Las llanuras del tránsito (60 page)

–Los caballos son los que más me sorprenden –dijo Markeno–. Nunca imaginé que podrían permanecer cerca de la gente, pero parecen encontrarse a gusto. Aunque creo que al principio me sorprendió más el lobo.

–Ahora estás más acostumbrado a Lobo. Ayla lo mantuvo cerca de ella porque creyó que podía atemorizar a la gente más que los caballos.

Vieron a Tholie que se acercaba a Ayla; Shamio y Lobo correteaban alrededor de la mujer.

–Shamio realmente le quiere –dijo Markeno–. Mírala. Debería temerle; ese animal podría destrozarla, y, sin embargo, no se muestra en absoluto agresivo. Juega con ella.

–Los caballos también pueden mostrarse juguetones, pero tú no te imaginas lo que se siente cabalgando sobre el lomo de ese corcel. Puedes probar, si lo deseas, aunque aquí no hay mucho espacio para que pueda correr realmente.

–Está bien, Jondalar. Creo que me limitaré a viajar en los botes –dijo Markeno. Cuando un hombre apareció sobre el borde del risco, agregó–: Y aquí viene Carlono. Creo que es hora de que Ayla navegue con nosotros.

Todos se acercaron a los caballos; caminaron después juntos hacia el risco y se detuvieron en el lugar en que el arroyuelo vertía sus aguas por el borde para caer en el Río de la Gran Madre, que corría abajo.

–¿Crees realmente que ella debería descender por aquí? Hay mucha altura y puede asustarse –preguntó Jondalar–. A mí también me parece un poco inquietante. Hace mucho que no practico.

–Jondalar, has dicho que te gustaría que navegase en un verdadero bote –dijo Markeno–. Y tal vez ella desee ver nuestro muelle.

–No es tan difícil –dijo Tholie–. Hay apoyos y cuerdas para sujetarse. Puedo enseñarle cómo se hace.

–No necesita descender de ese modo –añadió Carlono–. Podemos bajarla en el canasto de los suministros, exactamente como te subimos la primera vez, Jondalar.

–Quizá eso sea lo mejor –concluyó Jondalar.

–Baja conmigo y subiremos el canasto.

Ayla había escuchado la conversación mientras contemplaba el río y el precario sendero que usaban para descender, el mismo por donde Roshario había caído, a pesar de que estaba completamente familiarizada con él. Vio las sólidas cuerdas con nudo aseguradas a las clavijas de madera hundidas en las estrechas grietas de la roca y que comenzaban en el extremo superior, donde ellos estaban. El arroyo que descendía saltando de la roca a la cornisa salpicaba con sus aguas parte de la empinada senda.

Vio cómo Carlono se apartaba del borde con mucha soltura, aferrando la cuerda con una mano mientras con un pie tocaba el primer estrecho reborde. Vio que Jondalar palidecía un poco, respiraba hondo y después iniciaba el descenso, un poco más lento y con más cuidado. Entretanto, Markeno, junto con Shamio, que pretendía ayudar, recogía un gran rollo de gruesa cuerda. El rollo terminaba en un lazo que había sido entretejido sobre el extremo como parte de la cuerda, y que caía sobre un grueso soporte que estaba más o menos a medio camino entre las paredes que circundaban el valle. El resto del largo cable fue lanzado sobre el límite del peñasco. Ayla se preguntó qué clase de fibras empleaban para fabricar sus cuerdas. Eran las más gruesas que habían visto jamás.

Poco después, Carlono regresó con el otro extremo del cable. Caminó hacia un segundo soporte, que no estaba lejos del primero, y después comenzó a elevar la cuerda, disponiéndose pulcramente en un rollo que tenía al lado de sus pies. Poco después apareció sobre el borde del risco, entre los dos extremos, un objeto ancho y poco profundo, parecido a un canasto. Con mucha curiosidad, Ayla se acercó para examinarlo mejor.

Lo mismo que las cuerdas, el canasto era sumamente sólido. El fondo tejido, que era chato y estaba reforzado y armado con planchas de madera, tenía la forma de un largo óvalo con los laterales rectos bordeando el óvalo, que parecían una empalizada baja. Tenía espacio sobrado para alojar a una persona acostada, o a un esturión de tamaño mediano, con la cabeza y la cola sobresaliendo por el frente y el fondo. El esturión más grande, una de las dos variedades que vivían sólo en el río y sus principales afluentes, alcanzaba unos diez metros de longitud y pesaba más de mil cuatrocientos kilogramos; por tanto, había que despiezarlo para llevarlo hasta el valle.

El canasto de suministros estaba sostenido por dos cuerdas entrelazadas y era mantenido en su lugar por cuatro anillos de fibra, dos unidos a cada uno de los lados más largos. Cada cuerda pasaba por un anillo y se elevaba atravesando el anillo situado en diagonal en el lado opuesto, cruzando bajo el artefacto. Los cuatro extremos de las cuerdas estaban entrecruzados y formaban arriba una presilla ancha y pesada; la cuerda descolgada por el borde del risco pasaba por esa presilla.

–Ayla, entra. Te sujetaremos bien y te bajaremos –dijo Markeno, mientras se ponía un par de guantes de cuero muy apretados y después daba una vuelta al largo extremo alrededor de la segunda estaca, preparándose para bajar el canasto.

Como ella vaciló, Tholie dijo:

–Si no te decides, te mostraré cómo se hace. Nunca me gustó ir en este recipiente.

Ayla miró de nuevo la empinada pendiente. Ninguna de las dos formas le parecía muy interesante.

–Esta vez probaré el canasto –propuso.

Donde se iniciaba la vía de descenso, la pared que comenzaba debajo del risco era empinada, pero tenía una inclinación que permitía treparla, aunque con dificultad; cerca del punto medio, donde estaban las estacas, el borde superior del risco sobrepasaba la pared. Ayla entró en el canasto, se sentó y aferró los bordes con los nudillos blancos a causa de la presión.

–¿Estás dispuesta? –preguntó Carlono. Ayla volvió la cabeza sin apartar las manos de los bordes y asintió–. Bájala, Markeno.

La joven apretó con menos fuerza, mientras Carlono empujaba el canasto sobre el borde. Mientras Markeno dejaba deslizar la cuerda entre sus manos protegidas por los guantes de cuero, controlando el descenso con la ayuda de la cuerda enroscada en la estaca, la presilla que estaba en el extremo superior del canasto se deslizaba por la gruesa cuerda, y Ayla, suspendida en el espacio vacío sobre el muelle, comenzó a descender lentamente.

El artefacto que permitía transportar suministros y personas, entre la cornisa de arriba y el muelle de abajo, era sencillo pero eficaz. Dependía de la fuerza muscular, pero el canasto mismo, aunque sólido, era relativamente liviano y posibilitaba que incluso una sola persona moviese grandes cargas. Con la ayuda de otros individuos, podían transportarse cargas bastante pesadas.

Apenas había abandonado el extremo superior del risco, Ayla cerró los ojos y sintió que el corazón le latía con fuerza. Pero cuando percibió que descendía lentamente, abrió cautelosamente los ojos y miró alrededor, realmente maravillada. Vio el paisaje desde una perspectiva que antes desconocía y que probablemente nunca volvería a ver.

Colgada sobre el gran río de aguas móviles, junto a la alta pared de la garganta, Ayla sintió que estaba flotando en el aire. El muro rocoso del otro lado del río estaba a poco más de un kilómetro y medio de distancia, pero le parecía muy cercano, si bien en ciertos lugares a lo largo de la puerta, las paredes estaban mucho más próximas una de la otra. Era un tramo bastante recto del río, y mientras ella miraba hacia el este y después hacia el oeste, siguiendo el curso de la vía fluvial, alcanzó a percibir su poder. Cuando casi había llegado al muelle, miró hacia arriba y vio una nube blanca que se desplazaba sobre el borde de la muralla; y atrajeron su atención dos figuras. Saludó con la mano. Después aterrizó con un leve golpe, cuando aún estaba mirando hacia arriba.

Cuando vio la cara sonriente de Jondalar dijo:

–¡Ha sido de veras excitante!

–Espectacular, ¿verdad? –dijo él, mientras la ayudaba a salir del artefacto.

Un nutrido grupo de personas la esperaba, pero ella estaba más interesada por el lugar que por la gente. Sintió un balanceo bajo los pies cuando salió del canasto y pisó las planchas de madera; comprendió que estaba flotando en el agua. Era un muelle de amplias proporciones, que podía albergar varias viviendas de construcción análoga a las que se habían levantado bajo el saliente de piedra arenisca, además de varios espacios abiertos. Habían encendido fuego en las proximidades, aprovechando una losa de piedra arenisca rodeada de piedras. Varios de los asombrosos botes que ella había visto antes, utilizados por la gente del río –angostos y con un borde afilado a proa y a popa–, estaban amarrados a la construcción flotante. Tenían diferentes tamaños y no había dos iguales; formaban una amplia gama, desde los que apenas tenían capacidad para una persona, hasta los más largos, con varios asientos.

Cuando se volvió para mirar alrededor, vio dos botes muy grandes que la sobresaltaron. Las proas se alargaban para convertirse en cabezas de extrañas aves; aquéllos estaban ornados con dibujos geométricos, que, en conjunto, semejaban plumas. Había ojos pintados cerca de la línea de flotación. La embarcación más grande tenía un dosel en el centro. Cuando miró a Jondalar para expresarle su asombro, él tenía los ojos cerrados y en su frente había arrugas y angustia; Ayla comprendió que la embarcación grande seguramente tenía algo que ver con su hermano.

Pero ninguno de los dos tuvo mucho tiempo para detenerse a pensar. El grupo los empujó hacia delante, porque todos estaban ansiosos de mostrar a la visitante tanto su peculiar habilidad artesanal como su destreza en la navegación. Ayla vio que varias personas trepaban por una especie de escala que unía el muelle con el bote. Cuando la invitaron a apoyar el pie en uno de los peldaños, comprendió que esperaban que hiciera lo mismo. La mayoría de la gente caminaba por el muelle, manteniendo fácilmente el equilibrio, a pesar de que el bote y el muelle a veces se movían en sentidos contrarios; de todos modos, Ayla aceptó agradecida la mano que Carlono le tendió.

Se sentó entre Markeno y Jondalar, bajo el dosel que se extendía de un extremo a otro, sobre un banco que fácilmente podría admitir a más personas. Otros se sentaron en bancos delante y detrás, y varios empuñaron remos de mango muy largo. Antes de que ella supiese a qué atenerse, habían soltado las cuerdas que los mantenían unidos al muelle y estaban en mitad del río.

Carolio, hermana de Carlono, situada en la parte delantera del bote, cantaba con una voz potente y aguda una canción rítmica que se elevó sobre la melodía líquida del Río de la Gran Madre. Ayla observó fascinada mientras los remeros pugnaban contra la corriente poderosa, intrigada por la forma en que remaban al unísono con el ritmo de la canción, y le sorprendió la rapidez y la suavidad con que avanzaban contra la corriente.

En un recodo del río, los costados de la garganta rocosa se acercaron. Entre las altas murallas que nacían en las proximidades del río caudaloso, el ruido del agua se hizo más estridente e intenso. Ayla sintió que el aire era más frío y húmedo, y las aletas de su nariz se movieron al percibir el aroma arenoso y nítido del río y de la muerte y la vida en él, tan diferentes de los perfumes tersos y secos de las llanuras.

Cuando la garganta se ensanchó de nuevo, los árboles que crecían en los márgenes descendieron hasta el borde del agua.

–Esto comienza a parecerme desconocido –dijo Jondalar–. Eso que está delante, ¿no es el lugar donde se fabrican los botes? ¿Nos detendremos allí?

–Ahora no. Continuaremos avanzando y giraremos rodeando el Medio Pez.

–¿Medio Pez? –preguntó Ayla–. ¿Qué es eso?

Un hombre que estaba sentado frente a ella se volvió y sonrió. Ayla recordó que era el compañero de Carolio.

–Deberías preguntárselo –dijo, mirando al hombre que estaba al lado de Ayla. Ella advirtió el sonrojo en la cara de Jondalar, que la miró avergonzado.

–Es donde él se convirtió en medio hombre ramudoi. ¿Todavía no te lo ha dicho?

Varias personas se echaron a reír.

–¿Por qué no se lo cuentas, Barono? –dijo Jondalar–. Estoy seguro de que no es la primera vez.

–Jondalar tiene razón en eso –confirmó Markeno–. Es una de las anécdotas favoritas de Barono. Carolio dice que está cansada de escucharla, pero todos saben que él no puede resistirse a relatar una buena anécdota sin que le importe cuántas veces la haya contado.

–Bien, Jondalar, tienes que reconocer que fue divertido –dijo Barono–. Pero deberías ser tú quien la contara.

Jondalar sonrió a pesar de sí mismo.

–Quizá lo fuera para todos los demás. –Ayla le miraba con una sonrisa desconcertada–. Yo estaba empezando a aprender a manejar los botes pequeños –comenzó–. Tenía conmigo un arpón, una lanza para capturar peces, y navegué río arriba; entonces vi al esturión que pasaba. Me pareció que era mi oportunidad de atrapar mi primer pez, pero no medí las consecuencias de rescatar yo solo un pez tan grande ni de lo que sucedería con un bote tan pequeño.

–¡Ese pez fue la aventura de su vida! –dijo Barono, que no pudo resistir la tentación de intervenir.

–Ni siquiera estaba seguro de que podría clavarle el arpón, no estaba acostumbrado a una lanza unida a una cuerda –continuó Jondalar–. Debí haberme preocupado de lo que sucedería después.

–No comprendo –dijo Ayla.

–Si estás cazando en tierra y hundes tu lanza en algo, por ejemplo un ciervo, aunque sólo lo hieras y la lanza se caiga, puedes seguirle el rastro –explicó Carlono–. No puedes seguir la pista de un pez en el agua. Un arpón tiene unas barbas que miran hacia atrás y una cuerda fuerte unida al arpón, de modo que cuando clavas la lanza en un pez, la punta con la cuerda queda clavada y no se pierde en el agua. El otro extremo de la cuerda puede estar atado al bote.

–El esturión al que lanceó le llevó río arriba, con bote y todo –interrumpió de nuevo Barono–. Estábamos en la orilla y le vimos pasar, tirado por la cuerda que estaba atada al bote. Nunca vi a nadie pasar tan rápido en mi vida. Fue algo muy divertido. Jondalar creyó que había enganchado al pez, ¡pero en realidad era el pez el que le había enganchado a él!

Ayla sonreía como todos los demás.

–Cuando, finalmente, el pez perdió bastante sangre y murió, yo estaba muy lejos, río arriba –continuó Jondalar–. El bote estaba casi inundado y yo terminé nadando hacia la orilla. En medio de la confusión, el bote descendió por el río, pero el pez fue a parar en un remanso, cerca de tierra. Lo arrastré hasta la orilla. En ese momento tenía mucho frío, pero había perdido mi cuchillo y no podía encontrar leña seca o algo para hacer fuego. De pronto, apareció un cabeza chata..., uno del clan..., un jovencito.

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