi hermana. Lamento el dolor que esto te pueda causar, madre —dijo a Cassandra—, pero se trata de algo que debería haber salido a la luz mucho tiempo atrás.

Antes de que la dama tuviera tiempo para responder, el mayordomo de la familia irrumpió como un espantapájaros arrastrado por un vendaval. Arilyn jamás lo había visto con un aspecto tan desastrado: la camisa por fuera; el fajín y el emblema que proclamaban su posición, torcidos, y la rala cabellera rubio rojiza de punta, como tallos de paja. Asimismo, debido a una leve hinchazón en el labio superior, esbozaba lo que en cualquier otro hubiese parecido una sonrisa irónica y ladina.

—Lord Gundwynd desea ser recibido, señora —anunció con rígida dignidad y arrastrando las palabras.

—Ahora no, Yartsworth —replicaron todos los presentes en extraña y perfecta unanimidad.

—Se muestra muy insistente —señaló el mayordomo, tocándose con cautela el labio hinchado.

Cassandra se fijó en ese detalle y su indignación aumentó varios grados.

—Hazlo pasar —ordenó.

Un hombrecillo gris entró en tromba en el salón. Antes de poder decir ni media palabra, lady Cassandra se lanzó sobre él como un halcón cazador.

—¡Esto es totalmente inaceptable, Gundwynd! A tus servidores tratadlos como gustéis, pero no oséis maltratar a nadie que esté a mi servicio.

Lord Gundwynd retrocedió un paso; había perdido mucho fuelle, aunque enseguida volvió a mostrar la misma actitud batalladora.

—Supongo que ya estaréis enterada de mi desgracia, como toda la ciudad —dijo fríamente.

—Los Thann también hemos sufrido pérdidas.

—¡Si las pérdidas se limitaran a la emboscada! —estalló el noble—. Todos los elfos que tenía a mi servicio se han despedido. ¿Sabéis lo que cuesta encontrar jinetes para monturas voladoras? Y por si eso fuera poco, todos los elfos de la ciudad y también de fuera de ella han amenazado con negarse a utilizar ningún medio de transporte Gundwynd, ni a comprar ni vender las mercancías que promueva mi familia. Gracias a

los dioses, los elfos no son muy numerosos. ¡Pero este escándalo podría ser mi ruina!

—Cuánto lo siento —dijo Danilo en un tono monótono y mucha ironía.

Arilyn reparó en que el joven bardo daba un paso hacia ella silenciosamente, tal vez de manera involuntaria y espontánea, declarando sus lealtades.

El lord se le encaró.

—¡Más lo vas a sentir! No me extrañaría nada saber que tienes algo que ver en todo este asunto, y también ese elfo del que tan amigo eres. Por no hablar de ésta de aquí —dijo mirando coléricamente a Arilyn—. Bueno, la verdad saldrá a la luz. ¡Pienso llevar a juicio a los Thann y los Ilzimmer para que los Señores aclaren lo ocurrido!

Un largo silencio siguió a esas palabras. Lord Rhammas palideció tanto que Danilo temió que fuese a desmayarse.

Cassandra se aproximó a su marido como si creyera que su proximidad le daría ánimos.

—No son más que amenazas vanas, Gundwynd. Tenéis demasiado a perder si emprendéis esa acción.

—¡Mi familia se enfrenta a la deshonra! Si las cosas llegan a ese extremo, no me importará a quién arrastre en la caída. Pienso descubrir al responsable; tenedlo muy en cuenta.

Danilo comenzó a discernir una pauta. Según Bronwyn, las esferas de sueños habían salido de la tienda de Mizzen el mismo día en el que la caravana de Gundwynd había regresado a Aguas Profundas. La antigua arpista le había comunicado el mal funcionamiento de su bolsa de envíos, lo cual había provocado que el pequeño orbe de cristal permaneciera dentro de la bolsa mágica. Lilly, que había vendido un rubí robado de la caravana, poseía una esfera de sueños al morir. A Danilo le pareció evidente que la muerte de su hermana estaba estrechamente relacionada con esa serie de acontecimientos. Sin pensar en las posibles consecuencias, Danilo se sacó la esfera de sueños que había escondido en la bota y que Arilyn había hallado en la alcoba de Lilly.

—¿Había algunas de éstas entre las mercancías robadas?

El rostro de lord Gundwynd se tiñó de un intenso morado, y sus ojos buscaron con expresión culpable a Cassandra, la cual se había puesto en guardia de repente. Después de emitir unos cuantos resoplidos y murmullos, admitió que sí.

—Teníamos un trato —afirmó la dama con frialdad—. ¡Ninguno de nosotros apoyaría la venta de esas baratijas!

—La entrega se preparó mucho antes de que acordásemos no vender. Era un asunto entre Mizzen Doar y Oth Eltorchul. Arreglad cuentas con cualquiera de ellos. — Contempló con ojos entrecerrados la esfera que Danilo sostenía en la mano—. ¿De dónde la has sacado?

—De un callejón detrás del bazar —mintió Danilo sin pensar—. Quienes asaltaron la caravana conocen bien su oficio, pues la mercancía ya está en la calle.

El mercader lanzó un resoplido de incredulidad.

—¡Lo sabía! —estalló—. Sabía que la familia Thann estaba detrás de todo esto; estáis compinchados con el lord elfo. ¡Ya veo cómo habéis respetado el acuerdo, señora! Os llevaré a todos a la ruina antes de que esto acabe. —Hendió el aire con la mano en un gesto de carácter definitivo, o de posible ejecución; giró sobre sus talones y se marchó.

Cassandra inspiró profundamente para calmarse antes de interpelar a su hijo.

—Danilo, te pregunto lo mismo que lord Gundwynd: ¿de dónde has sacado esa cosa infernal?

—La tenía Lilly. A la luz de la muerte de Oth, es razonable suponer que las esferas de sueños han desempeñado un papel en el asesinato de Lilly.

La dama palideció.

—¡Por todos los dioses! ¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?

—Sé que tenía una hermana que estaba en peligro y necesitaba mi ayuda. Y sé que le fallé. Ahora está muerta, y pienso descubrir por qué.

—No me vengas con sensiblerías. —La airada mirada azul de Cassandra se posó en la atenta semielfa—. ¿No le puedes instilar un poco de sentido común?

Arilyn simplemente se encogió de hombros.

—Deja que te exponga la situación —comenzó a explicar Cassandra, exasperada—. Muchas caravanas son atacadas. Los piratas y bandidos son los riesgos del comercio. El robo de la caravana fue inusual, pero podríamos haberlo aclarado discretamente nosotros mismos. No sé por qué razón los rumores se están convirtiendo en un juego de adivinanzas de salón, en el que todos los implicados son sospechosos. Al enseñarle esa..., esa cosa a Gundwynd mientras estaba despotricando sobre la emboscada has dado alas a sus suposiciones. ¿A qué conclusión crees que llegará cuando sepa qué has traído a la mansión familiar? ¿Acaso crees que no podría juntar las piezas? ¡Con tus acciones has hecho que parezca que la pequeña bastarda de Rhammas participó en el robo!

—No era ésa mi intención, ni mucho menos.

—Las intenciones no cuentan, pero las impresiones sí, y mucho. Es muy posible que todo esto ponga a la familia Thann en una posición insostenible. Una vez que este nuevo escándalo salga a la luz, y saldrá porque tú mismo te has ocupado de que así sea, todos creerán que la chica actuó con la complicidad de los legítimos Thann.

—¿Cómo podría alguien con dos dedos de frente sacar esa conclusión? —protestó lord Rhammas—. ¡Ni siquiera sabía de la existencia de la muchacha hasta después del ataque! Por lo poco que la conocí, me atrevo a afirmar que ella no tuvo nada que ver en tal sórdido asunto.

—¡Oh!, estoy segura de que todo el mundo en Aguas Profundas aceptará tu palabra como si se tratara del mismísimo Ao —replicó la dama, enojada, mirando alternativamente a su marido y a su hijo—. ¡No sois más que un par de chiquillos que se han dejado encandilar por una indigna mujerzuela!

—Es un comentario muy cruel, incluso viniendo de ti —repuso Danilo con igual calor.

—Piensa lo que quieras, pero obedéceme en esto. El asunto ha muerto junto con la chica. Tú y Arilyn ya habéis causado más problemas de los que podríais solucionar con sortilegios, dinero, espada o magia.

Danilo se quedó mirando a su madre un largo instante.

—Perdóname, madre, pero debo señalar que tus palabras pueden interpretarse como una amenaza.

La dama esbozó una delgada sonrisa, tan afilada como una daga.

—¿De veras? Me alegra oírtelo decir, porque demuestra que no eres tan estúpido como indica tu conducta de hoy.

—Pero...

—Ya basta —ordenó la dama fríamente. De repente cambió de táctica—. ¿Te gustaría que reconociésemos a la chica como parte de la familia y fuese enterrada en la tumba de los Thann?

Esa inesperada concesión aplacó hasta cierto punto la furia de Danilo.

—Gracias, aunque sinceramente debo decir que el asunto no acabará aquí.

—Tal vez no —murmuró Cassandra—, pero haremos todo lo posible.

Arilyn partió directamente desde la villa Thann, dejando a Danilo que batallara solo con lady Cassandra sobre los detalles del funeral de Lilly. La semielfa siguió el

rastro de Isabeau hasta la granja del pomar, y los granjeros le confirmaron la historia que Héctor había relatado a Danilo.

Isabeau había partido poco después de que sus salvadores la depositaran sana y salva en la finca, aunque tuvo tiempo para insultar a los campesinos que habían arriesgado su vida y su seguridad para dar cobijo a esa protegida de los arpistas.

Mientras seguía el rastro del caballo de Isabeau, Arilyn se preguntaba cuál debía de ser su destino y qué tipo de recepción esperaba.

Todo indicaba que las ambiciones de Isabeau subían más rápidamente que las faldas de una cortesana. Pocas lunas atrás, cuando la encontraron en el camino al norte de Puerta de Baldur, tuvo suficiente con abandonar el remoto asentamiento de gnomos en el que había vivido siempre. A la joven le encantó Aguas Profundas y se mostró más que agradecida con la modesta fortuna que le aguardaba en la ciudad, que en su mayor parte era legado de su madre, que había sido obligada a abandonar la ciudad sin darle tiempo a liquidar sus posesiones. Pero Isabeau ya no se contentaba con haber pasado de moza de taberna a ser una dama de alcurnia y de posibles; había progresado del robo al asesinato.

Arilyn estaba firmemente convencida de ello pese a las circunstancias que habían concurrido en la muerte de Oth. Tanto si Isabeau era responsable o no del asesinato del mago, había abandonado a Lilly a su destino y, a ojos de Arilyn, eso hacía a Isabeau tan culpable como si hubiese degollado ella misma a Lilly.

No era mucho más compasiva con los animales que dependían de ella; Isabeau había impuesto al caballo prestado un ritmo frenético, sin pensar ni por un segundo en la seguridad del corcel. La noche anterior la luna había sido llena, y los siete relucientes fragmentos que seguían la trayectoria del orbe plateado por el firmamento brillaban tanto como fuegos fatuos. Pero por luminosa que fuese la noche —o para el caso, el día—, no justificaba que se obligara a cabalgar a un caballo por un terreno tan escarpado.

Mientras seguía el rastro, el camino se fue haciendo cada vez más ancho, y el bosque dio paso a tierras de labranza. Arilyn pasó junto a un puñado de pulcras casitas, atravesó un campo de árboles frutales cargados con frutos tardíos y llegó a la verja de una imponente finca.

Ignoraba quién era el propietario de esas tierras. Muchos de los nobles comerciantes de Aguas Profundas poseían granjas, establos o casas solariegas en las tierras del norte. Una cosa era cierta: el dueño de todo eso albergaba oscuras fantasías.

La finca y el muro que la rodeaba habían sido erigidos con piedra gris, un fantasmagórico color que parecía fundirse con la neblina del cercano crepúsculo. Las gárgolas, en su mayor parte gatos alados con una expresión de burla vampírica, vigilaban desde la muralla y las torres. Arilyn no se molestó en detenerse en la torre de entrada para solicitar ser admitida, aunque los guardias parecían más interesados en una partida de dados que en vigilar. Cuando un grupo de campesinos se aproximó a la puerta de entrada empujando un carro cargado con productos de finales de verano, Arilyn ocultó el caballo en las sombras del huerto de árboles frutales y sacó una cuerda muy larga y delgada de la silla.

Bordeó con sigilo el muro posterior y arrojó la cuerda. El primer intento quedó corto, pero al segundo logró engancharla a una de las gárgolas. Después de darle un fuerte tirón para asegurarse de que aguantaría, escaló rápidamente el muro. Usando un olmo de gran envergadura para ocultarse, desenrolló la cuerda por el otro lado del muro y se deslizó hasta el suelo.

Aprovechando que los cocineros de la finca regateaban con los campesinos por el precio de las zanahorias y los repollos, y que los guardias tenían toda su atención puesta

en la escena, Arilyn se introdujo en el edificio por la puerta de la cocina para esperar el anochecer. Resultó una decisión afortunada porque los pesados tapices y cortinas colocados para impedir el paso del frío eran asimismo escondites estupendos.

Cuando todo se quedó a oscuras y en silencio, Arilyn salió a los pasillos. Nadie le cortó el paso, pues los sirvientes se tomaban sus responsabilidades con una laxitud típica de quienes trabajan bajo la férula de un tirano ausente. La semielfa iba entrando en todos los dormitorios para comprobar quién los ocupaba. Casi todos ellos estaban vacíos, pues la familia noble no se encontraba en esos momentos en la finca.

Asimismo, las puertas estaban abiertas. En el fondo de un pasillo muy largo, cerca de un balcón que daba al jardín, encontró una puerta cerrada. Arilyn accionó la manija, pero estaba cerrada con llave. Lo que hizo fue sacar una delgada hoja de papel de la mochila, deslizarla por debajo de la puerta y, a continuación, insertar en la cerradura una ganzúa para que la llave cayera sobre el papel. Lamentablemente, la llave no estaba en la cerradura. Forzar la puerta le llevaría unos minutos más. Sin embargo, sus dedos no habían perdido la habilidad, y la puerta no se le resistió. Cautelosamente, la abrió.

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