Las esferas de sueños (37 page)

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Authors: Elaine Cunningham

La luz de la luna entraba a raudales por una ventana redonda situada muy alta en una pared e iluminaba a una mujer dormida, así como a sus abundantes rizos oscuros desparramados sobre la almohada. Sin duda, se trataba de Isabeau Thione. Antes de despertarla, Arilyn examinó brevemente el dormitorio.

Era una estancia suntuosa pero macabra. El lecho, enorme, estaba tapado por un pesado cobertor de terciopelo rojo sangre. Las colgaduras de la cama y las cortinas habían sido confeccionadas con una tela similar. En el rincón montaba guardia una estatua de un hombre con cabeza de gato, y más gárgolas con forma de gatos alados la contemplaban con aire burlón encaramadas en altas columnas y repisas distribuidas por toda la habitación. Excepto por la durmiente Isabeau, el único signo de vida era un gato gris atigrado acurrucado a los pies de la cama. El felino alzó la cabeza y observó a Arilyn con mirada soñolienta, bostezó exageradamente y volvió a quedarse dormido.

Rápidamente, la semielfa inspeccionó el dormitorio en busca de puertas secretas, pero no halló ninguna. Al apartar una de las cortinas de terciopelo, descubrió un balcón.

Ató una cuerda a la baranda por si acaso tenía que huir precipitadamente, y entonces se volvió hacia su presa.

Arilyn saltó sobre el lecho, agarró a Isabeau por las muñecas y la inmovilizó levantándole los brazos por encima de la cabeza. El gato atigrado maulló y desapareció bajo la cama. Isabeau se despertó con un sobresaltado y muy poco elegante ronquido.

—Si gritas, te rompo los dedos —le amenazó Arilyn en voz baja.

Era una amenaza convincente, pues para un ladrón sus manos son la herramienta más valiosa; era como si un bailarín perdiera las piernas o un artista la vista.

Isabeau se quedó muy quieta.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —preguntó.

—Yo iba a preguntarte lo mismo. —Arilyn echó un rápido vistazo a la habitación—. ¿Dónde estamos? Hay más gatos que en Cormyr.

—Ésta es la hacienda de los Eltorchul —respondió Isabeau con altanería—. He sido invitada.

—¿Por quién?

—Por lord Oth, naturalmente. Él y yo somos... íntimos amigos.

Arilyn analizó la veracidad de esa jactanciosa declaración. Obviamente, Oth no la había invitado, aunque ¿acaso tal mentira encubría algo mucho peor? La semielfa decidió emplearse a fondo, pues por experiencia sabía que la gente solía enredarse en sus propias mentiras al tratar de explicar y justificar sus afirmaciones.

—Mientes —acusó a Isabeau.

Pero la otra no mordió el anzuelo.

—Tendrás que concretar un poco más.

—De acuerdo. ¿Qué te parece esto?: lord Oth está muerto —declaró Arilyn en tono rotundo.

En los ojos de Isabeau, apareció una mirada de pánico.

—Deja que me levante y te diré todo lo que sé —pidió con voz apagada.

Arilyn accedió, se levantó y se quedó de pie junto al lecho con los brazos cruzados. La antigua camarera se incorporó y se apartó la densa melena de un rostro súbitamente pálido.

—¿Estás segura de que ha muerto? ¿Quién lo mató? —inquirió.

A Arilyn le pareció muy interesante que Isabeau hubiese dado por supuesto que había sido un asesinato.

—¿Cómo sabes que su muerte no fue debida a una enfermedad o un accidente?

Isabeau desechó ambas posibilidades con un leve sonido de desdén.

—Por lo que sé de él, diría que es un milagro que viviera tanto tiempo.

—No obstante, te has alterado al enterarte de su muerte.

—¡Naturalmente! Lord Oth era un hombre acaudalado y poderoso. Podría haberme sido muy útil. ¿Ves esto? —Isabeau blandió una mano con los dedos extendidos para exhibir el anillo rosa y dorado que llevaba en el dedo corazón—. Él me lo regaló, y me dijo que siempre que quisiera alojarme en una de sus propiedades, sólo tenía que mostrarlo a la servidumbre.

—Has elegido un momento muy interesante para hacer uso de él. La mujer a la que sustituyes está muerta —dijo con frialdad.

Isabeau ni siquiera pestañeó.

—¿Y qué? El distrito de los muelles es un barrio peligroso.

—Especialmente si resulta que acechan tren.

—¿Tren? —La mujer alzó un hombro cubierto por seda—. No comprendo la palabra.

Arilyn tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para contenerse.

—¿Qué relación tenías con Lilly? —preguntó.

—¿Con quién? —Su tono de voz aburrido y burlón contrastaba con su desafiante mirada.

Arilyn vio que tenía dos posibilidades: seguir ese juego con normas que Isabeau comprendiera, o permitir que la mujer le tomara el pelo.

Optó por propinarle un bofetón con el dorso de la mano en su rostro hermoso y despectivo, y levantarla agarrándola por el pelo.

—Vamos a intentarlo otra vez —dijo en un tono de voz frío y amenazante.

Isabeau la observó de repente con algo más de respeto y le apartó las manos del pelo.

—Supongo que te refieres a la camarera pelirroja. Sí, ocupé su lugar. Oí a un hombre y una mujer que hablaban de sacar a una joven sana y salva de la ciudad. ¿Por qué tenía que ser ella y no yo? Aproveché la oportunidad del mismo modo que un hombre que se está ahogando se agarra de una cuerda. ¿Acaso lo culparías por intentar salvarse y le exigirías que muriese pensando que tal vez haya otro que se lo merece más?

Arilyn se cruzó de brazos.

—¿Te estabas ahogando? ¿En qué cloaca?

—He huido del elfo —respondió Isabeau, muy digna—. Ya sabes de quién hablo.

Me perseguía.

La semielfa procuró mantener una cara inexpresiva mientras reflexionaba sobre lo

que acababa de oír. Tenía que admitir que la historia de Isabeau era verosímil. Meses atrás Elaith había prometido a Danilo que no mataría a Isabeau. Quizás el elfo bribón creyó que había llegado el momento de romper su promesa. Si realmente perseguía a Isabeau, era probable que fuera el responsable de la muerte de Lilly. Con todas las armas que poseía, no le costaría mucho imitar el dibujo de unas garras de tren. Desde luego, tenía conocimiento de primera mano.

Entonces, la asaltó una idea más sombría: tal vez los asesinos tren con los que se había topado en la mansión Thann no pretendían tender una emboscada, sino que acudían a una cita. Errya Eltorchul había declarado que su hermano había hecho negocios con Elaith. Quizás esos negocios habían salido mal, y el elfo había querido matar a Oth. Una vez que Elaith fue descubierto con los tren, era posible que matara a alguno de ellos para no delatarse.

Mientras lo pensaba, Arilyn reconoció que se trataba de un razonamiento con muy poco apoyo real. Para empezar, con ese comportamiento Elaith se exponía a la futura venganza tren y, además, entre el elfo y cinco tren la habrían vencido fácilmente, y no habría quedado nadie para explicar lo ocurrido. No obstante, tal como había dicho a lady Cassandra, nunca había oído que Elaith matara a alguien de sangre elfa.

Centró toda su atención en la vigilante Isabeau. Sus palabras podían ser en parte verdad, pero Arilyn no confiaba en ella, ni tampoco creía que estuviera «por casualidad» en la taberna en la que trabajaba Lilly. Arilyn sabía qué podría haber llevado a Elaith hasta la puerta de Lilly y no le costaba ningún trabajo imaginar que Isabeau tuviera algo que ver con la adquisición de ese objeto.

—Como tú misma has dicho, el distrito de los muelles es un barrio peligroso — dijo Arilyn como si aceptara el argumento de la otra—. Recientemente, Lilly vendió un rubí de gran tamaño a un perista, por lo que era probable que tuviera dinero contante y sonante.

—¡Maldita tramposa! —exclamó Isabeau, golpeando el lecho con los puños y con mirada de furia.

Enseguida se dio cuenta de su error; la semielfa le había tendido una trampa para hacer que hablara, y ella había caído. Esbozó una mueca de furia vengativa y maligna que la afeaba. Arilyn contuvo la respiración y tuvo que luchar contra el impulso de dar un paso atrás.

La última ocasión en la que había retrocedido había sido en un enfrentamiento casual con una pantera herida, y había sido más un movimiento táctico que fruto del miedo. Pese a ello se daba cuenta de que se enfrentaba a una mujer realmente peligrosa.

Justo entonces, Isabeau saltó de la cama con la agilidad de un gato. Su blanco no era Arilyn, sino la estatua de cabeza felina que empujó con toda su fuerza para que cayera encima de la semielfa.

Instintivamente, Arilyn se agachó, pero la estatua nunca llegó a caer. Una mano de piedra salió disparada para apoyarse contra la pared y no perder el equilibrio. Los ojos pintados adquirieron profundidad y, a continuación, un luminoso resplandor.

Evidentemente, era algo también inesperado para Isabeau. La muchacha se retrepó en el lecho con la espalda pegada a la cabecera y los ojos desorbitados.

El hombre gato se abalanzó hacia Arilyn. Esbozaba una sonrisa letal, que dejaba al descubierto unos colmillos del color del alabastro. La semielfa se zambulló directamente hacia él, rodó sobre sí misma mientras el hombre gato le saltaba por encima y volvió a rodar de nuevo para poner más distancia entre ella y el guardián mágico.

Inmediatamente, se levantó y desenvainó la espada, aunque no sabía si iba a servirle de mucho, pues el gato, pese a su velocidad y agilidad, era de piedra.

Paró con la hoja de luna un zarpazo, y saltaron chispas al chocar la piedra contra el acero. Con la otra mano, el gato asió la hoja de acero y se la arrebató a Arilyn. Arrojó el arma al otro extremo de la habitación y con la otra zarpa golpeó a la semielfa.

Aunque no llegó a tiempo de esquivar del todo el golpe, rodó con él a fin de minimizar la fuerza. Cuando se puso de pie, estaba dolorida y magullada, aunque sin heridas de importancia. El gato de piedra no había sacado las uñas. La estatua estaba jugando con ella. Una vez que sacara esas uñas de alabastro, Arilyn podía darse por muerta.

Actuando por impulso, se abalanzó sobre Isabeau y le arrebató el anillo con el sello; luego, lo blandió ante la criatura y le ordenó que se detuviera.

Durante un segundo, que se le hizo eterno, el guardián mágico la estudió con su inescrutable mirada felina. Arilyn era consciente de que se la jugaba y que, si no funcionaba, todo habría acabado.

Pero el gato dio media vuelta y regresó a su puesto. Allí asumió una pose regia, y la luz de sus ojos se extinguió. Arilyn hundió los hombros, profundamente aliviada.

—Esto aún no ha acabado —declaró Isabeau, cuyos oscuros ojos relucían con satisfacción.

La semielfa oyó en el pasillo las voces y los pasos apresurados de los criados.

Enseguida comenzaron a aporrear la puerta.

Debía de tratarse de otro mecanismo que desencadenaba ataques, pues las gárgolas aladas empezaron a moverse. Arilyn se zambulló para recuperar su espada y, al levantarse, se agazapó, lista para la batalla. A diferencia de su primer atacante, las gárgolas solamente parecían de piedra, pero, en realidad, se trataba de criaturas vivas, y todo lo que vivía también moría.

Giró para eludir un ataque y asestó un revés. La hoja de luna atravesó el ala semejante a la de un murciélago. La criatura se desplomó sobre la cama, rompió el cutí del colchón y lanzó al aire plumas del relleno.

Isabeau avanzó hacia la ventana con la intención evidente de escapar por la vía de acceso que había preparado Arilyn.

—Esta vez, no —murmuró la semielfa.

Se abalanzó hacia Isabeau, la cogió del camisón y la mandó de vuelta a la habitación. Seguidamente, tomó posiciones frente a la ventana para impedirle escapar.

A esas alturas, la servidumbre de la finca ya estaba alerta. Un ariete improvisado golpeaba la puerta. A cada resonante golpazo, las planchas de madera se combaban hacia dentro.

De pie frente a la ventana, Arilyn lanzó una mirada de advertencia a Isabeau.

—Esto no acaba aquí —declaró.

—Yo diría que sí.

Isabeau hizo un gesto hacia la puerta. La barra comenzaba a astillarse.

La semielfa salvó la baranda del balcón y descendió deslizándose por la cuerda.

Por mucho que le pesara, no le quedaba más remedio que retirarse. Aunque Isabeau no podría acusarla formalmente, si los criados de Eltorchul la atrapaban en el interior de la propiedad, Isabeau ya no necesitaría ni hablar. El castigo por la violación de la propiedad de un noble era bastante severo.

Después de atravesar el jardín a todo correr, cogió la cuerda que había escondido detrás del olmo. Rápidamente, trepó por el muro y regresó al campo de árboles frutales.

La yegua la esperaba y fue a su encuentro a medio galope.

Arilyn se sujetó al pomo de la silla y montó de un salto. Hablando al oído de la yegua, la instó a regresar a toda prisa a Aguas Profundas. Ya le ajustaría las cuentas a Isabeau, pero ése no era el momento ni el lugar.

En su mente flotaba una vieja pregunta que no se formulaba desde hacía años: ¿quién creería la palabra de una reputada asesina?

La puerta se hizo añicos, y los pedazos volaron hacia dentro. Media docena de sirvientes entraron tambaleándose. Isabeau se cerró el escote del camisón con una mano y retrocedió, como si la intrusión no fuese tanto un rescate como un atentado a su modestia.

—¿Qué ha ocurrido, señora? ¿Estáis herida?

Una de las doncellas cogió enseguida un cobertor y la cubrió con él.

Isabeau lanzó una trémula sonrisa a su público.

—No, gracias por haber acudido de inmediato. Un hombre entró por la ventana.

Creo que sólo pretendía robarme, pero las estatuas despertaron y lucharon. ¡Ha sido espantoso, espantoso!

La doncella chasqueó la lengua para tranquilizarla.

—Calmaos, señora. Como habéis visto, la magia del amo os protege.

—¡No puedo quedarme aquí después de lo ocurrido! —exclamó Isabeau en tono perplejo—. Ensillad enseguida mi caballo.

—Pero si aún faltan horas para que amanezca —protestó uno de los criados. Sin embargo, vaciló ante la firme mirada de Isabeau y accedió—. Podríamos enviar un guardia con vos.

—Os lo agradecería mucho. ¿Podéis ocuparos de todo mientras yo me visto? — Era una indirecta.

Los criados se retiraron dejando a Isabeau sola y furiosa. Abrió de par en par las puertas del guardarropa y comenzó a arrojar encima de la cama lujosas prendas al mismo tiempo que reflexionaba sobre cuál debía ser su siguiente paso. Sin Oth como protector se hallaba en una situación delicada. Esa espantosa semielfa había sorprendido en ella una reacción que podría relacionarla con el asalto a la caravana aérea.

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