Las llanuras del tránsito (55 page)

–Sólo deseo ver felices a todos, para variar. Siempre que alguien venía a verme parecía que estaba compadeciéndome. Quiero que sepan que me curaré completamente –dijo la mujer, mientras abandonaba el lecho para pasar a los brazos de los dos jóvenes, que la esperaban.

–Ahora, despacio, cuidado con el soporte –indicó Ayla. Roshario pasó sobre el cuello de Jondalar su brazo sano–. Muy bien, levantadla los dos al mismo tiempo.

Con la mujer entre ellos, los dos hombres enderezaron el cuerpo y avanzaron un poco, para erguirse bajo el techo de la vivienda. Tenían más o menos la misma estatura y sostenían fácilmente a la mujer. Aunque estaba claro que Jondalar era más musculoso, Markeno era un joven vigoroso. Su fuerza estaba disimulada por su cuerpo más esbelto, pero la práctica del remo en los botes y la lucha con los enormes esturiones que los ramudoi solían pescar habían permitido que ejercitara constantemente sus músculos lisos y muy resistentes.

–¿Cómo te sientes? –preguntó Ayla.

–En el aire –dijo Roshario, sonriendo primero a un hombre y después al otro–. Desde aquí las cosas se ven diferentes.

–Entonces, ¿estás dispuesta?

–Ayla, ¿qué aspecto tengo?

–Tholie te peinó y te arregló bien los cabellos; creo que tienes un aspecto excelente –dijo Ayla.

–También me sentí mejor después de que me lavarais. Antes ni siquiera deseaba peinarme o lavarme. Esto seguramente significa que estoy mejor –expresó Roshario.

–Parte del efecto se debe a la medicina contra el dolor que te administré. Eso pasará. Avísame apenas empieces a sentir dolor muy intenso. No intentes hacerte la valiente. Y avísame también cuando empieces a sentirte fatigada –concluyó Ayla.

–Lo haré. Ahora estoy preparada.

–¡Mirad quién viene! ¡Es Roshario! Sin duda se siente mejor –exclamaron varias voces cuando la mujer apareció en la puerta de la vivienda.

–Acomodadla aquí –dijo Tholie–. Le preparé un lugar.

Algún tiempo atrás se había desprendido un gran fragmento de piedra arenisca que pertenecía al saliente y había caído cerca del círculo en que se reunían. Tholie había apoyado un banco contra la piedra y lo había cubierto de pieles. Los hombres llevaron allí a Roshario y la acomodaron con mucho cuidado.

–¿Te sientes cómoda? –preguntó Markeno después que la hubieron instalado en el asiento acolchado.

–Sí, sí, estoy muy bien –respondió Roshario–. No estaba acostumbrada a que se me dispensaran tantas atenciones.

El lobo había salido con ellos de la vivienda y apenas Roshario estuvo sentada, el animal encontró un lugar y se echó junto a ella. Roshario se sorprendió, pero cuando vio cómo la miraba y advirtió que vigilaba a todos los que se aproximaban, tuvo la sensación extraña pero clara de que él creía que estaba protegiéndola.

–Ayla, ¿por qué ese lobo permanece cerca de Roshario? Creo que deberías alejarlo de ella –dijo Dolando, preguntándose qué querría el animal de una mujer que todavía estaba tan débil y era tan vulnerable. Sabía que las manadas de lobos atacaban a menudo a los miembros viejos, enfermos y débiles de un rebaño.

–No, no lo alejéis –pidió Roshario, y extendió la mano sana para palmear la cabeza del lobo–. No creo que quiera herirme. Dolando, creo que está cuidándome.

–Yo pienso lo mismo, Roshario –dijo Ayla–. En el Campamento del León había un niño débil y enfermo; Lobo le apreciaba especialmente y adoptaba una actitud muy protectora. Creo que ahora siente que estás débil y desea protegerte.

–¿Ese niño no era Rydag? –preguntó Tholie–. El niño que Nezzie adoptó y que era... –hizo una pausa, porque de pronto recordó los sentimientos intensos e irrazonables de Dolando– ... un forastero.

Ayla advirtió la vacilación de Tholie y comprendió que no había dicho lo que inicialmente deseaba decir. Se preguntó cuál podía ser la razón de esa actitud.

–¿Todavía está con ellos? –preguntó Tholie, que se había sonrojado intensamente.

–No –dijo Ayla–. Murió al principio de la estación, en la Reunión de Verano.

La muerte de Rydag todavía la conmovía y entristecía, y su sentimiento era evidente.

La curiosidad de Tholie rivalizaba con su discreción; deseaba formular más preguntas, pero aquél no era el momento oportuno para preguntar acerca precisamente de ese niño.

–¿No tenéis apetito? ¿Por qué no comemos? –preguntó.

Todos satisficieron su apetito, incluida Roshario, que no comió mucho, aunque era más de lo que había ingerido en una sola comida desde hacía tiempo; después la gente se reunió alrededor del fuego con recipientes de vino de dientes de león levemente fermentados. Era el momento de relatar anécdotas, contar aventuras, y sobre todo saber más acerca de los visitantes y sus extraños compañeros de viaje.

Allí estaban todos los sharamudoi, excepto los pocos que se habían ausentado: los shamudoi, que vivían en tierra, en el alto valle, a lo largo de todo el año, y sus parientes que moraban cerca del río, los ramudoi. Durante las temporadas más cálidas, el Pueblo del Río vivía sobre un muelle flotante amarrado al pie de la montaña, pero en invierno se trasladaban a la alta meseta y compartían las viviendas con los primos con quienes se habían unido ceremonialmente. Se consideraba a las parejas dobles emparentadas tan estrechamente como cónyuges, y se trataba como hermanos a los hijos de las dos familias.

Era la organización más extraña de grupos estrechamente emparentados que Jondalar conocía, pero en este caso era eficaz, a causa de los vínculos de parentesco y de una original relación recíproca mutuamente provechosa. Existían muchos lazos prácticos y rituales entre las dos mitades, pero en esencia los shamudoi aportaban los productos de la pesca y su experiencia en el transporte por agua.

Los sharamudoi consideraban pariente a Jondalar, pero era pariente sólo a causa de su hermano. Cuando Thonolan se enamoró de una mujer shamudoi, había aceptado las costumbres de este pueblo y había decidido convertirse en uno de ellos. Jondalar había vivido con ellos el mismo tiempo y los consideraba como su familia. Habían aprendido y aceptado sus costumbres, pero nunca se había sometido a un rito que le incorporase por derecho propio. En el fondo de su corazón no podían renunciar a su identidad y a su propio pueblo, no podía adoptar la decisión de incorporarse permanentemente a ellos. Aunque su hermano había llegado a ser sharamudoi, Jondalar era todavía zelandonii. La conversación de esa noche comenzó, naturalmente, con preguntas acerca de su hermano.

–¿Qué sucedió después de que te fuiste de aquí con Thonolan? –preguntó Markeno.

Aunque abordar el tema podía resultar doloroso, Jondalar comprendió que Markeno tenía derecho a saber. Entre Markeno y Tholie, por un lado, y Thonolan y Jetamio, por otro, existían vínculos cruzados. Markeno tenía un parentesco tan estrecho como él; era un hermano nacido de la misma madre. En pocas palabras, Jondalar explicó que habían viajado río abajo en el bote suministrado por Carlono, relató alguno de los episodios más importantes y el encuentro con Brecie, la jefa mamutoi del Campamento del Sauce.

–¡Somos parientes! –dijo Tholie–. Es prima cercana.

–Eso lo supe después, cuando vivimos con el Campamento del León, pero ella fue muy buena con nosotros incluso antes de saber que éramos parientes –dijo Jondalar–. Por eso Thonolan decidió marchar hacia el norte y visitar otros campamentos mamutoi. Habló de cazar el mamut con ellos. Traté de convencerle de que no lo hiciera, de que volviese conmigo. Habíamos llegado al fin del Río de la Gran Madre; aquél era el punto más lejano que, según decía siempre, deseaba alcanzar.

El hombre de elevada estatura cerró los ojos y meneó la cabeza, como si intentase negar el hecho; después se inclinó, dominado por la angustia. La gente esperó, compartiendo su dolor.

–Pero no se trataba de los mamutoi –continuó un momento después–. Eso era una excusa. No podía soportar lo que pasó con Jetamio. Solamente quería seguirla al otro mundo. Me dijo que continuaría viajando hasta que la Madre le llevase también a él. Afirmó que estaba preparado, pero en realidad estaba más que preparado. Tanto deseaba irse, que se arriesgaba. Por eso murió. Y yo tampoco prestaba atención. Fue una estupidez por mi parte seguirle cuando salió a perseguir a aquella leona que le robó la presa. De no haber sido por Ayla, yo habría muerto con él.

Los últimos comentarios de Jondalar avivaron la curiosidad de todos, pero nadie deseaba formular preguntas que le obligarían a renovar con mayor intensidad su dolor. Finalmente, Tholie quebró el silencio.

–¿Cómo conociste a Ayla? ¿Estabas cerca del Campamento del León?

Jondalar miró a Tholie y después a Ayla. Había estado hablando en sharamudoi, y no sabía muy bien hasta qué punto le había entendido la joven. Deseaba que ella conociese mejor la lengua para que pudiera relatar su propia historia. No sería fácil explicar el caso, o más bien, lograr que la explicación fuese verosímil. Cuanto más tiempo pasaba, más irreal parecía todo, incluso a sus propios ojos, pero cuando Ayla lo pudiese explicar, más fácil sería aceptarlo.

–No. En ese momento no conocíamos el Campamento del León. Ayla vivía sola, en un valle que está a varios días de viaje del Campamento del León –dijo.

–¿Sola? –preguntó Roshario.

–Bueno, no completamente sola. En su pequeña caverna tenía la compañía de un par de animales.

–¿Quieres decir que tenía otro lobo como éste? –preguntó la mujer, extendiendo la mano para palmear al animal.

–No. No tenía a Lobo. Lo encontró cuando estábamos viviendo en el Campamento del León. Tenía a Whinney.

–¿Qué es un Whinney?

–Whinney es un caballo.

–¿Un caballo? ¿Quieres decir que también tenía un caballo?

–Sí. Ése, ése que veis ahí –dijo Jondalar, señalando a los caballos que estaban en el campo, sus siluetas recortadas sobre el cielo vespertino teñido de rojo.

Roshario abrió enormemente los ojos, sorprendida, y todos sonrieron. Todos habían experimentado ya la impresión inicial, pero ella no había visto los caballos hasta aquel momento.

–¿Ayla vivía con esos dos caballos?

–No exactamente. Yo vi cómo nació el hijo de Whinney. Antes, ella vivía sola con Whinney... y el león de la caverna –concluyó Jondalar, casi en voz baja.

–¿Y qué? –Roshario pasó a su mamutoi, sin duda imperfecto–. Ayla, explícate. Me temo que Jondalar está confundido. Y quizá Tholie se sirva traducir.

Ayla había entendido fragmentos y pasajes de la conversación, pero ahora pidió a Jondalar que se lo aclarase. Él se sintió muy aliviado.

–Ayla, creo que no me expresé con mucha claridad. Roshario desea saberlo de ti. ¿Por qué no les explicas cómo vivías en tu valle con Whinney y Bebé, y cómo me encontraste? –pidió.

–Y también por qué vivías sola en un valle –agregó Tholie.

–Es una larga historia –dijo Ayla después de respirar hondo. La gente se acomodó mejor, sonriendo. Eso era exactamente lo que deseaban escuchar, un episodio nuevo, extenso e interesante. Ayla bebió un sorbo de tila y pensó en la forma de comenzar–. Ya se lo he dicho a Tholie, no recuerdo cuál era mi pueblo. Desaparecieron en un terremoto cuando yo era pequeña, el clan me descubrió y me crio. Iza, la mujer que me encontró, era una hechicera, una curadora, y comenzó a enseñarme el arte de curar cuando yo era muy pequeña.

Dolando pensó, mientras Tholie traducía: «Bien, ahora se explica que la joven posea tanta habilidad». Por su parte, Ayla continuó la narración.

–Viví con Iza y su hermano Creb; el compañero de Iza había muerto en el mismo terremoto que destruyó a mi pueblo. Creb era algo así como el hombre del hogar; ayudó a Iza a criarme. Ella murió hace pocos años, pero antes de desaparecer me dijo que yo debía marcharme y buscar mi propio pueblo. No me alejé, no podía irme... –Ayla vaciló, tratando de decidir qué parte de la verdad revelaría–. No lo hice entonces, pero después... que Creb murió... tuve que alejarme.

Ayla hizo una pausa y bebió otro sorbo de su tila, mientras Tholie traducía lo que había dicho, con un poco de dificultad cuando tenía que pronunciar los nombres extraños. El relato había avivado las intensas emociones de aquel período y Ayla necesitaba recuperar el dominio de sí misma.

–Traté de descubrir a mi propio pueblo, obedeciendo el mandato de Iza –continuó Ayla–, pero no sabía dónde buscar. Exploré desde el principio de la primavera hasta bien entrado el verano, sin hallar a nadie. Comencé a preguntarme si alguna vez lo descubriría, y ya comenzaba a fatigarme de viajar. Entonces llegué a un valle pequeño y verde en medio de las estepas, un lugar atravesado por un arroyo, incluso con una hermosa y pequeña caverna. Tenía todo lo que necesitaba..., excepto personas. No sabía si encontraría a alguien, pero sí comprendía que se acercaba el invierno, y si no me preparaba, no viviría hasta la primavera siguiente. Decidí permanecer en la caverna hasta el comienzo de la siguiente estación cálida.

La gente estaba muy interesada en el relato de Ayla; expresaban sus opiniones en voz alta, asentían, decían que tenía razón, era lo único acertado que podía hacer. Ayla explicó que había atrapado a un caballo en una trampa y entonces descubrió que era una yegua que estaba amamantando; después vio una manada de hienas que se arrojaba sobre el potrillo.

–No pude evitarlo –dijo–. Era un animal muy pequeño e indefenso. Alejé a las hienas y me traje a la pequeña yegua a vivir en la caverna conmigo. Me alegro de haberlo hecho. Compartió mi soledad e hizo que me fuese más soportable. Se convirtió en una amiga.

Por lo menos las mujeres podían entender lo que era sentirse atraída por un niño impotente, aunque fuese un potrillo. Tal como Ayla exponía el asunto, parecía perfectamente razonable, aunque nadie jamás había oído hablar de la adopción de un animal. Pero no sólo las mujeres se sentían cautivadas. Jondalar observaba a toda la gente. Las mujeres y los hombres estaban igualmente fascinados; comprendió que Ayla se había convertido en una buena narradora. Incluso él estaba absorto, pese a que conocía la historia. Observaba atentamente a Ayla, tratando de entender por qué su relato atraía tanto, y entonces advirtió que acompañaba sus palabras con gestos sutiles pero evocadores.

No respondía a un propósito consciente, ni lo hacía con una finalidad determinada. Ayla había crecido comunicándose según el estilo del clan y para ella era natural describir las cosas tanto con movimientos como con palabras, pero cuando, por primera vez, imitó los gritos de los pájaros y los relinchos de los caballos, sorprendió a sus oyentes. Había vivido sola en el valle, oyendo únicamente la vida animal en las proximidades; y así había comenzado a imitarlos y había aprendido además a reproducir esos sonidos con sobrecogedora fidelidad. Después de la primera impresión, sus sonidos animales de sorprendente realismo adquirían una dimensión fascinante.

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