Las llanuras del tránsito (50 page)

–Roshario, aquí están las moras que te prometí. Pero no las cogí yo. Lo hizo Ayla.

La mujer abrió los ojos. No había estado durmiendo, sólo trataba de descansar, pero no sabía que habían llegado visitantes. Ni siquiera oyó bien el nombre pronunciado por Darvalo.

–¿Quién las cogió? –preguntó con voz débil.

Dolando, inclinado sobre el lecho, aplicó la mano sobre la frente de Roshario.

–Roshario, ¡mira quién está aquí! Jondalar ha regresado –dijo.

–¿Jondalar? –repitió ella, mirando al hombre que estaba arrodillado al lado de su lecho, junto a Darvalo. Jondalar casi se estremeció al percibir el dolor que se dibujaba en la cara de la mujer–. ¿Realmente eres tú? A veces sueño y creo que veo a mi hijo, o a Jetamio, y después descubro que no es cierto. ¿Eres tú, Jondalar, o eres un sueño?

–No es un sueño, Rosh –dijo Dolando. Jondalar creyó ver lágrimas en los ojos del hombre–. De veras, está aquí. Hay alguien junto a él. Una mujer mamutoi. Se llama Ayla.

Hizo una seña a Ayla, invitándola a acercarse.

Ayla ordenó a Lobo que permaneciese quieto y se acercó hacia la mujer. Que estaba sufriendo mucho era evidente. Tenía los ojos vidriosos, marcados por profundas ojeras, de modo que parecían muy hundidos; tenía la cara encendida por la fiebre. Incluso desde cierta distancia y bajo la delgada protección de la manta, Ayla podía ver que el brazo, entre el hombro y el codo, estaba torcido y formaba un ángulo grotesco.

–Ayla de los mamutoi, ésta es Roshario de los sharamudoi –dijo Jondalar. Darvalo se apartó un poco y Ayla ocupó su lugar al lado del lecho.

–En nombre de la Madre, bienvenida, Ayla de los mamutoi –respondió Roshario, tratando de incorporarse, pero renunciando al intento y acostándose otra vez–. Lamento que no pueda saludarte como es debido.

–En nombre de la Madre, te lo agradezco –dijo Ayla–. No es necesario que te levantes.

Jondalar tradujo, pero hasta cierto punto Tholie había hecho a todos partícipes de su enseñanza de la lengua, de modo que Roshario contaba con una buena base para comprender el mamutoi. Roshario había entendido el sesgo de las palabras de Ayla y ahora asintió.

–Jondalar, sufre terriblemente. Creo que es un dolor insoportable. Quiero examinar su brazo –dijo Ayla, pasando al zelandoni, de modo que la mujer no pudiera hacerse idea de la gravedad real de la herida, pero eso no disimuló la preocupación que se reflejaba en su voz.

–Roshario, Ayla es una curadora, hija del Hogar del Mamut. Le gustaría examinar tu brazo –dijo Jondalar, y después volvió los ojos hacia Dolando, para asegurarse de que él no lo desaprobaba. El hombre estaba dispuesto a hacer todo lo que pudiese ayudar, siempre que Roshario lo aceptase.

–¿Una curadora? –dijo la mujer–. ¿Una shamud?

–Sí, como una shamud. ¿Puede examinarte?

–Me temo que es demasiado tarde para poner remedio, pero puede mirar.

Ayla descubrió el brazo. Era evidente que se había intentado enderezarlo, y habían limpiado la herida, que estaba curando; pero estaba hinchado y el hueso presionaba bajo la piel en un ángulo extraño. Ayla palpó el brazo, tratando de hacerlo con la mayor suavidad posible. La mujer se estremeció un tanto cuando Ayla levantó el brazo para palpar debajo, pero no se quejó. Ayla sabía que el examen era doloroso, pero necesitaba palpar el hueso bajo la piel. Ayla examinó los ojos de Roshario, olió su aliento, tomó el pulso en el cuello y la muñeca, y después se reclinó apoyada en los talones.

–Está curando, pero no ocupa el lugar debido. Con el tiempo quizá cure, pero no creo que pueda usar el brazo o la mano, según están ahora, y siempre sufrirá –dijo Ayla, hablando en la lengua que todos comprendían hasta cierto punto. Esperó que Jondalar tradujese.

–¿Puedes hacer algo? –preguntó Jondalar.

–Creo que sí. Tal vez sea demasiado tarde, pero me gustaría tratar de romper nuevamente el brazo donde está soldándose mal y enderezarlo. El problema es que cuando un hueso roto se suelda, a menudo es más fuerte que el propio hueso. Podría fracturarlo mal. Y en ese caso tendrá dos fracturas y más sufrimiento, y todo para nada.

Reinó el silencio después de la traducción de Jondalar. Finalmente, Roshario habló.

–Si se fractura mal, no estará peor que ahora, ¿verdad? –Era más una afirmación que una pregunta–. Quiero decir, no podré usar el brazo si sigue como ahora, de modo que otra fractura nada empeoraría. –Jondalar tradujo sus palabras, pero Ayla estaba asimilando los sonidos y ritmos de la lengua sharamudoi y relacionándolos con el mamutoi. El tono y la expresión de la mujer manifestaban incluso más. Ayla comprendió la esencia de las palabras de Roshario.

–Pero podría ser que sufrieses mucho más, sin conseguir nada –dijo Ayla, que ya sospechaba cuál sería la decisión de Roshario, pero quería que la mujer comprendiese cabalmente las consecuencias.

–Ahora no tengo nada –dijo la mujer, y no esperó a que Jondalar tradujese sus palabras–. Si logras enderezar el brazo, ¿después podré usarlo?

Ayla esperó que Jondalar trasladase esas palabras a la lengua que ella conocía, para captar con claridad su sentido.

–Es posible que no puedas usarlo como antes, pero por lo menos te servirá de algo. De todos modos, nadie puede estar seguro.

Roshario vaciló.

–Si hay una posibilidad de que pueda usar de nuevo mi brazo, quiero que lo hagas. No me importa el dolor. El dolor no es nada. Un sharamudoi necesita dos brazos sanos para caminar por el sendero que baja al río. ¿De qué sirve una mujer sharamudoi si ni siquiera puede bajar al muelle ramudoi?

Ayla escuchó la traducción de estas palabras. Después, mirando fijamente a la mujer, dijo:

–Jondalar, dile que intentaré ayudarla, pero también que lo más importante no es si alguien tiene dos brazos sanos. Conocí a un hombre con un solo brazo y un solo ojo, pero que tuvo una vida útil, y fue amado y muy respetado por todo su pueblo. No creo que Roshario sea menos. De eso estoy segura. No es una mujer que ceda fácilmente. Cualquiera que sea el resultado, esta mujer continuará haciendo una vida útil. Encontrará el modo, y siempre será amada y respetada.

Roshario volvió los ojos hacia Ayla mientras escuchaba la traducción de Jondalar. Después apretó levemente los labios y asintió. Respiró hondo y cerró los ojos.

Ayla se incorporó y ya estaba pensando en lo que había que hacer.

–Jondalar, ve a buscar mi canasto, el de la derecha. Dile a Dolando que necesito algunos trozos de madera, para entablillar; leña y un caldero de buen tamaño, uno que no le importe perderlo. No será conveniente usarlo de nuevo para cocinar. Lo emplearé para preparar una medicina fuerte contra el dolor.

Los pensamientos de Ayla continuaron su curso. «Necesito algo que la duerma mientras le fracturo de nuevo el brazo. Iza usaría la datura. Es fuerte, pero sería lo mejor para el dolor, y además la dormirá. Tengo un poco de datura seca, pero fresca sería mejor... Un momento..., ¿no la he visto hace poco?» Cerró los ojos, tratando de recordar. «¡Sí! ¡La he visto!»

–Jondalar, mientras traes mi canasto, voy a buscar un poco de esa manzana con espinas que vi cuando veníamos hacia aquí –indicó, ganando la entrada en unos pocos pasos–. Lobo, ven conmigo.

Ya había atravesado la mitad del campo cuando Jondalar la alcanzó.

Dolando estaba de pie a la entrada de la vivienda, mirando a Jondalar, a la mujer y al lobo. Aunque no había dicho nada, siempre había estado muy atento a la presencia del animal. Vio que Lobo se mantenía siempre al lado de la mujer y acompasaba su paso al de Ayla. Había observado las sutiles señales con la mano que Ayla le hacía cuando se aproximaba al lado de Roshario, había observado cómo el lobo se echaba sobre el vientre, aunque mantenía la cabeza alta y las orejas alerta, siguiendo todos los movimientos de la mujer. Cuando ella salió, el lobo la acompañó, ansioso de seguirla otra vez.

Observó hasta que Ayla y el lobo, al que ella controlaba con tan absoluta seguridad, doblaron el recodo del extremo de la pared. Después, volvió los ojos a la mujer acostada en el lecho. Por primera vez desde aquel terrible momento en que Roshario había resbalado y caído, Dolando se atrevió a sentir un poco de esperanza.

Cuando Ayla regresó, trayendo un canasto con las plantas de datura que previamente había lavado en el estanque, se encontró con un recipiente cuadrado de madera, al que decidió examinar después más atentamente, otro lleno de agua, un fuego vivo ardiendo en el hogar, con varias piedras lisas y redondeadas calentándose, y algunos trozos pequeños de madera. Dedicó un gesto aprobador a Dolando. Rebuscó en el contenido del canasto, hasta que halló varios cuencos y su viejo bolso de medicinas, el saquito de piel de nutria.

Con un pequeño cuenco midió una cantidad de agua que volcó en el caldero, agregó varias plantas de datura enteras, incluso las raíces, y después salpicó unas gotas de agua sobre las piedras puestas a calentar. Lo puso en el fuego para que se calentase todavía más, vació el contenido de su saquito de medicinas y eligió algunos paquetes. Cuando estaba desenvolviendo el resto del envoltorio, entró Jondalar.

–Ayla, los caballos están muy bien, pastando en el campo, pero he pedido a todos que, por ahora, se mantengan alejados de ellos. –Después se volvió hacia Dolando–. Pueden inquietarse cuando hay desconocidos y no quisiera que alguien sufra un accidente. Más adelante trataremos de que se acostumbren a ellos. –El jefe asintió. No creía que fuese el momento de hablar, para aprobar o desaprobar–. Ayla, Lobo no parece muy feliz allí fuera, y algunas personas están un tanto alarmadas. Realmente, creo que deberías traerlo aquí.

–Hubiera preferido tenerlo conmigo, pero creí que Dolando y Roshario deseaban que esperase en la entrada.

–Hablaré primero con Roshario. Después, creo que ella permitirá que el animal entre –dijo Dolando, sin esperar la traducción y hablando una mezcla de sharamudoi y mamutoi que Ayla pudo entender sin dificultad. Jondalar le dirigió una mirada de sorpresa, pero Ayla se limitó a continuar la conversación.

–Además, necesito medir las tablillas de madera –dijo, sosteniendo en la mano los pequeños trozos–, y después deseo que tú alises esos trozos hasta que desaparezcan todas las astillas. –Cogió una piedra de forma irregular que estaba cerca del hogar–. Frótalas con esta piedra arenisca hasta que estén bien lisas. ¿Tienes algunas pieles suaves que pueda cortar en tiras?

Dolando sonrió, aunque con un gesto un tanto disgustado.

–Ayla, tenemos fama en este terreno. Utilizamos la piel de la gamuza y nadie confecciona un cuero más suave que los sharamudoi.

Jondalar vio que conversaban y que se entendían perfectamente, a pesar de que el lenguaje que empleaban no era por cierto perfecto, y meneó la cabeza maravillado. Ayla había advertido seguramente que Dolando podía entender el mamutoi, y ella misma ya estaba usando algo de sharamudoi. ¿Dónde había aprendido las palabras que significaban «madera» y «piedra arenisca»?

–Iré a buscar esas pieles después de hablar con Roshario –indicó Dolando.

Se acercaron a la mujer acostada en el lecho. Dolando y Jondalar explicaron que Ayla viajaba en compañía de un lobo –no quisieron mencionar todavía a los caballos– y que la joven deseaba traer al animal al interior de la vivienda.

–Controla totalmente al animal –sentenció Dolando–. Él atiende las órdenes de Ayla y no ataca a nadie.

Jondalar dirigió a Dolando otra mirada sorprendida. No sabía cómo, pero lo cierto era que entre Dolando y Ayla se había establecido más comunicación de la que él había supuesto.

Roshario aceptó sin vacilar. Aunque resultaba extraño, no parecía en absoluto sorprendente que esa mujer pudiese controlar a un lobo. En todo caso, la noticia contribuyó a aliviar todavía más sus temores. No cabía duda de que Jondalar había traído a una poderosa shamud que sabía que Roshario necesitaba ayuda, del mismo modo que el viejo shamud había sabido una vez, muchos años atrás, que el hermano de Jondalar, que había sido corneado por un rinoceronte, necesitaba ayuda. No comprendía de qué modo Los que Servían a la Madre conocían esas cosas; pero las sabían, y eso era suficiente para ella.

Ayla se dirigió a la entrada y llamó a Lobo, y después lo acercó hasta Roshario.

–Se llama Lobo –dijo.

Quién sabe por qué, cuando ella miró los ojos de la hermosa criatura salvaje, Lobo pareció percibir la angustia y la vulnerabilidad de la mujer. Alzó una pata y la apoyó sobre el borde de la cama. Después, aplastando las orejas, avanzó la cabeza, sin mostrarse en absoluto amenazador, y lamió la cara de Roshario, gimiendo casi como si comprendiese el sufrimiento de la paciente. Ayla recordó súbitamente a Rydag y el estrecho vínculo que se había establecido entre el niño enfermizo y el cachorro de lobo que estaba creciendo. ¿Quizá esa experiencia le había enseñado a comprender la necesidad y el sufrimiento humanos?

Todos se sorprendieron ante la afable actitud del lobo, pero Roshario pareció abrumada. Sintió que había sucedido algo milagroso y que era inevitablemente un buen presagio. Movió el brazo sano para tocar al animal.

–Gracias, Lobo –dijo.

Ayla puso los trozos de madera al lado del brazo de Roshario y después se los entregó a Dolando, indicándole el tamaño que debían tener. Cuando Dolando salió, Ayla condujo a Lobo a un rincón de la vivienda de madera; después inspeccionó de nuevo las piedras de cocer y llegó a la conclusión de que estaban prontas. Comenzó retirando del fuego una piedra con la ayuda de dos trozos de madera; entonces apareció Jondalar con un instrumento de madera doblada especialmente para sostener con fuerza las piedras calientes y explicó a Ayla cómo debía usarlo. Después de traspasar varias piedras al caldero para iniciar el proceso de cocción de la datura, examinó un poco más de cerca aquel original sistema.

Nunca había visto nada semejante. La caja cuadrada estaba confeccionada con un solo trozo de madera, curvada gracias a unas hendiduras aserradas que no habían atravesado del todo la madera de tres esquinas; los dos bordes se unían por medio de clavijas en la cuarta esquina. Después de curvar la madera, el fondo cuadrado entraba en una muesca practicada a lo largo de la plancha. Tenía diseños tallados en la cara exterior, y la tapa, con un asa, cubría el recipiente.

Aquella gente tenía muchas cosas extrañas fabricadas con madera. Ayla pensó que sería interesante ver cómo las hacían. En ese momento regresó Dolando con algunas pieles amarillas y se las entregó a Ayla.

Other books

Mala hostia by Luis Gutiérrez Maluenda
Want & Need by CJ Laurence
On Midnight Wings by Adrian Phoenix
A Child's Voice Calling by Maggie Bennett
Claimed by the Vikings by Dare, Isabel
Friends Like Us by Siân O'Gorman
The Virgin's Night Out by Shiloh Walker
Demise of the Living by Iain McKinnon