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Authors: Elaine Cunningham

Las esferas de sueños (40 page)

Monroe cumplió el encargo con admirable presteza y dejó sobre el respaldo de una silla una camisa larga de lino y un vestido suelto.

—Son prendas muy sencillas, aunque espero que por el momento bastarán — anunció mientras salía.

Arilyn miró con aprobación las prácticas prendas.

—Tu mayordomo tiene sentido común. Claro que debería sentirme un poco rara por llevar las ropas de otra mujer.

—¿De verdad hay otras mujeres? —inquirió Danilo perplejo.

Arilyn le lanzó una mirada burlona.

—Tú sigue pensando así, y todo irá de maravilla.

La paz y la unidad de esa mañana duró lo que tardaron en poner un pie en la calle.

La mirada de Arilyn se tornó dura y vigilante. De ella emanaba una especie de bruma, que era el aura de una luchadora que se prepara para la batalla.

—Estás tan nerviosa como una ardilla —observó Dan—. ¿Qué pasa?

—No estoy segura.

La semielfa parecía sinceramente desconcertada.

—¿Y la espada?

Danilo se refirió a la hoja de luna sin el resentimiento que lo había afligido durante tanto tiempo.

—No hay ningún aviso, pero noto como si nos estuvieran siguiendo. No sé por qué. No oigo nada. Es sólo una sensación.

Esquivaron una alcantarilla abierta, pues recordaban perfectamente el ataque que habían sufrido la última vez que Arilyn había presentido el peligro, y se encaminaron

rápidamente a calles más concurridas.

Allí, tan cerca del mercado, los vendedores ambulantes hacían buen negocio. El aroma de pequeñas empanadas de carne flotaba en el aire, y de las cestas llenas de hogazas de pan recién horneado salía un fragante vapor. La gente comía el pan mientras caminaba y, para ayudar a bajarlo, de vez en cuando, hacían un alto para echar un trago de cerveza de barril o de leche fresca, que les servían de cubos.

Un grito de mujer los dejó a ambos paralizados.

Antes de que Danilo pudiera volverse hacia la fuente del sonido, Arilyn ya había desenvainado la espada. Aunque no brillaba con luz mágica, las runas grabadas a lo largo de la hoja —ocho en total, una por cada elfo que la había usado y la había imbuido de un nuevo poder— atrajeron la atención de Danilo. Una de las runas emitía una inquietante refulgencia blanca.

Era la primera vez que veía a la espada responder de ese modo. Se trataba de un resplandor en nada parecido a la luz azulada que advertía de un peligro inminente, ni tampoco al suave lustre verde que avisaba a Arilyn cuando los elfos necesitaban su ayuda.

La mujer lanzó otro grito, que recordó un sollozo ahogado. Danilo desvió con esfuerzo la vista de la hoja de luna. Vio a una joven lechera junto al taburete y el cubo volcados, que se tapaba la boca con las manos y abría desmesuradamente los ojos, por completo ajena al charco de leche derramada que se formaba en torno a sus pies.

Aunque la chica no parecía correr un peligro inminente, Danilo siguió su mirada hacia lo que la había alterado tanto.

Detrás de Arilyn, apenas distinguible en el juego de luces y sombras que generaba la multitud en la calle, vio la fantasmal imagen de una elfa.

Aunque la figura era vaga y translúcida como una burbuja de jabón, el joven bardo pudo distinguir una expresión severa y una melena color zafiro recogida en una prieta y práctica trenza para que no molestara en la batalla.

—Thassitalia —murmuró Arilyn.

Danilo había oído ese nombre y supo de inmediato qué significaba. Era una sombra élfica: una manifestación de la magia de la hoja de luna y símbolo del profundo vínculo espiritual que existía entre elfa y su espada. Thassitalia fue una de las antepasadas de Arilyn, una de las elfas que habían blandido la hoja de luna y cuyo espíritu confería magia a la espada elfa.

No era ésa la primera vez que veía a una sombra élfica, pero en la ocasión anterior le había parecido más sólida y tenía el rostro de Arilyn. Había sucedido en una época de incertidumbre y peligro, pues un mago elfo había pervertido la magia de la hoja de luna para utilizarla en beneficio propio. Arilyn le había confesado que la acosaban las pesadillas sobre la posibilidad de que pudiera repetirse. Quizá sus temores se habían hecho realidad.

La efímera sombra los escrutó con una expresión de perplejidad y consternación en su rostro espectral. Arilyn también se había quedado atónita.

—No te he invocado —dijo al espectro en idioma élfico—. Regresa enseguida a la espada.

Pero la esencia de la guerrera Thassitalia sacudió la cabeza, no porque se negara, sino para indicar que no oía o no entendía.

Danilo cogió a Arilyn del brazo.

—Sigamos antes de que cunda el pánico —le susurró.

La semielfa asintió y se agachó para entrar tras él en una estrecha abertura entre dos edificios. Siguieron la ruta arpista: una intrincada senda secreta que transcurría por callejones, tejados y por las entradas secretas de tiendas cuyos propietarios simpatizaban con la organización.

La fantasmal elfa los siguió pegada a ellos, como una tercera sombra.

Elaith Craulnober avanzaba con sigilo por una ruta igualmente tortuosa, tan silencioso y anónimo como algún que otro gato que acechaba por el callejón en busca de presas.

Pese a toda su riqueza y poder, el elfo aún podía moverse por la ciudad sin llamar demasiado la atención. Lo prefería así. Ésa era una de las razones por las cuales su reciente inclusión en la lista de invitados de Galinda Raventree había sido tan poco acertada.

Muchas personas acaudaladas e influyentes de Aguas Profundas lo conocían de oídas, pero no personalmente. Tal circunstancia permitía a Elaith tratar con ellas u obtener en el curso de conversaciones livianas información que jamás de los jamases revelarían a un competidor. Si había renunciado a esa ventaja, había sido por complacer al humano a quien había nombrado «amigo de los elfos». Desde el baile, los nobles ya lo conocían, o al menos eso pensaban ellos. Si realmente lo hubieran conocido, no lo habrían atacado enviando contra él una banda de hombres enmascarados y soldados de segunda como Rhep.

Era casi vergonzoso que no llegaran a saber nunca de qué forma pensaba vengarse, aunque así eran las cosas. Elaith nunca se habría enriquecido ni hubiese tenido éxito de haber actuado de manera abierta y franca. Y tampoco podría sobrevivir si él y sus actividades se convertían en un foco de atención. Había llegado el momento de desviar la mirada de la nobleza comerciante.

Halló a Rhep holgazaneando en la parte trasera de un almacén propiedad de los Ilzimmer, lanzando dados contra una pared con un trío de soldados mercenarios de la familia. Oculto en las sombras, el elfo observó atentamente a su rival. Una mujer ataviada con un vestido escarlata de muy mal gusto esperaba apoyada en un barril desechado. Su actitud era de indiferencia. Por los vulgares comentarios de los jugadores, Elaith supo que la mujer sería el premio para el ganador. Habían hecho fondo común para pagar la tarifa de la mujer.

«¡Ojalá que Rhep gane!», se dijo Elaith. De ese modo, lo seguiría hacia el rincón que eligiera para disfrutar de su premio y podría tratar con él en privado, o casi.

Pero ese día la diosa fortuna no sonrió a Rhep. Un hombrecillo bajo, con barba bermeja y una pata de palo se alejó con la mujer, muy ufano. Sus camaradas iniciaron otra partida, sólo para divertirse, mientras discutían la posibilidad de que les fiaran en alguna taberna. Cuando ya se iban, el elfo logró atraer la mirada de Rhep.

El mercenario se detuvo bruscamente y se atusó el pelo con movimientos exagerados.

—Id sin mí, chicos. Creo que he perdido mi mejor dado —improvisó.

Tan pronto como los hombres se alejaron, Elaith salió de las sombras.

—Tu nariz se está curando muy bien —comentó—. Si bien es mayor y más chata de lo que era antes, ¿qué es eso en relación con todo lo demás?

—Vigila lo que dices, elfo. Puedo matarte rápidamente o alargar las cosas, y entonces verías mi cara más fea.

—Bueno, no creo que pueda empeorar mucho.

El hombretón abrió bruscamente la puerta del almacén y se asomó.

—Adentro. Vamos a zanjar esto ahora mismo.

Elaith hizo una reverencia y extendió una mano para indicarle que fuese delante.

Tal recordatorio de su traicionero comportamiento hizo brotar un apagado arrebol en el rostro del mercenario. Rhep desenvainó la espada y deliberadamente entró en el almacén caminando hacia atrás para no dar la espalda a su rival.

Elaith lo aplaudió silenciosamente. En cuanto a insultos, ése era bastante bueno.

Cualquier insinuación de que ambos tenían la misma catadura moral era una vil calumnia.

—Sólo uno saldrá vivo de aquí —anunció Rhep.

—De acuerdo.

Elaith desenvainó y comenzó a dar vueltas alrededor de Rhep.

Rhep iba girando para no darle nunca la espalda, aunque prefirió esperar a que el otro atacara primero. Elaith lo complació lanzándole una estocada alta a la velocidad del rayo.

Antes de que el mercenario pudiera efectuar una parada, Elaith giró y pasó junto al humano. La espada del elfo rozó la oreja de Rhep. En el golpe de regreso, blandió la espada baja e hizo un tajo en el fondillo del pantalón de cuero del humano.

Rhep aulló, dio media vuelta y se abalanzó hacia el elfo, pero Elaith ya se había alejado. El elfo seguía los movimientos del adversario manteniéndose justo fuera de su campo visual. Cuando atacó, le hizo un corte superficial a lo largo de la mejilla.

Inmediatamente, retrocedió un paso y dio al rival la oportunidad de que se le enfrentara. El mercenario embistió con una furiosa descarga de golpes rápidos y potentes que Elaith fue rechazando con una destreza, una economía de movimientos y una facilidad que resultaban ofensivas para el rival. Durante un rato, se contentó con defenderse con una mano posada en la empuñadura de la espada y la otra ligeramente apoyada en una cadera, sin necesidad de mover los pies. Sus labios esbozaban permanentemente una leve sonrisa burlona. Estaba decidido a divertirse.

Por fin, Rhep retrocedió. Ambos contrincantes dieron vueltas uno alrededor del otro con las espadas en guardia baja. Mientras recuperaba el aliento, Rhep se llevó una mano al trasero para explorar la primera herida recibida. Cuando se miró la mano, la tenía manchada de sangre. Se la limpió en la túnica y dirigió al elfo una sonrisa desafiante.

—Ya me habían dicho que los elfos prefieren atacar a un hombre por detrás. Tú ya me entiendes.

Elaith hizo caso omiso al vulgar comentario.

—Considérate afortunado. Podría haberte cortado el tendón de la corva.

Las palabras del elfo borraron la sonrisa del rostro de Rhep. Su bravata se desvaneció al darse cuenta de que el elfo decía la verdad y que podría haber dado por finalizado el duelo con tanta rapidez y facilidad. Los ojos del hombre se oscurecieron al imaginarse a sí mismo tirado en el suelo, incapaz de levantarse mientras esperaba, impotente, el golpe de gracia.

—Ya basta de juegos —declaró en tono grave—. Acabemos con esto de una vez.

Se lanzó a la carga, sosteniendo la espada alta con ambas manos. Entonces, la descargó con todas sus fuerzas contra el elfo, echando el resto en su superior tamaño y fuerza.

Elaith hurtó el cuerpo girando a un lado sin molestarse en parar el tremendo golpe.

Lejos de darse por vencido, Rhep siguió atacando con toda su furia y su fuerza.

El elfo tuvo que reconocer que era una buena estrategia, pues le obligaba a defenderse agarrando la espada con ambas manos y frenaba la velocidad de sus movimientos. Él era más bajo y rápido, pero Rhep había convertido el duelo en una lucha de fuerza bruta. Para compensar atacó acercándose tan peligrosamente a su adversario que recibió los furiosos golpes muy cerca de la empuñadura de la espada. El hecho de estar tan cerca le daba la oportunidad de usar una segunda arma.

Rhep se dio cuenta de sus intenciones y comenzó a recular. El elfo lo acosó sin tregua, parando todos sus golpes y asestándole otros tantos. Desesperado, el humano

atacó con dureza e inmediatamente le propinó un puñetazo con los nudillos desnudos. El elfo se ladeó para esquivar el golpe y, antes de que el mercenario pudiera retirar el brazo, le hirió con la espada. La hoja se hundió profundamente en la parte interior del codo. De inmediato, el mercenario cerró el puño y se lo acercó al hombro, cerrando así la herida con el brazo para frenar la pérdida de sangre. Con gesto adusto, siguió atacando, si bien con menos fuerza, pues solamente podía utilizar un brazo.

Con lentitud y determinación, el elfo impulsó hacia arriba las espadas trabadas.

Las armas se cruzaron por encima de su cabeza. Rhep logró enganchar la guarda curva de su espada por debajo del arma de Elaith. Con una sonrisa de triunfo, empujó hacia arriba con todas sus fuerzas, confiando en su superior estatura para arrancar el arma de manos de su rival.

El elfo se limitó a soltarla.

Rhep se tambaleó hacia atrás, comprendiendo demasiado tarde su error. Elaith cruzó los brazos y desenvainó dos cuchillos iguales de sendas fundas ocultas en los antebrazos. Atacó con la velocidad de una serpiente y hundió ambos cuchillos en la desprotegida garganta del rival.

El mercenario dejó caer la espada al suelo de madera, y mientras se desplomaba contra la pared, movía los labios para tratar de lanzar una última maldición. En las comisuras de la boca se le formaron burbujas carmesíes. La fuerza de voluntad y el espíritu se apagaron en sus ojos y dejaron sólo odio. El elfo miró hasta que también esa oscura luz se extinguió.

Bajó la vista hacia las finas dagas que empuñaba. Eran armas Amcathra, las mejores armas forjadas por humanos en la ciudad. Sin sentir ni dudas ni escrúpulos, lanzó primero una y luego la otra al cuerpo del mercenario de los Ilzimmer.

—Que saquen las conclusiones que quieran —murmuró.

A continuación dio media vuelta y se sumergió en las sombras, imaginándose con satisfacción las posibles consecuencias de ese acto.

15

El insólito trío formado por el bardo humano, la luchadora semielfa y la fantasmal sombra deambuló por la ciudad la mayor parte de la mañana. Finalmente, Danilo se detuvo en un jardín situado en una azotea, donde estaban a salvo de los ojos vigilantes y solamente serían visibles para los jinetes de grifos, que revoloteaban perezosamente entre las nubes. Ojalá que la visión de las legendarias criaturas no fuese tan aguda como para permitirles distinguir a la fantasmal elfa junto a Arilyn, con la mano apoyada en una espada igualmente fantasmal.

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