Read Las llanuras del tránsito Online
Authors: Jean M. Auel
A medida que iba avanzando el relato, y sobre todo cuando explicó cómo había comenzado a montar y a enseñar al caballo, la propia Tholie apenas podía esperar a terminar la traducción de las palabras de Ayla, cuando ya ansiaba oír el resto. La joven mamutoi hablaba muy bien ambas lenguas, aunque no alcanzaba a reproducir el relincho de un caballo, o los gritos de las aves emitidos con sobrecogedora exactitud; pero no era necesario. La gente comprendía el significado de lo que Ayla estaba diciendo, en parte porque las lenguas eran parecidas, pero también a causa de aquella narración tan expresiva. Comprendían los sonidos en el momento oportuno, pero esperaban la traducción de Tholie para completar lo que se les escapaba.
Ayla se anticipaba a las palabras de Tholie tanto como otro cualquiera de los presentes, pero por una razón completamente distinta. Jondalar había observado con cierto temor la capacidad de Ayla para aprender rápidamente lenguas nuevas cuando, por primera vez, comenzó a enseñarle a hablar la suya propia; en efecto, se preguntaba cómo lo hacía. No sabía que la habilidad de Ayla en este sentido provenía de un conjunto específico de circunstancias. Para convivir con personas que aprendían a partir de los recuerdos de sus antepasados, los mismos recuerdos almacenados desde el nacimiento en sus enormes cerebros como una suerte de forma evolutiva y consciente del instinto, la joven que venía de los Otros se había visto obligada a desarrollar sus propias cualidades de memorización. Se había adiestrado para recordar rápidamente, a fin de que el resto del clan no la creyese tonta.
Antes de que la adoptasen había sido una niña normal y conservadora, y aunque había perdido la mayor parte de su lenguaje vocal cuando comenzó a hablar como lo hacía el clan, las pautas básicas estaban ya determinadas. Su premiosa necesidad de reaprender el lenguaje verbal para comunicarse con Jondalar había potenciado una capacidad natural. Una vez iniciado, el proceso que ella había utilizado inconscientemente se desarrolló todavía más cuando fue a vivir al Campamento del León, y tuvo que aprender otro idioma. Podía memorizar el vocabulario con tan sólo oírlo una vez, aunque la sintaxis y la estructura del lenguaje le exigían un esfuerzo un poco mayor. Pero la lengua de los sharamudoi se asemejaba por su estructura a la de los mamutoi, y muchas palabras eran similares. Ayla escuchaba la traducción de sus palabras por Tholie, porque, mientras ella relataba su historia, aprendía la lengua.
Aunque la historia de la adopción de un potrillo era en verdad fascinante, incluso Tholie tuvo que interrumpirse y pedir a Ayla que repitiese sus palabras cuando la joven se refirió al hallazgo del cachorro de león de la caverna que estaba herido. La soledad podía impulsar a alguien a vivir con un caballo que comía pasto, pero ¿un gigantesco carnívoro? Un león de la caverna macho completamente desarrollado, apoyado en sus cuatro patas, alcanzaba casi la altura de los caballos de la estepa más pequeños, y era más musculoso. Tholie deseaba saber cómo era posible que hubiese abrigado siquiera la idea de recoger a un cachorro de león.
–Entonces no era tan grande, no tenía siquiera el tamaño de un lobo pequeño; era como un niño... y estaba herido.
Aunque Ayla había tenido la intención de describir a un animal más pequeño, la gente volvió los ojos hacia el canino que estaba al lado de Roshario. Lobo pertenecía a una especie norteña y era corpulento incluso para aquella raza de considerables proporciones. Era el lobo más grande que cualquiera de ellos hubiera visto jamás. La idea de recoger a un león de esas proporciones no resultaba atractiva para muchos de ellos.
–El nombre que le asignó significaba «niño», y ella siguió llamándole así incluso después que alcanzó la edad adulta. Era el niño más grande que había visto jamás –agregó Jondalar, en un comentario que provocó sonrisas.
Jondalar también sonrió, pero después agregó una precisión más realista:
–A mí también me pareció divertido, pero no me pareció tan divertido la primera vez que lo vi. Bebé fue el león que mató a Thonolan y que casi me mató a mí. –Dolando miró aprensivo al lobo que de nuevo estaba al lado de Roshario–. Pero ¿qué puede esperarse cuando uno se mete en la guarida de un león? Aunque habíamos visto salir a su compañera y no sabíamos que Bebé estaba allí, nuestra actitud fue estúpida. En definitiva, tuvimos suerte porque se trataba precisamente de ese león.
–¿Por qué dices «tuvimos suerte»? –preguntó Markeno.
–Yo estaba gravemente herido e inconsciente, pero Ayla pudo detener al león antes de que me matase –dijo Jondalar.
Todos se volvieron hacia la mujer.
–¿Cómo pudo detener a un león de la caverna? –preguntó Tholie.
–Del mismo modo que controla a Lobo y a Whinney –dijo Jondalar–. Le dijo que se detuviese y él obedeció.
La gente meneaba la cabeza, incrédula.
–¿Cómo sabes que hizo eso? Has dicho que estabas inconsciente –observó alguien.
Jondalar volvió los ojos para ver quién era el que había hablado. Era un hombre joven del Clan del Río a quien había conocido, aunque no demasiado bien.
–Rondo, porque le vi hacer lo mismo después. Bebé vino a visitarla una vez, cuando yo aún estaba recuperándome. Sabía que yo era un forastero y quizá recordaba la vez en que Thonolan y yo entramos en su guarida. Fuera cual fuese la razón, no quería verme cerca de la caverna de Ayla e inmediatamente se dispuso a atacar. Pero ella se interpuso y le ordenó que se detuviese. Y él obedeció. Fue casi cómico el modo en que se interrumpió en medio de un salto; pero en ese momento yo estaba tan asustado que no lo advertí.
–¿Dónde está ahora el león de la caverna? –preguntó Dolando, mirando al lobo y preguntándose si el león también la habría seguido. No estaba muy interesado en recibir la visita del león, por muy eficaz que fuese el control de Ayla.
–Se fue a hacer su propia vida –dijo Ayla–. Permaneció conmigo hasta que alcanzó la edad adulta. Después, lo mismo que hacen otros cachorros, partió para buscar compañera y ahora probablemente tenga varias. Whinney también me dejó durante algún tiempo, pero volvió. Estaba preñada cuando regresó.
–¿Y el lobo? ¿Crees que un día se marchará? –preguntó Tholie.
Ayla contuvo la respiración. Era una posibilidad que ella se negaba a considerar. Había asaltado su mente más de una vez, pero siempre la rechazaba, y ni siquiera quería reconocerlo. Ahora se la habían planteado en palabras, claramente, y se esperaba una respuesta.
–Lobo era tan pequeño cuando lo descubrí, que creo que creció pensando que la gente del Campamento del León era su manada –dijo–. Muchos lobos siguen con su manada, pero algunos se van y se convierten en solitarios hasta que encuentran la compañía de otro solitario. Así comienza una nueva manada. Lobo todavía es joven, apenas más que un cachorro. Parece mayor porque es muy corpulento. No sé qué hará, Tholie, pero a veces eso me preocupa. No quiero que se marche.
Tholie asintió.
–Irse es difícil, tanto para el que se va como para el que se queda atrás –dijo, y recordó su propia y difícil decisión de separarse de su pueblo para vivir con Markeno–. Sé lo que yo sentí. ¿No has dicho que te separaste de esa gente que te crio? ¿Cómo los has llamado? ¿El clan? Nunca he oído hablar de esa gente. ¿Dónde viven?
Ayla miró a Jondalar, que estaba sentado, perfectamente inmóvil, muy tenso, con una expresión extraña en el rostro. Algo le inquietaba profundamente; de pronto ella se preguntó si Jondalar se sentiría aún avergonzado del pasado de Ayla y de la gente que la había criado. Suponía que él había dejado atrás esos sentimientos. Ayla no estaba avergonzada del clan. A pesar de Broud y las angustias que le había hecho pasar, esa gente la había cuidado y amado a pesar de las diferencias, y ella había correspondido a ese sentimiento con su amor. Con cierto asomo de cólera y un cierto aire de orgullo, decidió que no estaba dispuesta a negar a las personas a las que había amado.
–Viven en la península del Mar de Beran –replicó Ayla.
–¿La península? Ignoraba que había gente viviendo en la península. Ése es el territorio de los cabeza chatas... –Tholie se interrumpió. No podía ser, ¿verdad?
Tholie no fue la única que se dio cuenta de lo que aquello significaba. Roshario contuvo una exclamación y miró furtivamente a Dolando, tratando de descubrir si él había establecido ciertas relaciones, pero poco deseosa de que pareciera que ella no había observado nada irregular. Los nombres extraños que Ayla mencionaba, los que tenían una pronunciación tan difícil, ¿podían ser nombres que ella había asignado a otra especie de animales? Pero Ayla había dicho que la mujer que la había criado también le había enseñado la medicina que cura. ¿Tal vez había una mujer viviendo con ellos? ¿Qué mujer podía preferir la vida con esa gente, sobre todo si sabía curar? ¿Era concebible que una shamud viviese con los cabezas chatas?
Ayla veía las reacciones extrañas de algunas personas, pero cuando volvió los ojos hacia Dolando y advirtió que él la miraba fijamente, experimentó un estremecimiento de temor. No parecía el mismo hombre, el jefe sereno que había atendido con tanta ternura a su propia mujer. No miraba a Ayla con el sentimiento de alivio y agradecimiento provocado por la habilidad de la joven para curar, y ni siquiera con la cautelosa aceptación del primer encuentro. En cambio, Ayla percibió un dolor muy profundo y advirtió un cierto distanciamiento; una cólera amenazadora y violenta se traslucía en los ojos de Dolando, como si no pudiese ver claramente y la mirase a través de la roja pluma del odio.
–¡Cabezas chatas! –estalló–. ¡Has vivido con esos animales sucios y asesinos! Quisiera matarlos a todos. Y has vivido con ellos. ¿Cómo es posible que una mujer decente viva con ellos?
Tenía los puños cerrados cuando comenzó a acercarse a Ayla. Jondalar y Markeno se abalanzaron para detenerle. Lobo estaba delante de Roshario y mostraba los dientes con un gruñido profundo en la garganta. Shamio comenzó a llorar y Tholie la cogió y la apretó con gesto protector contra su cuerpo. En realidad, jamás hubiera temido que su hija estuviera cerca de Dolando, pero cuando se hablaba de los cabezas chatas, no reaccionaba de una forma racional y en aquel momento parecía estar dominado por una locura incontrolable.
–¡Jondalar! ¿Cómo te atreves a traer aquí a una mujer así? –dijo Dolando, tratando de liberarse del abrazo del hombre alto y rubio.
–¡Dolando! ¿Qué estás diciendo? –preguntó Roshario, tratando de ponerse en pie–. ¡Me ha ayudado! ¿Qué importa dónde creció? ¡Me ha ayudado!
La gente que se había reunido para dar la bienvenida a Jondalar estaba aturdida, conmovida por la impresión, y no sabía qué hacer. Carlono se puso en pie para ayudar a Markeno y a Jondalar, en un intento de tranquilizar al hombre que compartía con él el mando.
Ayla también estaba desconcertada. La virulenta reacción de Dolando era tan inesperada que no sabía qué pensar. Vio que Roshario intentaba ponerse de pie y trataba de apartar al lobo, que se mantenía en actitud defensiva frente a ella, tan confundido como todos por aquel revuelo, pero decidido a proteger a la mujer porque entendía que ése era su deber. Ayla pensó que Roshario no debía ponerse en pie, y se acercó deprisa a la mujer.
–Apártate de mi mujer. No quiero que se manche con tu suciedad –gritó Dolando, luchando por liberarse de los hombres que intentaban detenerle.
Ayla se detuvo. Aunque deseaba ayudar a Roshario, no quería provocar más dificultades con Dolando. Se preguntó: «¿Qué le sucede?». Entonces advirtió que Lobo estaba dispuesto a atacar, y con una señal, le indicó que se acercara. Lo último que podía desear es que Lobo hiriese a alguien. Era evidente que Lobo luchaba consigo mismo. Estaba dudando entre defender su terreno o lanzarse a la pelea, pero no quería alejarse del escenario; todo era muy confuso. La segunda señal de Ayla llegó acompañada por un silbido y eso le decidió. Corrió hacia ella y se plantó delante de Ayla en actitud defensiva.
Aunque Dolando hablaba sharamudoi, Ayla comprendía que el hombre había estado gritando algo acerca de los cabezas chatas y dirigiendo frases airadas contra ella misma; pero su sentido no le había resultado muy claro. Mientras esperaba allí con el lobo, comprendió de pronto lo que significaban los reniegos de Dolando y comenzó a enojarse también ella. El pueblo del clan no era una banda de sucios asesinos. ¿Por qué pensar en ellos irritaba tanto a Dolando?
Roshario se había puesto en pie y trataba de acercarse a los hombres que forcejeaban. Tholie entregó a Shamio a alguien que estaba cerca y corrió a ayudar a Roshario.
–¡Dolando! ¡Dolando, basta! –ordenó Roshario. Pareció que la voz de Roshario llegaba a Dolando; cesó de debatirse, aunque los tres hombres continuaron aferrándole.
Dolando miró irritado a Jondalar.
–¿Por qué la has traído aquí?
–Dolando, ¿qué te sucede? ¡Mírame! –exclamó Roshario–. ¿Qué habría sucedido si él no la hubiera traído? Ayla no fue la persona que mató a Doraldo.
Dolando miró a Roshario y pareció que por primera vez veía a la mujer débil y consumida, con el brazo en cabestrillo. Un espasmo le sacudió el cuerpo, y cual agua que se derrama, la furia irracional le abandonó.
–Roshario, no deberías estar en pie –dijo, tratando de acercarse a la mujer, pero vio que no podía moverse–. Podéis soltarme –indicó a Jondalar, con una voz que traslucía una fría cólera.
El zelandonii se apartó. Markeno y Carlono esperaron, antes de liberarlo hasta que tuvieron la certeza de que Dolando no se resistía; pero permanecieron cerca, por si acaso.
–Dolando, no tienes derecho a enojarte con Jondalar –dijo Roshario–. Jondalar trajo a Ayla porque yo la necesitaba. Dolando, todos están conmovidos. Ven, siéntate y muéstrales que estás bien.
Advirtió una mirada de obstinación en los ojos de Dolando, pero, de todos modos, él la acompañó al banco y se sentó junto a ella. Una mujer les trajo una infusión y después se acercó al lugar en el que estaban de pie Ayla, Jondalar, Carlono y Markeno junto a Lobo.
–¿Queréis tila o un poco de vino? –preguntó.
–Carolio, ¿no tendrás un poco de ese maravilloso vino de arándano? –preguntó Jondalar. Ayla observó que se parecía a Carlono y a Markeno.
–El vino nuevo no está en condiciones, pero tal vez quede algo del año pasado. ¿Para ti también? –preguntó a Ayla.
–Sí, si Jondalar lo desea, yo probaré. Creo que no nos conocemos –agregó.