Las Estrellas mi destino (14 page)

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Authors: Alfred Bester

De pronto se acercó aún más y se inspeccionó más de cerca. Su rostro le parecía nuevo, tan nuevo como a Jisbella.

—Estoy cambiando. No recuerdo que fuera así. ¿Me hizo también algo de cirugía?

—No —dijo Jisbella—. El cambio ha sido interior. Lo que estás viendo es el ogro, junto con el mentiroso y el tramposo.

—¡Por Dios! Calla ya. ¡Déjame tranquilo!

—Ogro —repitió Jisbella, contemplando el rostro de Foyle con ojos fosforescentes—. Mentiroso. Tramposo.

La tomó por los hombros y la arrojó al corredor. Voló hasta la cámara principal, se cogió a una barra de retén y se detuvo.

—¡Ogro! —gritó—. ¡Mentiroso! ¡Tramposo! ¡Ogro! ¡Sanguijuela! ¡Bestia!

Foyle la persiguió, la cogió de nuevo y la agitó violentamente. Su cabello rojo se desprendió del pasador que lo sujetaba en la nuca y flotó como las trenzas de una sirena. La ardiente expresión de su rostro transformó la ira de Foyle en pasión. La envolvió y hundió su nuevo rostro en sus senos.

—Sanguijuela —murmuró Jiz—. Animal.

—Oh, Jiz...

—La luz —susurró Jisbella. Foyle tanteó ciegamente hacia los conmutadores de la pared y apretó botones, y el Fin de Semana en Saturno navegó hacia los asteroides con los portillos oscurecidos.

Flotaron juntos en la cabina, adormilados, murmurando, tocándose tiernamente durante horas.

—Pobre Gully —susurraba Jisbella—. Pobrecito Gully...

—Nada de pobre —dijo—. Rico... pronto.

—Sí, rico y vacío. No tienes nada en tu interior, Gully querido... nada más que odio y venganza.

—Es bastante.

—Bastante para ahora. Pero ¿y luego?

—¿Luego? Eso depende.

—Depende de lo que tengas dentro, Gully. De a lo que puedas cogerte.

—No. Mi futuro depende de lo que pueda sacarme.

—Gully... ¿por qué no me lo contaste todo en la Gouffre Martel? ¿Por qué no me contaste que había una fortuna a bordo del Nomad?

—No podía.

—¿No te fiabas de mí?

—No era eso. Me resultaba imposible. Eso es lo que tengo dentro... lo que tengo que sacarme.

—¿Control de nuevo, Gully? Estás siendo llevado.

—Sí, estoy siendo llevado. No puedo aprender a controlarme, Jiz. Lo deseo, pero no puedo.

—¿Lo intentas?

—Sí. Dios sabe que sí. Pero entonces pasa algo y...

—Y entonces saltas como un tigre.

—Si te pudiera llevar en el bolsillo, Jiz... para que me avisaras... para que me pincharas con una aguja...

—Nadie puede hacer eso por ti, Gully. Tendrás que aprender por ti mismo.

Digirió esto durante un largo rato. Luego habló dubitativamente:

—Jiz... acerca del dinero...

—Al infierno con el dinero.

—¿Puedo tomarte la palabra?

—Oh, Gully.

—No es que... no es que quiera quedarme con tu parte. Si no fuera por el Vorga, te daría todo lo que quisieses. ¡Todo! Te daré hasta el último centavo que quede cuando haya terminado. Pero tengo miedo, Jiz. Lo del Vorga será duro... con Presteign y Dagenham y ese abogado, Sheffield. Tengo que tener hasta el último centavo, Jiz. Tengo miedo de que, si te dejo tomar un solo crédito, eso podría hacer variar la ventaja entre Vorga y mí.

—Yo —rectificó ella.

—Yo. —Esperó—. ¿Bien?

—Estás totalmente poseído —dijo cansadamente—. No es una parte de ti, sino todo tú entero.

—No.

—Sí, Gully. Todo tú. Tan sólo es tu piel la que me está haciendo el amor. El resto está dedicado al Vorga.

En aquel momento estalló contra ellos la alarma del radar de la cabina de control, indeseada pero avisando.

—Destino cero —murmuró Foyle, que ya no estaba relajado, sino de nuevo poseído. Se abalanzó hacia delante, hacia la cabina de control.

Así regresó al planetoide artificial del cinturón de asteroides, entre Marte y Júpiter, el planeta sargazo fabricado con rocas y restos y los pecios de los desastres espaciales recuperados por el Pueblo Científico. Regresó a la casa de Jóseph y su pueblo, que habían tatuado Nomad en su frente y lo habían apareado científicamente con la muchacha llamada Moira.

Foyle llegó al asteroide con la furia repentina de un ataque de vándalos. Llegó a toda velocidad desde el espacio, frenó con un chorro de llamas de los cohetes delanteros y obligó al Fin de Semana a realizar un cerrado giro alrededor de la masa de restos. Giraron a su alrededor, pasando junto a los oscurecidos portillos, la gran compuerta por la que Jóseph y su Pueblo Científico emergían para recoger los restos flotantes del espacio, el nuevo cráter que Foyle había producido en el costado del asteroide en su zambullida hacia la Tierra. Cruzaron junto al gran mosaico de ventanas del invernadero del asteroide y vieron centenares de rostros contemplándolos, pequeñas manchas blancas moteadas por el tatuaje.

—Así que no los maté —gruñó Foyle—. Se han refugiado en el interior del asteroide... probablemente viven en las profundidades mientras reparan el resto.

—¿Los ayudarás, Gully?

—¿Por qué?

—Tú les causaste ese daño.

—Al infierno con ellos. Tengo mis propios problemas. Pero me alegra, al menos no nos molestarán.

Circunvaló el asteroide una vez más e hizo descender la nave en la boca del nuevo cráter.

—Trabajaremos desde aquí —dijo—. Métete en un traje. ¡Vamos! ¡Vamos!

La hizo apresurarse, loco de impaciencia, y se apresuró a sí mismo. Se introdujeron en sus trajes espaciales, salieron del Fin de Semana y atravesaron los restos del cráter metiéndose en las oscuras tripas del asteroide. Era como deslizarse por los túneles horadados por gigantescos gusanos. Foyle conectó el aparato de radio de su traje y habló con Jiz:

—Es fácil perderse aquí. Permanece conmigo. Permanece cerca.

—¿Adónde vamos, Gully?

—A por el Nomad. Recuerdo que lo estaban cementando al asteroide cuando partí. No recuerdo dónde. Tendremos que buscarlo.

Los pasadizos no contenían atmósfera y su avance no producía ruidos, pero las vibraciones se transmitían por el metal y la ropa. Hicieron una pausa para descansar junto al estropeado casco de una antigua nave de guerra. Mientras se recostaban contra ella notaron las vibraciones de señales desde el interior, un tamborileo rítmico.

Foyle sonrió con una mueca.

—Ése es Jóseph y su Pueblo Científico —dijo—. Pidiéndome algunas palabras. Les daré una respuesta evasiva.

Golpeó dos veces en el casco.

—Y ahora, un mensaje personal para mi esposa. —Se le ensombreció el rostro. Golpeó irritado el casco y se giró—. Ven. Vamos.

Pero mientras continuaban la búsqueda, las señales les seguían. Quedó claro que la periferia del asteroide había sido abandonada; la tribu se había retirado hacia el centro. Luego, a lo lejos, en un corredor construido con aluminio martilleado, se abrió una compuerta y se vio una luz, y Jóseph apareció vestido con un antiguo traje espacial hecho de fibra de vidrio. Se erguía en su burdo saco, con su rostro diabólico contemplándole, sus manos tendidas en súplica y su diabólica boca moviéndose en palabras.

Foyle contempló al viejo, dio un paso hacia él y entonces se detuvo, con los puños apretados y la garganta en tensión mientras la furia crecía en su interior. Y Jisbella, mirando a Foyle, gritó horrorizada. El viejo tatuaje había regresado a su rostro, en sangriento rojo sobre la palidez de la piel, escarlata en lugar de negro, verdaderamente una máscara de tigre tanto en color como en diseño.

—¡Gully! —gritó—. ¡Dios mío! ¡Tu rostro!

Foyle la ignoró y permaneció mirando con odio a Jóseph, mientras el viejo le hacía gestos aplacadores y le señalaba que entrase en el interior del asteroide, desapareciendo luego. Sólo entonces se volvió Foyle hacia Jisbella y le preguntó:

—¿Qué? ¿Qué has dicho?

A través del transparente globo del casco podía ver claramente su rostro. Mientras moría la rabia en el interior de Foyle, Jisbella vio cómo el tatuaje sangriento se difuminaba y desaparecía.

—¿Viste a ese bufón? —preguntó Foyle—. Ése es Jóseph. ¿No lo viste rogando y suplicándome después de lo que me hicieron? ¿Qué dijiste?

—Tu rostro, Gully. Sé lo que te ha pasado en el rostro.

—¿De qué estás hablando?

—Querías algo que te controlase, Gully. Bueno, ya lo tienes. Tu rostro. Cuando... —Jisbella comenzó a reír histéricamente—. Tendrás que aprender a controlarte ahora, Gully. Nunca podrás ceder a las emociones... a ninguna emoción... porque...

Pero él miraba por encima de ella y, repentinamente, echó a correr con un alarido por el pasadizo de aluminio. Se detuvo frente a una puerta abierta y comenzó a aullar triunfalmente. La puerta daba a un armario de herramientas, de un metro veinte por un metro veinte y por dos metros setenta. En el armario había estantes y un amasijo de viejas provisiones y recipientes desechados. Había sido el ataúd de Foyle a bordo del Nomad.

Jóseph y su gente habían conseguido pegar el pecio a su asteroide antes de que el holocausto de la fuga de Foyle hubiera convertido todo otro trabajo en imposible. El interior de la nave estaba prácticamente intacto. Foyle tomó el brazo de Jisbella y la arrastró en un recorrido por la nave y finalmente hasta la caja fuerte, que puso al descubierto tras apartar los restos que cubrían su masivo rostro de acero, liso e impenetrable.

—Tenemos una posible elección —jadeó—. O bien arrancamos la caja del casco y nos la llevamos a la Tierra donde podamos trabajarla bien, o la abrimos aquí. Yo voto por que lo hagamos aquí. Tal vez Dagenham mentía. Todo depende de qué herramientas tenía Sam en el Fin de Semana. Regresemos a la nave, Jiz.

No se dio cuenta del silencio y la preocupación de ella hasta que estuvieron de regreso en la nave y hubo terminado su apresurada búsqueda de herramientas.

—¡Nada! —exclamó impacientemente—. No hay ni un martillo ni un destornillador a bordo. No hay más que cacharros para abrir botellas y latas.

Jisbella no le contestó. No apartaba los ojos de su rostro.

—¿Por qué me miras así? —preguntó Foyle.

—Estoy fascinada —respondió lentamente Jisbella.

—¿Por qué?

—Te voy a mostrar algo, Gully.

—¿Qué?

—Lo mucho que te desprecio.

Jisbella lo abofeteó por tres veces. Dolido por los golpes, Foyle dio un paso hacia adelante, furioso. Jisbella tomó un espejo de mano y lo puso frente a él.

—Contémplate, Gully —dijo débilmente—. Mírate la cara.

La miró. Vio las viejas señales del tatuaje ardiendo en rojo sangre bajo la piel, convirtiendo su rostro en una máscara de tigre blanca y escarlata. Se quedó tan helado por el asombroso espectáculo que su ira murió al momento y, simultáneamente, desapareció la máscara.

—Dios mío... —susurró—. Oh, Dios mío...

—Tenía que hacerte perder la calma para enseñártelo —dijo Jisbella.

—¿Qué significa esto, Jiz? ¿Acaso Baker no hizo bien su trabajo?

—No lo creo. Pienso más bien que tienes cicatrices bajo la piel, Gully... del tatuaje original y del desteñido. Cicatrices de la aguja. Normalmente no se ven, pero aparecen, en rojo sangre, cuando tus emociones te dominan y tu corazón comienza a bombear sangre... cuando estás furioso, o asustado, o apasionado o poseído... ¿comprendes?

Agitó la cabeza, mirándose aún el rostro, tocándolo asombrado.

—Dijiste que te gustaría poder llevarme en el bolsillo para clavarte agujas cuando perdieses el control. Tienes algo mejor que eso, Gully, o peor, pobrecito mío. Tienes tu rostro.

—¡No! —dijo—. ¡No!

—No podrás perder nunca el control, Gully. Nunca podrás beber demasiado, o comer demasiado, o amar demasiado u odiar demasiado... tendrás que tener siempre un férreo control.

—¡No! —insistió desesperadamente—. Me lo tienen que arreglar. Baker lo podrá hacer, o cualquier otro. ¡No puedo ir por ahí con miedo de sentir algo porque entonces me convertiría en un monstruo!

—No creo que se pueda hacer nada, Gully.

—Un transplante de piel...

—No. Las cicatrices están demasiado profundas para un transplante. Jamás lograrás sacarte ese estigma, Gully. Tendrás que aprender a vivir con él.

Foyle arrojó el espejo en un ataque repentino de ira, y de nuevo la sangrienta máscara apareció bajo su piel. Salió de la cámara principal hasta la compuerta, tomando su traje espacial y comenzando a introducirse en él.

—¡Gully! ¿Adónde vas? ¿Qué vas a hacer?

—A conseguir herramientas —gritó—. Herramientas para la caja fuerte.

—¿Dónde?

—En el asteroide. Tienen docenas de talleres repletos de herramientas de las naves naufragadas. Debe de haber barrenadoras allí, todo lo que necesito. No vengas conmigo. Tal vez surjan problemas. ¿Cómo está mi maldita cara ahora? ¿Mostrándola? ¡Por Cristo, espero que surjan problemas!

Se cerró el traje y fue al asteroide. Encontró una compuerta que separaba el núcleo habitado del vacío exterior. Golpeó a la puerta. Esperó y golpeó de nuevo, y continuó sus imperiosas llamadas hasta que al final se abrió la portezuela. Salieron brazos y tiraron de él hacia dentro, y se cerró la puerta tras él. No tenía cámara de presión.

Parpadeó a la luz e hizo una mueca a Jóseph y a su inocente gente reunida frente a él, con sus rostros horrorosamente decorados. Y supo que su propio rostro debía estar llameando rojo y blanco, porque vio cómo Jóseph se asustaba y vio cómo la boca diabólica formaba las sílabas: Nomad.

Foyle atravesó la multitud, apartándola brutalmente. Golpeó a Jóseph con el dorso de su mano acorazada. Buscó por los pasadizos habitados, reconociéndolos vagamente, y llegó al fin a la cámara, medio caverna natural medio antiguo casco, en la que se almacenaban las herramientas.

Buscó y acaparó, reuniendo barrenadoras, puntas de diamante, ácidos, bombas de termita, explosivo plástico, detonadores. En la ligera gravedad del asteroide todo el peso de aquel equipo se reducía a menos de medio centenar de kilos. Hizo con todo ello una masa, la ató burdamente con un cable y salió de la caverna almacén.

Jóseph y su Pueblo Científico lo estaban esperando, como pulgas que esperasen a un lobo. Se lanzaron sobre él y él atravesó por entre ellos, apresurado, feliz, salvaje. La armadura de su traje espacial lo protegía de sus ataques, y corrió por los pasadizos buscando una compuerta que lo llevase al vacío.

La voz de Jisbella le llegó, débil pero agitada:

—¿Gully, puedes escucharme? Aquí Jiz. Gully, escúchame.

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