Las partículas elementales (18 page)

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Authors: Michel Houellebecq

Bruno se dijo que entre 1974 y 1975 se había producido un cambio definitivo en la sociedad occidental. Seguía tumbado en la hierba junto al canal; su cazadora de lona, enrollada bajo la cabeza, le servía de almohada. Arrancó una brizna de hierba, palpó la húmeda rugosidad. Durante esos mismos años en los que él intentaba acceder a la vida sin éxito, las sociedades occidentales resbalaban hacia una zona oscura. En aquel verano de 1976 ya era evidente que todo aquello iba a acabar muy mal. La violencia física, la manifestación más perfecta de la individuación, iba a reaparecer en Occidente a consecuencia del deseo.

10

JULIÁN Y ALDOUS

Cuando hay que modificar o renovar la doctrina fundamental, las generaciones sacrificadas en las que se opera la transformación siguen siendo esencialmente ajenas a ella, y a menudo directamente hostiles.

AUGUSTE COMTE,

Llamamiento a Los conservadores

Cerca de mediodía, Bruno volvió a subir al coche y se dirigió al centro de Parthenay. Después de sopesarlo, decidió coger la autopista. Llamó a su hermano desde una cabina. Michel descolgó de inmediato. Volvía a París y le gustaría verlo esa misma noche. Al día siguiente no iba a poder, tenía a su hijo. Pero esa noche sí, y le parecía importante. Michel manifestó poca emoción. «Si quieres…», dijo después de un largo silencio. Como a la mayoría de la gente, le parecía odiosa esa tendencia a la atomización social descrita por los sociólogos y los comentaristas. Como a la mayoría de la gente, le parecía deseable mantener algunas relaciones familiares, aunque fuese al precio de unas pocas molestias. Así que durante años se obligó a pasar la Navidad con su tía Marie-Thérèse, que envejecía con su marido, amable y casi sordo, en un chalet de Raincy. Su tío seguía votando al Partido Comunista y se negaba a ir a la Misa de Gallo; todos los años había una
bronca
. Michel escuchaba al anciano hablar de la emancipación de los trabajadores bebiendo infusiones de genciana; de vez en cuando, gritaba una banalidad a guisa de respuesta. Luego llegaban los demás; también su prima Brigitte. Brigitte le caía muy bien, le habría gustado verla feliz; pero con un marido tan imbécil la cosa era muy difícil. Era visitador médico de Bayer y engañaba a su mujer tanto como podía; como era guapo y viajaba mucho, podía bastante. Brigitte tenía la cara un poco más chupada cada año.

Michel renunció a la visita anual en 1990; pero todavía quedaba Bruno. Las relaciones familiares duran algunos años, a veces algunos decenios, de hecho duran mucho más tiempo que las demás; y al final también mueren.

Bruno llegó a eso de las nueve; había bebido un poco y tenía ganas de abordar temas teóricos. — Siempre me ha sorprendido —empezó sin sentarse siquiera— la extraordinaria precisión de las predicciones que hizo Huxley en
Un mundo feliz
. Es alucinante pensar que ese libro fue escrito en 1932. Desde entonces, la sociedad occidental no ha hecho otra cosa que acercarse a ese modelo. Un control cada vez más exacto de la procreación, que cualquier día acabará estando completamente disociada del sexo, mientras que la reproducción de la especie humana tendrá lugar en un laboratorio, en condiciones de seguridad y fiabilidad genética totales. Por lo tanto, desaparecerán las relaciones familiares, las nociones de paternidad y de filiación. Gracias a los avances farmacéuticos, se eliminarán las diferencias entre las distintas edades de la vida. En el mundo que describió Huxley, los hombres de sesenta años tienen el mismo aspecto físico, los mismos deseos, y llevan a cabo las mismas actividades que los hombres de veinte años. Después, cuando ya no es posible luchar contra el envejecimiento, uno desaparece gracias a una eutanasia libremente consentida; con mucha discreción, muy deprisa, sin dramas. La sociedad que describe
Brave New World
es una sociedad feliz, de la que han desaparecido la tragedia y los sentimientos violentos. Hay total libertad sexual, no hay ningún obstáculo para la alegría y el placer. Quedan algunos breves momentos de depresión, de tristeza y de duda; pero se pueden tratar fácilmente con ayuda de fármacos; la química de los antidepresivos y de los ansiolíticos ha hecho considerables progresos. «Un centímetro cúbico cura diez sentimientos.» Es exactamente el mundo al que aspiramos actualmente, el mundo en el cual desearíamos vivir.

»Sé muy bien —continuó Bruno haciendo un gesto con la mano como para barrer una objeción que Michel no había hecho— que el universo de Huxley se suele describir como una pesadilla totalitaria, que se intenta hacer pasar ese libro por una denuncia virulenta; pura y simple hipocresía. En todos los aspectos, control genético, libertad sexual, lucha contra el envejecimiento, cultura del ocio,
Brave New World
es para nosotros un paraíso, es exactamente el mundo que estamos intentando alcanzar, hasta ahora sin éxito. Actualmente sólo hay una cosa que choca un poco con nuestro sistema de valores igualitario, o más bien meritocrático, y es la división de la sociedad en castas, dedicadas a tareas diferentes siguiendo su naturaleza genética. Pero ése es precisamente el único punto sobre el que Huxley fue un mal profeta; justamente el único punto que ha llegado a ser más o menos inútil, con el desarrollo de la robotización y del maquinismo. No cabe duda de que Aldous Huxley era muy mal escritor, de que sus frases son pesadas y no tienen gracia, de que sus personajes son insípidos y mecánicos. Pero tuvo una intuición fundamental: que la evolución de las sociedades humanas estaba desde hacía muchos siglos, y lo estaría cada vez más, en manos de la evolución científica y tecnológica, exclusivamente. Puede que le faltara sutileza, psicología, estilo; todo eso pesa poco al lado de la exactitud de su intuición primera. Y fue el primer escritor, incluidos los escritores de ciencia ficción, en entender que el papel principal, después de la física, lo iba a desempeñar la biología.»

Bruno se interrumpió, y entonces se dio cuenta de que su hermano había adelgazado un poco; parecía cansado, preocupado, hasta distraído. De hecho, hacía unos días que no le apetecía hacer la compra. Al contrario que en años anteriores, quedaban muchos mendigos y vendedores de periódicos delante del Monoprix; sin embargo estaban en pleno verano, una estación en la que la pobreza es menos opresiva. ¿Qué iba a ser cuando estallara una guerra?, se preguntaba Michel, mirando desde la ventana los movimientos lentos de los mendigos. ¿Cuándo estallaría una guerra, y qué pasaría en septiembre? Bruno se sirvió otro vaso de vino; empezaba a tener hambre, y se sorprendió un poco cuando su hermano le contestó, con voz cansada:

—Huxley pertenecía a una gran familia de biólogos ingleses. Su abuelo era amigo de Darwin, escribió mucho para defender las tesis evolucionistas. Su padre y su hermano Julián también eran reputados biólogos. Es una tradición inglesa: intelectuales pragmáticos, liberales y escépticos; muy diferente del Siglo de las Luces en Francia, basado mucho más en la observación, en el método experimental. Durante toda su juventud, Huxley tuvo la oportunidad de ver a los economistas, juristas y sobre todo científicos que su padre invitaba a la casa. Entre los escritores de su generación, era sin duda el único capaz de presentir los avances que iba a hacer la biología. Pero todo habría ido mucho más deprisa sin el nazismo. La ideología nazi contribuyó en gran medida a desacreditar las ideas de eugenismo y perfeccionamiento de la raza; hicieron falta años para recuperarlas. — Michel se levantó, sacó de la librería un volumen titulado
Lo que me atrevo a pensar
—. Lo escribió Julián Huxley, el hermano mayor de Aldous, y apareció en 1931, un año antes que
Un mundo feliz
. En él están esbozadas todas las ideas sobre el control genético y el perfeccionamiento de las especies, incluida la humana, que su hermano desarrolla en la novela. Todo está presentado sin ambigüedad, como una meta deseable hacia la que deberíamos tender.

Michel volvió a sentarse y se secó la frente. — Después de la guerra —continuó—, en 1946, Julián Huxley fue nombrado director general de la UNESCO, que acababa de crearse. Ese mismo año su hermano publicó
Regreso a un mundo feliz
, donde intenta presentar su primer libro como una denuncia, una sátira. Unos años más tarde, Aldous Huxley se convirtió en el principal aval teórico del movimiento hippie. Siempre había sido partidario de la completa libertad sexual, y había desempeñado un papel pionero en la utilización de drogas psicodélicas. Todos los fundadores de Esalen lo conocían, y estaban influidos por sus ideas. Después, la
New Age
recogió todos los temas fundadores de Esalen. En realidad, Aldous Huxley es uno de los pensadores más influyentes del siglo.

Fueron a cenar al restaurante de la esquina, que ofrecía
una fondue
china para dos personas por 270 francos. Michel llevaba tres días sin salir. «Hoy no he comido», dijo con cierta sorpresa; seguía teniendo el libro en la mano.

—Huxley publicó
La isla
en 1962; fue su último libro —continuó mientras removía el arroz viscoso—. Sitúa la acción en una isla paradisíaca; probablemente la vegetación y los paisajes se inspiran en Sri Lanka. En esa isla se ha desarrollado una civilización original, apartada de las grandes rutas comerciales del siglo XX, muy avanzada a nivel tecnológico y a la vez respetuosa con la naturaleza; pacífica, completamente liberada de las neurosis familiares y las inhibiciones judeocristianas. La desnudez es algo natural; el amor y la voluptuosidad se practican con toda libertad. Es un libro mediocre pero fácil de leer; tuvo una gran influencia sobre los hippies y, a través de éstos, sobre los adeptos a la
New Age
. Si te fijas un poco, la armoniosa comunidad descrita en La isla tiene muchos puntos en común con la de
Un mundo feliz
. De hecho no parece que el propio Huxley, que probablemente ya estaba gaga, se diera cuenta de la semejanza, pero la sociedad descrita en La isla está tan cerca de
Un mundo feliz
como la sociedad hippie libertaria de la sociedad liberal burguesa, o más bien de su variante socialdemócrata sueca.

Se interrumpió, mojó una gamba en la salsa picante, soltó otra vez los palillos.

—Aldous Huxley era un optimista, como su hermano… —dijo con una especie de disgusto—. La mutación metafísica que originó el materialismo y la ciencia moderna tuvo dos grandes consecuencias: el racionalismo y el individualismo. El error de Huxley fue evaluar mal la relación de fuerzas entre ambas consecuencias. Más concretamente, su error fue subestimar el aumento del individualismo producido por la conciencia creciente de la muerte. Del individualismo surgen la libertad, el sentimiento del yo, la necesidad de distinguirse y superar a los demás. En una sociedad racional como la que describe
Un mundo feliz,
la lucha puede atenuarse. La competencia económica, metáfora del dominio del espacio, no tiene razón de ser en una sociedad rica, que controla los flujos económicos. La competencia sexual, metáfora del dominio del tiempo mediante la procreación, no tiene razón de ser en una sociedad en la que el sexo y la procreación están perfectamente separados; pero Huxley olvida tener en cuenta el individualismo. No supo comprender que el sexo, una vez disociado de la procreación, subsiste no ya como principio de placer, sino como principio de diferenciación narcisista; lo mismo ocurre con el deseo de riquezas. ¿Por qué el modelo socialdemócrata sueco no ha logrado nunca sustituir al modelo liberal? ¿Por qué nunca se ha aplicado al ámbito de la satisfacción sexual? Porque la mutación metafísica operada por la ciencia moderna conlleva la individuación, la vanidad, el odio y el deseo. En sí, el deseo, al contrario que el placer, es fuente de sufrimiento, odio e infelicidad. Esto lo sabían y enseñaban todos los filósofos: no sólo los budistas o los cristianos, sino todos los filósofos dignos de tal nombre. La solución de los utopistas, de Platón a Huxley pasando por Fourier, consiste en extinguir el deseo y el sufrimiento que provoca preconizando su inmediata satisfacción. En el extremo opuesto, la sociedad erótico-publicitaria en la que vivimos se empeña en organizar el deseo, en aumentar el deseo en proporciones inauditas, mientras mantiene la satisfacción en el ámbito de lo privado. Para que la sociedad funcione, para que continúe la competencia, el deseo tiene que crecer, extenderse y devorar la vida de los hombres. Michel se secó la frente, agotado; no había tocado su plato.

—Hay factores de corrección, pequeños factores humanistas… —dijo Bruno con suavidad—. En fin, cosas que permiten olvidar la muerte. En Un mundo feliz son ansiolíticos y antidepresivos; en
La isla
se trata más bien de meditación, drogas psicodélicas y algunos vagos elementos de espiritualidad hindú. En la práctica, la gente de hoy en día intenta mezclar un poco las dos cosas.

—Julián Huxley también aborda las cuestiones religiosas en
Lo que me atrevo a pensar
; les dedica toda la segunda mitad del libro —replicó Michel con creciente disgusto—. Es perfectamente consciente de que el progreso de la ciencia y del materialismo ha minado las bases de todas las religiones tradicionales; también es consciente de que ninguna sociedad puede sobrevivir sin religión. Durante más de cien páginas intenta fundar las bases de una religión compatible con el estado de las ciencias. No se puede decir que el resultado sea muy convincente; tampoco puede decirse que la evolución de nuestras sociedades haya ido tanto en ese sentido. En realidad, ya que la evidencia de la muerte material acaba con cualquier esperanza de fusión, es imposible que la vanidad y la crueldad dejen de extenderse. La única compensación —concluyó de forma extraña— es que lo mismo ocurre con el amor.

11

Tras la visita de Bruno, Michel se quedó en la cama dos semanas enteras. De hecho, ¿cómo iba a sobrevivir una sociedad sin religión?, se preguntaba. Ya era difícil para un solo individuo. Durante muchos días contempló el radiador que estaba a la izquierda de la cama. En invierno las tuberías se llenaban de agua caliente, era un mecanismo útil e ingenioso; pero ¿cuánto tiempo podría resistir la sociedad occidental sin alguna religión? De niño, le gustaba regar las plantas del huerto. Guardaba una pequeña foto cuadrada, en blanco y negro, en la que sostenía la regadera bajo la mirada vigilante de su abuela; tendría unos seis años. Luego le empezó a gustar hacer la compra; tenía permiso para comprarse alguna golosina con las vueltas del pan. Después iba a la granja a por leche; columpiaba en la mano el cacharro de aluminio lleno de leche aún tibia y tenía un poco de miedo, ya de noche, al recorrer el camino bordeado de zarzas. Ahora, cada viaje al supermercado era un calvario para él. Sin embargo, los productos cambiaban, y aparecían sin parar nuevas líneas de congelados para solteros. Hacía poco, en el estante de las carnes del Monoprix, había visto por primera vez filetes de avestruz.

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