Apenas podía arreglármelas para volver a poner mis pensamientos bajo control.
Apretaba los dientes y me recordaba a mí mismo que estaba de rodillas en el patio trasero de la casa de Murphy y que nada tenía de juego lo que en aquel bosque primigenio estaba ocurriendo. Tal vez el Erlking no fuera el mal encarnado, pero eso no significaba que no fuese demasiado peligroso como para liberarlo.
—No —gruñí—. No te dejaré libre.
Sus ojos al rojo vivo crecieron y se puso en cuclillas, con las rodillas dobladas y con los dedos rozando suavemente la hierba que había en el interior del alambre de espino. Aquellos ojos estaban a un metro escaso de mí y se dedicaban a estudiarme en un silencio que acabó por convertirse en un suspense tormentoso.
Eres tú
, me transmitió el Erlking.
El que desobedeció a la reina de Invierno. El que asesinó a la señora del Verano
.
Aquellos pensamientos me llegaron acompañados de imágenes en las que Mab estaba de pie a mi lado, mientras yo yacía perplejo al lado del cadáver de la señora del Verano, ofreciéndome su mano. Sentí la sangre de Aurora mojando mi piel y la probé, áspera y dulce, cuando rozó mis labios. Tuve que esforzarme para no escupir el sabor imaginario.
—Soy yo —le dije.
No somos enemigos
. Me volvieron a llegar sus pensamientos. Y… él sentía curiosidad. Se sentía incluso algo desconcertado. Cada vez que me enviaba sus pensamientos recibía también sensaciones sobre sus emociones.
Formas parte de la Caza. Eres un depredador. ¿Por qué me has llamado si no es para unirte a mí?
—Lo he hecho para evitar que otra persona te libere esta noche.
El Erlking inclinó la cabeza. No me llegó ningún pensamiento pero aquel gesto no dejaba lugar a dudas, quería saber por qué.
—Porque tu presencia se traducirá en sufrimiento y dolor para las personas a las que me encargo de proteger.
El hombre sufre. El hombre muere. Así son las cosas.
—Esta noche no —gruñí.
Cazador
, me transmitió el Erlking,
no eres lo bastante fuerte como para retenerme. Libérame, a no ser que quieras que la Caza comience contigo
.
Y de repente descubrí el otro lado de la Caza. Noté que mis piernas iban embriagándose de la fuerza del terror. Sentí que mis pulmones ardían y que mi cuerpo se movía con el poder y la gracilidad que solo el acercamiento de la muerte puede provocar. Caí en el hosco terreno como ciervo acorralado, y supe, durante todo el tiempo, que no tenía escapatoria.
—Ya te lo he dicho tres veces —exclamé y forcé un grito desafiante—: ¡No te liberaré!
El Erlking se levantó y un grito no terrenal atravesó la noche. El coro de aullidos de perros aumentó con él, cada vez más alto y la tormenta azotó el aire con sablazos de viento y lanzas de luz. El sonido era ensordecedor, la luz abrasadora y el suelo empezó a temblar mientras la energía de Erlking la emprendía a golpes con mi círculo.
Me quedé allí de pie, cara a cara con el Erlking, concentrando mi energía en el círculo, intentando contrarrestar su poder, luchando por contenerlo mientras buscaba la forma de liberarse de mi encantamiento. Fue una batalla descomunal y prácticamente desesperada. Me sentía como un hombre empujando un coche colina arriba. No era solo una carga difícil de mover, también había una enorme fuerza que me empujaba en sentido contrario, y si le permitía que me desplazase, aunque un centímetro, iba a comenzar a adquirir empuje y me llevaría por delante.
Así que luché por cada centímetro, negándome a darle nada. El Erlking no era un ser malvado, pero era una fuerza de la naturaleza, era poder y violencia sin conciencia ni medida.
Volvió a gritar y el huracán de viento y lluvia y la llamada de las bestias aumentó aún más. Otra vez la emprendió contra el círculo de mi hechizo y otra vez tuve que retenerlo. El salvaje, el Erlking, sacudió la cabeza como una bestia enloquecida, y sus cuernos chocaron contra la pared del círculo en el que permanecía encarcelado, produciendo un oleaje de luz verdosa a través del círculo. Más tarde desenvainó una espada negra que llevaba a un costado. Levantó la hoja y un rayo de luz verde se encendió en la tormenta, coronando el círculo con una luz perturbadora. A continuación cogió la espada con ambas manos y la apoyó.
No recuerdo bien cómo fue el tercer golpe. Me viene a la memoria de la misma manera en la que evoco el momento en el que me quemé la mano izquierda. Había demasiada luz, demasiada energía, era como una marea de agonía y yo estaba aterrorizado. Mi visión se apaga dando paso a una imagen completamente blanca, y acto seguido yo clavo mi bastón en el suelo para evitar caerme.
Después mi vista empezó a aclararse. La marea se retiró. Y dentro del círculo, revolviéndose en un frenesí de frustración y necesidad, estaba el Erlking. Su poder estaba desvaneciéndose y el círculo que había construido había sido lo bastante bueno como para conseguir retenerlo.
Me pareció oír una voz ahogada en algún lugar en medio de la lluvia, los truenos y el rápido palpitar de mi corazón. Busqué alrededor para intentar descubrir de dónde había salido aquel ruido.
Y de repente, alguien me golpeó en la cabeza desde atrás.
Recuerdo esa parte porque ya había pasado por eso. Un resplandor de luz, dolor y sensación de mareo antes de caer, y una inconexa soltura en las extremidades, que de repente me resultaban inútiles. Caí sobre un lado, sorprendido porque el mundo se hubiese inclinado. La hierba me resultó muy fría y húmeda cuando entró en contacto con mis mejillas.
Con un alarido de victoria, el Erlking destrozó mi círculo convirtiéndolo en una nube de luz dorada que enseguida se apagó y desapareció. El viento rugió y en ese momento un enorme caballo apareció en el patio trasero de Murphy como si hubiese saltado por encima de la casa. El Erlking se abalanzó sobre la espalda del negro corcel y dejó salir un grito espeluznante. Cuando lo hizo, los musicales aullidos de los perros, primitivos y fieros, se solidificaron en destellos de luz que rebotaban desde el suelo hasta las nubes. Durante un segundo se hizo el silencio y luego los vientos huracanados trinaron y silbaron cada vez más profundamente, dando paso a los aullidos más terroríficos que cualquier perro podría proferir jamás. Desde las tinieblas surgió un poderoso perro de caza, una bestia del tamaño de un poni, con oscuro pelaje, brillantes y blancos colmillos y ojos al rojo vivo, iguales a los del propio Erlking. Más perros de caza aparecieron entre las sombras, saltando alrededor del caballo del Erlking, sedientos de sangre.
El Erlking hizo que su corcel girase, luego levantó su espada negra como para saludarme burlonamente y azuzó ruidosamente a su caballo y a los perros. El corcel negro cogió impulso y saltó moviendo sus patas en el aire, como si corriese colina arriba. Los perros de caza saltaron también hacia el aire y siguieron a su maestro, camino de las profundidades de la tormenta. Los destellos cegaron mis ojos y cuando la luz desapareció, ellos también lo habían hecho.
La Caza Salvaje se había desatado sobre Chicago.
Y yo la había convocado.
Me esforcé todo lo que pude por reunir fuerzas para comenzar a moverme de nuevo. No era capaz de concentrar suficiente equilibrio para incorporarme, pero me las arreglé para rodar sobre mi espalda. La fría lluvia me golpeaba la cara.
Cowl colocó el cañón de mi 44 en la punta de mi nariz y dijo:
—Una actuación impresionante, Dresden. Siempre es una pena cuando alguien con tanto talento muere tan joven.
Me fijé en el cañón, tan grande y tenebroso, y pensé que una 44 era una ridículamente grande. Después miré a Cowl y le dije:
—Pero no tienes pensado hacerlo tú, ¿a que no? Si fuese así me habrías disparado en la nuca y habrías terminado con esto. Además, si lo hubieses hecho ahora no tendrías que preocuparte por mi hechizo de muerte, porque, tal y como estoy de grogui ahora, ni siquiera habría podido lanzártelo.
—Muy bien —dijo Cowl con aprobación—. Por lo menos parece que todavía razonas. Mientras te quedes quietecito, y no me des ninguna razón para creer que eres una amenaza, me gustaría mantenerte vivo hasta que el Erlking vuelva a por ti.
Me quedé paralizado. Por un lado, porque no quería que me disparase y, por otro, porque me pareció que podía vomitar si movía mucho la cabeza.
—¿Cómo me has encontrado? —le pregunté.
—Kumori y yo hemos estado turnándonos para vigilarte casi todo el día —me dijo.
—¿Pero vosotros cuándo dormís? —le pregunté.
—Los malos nunca descansan —dijo Cowl. Su tono sonaba divertido desde dentro de su pesada capucha, pero la pistola no se movió ni un ápice.
—Alguien tenía que vigilarme —le dije—. Grevane, la habitacadáveres y tú queríais que el Erlking estuviese en la ciudad. A ti no te importaba quién lo llamase.
—Y tú eras el único interesado en mantenerlo alejado —dijo Cowl—. Todo lo que necesitaba era vigilarte y asegurarme de que no conseguías atraparlo.
—Y por eso me has estado siguiendo —concluí.
—Hay otra razón —contestó—. Pensaba que podrías conseguirlo, ya sabes, si yo no te hubiese interrumpido… Fui el único de los tres que pensó que podrías lograrlo.
—No lo entiendo —le dije—. Creía que vosotros os odiabais.
—Pues claro.
—Entonces, ¿estáis trabajando juntos o intentando mataros los unos a los otros? —le pregunté.
—¡Las dos cosas! —dijo Cowl y de su voz surgió lo que parecía una carcajada genuina—. Nos sonreímos entre nosotros y actuamos agradablemente por respeto a la gloriosa figura de Kemmler, por supuesto. Pero todos estamos planeando matar a los demás en cuanto nos sea posible. Creo que la habitacadáveres intentó cargarse a Grevane la otra noche, ¿no?
—Sí, fue una juerga.
—Qué pena. Me hubiese gustado verlos en acción. Pero estaba ocupado con trabajo de verdad. Así es como suelen funcionar las cosas.
—Apagando la red eléctrica de la ciudad.
—Y las líneas de teléfono, las comunicaciones por radio y algunas otras cosas. Sutilezas —dijo Cowl—. Fue difícil, pero alguien tenía que hacerlo, y naturalmente me tocó a mí. Pero veamos cómo acaba todo antes de esta mañana.
—Oye —le dije—. Ellos creen que te están utilizando para los asuntos que requieren de magia técnica seria, mientras reservan su fuerza para la batalla. Y tú crees que estás consiguiendo que bajen la guardia para que cuando llegue el Darkhallow seas tú quien consiga el poder.
—No hay ninguna razón para que ponga en práctica mi juego de espada ni convoque a los muertos cuando no tengo intenciones de empezar una contienda táctica contra ellos.
—¿De verdad pretendes convertirte en un dios? —le pregunté.
—Pretendo conseguir ese poder —dijo Cowl—. Me considero el menos malo de todos.
—Ajá —le dije—. Como alguien va a conseguir el poder, mejor que seas tú, ¿no?
—Algo así —dijo Cowl.
—¿Y qué pasa si nadie lo consigue? —le pregunté.
—No me parece que eso pueda pasar —me dijo—. Grevane y la habitacadáveres están muy dispuestos. Pretendo acabar con ellos y llevarme el premio para después destruirlos. Es la única manera de asegurarme de que ninguno de esos locos se convierte en la criatura más espeluznante que la Tierra haya visto jamás.
—Ya —le dije—. Y tú eres el loco más adecuado para este trabajo.
Cowl guardó silencio durante un buen rato bajo la lluvia. El agua goteaba por el cañón de mi pistola que su guante aferraba. Después, con voz pensativa, dijo:
—No creo que esté loco. Pero sí estuviese loco de verdad, ¿me daría cuenta?
Temblé, probablemente por la lluvia y el frío.
Cowl dio un paso atrás y dijo con recuperada firmeza y confianza en su voz:
—¿Lo has encontrado?
Miré a mi espalda y vi a Kumori deslizándose por la puerta trasera de la casa de Murphy.
—Sí.
Miré fijamente a Kumori y mi corazón quiso abandonar mi pecho. Dejó la puerta abierta tras ella. No había ninguna vela encendida en la cocina. Todo estaba inmóvil.
—Excelente —dijo Cowl. Dio otro paso apartándose de mí—. Ya te había avisado de que permanecieses fuera de mi camino, Dresden. Ahora sospecho que lo que te pasa es que eres demasiado orgulloso para echarte atrás. Ya
sé
que los centinelas están en la ciudad, pero no suponen ningún obstáculo para mis planes.
—¿Crees que puedes ganar en una batalla contra ellos? —le pregunté.
—No tengo intención de luchar contra los centinelas, Dresden —contestó Cowl—. Simplemente voy a matarlos. Puedes unirte a ellos si prefieres, en vez de esperar al Erlking. No me importa cómo mueras.
Su voz era firme y rebosaba confianza. Me asustó. Mi corazón latía implacable en mi pecho, el miedo por Butters y una creciente compresión de la locura de Cowl competían a ver quién corría más.
—Hay un problema, Cowl —le dije.
Cowl se estaba ya dando la vuelta, pero al oír aquello se detuvo.
—¿Ah, sí?
—Sigues sin tener la Palabra. ¿Cómo vas a conseguir controlar el Darkhallow sin ella?
Por toda respuesta, Cowl bajó el revólver y se marchó. Se rió entre dientes y empezó a caminar. Kumori se apresuró para ponerse a su lado y luego Cowl tiró mi pistola a la hierba, levantó la mano y la chasqueó en el aire a su espalda. Sentí un golpe de poder cuando separó el mundo material del Más Allá y los dos se colaron por la rendija, desapareciendo del patio trasero de Murphy. La grieta se selló al paso de Cowl, tan despacio y tan suavemente que nunca hubiese sido capaz de decir si realmente había ocurrido.
Me quedé allí solo, en la oscuridad, bajo el temporal de viento y lluvia. Desde algún lugar lejano llegó el eco de un aullido que pasó a través de mí y siguió su camino.
Debía haberme asustado, pero me sentía tan atontado que lo único que quería era quedarme tumbado y cerrar los ojos durante un minuto. Sabía que si lo hacía probablemente no los volviese a abrir en un buen rato. O incluso nunca más.
Tenía que ir a ver a Butters y a Ratón. Rodé por la hierba hasta alcanzar mi bastón, luego repté un par de metros y alcancé el pentáculo de mi madre y por fin me levanté. En la cabeza me atormentaban unos pinchazos constantes. La incliné hacia delante durante un momento, para que la lluvia fría me recorriese el chichón que me había salido en la parte de atrás. Lo peor se me pasó después de un minuto y enseguida tuve el dolor bajo control Me habían dado golpes peores en la cabeza y no había tenido tiempo para recuperarme. Resoplé con fuerza y me arrastré hasta el interior de la casa.