Read Las llanuras del tránsito Online
Authors: Jean M. Auel
–¿Serán suficientes? –preguntó.
–Lo que pasa es que son demasiado finas –dijo ella–. Necesitamos pieles suaves y absorbentes, pero no tienen que ser las mejores.
Jondalar y Dolando sonrieron.
–No son las mejores –dijo Dolando–. Jamás las ofreceríamos en trueque. Tienen muchas imperfecciones. Son para usarlas a diario.
Ayla sabía acerca del manipulado de las pieles y de la preparación del cuero, y estas pieles eran flexibles y suaves, y el tacto era exquisitamente delicado. Estaba muy impresionada y deseaba que le explicasen el proceso, pero no era aquél el momento oportuno. Utilizando el cuchillo que Jondalar había fabricado para ella, con una fina y cortante lámina de pedernal montada en un mango de marfil de colmillo de mamut, cortó la piel de gamuza en tiras anchas.
Después, Ayla abrió uno de sus paquetes y volcó en un pequeño cuenco un polvo de granos gruesos, obtenido de las raíces secas y molidas del espinardo, cuyas hojas se parecían más bien a la dedalera, pero que tenía, en cambio, las flores amarillas del diente de león. Agregó un poco de agua caliente del caldero de cocinar. Como estaba preparando una cataplasma para facilitar la curación de la fractura del hueso, agregar un poco de datura no sería perjudicial, y su condición de anestésico no vendría mal. También agregó milenrama pulverizada, porque tenía propiedades como calmante externo del dolor y cicatrizante. Extrajo las piedras y agregó otras calientes al recipiente para cocer, con el fin de mantener la cocción de la sustancia, y la olió para verificar su fuerza.
Cuando comprobó que había adquirido la intensidad adecuada, extrajo un cuenco para ponerlo a enfriar y después se lo llevó a Roshario. Dolando estaba sentado junto a ella. Ayla pidió a Jondalar que tradujese exactamente lo que ella decía, porque no deseaba que hubiese malas interpretaciones.
–Esta medicina atemperará el dolor y te adormecerá –explicó Ayla–, pero es muy potente y es peligrosa. Algunas personas no pueden soportar tanta concentración. Te relajará los músculos, y así yo podré actuar sobre los huesos que están dentro, pero quizá te orines o defeques, porque esos músculos también se relajan. Algunas personas dejan de respirar. Si eso sucede, Roshario, tú morirás.
Ayla esperó a que Jondalar repitiese sus palabras; después hizo otra pausa para asegurarse de que sus precisiones habían sido bien entendidas. Era evidente que Dolando estaba asustado.
–¿Tienes que emplearla? ¿No puedes quebrarle el brazo sin eso? –preguntó.
–No. Sería demasiado doloroso, y sus músculos están muy tensos. Opondrán resistencia y será mucho más difícil fracturar en el punto exacto. No tengo nada más que amortigüe tan eficazmente el dolor. No puedo volver a fracturar y juntar los huesos y músculos sin esto, pero tú debes conocer el peligro. Dolando, si no hago nada, ella probablemente vivirá.
–Pero seré una mujer inútil y viviré sufriendo –dijo Roshario–. Eso no es vivir.
–Sufrirás, pero esto no significa que vayas a ser inútil. Hay remedios para aliviar el dolor, aunque quizá también te perjudiquen. Es posible que no puedas pensar con la misma claridad habitual –explicó Ayla.
–¿De modo que seré una persona inútil en el cuerpo o la mente? –dijo Roshario–. Si muero, ¿no sufriré?
–Dormirás y no despertarás, pero nadie sabe lo que puede suceder en tus sueños. Es posible que sientas mucho miedo o mucho dolor en tus sueños. El dolor incluso puede acompañarte al otro mundo.
–¿Crees que el dolor puede acompañar a alguien al otro mundo? –preguntó Roshario.
Ayla meneó la cabeza.
–No, no lo creo, pero tampoco lo sé.
–¿Crees que moriré si bebo eso?
–No te lo ofrecería si creyera que vas a morir. Pero es posible que tengas sueños extraños. Algunos lo toman, preparado de otro modo, para viajar a otros mundos, los mundos de los espíritus.
Aunque Jondalar había estado traduciendo el diálogo, entre ellas había comprensión suficiente, y las palabras del hombre sólo contribuían a aclarar las ideas. Ayla y Roshario sentían que estaban hablando directamente la una con la otra.
–Roshario, quizá no deberías arriesgarte –propuso Dolando–. No quiero perderte también a ti.
Ella miró al hombre con afectuosa ternura.
–La Madre llamará primero a uno de nosotros o al otro. Tú me perderás, o yo te perderé. Nada de lo que hagamos puede impedirlo. Pero si Ella está dispuesta a permitirme que pase más tiempo contigo, Dolando mío, no quiero vivir sufriendo o ser inútil. Prefiero irme ahora, silenciosamente. Y ya has oído a Ayla, no es probable que muera. Incluso si esto no resulta y no mejoro, por lo menos sabré que lo intenté, y eso me animará para seguir adelante.
Dolando, sentado en el lecho junto a ella, sosteniéndole la mano sana, miró a la mujer con la cual había compartido un tiempo tan considerable de su vida. Percibió la decisión en sus ojos. Finalmente, asintió. Después miró a Ayla.
–Tú has sido sincera. Ahora debo serlo yo. No te recriminaré nada si no consigues ayudarla, pero si muere, debes salir de aquí enseguida. No puedo estar seguro de que evitaré achacarte la culpa, y no sé lo que pudiera hacer. Piensa en eso antes de empezar.
Jondalar, que traducía, sabía de las pérdidas soportadas por Dolando: el hijo de Roshario, el hijo de su hogar, y el niño de su corazón, muerto en el momento mismo en que alcanzaba toda su virilidad; y Jetamio, la muchacha que había sido como una hija para Roshario y que había conquistado también el corazón de Dolando. Había crecido y llenado el vacío dejado por la muerte del primer hijo después de la muerte de su propia madre. Los esfuerzos de Jetamio para volver a caminar, para superar la misma parálisis que había afectado a tantos, le habían moldeado un carácter que hacía que todos, incluso Thonolan, la apreciaran. Parecía tan injusto que hubiese muerto en el parto. Se haría cargo de la situación si Dolando culpaba a Ayla de la muerte de Roshario, pero lo mataría antes de permitir que el hombre la hiriese. Se preguntó si Ayla no estaría arriesgándose demasiado.
–Ayla, quizá deberías reconsiderar la situación –dijo, hablando en zelandoni.
–Jondalar, Roshario sufre. Debo tratar de ayudarla, si lo desea. Si está dispuesta a aceptar los riesgos, yo no puedo negarme. Siempre hay peligro, pero soy una curadora; eso es lo que soy. No puedo cambiar las cosas, del mismo modo que Iza no podía cambiarlas.
Miró a la mujer que yacía en el lecho.
–Roshario, si tú estás preparada, yo también lo estoy.
Ayla se inclinó sobre la mujer acostada en el lecho sosteniendo en la mano el cuenco de líquido que se estaba enfriando. Introdujo el meñique para comprobar la temperatura; después depositó el cuenco en el suelo y luego se agachó y se sentó con las piernas cruzadas, en silencio, durante un momento.
Su pensamiento evocó la vida que había vivido con el clan, y sobre todo el entrenamiento que había recibido de la hábil hechicera que la había criado. Iza atendía las enfermedades más usuales y las heridas menos importantes con destreza y sentido práctico, pero cuando se trataba de un problema grave, un accidente de caza especialmente serio o una enfermedad que amenazaba la vida, pedía a Creb que, en su condición de Mog-Ur, invocase la ayuda de los poderes superiores. Iza era una curandera, pero en el clan, Creb era el mago, el santón, con acceso al mundo de los espíritus.
Entre los mamutoi y, a juzgar por el modo de hablar de Jondalar, también en su propio pueblo, las funciones de la curandera y el Mog-Ur no siempre estaban separadas. Los que curaban, a menudo intercedían ante el mundo de los espíritus, aunque no todos Los Que Servían a la Madre tenían el mismo conocimiento en todas las funciones que desempeñaban. El Mamut del Campamento del León se parecía mucho más a Creb. Le interesaban las cosas del espíritu y la mente. Aunque, en efecto, conocía ciertos remedios y procedimientos, sus cualidades como curador estaban relativamente poco desarrolladas, y a menudo correspondía a Nezzie, la compañera de Talut, tratar las heridas y las enfermedades menos importantes del campamento. Pero en la Reunión de Verano, Ayla había conocido a muchos curanderos hábiles de los mamutoi y había intercambiado conocimientos con ellos.
Pero el entrenamiento de Ayla había tenido carácter práctico. Como Iza, Ayla era una hechicera, una curadora. Pensaba que no conocía el ámbito del mundo de los espíritus, y ahora deseaba contar con alguien como Creb. Deseaba y sentía que necesitaba la ayuda de las fuerzas más importantes que ella misma y que estuviesen dispuestas a colaborar. Aunque Mamut había comenzado a enseñarle el saber del mundo espiritual de la Gran Madre, ella todavía estaba más familiarizada con el mundo de los espíritus en que había crecido, y sobre todo con su propio tótem, el espíritu del Gran León de la Caverna.
Aunque era un espíritu del clan, Ayla sabía que era poderoso, y Mamut había dicho que los espíritus de todos los animales, más aún, todos los espíritus, eran parte de la Gran Madre Tierra. Había incluido al tótem protector del León de la Caverna en la ceremonia cuando fue adoptada, y ella sabía cómo pedir la ayuda de su tótem. A pesar de que no pertenecía al clan, Ayla pensó que quizá el espíritu de su León de la Caverna ayudaría a Roshario.
Ayla cerró los ojos y comenzó a trazar en el aire los bellos y fluidos movimientos del más antiguo, sagrado y silencioso lenguaje del clan, que era conocido por todos los clanes, utilizado para invocar el mundo de los espíritus.
«Gran León de la Caverna, esta mujer, que fue elegida por el poderoso espíritu del tótem, agradece haber sido elegida. Esta mujer está agradecida por los dones que le fueron dados, y muy agradecida por los dones interiores, por las lecciones aprendidas y el saber adquirido.
»Grande y Poderoso Protector, que, como sabemos, elige a los varones que son meritorios y necesitan mucha protección, pero que eligió a esta mujer y la marcó con el signo del tótem cuando ella sólo era una niña, esta mujer se siente agradecida. Esta mujer no sabe por qué el espíritu del Gran León de la Caverna del clan eligió a una niña, que era de los Otros, pero esta mujer está agradecida porque se la consideró meritoria, y esta mujer está agradecida por la protección del gran tótem.
»Gran Espíritu del Tótem, esta mujer que antes ha pedido que la guíe, ahora pide ayuda. El Gran León de la Caverna guio a esta mujer de modo que aprendiese el saber de una hechicera. Esta mujer sabe curar. Esta mujer conoce remedios para la enfermedad y la herida, conoce infusiones y abluciones y cataplasmas y otras medicinas extraídas de las plantas, esta mujer conoce tratamientos y prácticas. Esta mujer está agradecida por ese saber, y agradecida por el saber desconocido de la medicina que el Espíritu del Tótem puede aportarle. Pero esta mujer no conoce las formas del mundo de los espíritus.
»Gran Espíritu del León de la Caverna, que mora con las estrellas en el mundo de los espíritus, la mujer que aquí yace no pertenece al clan; esta mujer es uno de los Otros, lo mismo que esta otra mujer que tú elegiste, pero ahora te pido ayuda para la mujer. La mujer sufre mucho, pero el dolor que alberga en su interior es peor. La mujer soportaría el sufrimiento, pero teme que, sin los dos brazos, será inútil. La mujer sería una buena mujer, sería una mujer útil. Esta curandera querría ayudar a la mujer, pero la ayuda puede ser peligrosa. Esta mujer querría pedir la ayuda del espíritu del Gran León de la Caverna, y de los espíritus que el Gran Tótem quiera elegir, para guiar a esta mujer y para ayudar a la mujer que aquí yace».
Roshario, Dolando y Jondalar permanecieron tan silenciosos como Ayla, mientras ella ejecutaba sus extraños movimientos. De los tres, Jondalar era el único que sabía lo que ella estaba haciendo; de pronto se sorprendió a sí mismo observando a los otros dos tanto como a Ayla. Aunque su conocimiento de la lengua del clan era rudimentario –se trataba de algo mucho más complejo de lo que él imaginaba–, se daba cuenta de que ella estaba pidiendo la ayuda del mundo de los espíritus.
De todas formas, Jondalar no percibía alguno de los matices más finos de un método de comunicación que se había formado sobre una base completamente distinta de la lengua verbal. Era imposible traducirlo íntegramente. En el mejor de los casos, la traducción a palabras parecía simplista, pero incluso así a él le parecían hermosos los gráciles movimientos de Ayla. Recordó que había existido un tiempo en que él hubiera podido sentirse avergonzado por los actos de Ayla, ahora sonrió interiormente ante su propia tontería, pero sentía curiosidad por saber cómo interpretarían Roshario y Dolando el comportamiento de Ayla.
Dolando estaba perplejo y un poco turbado, pues los actos de Ayla le resultaban totalmente desconocidos. Le inquietaba Roshario, y todo lo que fuera extraño, aunque estuviera motivado por una buena intención, le parecía un poco amenazador. Cuando Ayla terminó, Dolando miró a Jondalar con expresión inquisitiva, pero el hombre más joven se limitó a sonreír.
La herida había debilitado a Roshario, dejándola fatigada y febril, no como para delirar, aunque se la veía agotada y desalentada y más sensible a la sugestión. Ella misma veía que su atención se concentraba en la desconocida y se sentía extrañamente emocionada. No tenía la más mínima idea del significado de los movimientos de Ayla, pero, por lo menos, apreciaba su fluida gracia. Parecía como si la mujer estuviese bailando con las manos, e incluso con algo más que las manos. Con sus movimientos evocaba una sutil belleza. Los brazos y los hombros, incluso el cuerpo, parecían partes integrantes de sus manos ágiles y respondían a un ritmo interior que tenía un propósito definido. Aunque no comprendía todo aquello, del mismo modo que no entendía cómo Ayla había sabido que ella necesitaba ayuda, Roshario estaba segura de que todo esto era importante y de que tenía cierta relación con la vocación de la joven. Era una shamud, y eso era suficiente para ella. Poseía un saber que sobrepasaba el nivel de la gente común, y todo lo que parecía misterioso venía a aumentar su credibilidad.
Ayla recogió el cuenco y se arrodilló junto a la cama. Probó de nuevo con el meñique la temperatura del líquido, y después sonrió a Roshario.
–Roshario, que la Gran Madre de Todos te proteja –dijo Ayla, y levantó la cabeza y los hombros de la mujer, de modo que pudiera beber cómodamente, y acercó el pequeño cuenco a los labios de la doliente. Era un brebaje amargo, más bien fétido; Roshario contrajo la cara, pero Ayla la alentó a beber más, hasta que, al fin, consumió todo el contenido. Ayla la volvió a recostar suavemente en el lecho y sonrió de nuevo para tranquilizar a la mujer herida; pero ya estaba mostrando los síntomas que indicaban el efecto del brebaje.