Las llanuras del tránsito (54 page)

–Ayla, te presentaré –dijo Jondalar.

Ayla miró a los dos hombres. Uno era casi tan alto como Jondalar, pero más delgado; el otro era más bajo y tenía más años, pero la semejanza entre ellos era, de todos modos, sorprendente. El más bajo se adelantó primero, mostrando las palmas hacia arriba.

–Ayla de los mamutoi, éste es Carlono, jefe ramudoi de los sharamudoi.

–En el nombre de Mudo, Madre de Todos en el agua y en la tierra, te ofrezco la bienvenida, Ayla de los mamutoi –dijo Carlono, cogiendo las dos manos de la joven. Hablaba mamutoi incluso mejor que Dolando, como resultado de varias misiones comerciales en la desembocadura del Río de la Gran Madre, y también como fruto de las enseñanzas de Tholie.

–En nombre de Mut, te agradezco la bienvenida, Carlono de los sharamudoi –replicó ella.

–Debes venir pronto a nuestro muelle –expresó Carlono, mientras pensaba: «Qué extraño acento. Creo que nunca oí nada parecido, y he escuchado a muchos que hablaban esa lengua»–. Jondalar me dijo que te prometió un viaje en un buen bote, no en uno de esos cuencos mamutoi de grandes proporciones.

–Me encantará –respondió Ayla, y sus labios dibujaron una sonrisa luminosa.

Carlono apartó el pensamiento de las características verbales de Ayla para examinarla de arriba abajo. La mujer, que Jondalar había traído, ciertamente era una belleza. Llegó a la conclusión de que hacía buena pareja con él.

–Jondalar me habló de vuestros botes y de la pesca del esturión –continuó Ayla.

Los dos hombres rieron, como si ella hubiera gastado una broma, y miraron a Jondalar, que también sonrió, aunque se ruborizó levemente.

–¿Te contó cómo cierta vez atrapó medio esturión? –dijo el hombre alto y joven.

–Ayla de los mamutoi –interrumpió Jondalar–, éste es Markeno de los ramudoi, hijo del hogar de Carlono y compañero de Tholie.

–Bienvenida, Ayla de los mamutoi –dijo informalmente Markeno, consciente de que había sido saludada muchas veces con el rito correspondiente–. ¿Has conocido a Tholie? Seguramente le complacerá que estés aquí. A veces echa de menos a su gente mamutoi.

El dominio de la lengua de su compañera era casi perfecto.

–Sí, la he conocido, y también he conocido a Shamio. Es una hermosa chiquilla.

Markeno sonrió, satisfecho.

–Yo también pienso así, aunque uno no debe decir eso de la hija de su propio hogar. –Después se volvió hacia el jovencito–. Darvo, ¿cómo está Roshario?

–Ayla le arregló el brazo –dijo–. Es una curadora.

–Jondalar nos dijo que corrigió la fractura –confirmó Carlono, poniendo cuidado en evitar una afirmación demasiado tajante. Había que esperar el proceso de curación del brazo.

Ayla advirtió el sesgo de la respuesta del jefe ramudoi, pero pensó que eso era comprensible, dadas las circunstancias. Por mucho que simpatizaran con Jondalar, después de todo ella era una forastera.

–Jondalar, Darvalo y yo vamos a recoger algunas hierbas que vi cuando veníamos hacia aquí –dijo Ayla–. Roshario todavía duerme, pero quiero prepararle una bebida para el momento en que despierte. Dolando está con ella. Además, no me gusta el aspecto de los ojos de Corredor. Después buscaré más de esas plantas blancas que le mejoran, pero ahora no quiero perder tiempo. Trata de lavarle los ojos con agua fría –concluyó. Después sonrió a todos, hizo una señal a Lobo, un gesto a Darvalo, y enfiló hacia el borde del valle.

La vista desde el sendero que empezaba en un extremo de la pared no era menos espectacular que la primera vez que ella se había asomado a ese panorama. Tuvo que contener la respiración al mirar hacia abajo, pero no pudo evitar la tentación. Permitió que Darvalo pasase adelante, y se alegró cuando éste le mostró un atajo. El lobo exploraba el sector en torno al sendero y perseguía activamente los olores sugestivos; después se reunía con ellos. Las primeras veces que Lobo apareció súbitamente, sobresaltó al joven, pero, a medida que iban avanzando, Darvalo comenzó a acostumbrarse a las idas y venidas del animal.

Mucho antes de que ellos llegasen, el corpulento y viejo tilo anunció su presencia con su intensa fragancia, que recordaba el aroma de la miel, y con el zumbido de las abejas. El árbol apareció ante ellos después de dejar atrás un recodo del sendero, y así quedó a la vista la fuente del fragante aroma, las pequeñas flores verdes y amarillas que colgaban de pedúnculos oblongos en forma de ala. Las abejas estaban tan atareadas recogiendo néctar que no se inquietaron lo más mínimo cuando las personas vinieron a perturbarlas, si bien la mujer tuvo que sacudir algunas abejas de las flores cortadas. Los insectos se limitaron a volar de regreso al árbol y buscar otras flores.

–¿Por qué esto es especialmente bueno para Roshario? –preguntó Darvalo–. La gente siempre prepara infusiones de tilo.

–Tiene un buen sabor, ¿verdad? Pero también es útil. Si estás inquieto, o nervioso, o incluso irritado, puede ser un buen calmante; si estás fatigado, te reanima, te levanta el espíritu. Puede eliminar las jaquecas y calmar un estómago dolorido. Roshario sentirá todos esos síntomas a causa de la bebida que la durmió.

–Ignoraba que produjera todos esos efectos –dijo el joven, y miró de nuevo el conocido y frondoso árbol de suave corteza de color pardo oscuro, impresionado porque un vegetal tan común tuviera cualidades que lo convertían en algo mucho más importante de lo que aparentaba.

–Darvalo, me gustaría encontrar otro árbol, pero no conozco el nombre en mamutoi –dijo Ayla–. Es un árbol pequeño, que a veces crece como un matorral. Tiene espinas y las hojas se parecen un poco a una mano con dedos. Tiene racimos de flores blancas al principio del verano, y por esta época bayas rojas redondas.

–No se trata del rosal, ¿verdad?

–No, pero se le parece. El que busco generalmente crece más que un rosal, pero las flores son más pequeñas y las hojas son distintas.

Darvalo frunció el entrecejo tratando de concentrarse, y de pronto sonrió.

–Creo que sé lo que buscas; hay algunos no lejos de aquí. En primavera siempre recogemos los capullos al pasar y los comemos.

–Sí, parece que es el mismo. ¿Puedes llevarme allí?

Lobo no estaba visible, por lo que Ayla silbó. Apareció casi instantáneamente y miró a Ayla con ansiosa expectativa. Ella le hizo señas con el fin de que les siguiera. Caminaron un corto trecho hasta que llegaron a un matorral de espinos.

–¡Darvalo, esto es exactamente lo que buscaba! –confirmó Ayla–. No sabía muy bien si mi descripción era suficientemente clara.

–¿Para qué sirve? –preguntó Darvalo, mientras recogían bayas y algunas hojas.

–Para el corazón. Lo cura, lo fortalece y lo estimula, de modo que late con más fuerza, pero tiene un efecto suave en un corazón sano. No es para alguien que tenga un corazón débil, que necesita una medicina fuerte –dijo Ayla, tratando de hallar palabras para explicarse, de modo que el joven entendiese lo que ella sabía gracias a la observación y la experiencia. Ayla había aprendido de Iza en una lengua y un modo de enseñanza que era difícil de traducir–. También es bueno para mezclarlo con otras medicinas. Las estimula y consigue que sean más eficaces.

Darvalo estaba llegando a la conclusión de que era entretenido recoger cosas con Ayla. La joven conocía muchas cosas que nadie sabía y no tenía inconveniente en explicarlas todas. En el camino de regreso, Ayla se detuvo junto a una orilla soleada y seca, y cortó algunas flores púrpura de hisopo, de agradable aroma.

–¿Qué efecto tienen esas flores? –preguntó Darvalo.

–Limpian el pecho y ayudan a respirar. Y éstas –dijo Ayla, mientras recogía algunas hojas suaves y velludas de orejas de ratón que estaban cerca– estimulan todo. Son más fuertes y no son muy agradables, de modo que usaré sólo un poco. Quiero que Roshario beba algo agradable, pero esto le aclarará la mente y conseguirá que se sienta más despierta.

Al regreso, Ayla se detuvo de nuevo para recoger un gran manojo de bonitos alhelíes rosados. Darvalo esperaba recibir más nociones de medicina cuando preguntó para qué servía.

–Sólo porque huelen bien y dan un sabor dulce y picante. Echaré algunas a la tila y pondré otras en agua junto a la cama, porque quiero que se sienta bien. A las mujeres les agradan las cosas bonitas y perfumadas, sobre todo cuando están enfermas.

Darvalo llegó a la conclusión de que también a él, como a Ayla, le agradaban las cosas bonitas y perfumadas. Le complacía el modo en que ella le llamaba Darvalo, y no Darvo, que era el nombre que usaban todos. No era que le preocupase mucho que Dolando o Jondalar le llamaran así, pero le resultaba más grato oír que ella empleaba el nombre de adulto. También la voz de Ayla tenía vibraciones agradables, pese a que pronunciaba algunas palabras de un modo un tanto extraño. Gracias a esa voz, uno le prestaba atención cuando hablaba, y después pensaba que tenía una voz armoniosa.

Recordaba el tiempo en que deseaba más que nada que Jondalar se uniese con su madre y se quedara con los sharamudoi. El compañero de su madre había fallecido cuando él era joven, y antes de la llegada del zelandonii de elevada estatura nunca un hombre había vivido con ellos. Jondalar le había tratado como a un hijo de su hogar –incluso había comenzado a enseñarle a trabajar el pedernal–, y Darvalo había sufrido mucho cuando el hombre se marchó.

Había abrigado la esperanza de que Jondalar regresara, pero, en realidad, nunca le había esperado. Cuando su madre se alejó con ese hombre mamutoi, llamado Gulec, Darvalo llegó a la conclusión de que no había motivo que justificara que el hombre zelandonii permaneciera allí si retornaba. Pero ahora había vuelto, y con otra mujer, y su madre no necesitaba estar allí. Todos simpatizaban con Jondalar, y sobre todo después del accidente de Roshario, todos hablaban de lo mucho que necesitaban un curador. Darvalo estaba seguro de que Ayla era eficaz. Y entonces pensó: «¿Por qué no podían quedarse los dos?».

–Ha despertado una vez –dijo Dolando apenas Ayla entró en la vivienda–. Por lo menos, a mí me lo pareció. También es posible que se haya movido inquieta en sueños. Después se tranquilizó y ahora está durmiendo.

El hombre se sintió aliviado al ver a Ayla, aunque era evidente que no deseaba que esa reacción se manifestara demasiado. A diferencia de Talut, que había mostrado una actitud franca y cordial, y cuyo liderazgo se basaba en la fuerza de su carácter, su disposición a escuchar, a aceptar las diferencias y concertar compromisos..., y en una voz tan estridente que atraía la atención de un grupo ruidoso en medio de una acalorada discusión..., Dolando recordaba a Ayla más bien la figura de Brun. Era más reservado, y aunque era un buen oyente que consideraba cuidadosamente una situación, no le agradaba revelar sus sentimientos. Pero Ayla estaba acostumbrada a interpretar las sutiles manías de un hombre de ese estilo.

Lobo entró con ella y se fue a su rincón incluso antes de que Ayla se lo ordenase. La joven depositó en el suelo su canasto de flores y hierbas para examinar a Roshario; después habló con el hombre preocupado.

–Despertará pronto, pero quisiera tener tiempo para preparar una infusión especial que ella deberá beber al despertar.

Dolando había sentido la fragancia de las flores apenas entró Ayla, y el líquido humeante que ella preparó con aquellas flores tenía un intenso aroma floral cuando Ayla presentó un recipiente al propio Dolando; llevó otro a la mujer que estaba acostada.

–¿Para qué es esto? –preguntó Dolando.

–Lo preparé para ayudar a Roshario a despertar, pero tú comprobarás que es un líquido refrescante.

Dolando sorbió el líquido, esperando hallar un leve sabor a flores, y le sorprendió el gusto sutilmente dulce, pleno de carácter y fuerza que le llenó la boca.

–¡Es muy bueno! –dijo–. ¿Qué tiene?

–Pregunta a Darvalo. Creo que él te lo explicará gustoso.

El hombre asintió, entendiendo la sugerencia implícita.

–Debería prestarle más atención. He estado tan preocupado por Roshario, que no pensé en nada más, y sin duda Darvalo también está preocupado por ella.

Ayla sonrió. Comenzaba a percibir las cualidades que le habían convertido en el jefe de este grupo. Le agradaba su rapidez mental y tendía cada vez más a simpatizar con aquel hombre. Roshario emitió un sonido, y la atención de los dos se volvió hacia ella.

–¿Dolando? –dijo la mujer con voz débil.

–Aquí estoy –contestó Dolando, y la ternura que se manifestaba en su voz puso un nudo en la garganta de Ayla–. ¿Cómo te sientes?

–Un poco mareada; he tenido un sueño de lo más extraño –dijo ella.

–Te he traído algo de beber. –La mujer contrajo el rostro al recordar la última bebida que le había administrado–. Creo que esto te agradará. Mira, huele –dijo Ayla, acercando la taza de modo que el delicioso aroma llegase a la nariz de Roshario. Su rostro se distendió y Ayla levantó la cabeza de Roshario y acercó el recipiente a sus labios.

–Es agradable –confirmó Roshario después de unos pocos sorbos, y siguió bebiendo. Se recostó en la cama cuando concluyó y cerró los ojos, pero los abrió enseguida–. ¡Mi brazo! ¿Cómo está mi brazo?

–¿Cómo lo sientes? –dijo Ayla.

–Duele un poco, pero no tanto y de distinto modo –respondió la mujer–. Quiero verlo.

Torció la cara para mirar el brazo, y después intentó sentarse.

–Te ayudaré –dijo Ayla, sosteniéndola.

–¡Está derecho! Mi brazo está derecho. Lo hiciste –clamó la mujer. Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras volvía a recostarse–. Ahora no seré una vieja inútil.

–Es posible que no lo puedas usar con toda su fuerza –la previno Ayla–, pero los huesos están en su lugar y quizá el brazo cure bien.

–Dolando, ¿puedes creerlo? Ahora todo marchará bien –sollozó la mujer, pero sus lágrimas eran de alegría y alivio.

Capítulo 17

–Ahora, ten cuidado –dijo Ayla, ayudando a Roshario a acercarse a Jondalar y Markeno, que se habían inclinado a cada lado de la cama–. El entablillado sostendrá tu brazo y lo mantendrá en su lugar, pero mantenlo pegado al cuerpo.

–¿Estás segura de que debe levantarse tan pronto? –preguntó Dolando a Ayla, frunciendo inquieto el entrecejo.

–Estoy segura –confirmó Roshario–. Ya he estado demasiado tiempo en esta cama. No quiero perderme la fiesta de bienvenida a Jondalar.

–Con tal de que no se fatigue demasiado, probablemente será mejor que se levante y esté un rato con todos. –Después se volvió hacia Roshario–. Pero no demasiado tiempo. Ahora, el descanso es la mejor medicina.

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