Read Las llanuras del tránsito Online
Authors: Jean M. Auel
–Me he preocupado mucho por Ayla; no había pensado en eso, pero tienes razón. Ha pasado mucho tiempo. Tal vez ella se adapte mejor que yo. Resultarán extraños, pero Ayla llegará a conocerlos muy pronto, como siempre le sucede...
–Y tú te mantendrás a la expectativa –dijo Roshario, y reanudó la marcha hacia los refugios de madera. Antes de entrar, la mujer se detuvo de nuevo–. Jondalar, siempre serás bien recibido aquí. Ambos seréis bien recibidos.
–Gracias, pero es un viaje muy largo. Roshario, no tienes idea de lo largo que es.
–Es cierto, no tengo idea. Pero tú sí lo sabes y estás acostumbrado a viajar. Si alguna vez decides que quieres regresar, no te parecerá tan largo.
–Para quien nunca soñó con realizar un largo viaje, yo ya he recorrido más de lo que había deseado –dijo Jondalar–. Cuando retorne, creo que mi época de viajar habrá terminado. Tenías razón cuando has dicho que era hora de asentarse, pero tal vez sea más fácil acostumbrarse al hogar sabiendo que hay una alternativa.
Cuando apartaron la cortina, descubrieron que dentro estaba únicamente Markeno.
–¿Dónde está Ayla? –preguntó Jondalar.
–Ella y Tholie fueron a buscar las plantas que Ayla estaba secando. ¿No las has visto, Roshario?
–Venimos del campo. Creí que estaba aquí –dijo Jondalar.
–Estaba. Ayla ha estado explicando a Tholie las propiedades de algunas de sus medicinas. Ayer, después que examinó tu brazo y comenzó a explicar lo que había que hacer, estuvieron hablando de las plantas y de sus aplicaciones. Jondalar, esa mujer sabe mucho.
–¡Lo sé! Pero no comprendo cómo puede acordarse de todo.
–Salieron esta mañana y regresaron con canastos llenos. Toda clase de plantas. Incluso minúsculas plantas de hilos amarillos. Ahora le está explicando cómo prepararlos –dijo Markeno–. Jondalar, es una vergüenza que os marchéis. Tholie echará de menos a Ayla. Todos os echaremos de menos a ambos.
–No es fácil alejarse, pero...
–Ya lo sé, Jondalar. Eso me recuerda algo. Quiero darte una cosa –dijo Markeno, y comenzó a rebuscar en una caja de madera llena de diferentes herramientas y de implementos de madera, hueso y cuero.
Extrajo un objeto de extraño aspecto, fabricado con la rama principal de una cornamenta, con las ramificaciones cortadas y un orificio exactamente debajo de la bifurcación. Estaba adornado con tallas, pero no eran las formas geométricas y estilizadas de aves y peces típicas de los sharamudoi. En cambio, alrededor del mango podían verse animales muy hermosos y realistas, ciervos e íbices. Algo en ese objeto provocó un escalofrío en Jondalar. Cuando lo miró más atentamente, sintió una punzada: lo reconocía.
–¡Es el aparato que Thonolan empleaba para enderezar el cuerpo de las lanzas! –dijo. Cuántas veces había visto a su hermano usando ese instrumento. Incluso recordaba dónde lo había conseguido Thonolan.
–Pensé que tal vez lo querrías, para recordarlo. Y también me dije que podía serte útil cuando buscases su espíritu. Además, cuando tú lo pongas..., pongas su espíritu... a descansar, tal vez él quiera tener esto –concluyó Markeno.
–Gracias, Markeno –respondió Jondalar, mientras recibía el sólido instrumento y lo examinaba con admiración y reverencia. Había sido un artefacto tan típico de su hermano, que ahora le evocaba recuerdos instantáneos–. Esto significa mucho para mí. –Lo sostuvo, lo movió un poco para comprobar su equilibrio, para sentir en su peso la presencia de Thonolan–. Creo que quizá tengas razón. Hay mucho de él en esto. Casi puedo sentirlo.
–Tengo que dar algo a Ayla, y me parece que éste es el momento adecuado –dijo Roshario, y salió de la vivienda. Jondalar se reunió con ella.
Ayla y Tholie adoptaron una actitud alerta cuando entraron en la morada de Roshario; durante un momento la mujer tuvo la extraña sensación de que estaban curioseando en algo personal y secreto; pero su sonrisa de bienvenida anuló ese sentimiento. Caminó hacia el fondo, y de un estante retiró un envoltorio.
–Ayla, esto es para ti –dijo Roshario–, porque me has ayudado. Lo envolví de modo que se mantuviese limpio durante tu viaje. Después, muy bien puedes usar la envoltura como toalla.
Sorprendida y complacida, Ayla desató el cordel; las suaves pieles de gamuza se abrieron y descubrió el cuero amarillo, bellamente adornado con cuentas y plumas. Lo sostuvo en las manos y se le cortó el aliento. Era la túnica más hermosa que había visto. Bajo ella estaban plegados un par de pantalones de mujer, adornados por delante, en las piernas y alrededor de los dobladillos, con un diseño que hacía juego con el de la túnica.
–¡Roshario! Es muy hermoso. Nunca vi nada tan bello. Es demasiado hermoso para usarlo –indicó Ayla. Después dejó a un lado las prendas y abrazó a la mujer. Por primera vez desde la llegada de la joven al valle, Roshario advirtió el extraño acento de Ayla, y sobre todo el modo en que pronunciaba ciertas palabras; pero no le pareció desagradable.
–Ojalá te siente bien. ¿Por qué no te lo pruebas, y así podremos salir de dudas? –dijo Roshario.
–¿Crees realmente que debo hacerlo? –preguntó Ayla, casi temerosa de tocar el regalo.
–Tienes que saber si te está bien de medidas, para ponértelo cuando tú y Jondalar os unáis. ¿No lo crees?
Ayla sonrió a Jondalar, nerviosa y feliz a causa de las prendas, pero se abstuvo de mencionar que ya tenía una túnica para la unión, la que le había regalado la compañera de Talut, Nezzie, del Campamento del León. No podía ponerse las dos, pero ya encontraría una ocasión especial para estrenar aquel hermoso conjunto nuevo.
–Ayla, yo también tengo algo para ti. No es tan hermoso, pero es útil –dijo Tholie, y le entregó un puñado de láminas de cuero suave que había guardado en un bolso que colgaba de su muñeca.
Ayla las elevó en el aire y evitó mirar a Jondalar. Sabía exactamente qué eran.
–¿Cómo has sabido que necesitaba material nuevo para mi período lunar?
–Una mujer siempre puede necesitar algunas piezas nuevas, sobre todo cuando está viajando. También tengo un hermoso acolchado para ti. Roshario y yo hemos hablado de eso. Ella me mostró el conjunto que había preparado, y yo también quise darte algo hermoso, pero en viaje uno no puede llevar demasiado, por eso he estado pensando en lo que podrías necesitar –dijo Tholie, para justificar su práctico regalo.
–Es perfecto. No podrías haber pensado en algo que yo necesitara o deseara más. Tholie, eres muy considerada –agradeció Ayla; después se volvió y parpadeó–. Te echaré de menos.
–Vamos, aún no nos hemos separado. Eso llegará mañana por la mañana. Entonces sobrará tiempo para derramar lágrimas –dijo Roshario, si bien sus propios ojos ya comenzaban a humedecerse.
Aquella noche, Ayla vació sus canastos y ordenó todo lo que deseaba llevar consigo, tratando de decidir cómo ordenaría el conjunto, e incluso las cantidades de alimento que les habían suministrado. Jondalar llevaría una parte, pero él tampoco disponía de mucho espacio. Habían hablado varias veces del bote redondo, tratando de decidir si su utilidad en el cruce de los ríos justificaba el esfuerzo de trasladarlo a través de las pendientes boscosas de la montaña. Finalmente decidieron llevarlo, pero no sin cierto reparo.
–¿Cómo meterás todo en tan sólo dos canastos? –preguntó Jondalar, contemplando los misteriosos bultos y paquetes, todo cuidadosamente envuelto, y preocupado por el exceso de carga–. ¿Estás segura de que necesitas todo eso? ¿Qué hay en ese paquete?
–Toda mi ropa de verano –dijo Ayla–. Es uno de los paquetes que dejaré aquí si lo considero necesario. Pero, de todos modos, tendré que llevar prendas que ponerme el verano próximo, y me alegro de no tener que seguir cargando tantas prendas de invierno.
–¡Hmmm! –gruñó Jondalar, que no podía contradecir el razonamiento de Ayla, pero aun así estaba preocupado por la carga. Revisó la pila y vio un paquete que ya había observado antes. Ella lo llevaba desde el principio del viaje, pero Jondalar no sabía aún qué guardaba en él. ¿Qué es eso?
–Jondalar, no estás ayudándome mucho –dijo Ayla–. ¿Por qué no te ocupas de esos alimentos que nos ha dado Carolio para consumir durante el viaje, y ves si puedes encontrarles acomodo en tu canasto?
–Tranquilo, Corredor. Cálmate –pidió Jondalar, tirando de la cuerda y sosteniéndola cerca de su cuerpo mientras palmeaba la mejilla del corcel y le acariciaba el cuello, en un esfuerzo por tranquilizarlo–. Creo que sabe que estamos listos y está impaciente por iniciar la marcha.
–Estoy seguro de que Ayla llegará pronto –dijo Markeno–. Estas dos han intimado mucho en el escaso tiempo que habéis estado aquí. Tholie ha estado llorando esta noche, deseando que os quedarais. Si he de decirte la verdad, yo también lamento que os marchéis. Hemos buscado y hablado con varias personas, pero no encontramos a nadie con quien nos interesaría compartir nuestra vivienda... hasta que llegasteis vosotros. Tendremos que comprometernos muy pronto. ¿Estás seguro de que no deseas cambiar de propósito?
–Markeno, no sabes cuánto me ha costado tomar esta decisión. ¡Quién sabe lo que encontraré cuando llegue allí! Mi hermana será una mujer adulta y probablemente no me recordará. No tengo idea de lo que está haciendo mi hermano mayor, ni tampoco dónde se encuentra: sólo espero que mi madre aún viva –dijo Jondalar–, sin hablar de Dalanar, el hombre de mi hogar. Mi prima cercana, la hija de su segundo hogar, seguramente ya es madre, pero yo ni siquiera sé si tiene compañero. Si lo tiene, probablemente no le conozco. En realidad, ya no conozco a nadie; en cambio, me siento muy próximo a todos los que se encuentran aquí. Pero debo marcharme.
Markeno asintió. Whinney se movió inquieta, y ambos miraron hacia la vivienda. Roshario, Ayla y Tholie, que tenía en brazos a Shamio, salían de la morada. La nena se agitó para desprenderse de su madre cuando vio a Lobo.
–No sé qué haré con Shamio cuando se marche ese lobo –dijo Markeno–. Ella quiere que siempre esté cerca. Dormiría con él si se lo permitiese.
–Tal vez puedas encontrar un cachorro de lobo para Shamio –sugirió Carlono, que se unió al grupo. En ese momento venía del muelle.
–No había pensado en eso. No será fácil, pero tal vez deba conseguir un cachorro en la madriguera de un lobo –murmuró Markeno–. Por lo menos, puedo prometerle que lo intentaré. Tendré que decirle algo.
–En ese caso –dijo Jondalar–, asegúrate de que sea muy pequeño. Lobo todavía mamaba cuando su madre murió.
–¿Cómo lo alimentaba Ayla si no tenía la madre que le daba leche? –preguntó Carlono.
–Yo también me pregunté eso mismo –dijo Jondalar–. Ayla me dijo que un niño pequeño puede comer todo lo que su madre come, pero tiene que ser un alimento más blando, de modo que sea más fácil masticarlo. Ella preparaba caldo, empapaba con el líquido un pedazo de cuero blando y se lo daba a chupar al cachorro, y, además, le cortaba en trozos muy pequeños la carne. Ahora, Lobo come de todo lo que nosotros comemos, pero todavía le gusta en ocasiones cazar por su cuenta. Incluso levanta a los animales para que podamos cazarlos; él nos ayudó a cobrar ese alce que traíamos al llegar.
–¿Cómo conseguís que haga lo que vosotros queréis? –preguntó Markeno.
–Ayla le dedica mucho tiempo. Le muestra lo que desea y lo repite constantemente, hasta que el animal entiende. Es sorprendente cuánto puede aprender y, además, él ansía complacerla –dijo Jondalar.
–Eso es evidente. ¿Crees que sólo porque es ella? Después de todo, Ayla es shamud –dijo Carlono–. ¿Es posible que otra persona cualquiera pueda obligar a los animales a hacer lo que ella desea?
–Yo monto a Corredor –dijo Jondalar–. Y no soy shamud.
–De eso no estaría yo tan seguro –concluyó Markeno, y se echó a reír–. Recuerda que te he visto hablar con las mujeres. Creo que conseguirías que cualquiera de ellas hiciera lo que deseas.
Jondalar se sonrojó. A decir verdad, desde hacía cierto tiempo no pensaba en el asunto.
Cuando Ayla se acercó a los hombres, le llamó la atención el rostro acalorado de Jondalar, pero entonces Dolando se unió a ellos. Venía del sendero que circunvalaba la pared de piedra.
–Os acompañaré parte del camino para mostraros los senderos y el mejor modo de cruzar las montañas.
–Gracias. Eso será muy útil –dijo Jondalar.
–Yo iré también –dijo Markeno.
–Me gustaría acompañaros –dijo Darvalo. Ayla miró al joven y vio que vestía la camisa que Jondalar le había regalado.
–Digo lo mismo –afirmó Rakario.
Darvalo la miró con un gesto irritado, creyendo que ella tendría los ojos clavados en Jondalar; en cambio, la joven miraba a Darvalo con una sonrisa de veneración. Ayla vio que la expresión de Darvalo pasaba de la irritación al desconcierto, a la comprensión y después a un sonrojo de sorpresa.
Casi todos se habían unido en el centro del campo para despedir a sus visitantes, y varios de los que estaban allí formularon el deseo de acompañarles parte del camino.
–Yo no iré –dijo Roshario, mirando a Jondalar y después a Ayla–, pero ojalá os quedarais aquí. A ambos os deseo un buen viaje.
–Gracias, Roshario –dijo él, y abrazó a la mujer–. Quizá necesitemos tus buenos deseos antes de que haya terminado todo esto.
–Necesito agradecerte, Jondalar, que hayas traído a Ayla. No quiero ni pensar lo que me habría sucedido si ella no hubiese estado aquí.
Buscó la mano de Ayla. La joven la aceptó, y después cogió también la otra mano, sostenida aún por el cabestrillo, y apretó las dos complacida al sentir la fuerza del apretón de ambas manos. Después, las dos mujeres se abrazaron.
Hubo otras despedidas, pero la mayoría de la gente se proponía acompañarles por el sendero al menos cierto tiempo.
–¿Vienes, Tholie? –preguntó Markeno, que se había puesto al lado de Jondalar.
–No. –Los ojos le brillaban a causa de las lágrimas–. No quiero ir. No será más fácil despedirse en el sendero que hacerlo aquí. –Se acercó al zelandonii de elevada estatura–. Jondalar, es difícil para mí mostrarme ahora amable contigo. Siempre simpaticé mucho contigo, y me gustaste más aún después de haber traído a Ayla. Ansié profundamente que tú y ella os quedarais, pero no quisiste. Y aunque comprendo por qué te marchas, eso no hace que me sienta bien.
–Tholie, lamento que lo sientas así –dijo Jondalar–. Ojalá hubiese algo que yo pudiera hacer para que te sintieras mejor.
–Hay algo, pero no quieres hacerlo –dijo ella.