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Authors: Elaine Cunningham
—Aquí también hemos tenido un poco de emoción. —En pocas palabras le contó al elfo la historia de su hermana—. Arilyn y yo viajaremos al este para reunirnos con ella en Suzail.
Elaith lo estudió con una inescrutable mirada en sus ambarinos ojos.
—¿Por qué me dices todo eso?
—¿Aparte de para mantener una agradable conversación? —replicó, risueño.
Enseguida recuperó la seriedad—. Debo confesar que la perspectiva de abandonar la ciudad me causa inquietud. Tú fuiste atacado por los tren y es posible que sigas en peligro. El compromiso de amistad elfa obliga a ambas partes. Dudo de que deba irme mientras este asunto no esté resuelto, y Arilyn alberga más dudas si cabe.
—¿Arilyn? —Elaith parecía sorprendido—. No porque esté preocupada por mí, supongo.
—No exactamente —contestó Danilo. Al ver la reacción del elfo, deseó haber sido más diplomático—. Como sabes, desde hace un tiempo la hoja de luna de Arilyn reluce para indicarle que tiene una misión que cumplir. Como últimamente está silenciosa, está convencida de que tiene un deber que cumplir con los
tel'quessar
aquí mismo, en Aguas Profundas. Tal vez tus recientes infortunios estén relacionados con eso.
—Lo dudo —repuso Elaith en tono informal—. No pienses en ello. Te aconsejo que acompañes a tu nueva hermana a Suzail. El invierno en Aguas Profundas suele ser bastante lúgubre. Harías bien en huir.
A Danilo no se le escapó el tonillo de ironía del elfo, así como tampoco la advertencia, y respondió a ambas.
—No sé por qué, pero dudo de que las heladas de este año resulten aburridas.
Elaith sonrió, aunque sus ojos, dorados y llenos de secretos como los de un gato, permanecieron serios.
—Sí, diría que será como dices.
Arilyn sintió cómo el respeto hacia Danilo crecía a medida que avanzaba la velada. Cumplía obstinadamente con los compromisos de su carnet de baile e iba pasando los brazos de una pareja a los de otra, tratando de sonsacar información. No dejaba de decirse que era como cuando aprendía el arte de la esgrima. Era mucho más fácil dominar los complicados pasos de baile que los centenares de formas y rutinas de lucha que practicaba en su juventud. Anticipar los movimientos de un compañero de baile o de todo un círculo de bailarines no era tan distinto a librar una batalla. Las fintas y paradas que los nobles utilizaban en sus flirteos tenían mucho en común con los duelos, mientras que las afiladas pullas de su sutilmente brutal cotilleo podían compararse con una puñalada por la espalda asestada por un entrenado asesino profesional. No obstante, cuando dieron las doce de la noche, Arilyn estaba exhausta.
Las mandíbulas le dolían por tener que mantener una sonrisa forzada y falsa, así como por el esfuerzo de morderse la lengua para que no se le escapara un agrio comentario.
Esto último era especialmente difícil cuando la conversación recaía en la Reclamación de Tethyr. A la semielfa aún le dolía su implicación en los males de ese país. Después de infiltrarse en la cofradía de asesinos, se pasó meses recogiendo información sobre los poderosos y los que aspiraban a conseguir el poder investigando la basura de sus acciones clandestinas y sus peores impulsos. Su última misión al servicio de los arpistas había sido el rescate de Isabeau Thione. La desaparición de escena de una posible heredera de Tethyr había fortalecido las aspiraciones de Zaranda, así como el poder de los nobles tethyrianos que apoyaban a la nueva reina. Aunque estaba dispuesta a hacer casi de todo a favor de los arpistas, sabía demasiado sobre las personas a las que la organización secreta favorecía. Pero sus protestas fueron rechazadas apelando a la conveniencia política, rutas comerciales seguras e importantes alianzas. Tampoco parecía importarle que Isabeau no tardara mucho en demostrar que era bastante mejor que los más retorcidos nobles de Tethyr. Pese a ello, en Aguas Profundas había sido agasajada, en parte gracias a los fondos de los arpistas. Después de eso, Arilyn había renunciado, asqueada, a la insignia del arpa y la medialuna para consagrarse por completo a la protección de los elfos. No obstante, allí estaba, bailando con el próximo rey de Tethyr y hablando de naderías con un montón de nobles, consciente de que uno de los presentes había contratado a asesinos tren para matarla.
Pero en los bailes de Galinda Raventree los asuntos más sombríos no parecían tener existencia. Nadie mencionaba la muerte de Oth Eltorchul. La única explicación que a Arilyn se le ocurría era que Errya Eltorchul prefería mantener la noticia en secreto el mayor tiempo posible para vender hechizos y pociones creados por los estudiantes de
magia como si fuesen obra de su hermano. Una cosa estaba clara: cuando la noticia de la muerte de Oth se supiera, la familia Eltorchul lo pasaría mal. A Arilyn le había gustado el patriarca del clan y le extrañaba mucho que recurriera a subterfugios, aunque era posible que, abrumado por el dolor, hubiese dejado los asuntos de la familia en manos de su corrupta hija.
La historia del asalto a la caravana alada era el segundo tema de conversación favorito de la velada, y eclipsaba incluso la descocada y exagerada imitación de los elfos que se pavoneaba por el salón con demasiada pintura verde y marrón, y poco más.
Arilyn escuchaba atentamente todo lo que le decían y todo lo que se decía acerca del asalto. A partir de las opiniones dispares y a menudo contradictorias, distinguió dos versiones principales. Una escuela de pensamiento sostenía que el ataque había sido organizado por Elaith Craulnober. El otro rumor, que se repetía en voz más baja aunque resultaba más atractivo por incluir los elementos de conspiración y traición, sugería que lo había llevado a cabo una de las familias del consorcio que patrocinaba la caravana.
Lord Gundwynd ocupaba el último puesto de la lista de posibles villanos, al menos de las listas que redactaban mentalmente la nobleza comerciante. Había sido él quien había portado las monturas voladoras y los vigilantes elfos, por lo que había sufrido enormes pérdidas. Por otra parte, los juglares elfos comentaban amargamente que Gundwynd había utilizado a los vigilantes elfos de un modo muy similar a cómo los orcos empleaban a los goblins en la batalla: para atraer el fuego enemigo y así descubrir su posición, dando tiempo para que los guerreros supuestamente más valiosos pudieran evaluar la situación. Los elfos no afirmaban que Gundwynd hubiese preparado la emboscada, eso no, pero ni él ni sus métodos les habrían merecido peor opinión de tratarse del traidor.
El clan Amcathra, que comerciaba con armas de calidad, había perdido valiosas espadas y dagas forjadas por sus artesanos en Luna Plateada. No obstante, los Amcathra gozaban de una reputación tan excelente e íntegra como para que lo ocurrido pudiera empañarla.
Por el contrario, el clan Ilzimmer se había ganado una pésima reputación por haber protagonizado montones de pequeños escándalos. Boraldan Ilzimmer —el patriarca, un hombre de pocas simpatías— esperaba recibir una pequeña fortuna en cristales y gemas cuando la caravana regresara a Aguas Profundas. Desde luego, una vez que los rumores propagados por Myrna se extendieran, nadie estaría ya seguro de cuántas de las gemas robadas eran auténticas, y cuántas, cristales de colores sin ningún valor.
Y finalmente, se hablaba de la familia Thann, que participaba en todos los negocios de la ciudad, al menos en los relacionados con el transporte de mercancías. Se decía que sus pérdidas no eran muy grandes y se limitaban a su inversión en esa nueva forma de viajar. Si realmente habían sido ellos quienes habían informado a los bandidos y habían organizado el golpe, desde luego habían recuperado con creces la inversión.
Esas especulaciones inquietaron profundamente a la semielfa. Si no recordaba mal la historia, en el pasado las familias nobles de Aguas Profundas se habían enfrentado cruentamente, y por nada del mundo quería que la historia se repitiera.
Arilyn buscó a lady Cassandra entre la multitud. La dama iba ataviada con un reluciente vestido azul plateado que no pretendía exactamente imitar sino sugerir las escamas de una sirena. Su expresión era tan serena y compuesta como siempre, y nada en su modo de comportarse dejaba entrever que había oído los rumores y mucho menos que le causaran inquietud.
No obstante, se fijó en que lady Cassandra presentaba sus respetos a la anfitriona a una hora inusualmente temprana. Arilyn la siguió hasta el carruaje y se introdujo con
sigilo antes de que el sobresaltado mozo pudiera cerrar la puerta.
—No pasa nada, Nelson —dijo lady Cassandra en tono resignado y se desplazó para dejarle sitio, sin apartar la mirada de las alas que Arilyn llevaba en el disfraz—. Di al cochero que dé la vuelta a la manzana.
No dijo ni media palabra más hasta que los crujidos y el ruido sordo del vehículo impidieron que el cochero las oyera.
—¿Problemas en el país de las hadas? —comentó apartando con la mano una pluma que flotaba morosamente—. Perder la pluma suele ser síntoma de algún mal.
—¡Oh!, disculpad.
Alegrándose casi de tener una excusa para hacerlo, Arilyn se arrancó las molestas alas de los hombros del vestido y las arrojó por la ventana con gesto impaciente.
—Confío en que sea importante.
—Vos lo sabréis mejor que yo.
Rápidamente puso a la dama en antecedentes. Ni una sola vez mostró Cassandra signos de inquietud o consternación.
—Los rumores andan muy desencaminados —dijo con cautela—. La familia Thann no ha perdido demasiado, eso es cierto, aunque es inconcebible que uno de los socios haya traicionado a los demás.
—¡Oh! ¿Y por qué es inconcebible?
—La respuesta es evidente. Recuerda nuestro pasado; la devastación de las guerras de las Cofradías, cuando las diferentes familias se enfrentaron en las calles.
Ningún clan es tan estúpido como para pensar que tendría éxito en el intento, y ninguno osaría lanzar un reto tan descarado. Sólo un forastero, alguien ajeno a Aguas Profundas y que tratara de introducirse en los negocios, intentaría algo tan ridículo.
—No tan ridículo —objetó Arilyn—. Por lo que se cuenta, al menos cuarenta hombres y elfos murieron en la emboscada, y la carga ha desaparecido. Algunos hablarían de éxito.
La dama dirigió a Arilyn una altanera sonrisa.
—Los rumores son como los borrachos: casi todo lo que balbucean son tonterías, pero a veces se les escapa una verdad sobre la que deberían haber callado.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, Elaith Craulnober. Muy pocos han osado acusarlo hasta ahora o, de hacerlo, han retirado la acusación antes de que el Consejo de Señores se haya reunido para juzgar el asunto. Los pocos que no han dado su brazo a torcer no han sido capaces de probar la culpabilidad del elfo. Pero esta vez Craulnober se ha pasado de la raya, y la verdad sobre él se pronuncia en voz alta.
—Lo dudo mucho —la contradijo Arilyn sin vacilaciones—. Conozco a Elaith desde hace años. Desde luego, no negaré que tiene las manos manchadas, pero jamás he visto que actuara de una manera tan estúpida o abierta. Si hasta ahora no ha sido posible probar ninguna fechoría es porque es muy listo.
—También lo fue el asalto a la caravana.
—Los he visto mejores —declaró Arilyn sin rodeos—. La emboscada exigió información y planificación, pero poca astucia. No me parece el estilo de Elaith.
Cassandra la miró muy fijamente, con expresión de fría incredulidad.
—¿Lo defiendes?
—Sólo trato de ver todas las runas en la página. No se trata únicamente de un ataque aislado perpetrado por una panda de bandidos. Danilo me ha dicho que os informó de que Oth Eltorchul había sido asesinado por los tren. Elaith fue atacado recientemente por los tren... en vuestra mansión.
Ni siquiera entonces la mirada de la dama flaqueó.
—Y supongo que acusas a los Thann de ello.
—Todavía no, pero es posible que Elaith sí.
—Comprendo. Razón de más para que se vengara haciéndonos perder un negocio.
Pese a la lógica del razonamiento, Arilyn negó con la cabeza.
—¿Sabéis quién murió en la emboscada? Sobre todo, elfos. Entre ellos, cuatro jóvenes guerreros que acababan de abandonar Siempre Unidos. Pertenecían a uno de los tipos de guerrero más respetados: jinetes de águila. Por muy canalla que sea Elaith, no puedo creer que condenara a esos jóvenes a una muerte segura.
—¿Por qué no? Si hay algo de verdad en las leyendas y los relatos de taberna, Elaith Craulnober se ha cobrado centenares de vidas a lo largo de su disipada existencia sin ningún remordimiento.
—Pero nunca elfos —insistió Arilyn—. Por lo que sé, nunca ha matado a un elfo.
Admito que eso no lo redime, pero es muy indicativo. Todo lo que sé de Elaith Craulnober me conduce a pensar que es inocente en este asunto.
Cassandra se recostó en el asiento y contempló a la joven con mirada glacial.
—Supongo que te das cuenta de lo que estás diciendo: estás acusando al menos a una de las familias nobles de traición, robo y asesinato. Son acusaciones muy serias.
La semielfa no se dejó intimidar.
—Alguien conocía de antemano qué ruta seguiría la caravana y preparó una emboscada. Ese alguien es responsable de la muerte de esos elfos. Mi deber es procurar que pague por ello. Y si por la razón que sea yo fracaso, muy probablemente Elaith recogerá el testigo. Para variar os aconsejo que hagáis caso de los rumores y no los subestiméis.
Los labios de la noble dama temblaron.
—Me doy por avisada —dijo con un inesperado toque de humor negro—.
Supongo que debería agradecerte el aviso.
—No es preciso. Simplemente os pido que no lo repitáis a nadie.
—Trato hecho. En cualquier caso no me interesa divulgar que la compañera de mi hijo, que, como tú misma te has encargado de recordarme varias veces, tiene fama de asesina, se dedica a husmear entre los nobles para descubrir a un traidor. ¡No quiero más escándalos llamando a mi puerta! —Lanzó a la semielfa una irónica mirada de soslayo y le preguntó—: ¿Hay algún modo de hacerte cambiar de idea y que abandones?
—Ninguno.
Cassandra asintió como si ya esperara esa respuesta.
—En ese caso, también yo debo avisarte: de esta investigación no saldrá nada bueno ni para ti ni para Danilo. Si persistes, te aconsejo que tengas los ojos muy abiertos, la espada siempre a mano y que cuides bien de mi hijo.
—Es lo que he estado haciendo estos últimos siete años —replicó Arilyn fríamente.