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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

Latidos mortales (57 page)

Uno de ellos se giró y me lanzó al pecho una lanza translúcida y brillante. Apenas tuve tiempo para pensar, pero mi brazo izquierdo se levantó y mi carbonizado brazalete escudo explotó en una nube de chipas azules y blancas, y enseguida la lanza de deshizo en verdes y coléricas llamas contra mi escudo. Oí un grito breve tras de mí y me agaché para esquivar el balanceo de un hacha espectral, cuyo controlador flotaba por encima de mí. Me lancé hacia delante y rodé, volviendo con mi escudo preparado. Mi voluntad se concentró en mi bastón y provocó que los sellos tallados a lo largo de él se encendieran con fuego plomizo.

Un fantasma amenazó a Luccio con un garrote y, aunque rodó al recibir el garrotazo, se llevó un buen garrotazo en la mandíbula y la boca. Recuperó el equilibrio, se inclinó para esquivar un segundo golpe, y una vez más desenvainó la espada plateada de centinela que llevaba en la cadera. De nuevo, el filo silbó con ese poder que ya había sentido antes, y Luccio le propinó una estocada limpia al espectro: la hoja atravesó inmaculadamente su corazón. El espectro se retorció de dolor y después simplemente explotó en destellos de luz enfermiza, dando paso a globos de ectoplasma. Luccio volvió a guardar su espada y giró sobre sus talones para enfrentarse a dos más de los espíritus cuasi sólidos.

Bloqueé un segundo hachazo con mi escudo mientras buscaba nervioso a Butters. Lo encontré a unos cinco metros, a gatas en el paso de peatones, con las piernas todavía golpeando sin tregua el tambor. Tres de los fantasmas se le estaban acercando gritando con furia e ira.

—¡Butters! —grité y me levanté para ir hacia él, pero otros dos espectros se cruzaron en mi camino y me obligaron a agazaparme bajo mi escudo. Solo podía mirar lo que estaba ocurriendo y cómo los tres muertos vivientes se iban aproximando a Butters para atacarlo.

Butters se sacudía salvajemente, con los ojos en el suelo, evidentemente sin saber lo que se le venía encima. Uno de ellos agitó con las dos manos un garrote y Butters se llevó una mano a la boca y luego se volvió a caer al suelo. El arma espectro se balanceaba con una limpia y letal elegancia, directamente dingida hacia la cabeza de Butters.

Y, de repente, se destrozó contra la cortina curva de un círculo de poder.

Butters miró hacia arriba, a los fantasmas, mientras fracasaban en su Intento traspasar el círculo. Tenía el trozo de tiza que yo le había dado en una mano y había rasgado con los dientes el pequeño corte que ya había usado antes Se levantó y siguió batiendo el tambor y con el pulso tembloroso levantó el dedo pulgar para mostrarme que estaba a salvo.

—¡Muy bien, Butters! —le grité—. ¡Quédate ahí!

Asintió, completamente pálido y siguió marchando en el lugar para mantener ritmo del tambor.

Agité mi bastón ante un espectro y lo golpeé. El guerrero fantasma reaccionó como si le hubiese atizado con un pesado ladrillo. Era muy curiosa la sensación golpe, aunque no era igual que cargar contra un cuerpo sólido, con el típico golpe que retumba, seguía teniendo algo de impacto. Sabía, por lo que había visto, que espectros habían salido de la tierra y que solo eran parcialmente materiales. Un impacto material tendría muy poco efecto en ellos y la fuerza que mi brazo adquiriese con el balanceo no significaba nada para ellos. Pero el poder de energía que había concentrado y que ya tenía preparado en mi bastón, era otra cosa. Esa energía era frente a la cual los espectros reaccionaban y aproveché mi ventaja, agitando mi bastón a través de la cabeza y la barriga del espectro en dos golpes distintos, haciendo que la aparición se desintegrase con gritos de dolor.

Durante el tiempo que me llevó hacer eso, Luccio se había despachado cinco más de los espectros con el poder de su espada de centinela, que tan bien le funcionaba. Me miró, con los ojos muy abiertos y levantó un dedo señalando. Gruñó una palabra y otro punzante y amenazador disparo de fuego pasó rozando mis hombros, a unos veinte centímetros de mi oído derecho. Hubo otro alarido y me giré para descubrir que otro espectro pretendía abalanzarse sobre mi espalda, consumido en fuego rojizo.

Sentí que una fiera sonrisa se apoderaba de mi cara y me di la vuelta para asentir y agradecérselo a Luccio. En ese momento descubrí a la habitacadáveres saliendo bajo un velo de magia y agitando su
tulwar
tras la espalda de luccio.

—¡Comandante! —grité.

El brazo en el que Luccio llevaba la espada hizo un barrido a su alrededor, con el filo en paralelo a su espina dorsal dibujó alrededor de ella un círculo y evitó el ataque de la habitacadáveres sin ni siquiera darle la cara. Luccio saltó hacia delante como un gato y se giró en el mismo lugar, pero la habitacadáveres la redujo con su ataque y consiguió que la comandante de los centinelas retrocediese unos pasos.

La joven cara de la habitacadáveres dibujó una sonrisa amplia y maniaca, los hoyuelos se marcaron en sus mejillas y su pelo rizado volaba salvajemente alrededor de su cabeza mientras contraatacaba. Llevaba un pequeño tambor de algún tipo de piel atado a la cintura con una cuerda y lo golpeaba con ritmo rápido con una mano, mientras peleaba con la otra. Una nube fresca de espectros se arremolinó para socorrerla y una flecha voladora dibujó una línea roja en una de las mejillas de Luccio.

Gruñí desafiante, blandí mi bastón y grité:

—¡
Forzare
!

Una lanza de energía oculta se dirigió a la habitacadáveres, pero la nigromante saltó hacia atrás y la esquivó. Chilló unas palabras en una lengua desconocida y media docena de espectros se precipitaron a por mí.

Desplegué mi escudo, pero pronto no pudo soportar la presión, m siquiera aguantar los repetidos ataques de los espectros, que seguían rodeándome y atacándome. Si me hubiese mantenido firme me habrían matado, y por mucho que quisiese ayudar a Luccio no tenía otra elección que ir retrocediendo paso a paso, hasta que mis hombros tocasen el costado de Sue.

Pero mi ataque a la habitacadáveres había permitido a Luccio hacer lo que necesitaba para ponerse a la defensiva, ya que le había dado tiempo a reponerse del efecto sorpresa. Se deshizo de dos espectros más con agujas de llamas y desdeñosamente recibió otro corte del
tulwar
de la habitacadáveres. Por fin pudo dar comienzo a la batalla con la nigromante, con la capa gris agitada por el viento de la tormenta, presionándola con fuerza con la estocada plateada y haciendo retroceder a la habitacadáveres paso tras paso.

Dejé caer el bastón y con mi mano descubierta me agarré a la piel de Sue. A pesar de que el dinosaurio parecía una bestia viva, era solo una apariencia. Su propia carne estaba confeccionada con el mismo ectoplasma del que estaban hechos los espectros que había allí, simplemente había vertido un poco más de energía en ella para hacerla parecer más sólida. Pero era del mismo material que el resto de los espectros y eso significaba que podía hacerles daño.

El tiranosaurio se revolvió y chasqueó su mandíbula hacia un lado. Cuando la cerró tenía un espectro dentro; lo redujo a luz desteñida y trozos de mugre. Se impulsó para ponerse de pie y buscó a su alrededor al próximo espectro. Este cogió un arco y disparó una larga y resplandeciente flecha verde que se clavó en el músculo de su cuello y le hizo soltar un grito de dolor, a pesar de que la flecha no era más que un aguijón de avispa. Una garra apareció desde arriba y aplastó al segundo espectro. Los otros empezaron a gritar y a gemir con miedo e ira y se desplegaron para atacar a Sue, mientras el dinosaurio agitaba su cola y buscaba a su próxima víctima.

Vi cómo Luccio acorralaba a la habitacadáveres en la esquina del edificio, fuera de mi vista. Les había dado a los espectros un problema mayor del que preocuparse y fui tras Luccio.

—¡Harry! —gritó Butters señalando.

Miré hacia lo alto del edificio y oí niños gritando desde el interior. Alguien, creo que fue Ramírez, gritó:

—¡Bajad!, ¡bajad!

En las ventanas aparecieron destellos de luz verde arremolinándose. Oí a Morgan gritar desafiante y un estridente ruido retumbó. Los centinelas que allí había también estaban siendo asediados.

—¡No te muevas! —le dije y corrí tras Luccio.

Por detrás del edificio había una oscuridad demasiado densa y no se veía nada bien, pero en un fogonazo distinguí a Luccio realizando otra embestida; su técnica era preciosa, la pierna de atrás se estiraba hacia delante, la espalda recta, la espada hacia delante y con la fuerza de todo el peso de su cuerpo tras el furioso filo de su arma. Luccio sabía lo que estaba haciendo. Clavó la punta de la hoja bajo el
tulwar
de la habitacadáveres y la punta se hundió en la nigromante, justo bajo las costillas flotantes. La sonrisa de lunática de la habitacadáveres no desapareció en ningún momento.

El resplandor se apagó y oí un grito breve y ahogado.

Cogí el pentáculo de mi madre con una mano y lo levanté, tratando de que me iluminase. Una luz azul y plateada llenó el espacio que había entre los edificios. Vi a Luccio plantar bien los pies en el suelo, retorcer la espada despiadadamente y extraerla.

La habitacadáveres cayó de rodillas. Se miraba el pecho y presionaba con fuerza sobre su herida. Volvió a mirar hacia arriba para fijarse en Luccio y luego en mí. En sus ojos se atisbaba la confusión y se fue desmoronando lentamente hacia un lado para, finalmente, caer sobre la hierba.

—Excelente —dijo Luccio, dándose la vuelta. Descubrió sangre en el filo plateado de su espada y se quedó observándola un momento, luego emprendió la marcha, con pasos resueltos, hacia el otro lado del edificio de nuevo—. Vamos, mago, no hay tiempo que perder.

—¿La vas a dejar ahí?

—Está acabada —dijo Luccio con dureza—. Vamos.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Me echó una mirada desafiante.

—Perfectamente. Todavía nos faltan Grevane y Cowl. Tenemos que encontrarlos y matarlos. —Su mirada se dirigió hacia las nubes que giraban en espiral sobre nuestras cabezas—. Y rápido. Tenemos muy poco tiempo. Date prisa, idiota.

Me quedé allí quieto durante un segundo, mirando la espalda de Luccio. Levanté el pentáculo y me fijé en el cuerpo de la habitacadáveres, que yacía sobre un costado, bajo la lluvia. Se retorció un poco, tenía los ojos muy abiertos, con la mirada perdida y la cara completamente pálida.

De pronto sentí mucho miedo y el estómago me dio un vuelco.

Di la vuelta al edificio con mi 44 en la mano, apuntando a Luccio a la nuca, le quité el seguro y grité con voz áspera y severa:

—¡Habitacadáveres!

Luccio se bamboleó y movió la cabeza para mirarme. En sus ojos descubrí una brutalidad que jamás habría podido pertenecer a la comandante de los centinelas.

Sentí el primer tirón de la visión del alma, pero ya había tomado la decisión en el momento en que mi voz hizo tambalear su equilibrio. Abrió la boca y vi la locura de la habitacadáveres haciendo girar los ojos de Luccio y, de repente, noté la oscura tensión que producía al concentrar su fuerza.

No llegó a hacerlo. En ese mismo segundo de duda, la habitacadáveres estaba convencida de que su disfraz la protegería y tenía la mente ocupada pensando en cuál sería su próximo paso y no en preparar la maldición por su muerte. La bala de mi 44 penetró justo bajo su pómulo.

La cabeza se le fue, primero hacia atrás y luego hacia adelante. Era cierto que se trataba del cuerpo de Luccio, pero la expresión de impacto y sorpresa cuando el cuerpo robado cayó al suelo en cuanto le flaquearon las piernas, era de la habitacadáveres.

Oí un grito quedo y sofocado.

Miré hacia arriba para descubrir a Morgan, en la puerta del edificio con la espada en la mano. Miró hacia el cadáver de Luccio y susurró:

—Comandante…

Lo miré durante un segundo y busqué las palabras.

—Morgan, esto no es lo que parece.

Los ojos de Morgan se alzaron y se clavaron en mí, la ira se apoderó de su cara.

—Tú… —Su voz sonaba amenazadoramente tranquila. Desenvainó la espada, la puso en guardia y salió a la lluvia. Su voz sonaba cada vez más iracunda mientras el suelo, el puto suelo, empezó a sacudirse—. ¡Asesino! ¡Traidor!

Oh, mierda.

40

Morgan lanzó su puño contra mí, gritando en griego o algo parecido, mientras las auténticas rocas de la tierra se ponían de acuerdo para lanzar una onda hacía mí a una velocidad vertiginosa.

Jamás había luchado contra la magia de la tierra tan en serio antes, pero sabía lo suficiente como para no querer ponerme en su camino. La pistola volvió a mi bolsillo y cogí mi bastón con una mano para correr hacia el árbol más cercano. Clavé el bastón en la tierra a mi paso, concentrando mi energía y grité:

—¡
Forzare
!

Una fuerza oculta salió de la tierra tras de mí y me la arrojó de soslayo. Golpeé las ramas de un árbol a unos tres metros del suelo y me las arreglé como pude para agarrarme a una. Lo conseguí, y aunque el árbol se sacudió como si lo estuviesen cortando con una sierra gigante, la ola de poder pasó por debajo de mí, joder, y no me tragó hacia dentro de la tierra, ni me aplastó ni nada así. Estaba seguro de que Morgan no pretendía hacerme nada menos cruel que aquello.

Morgan soltó un alarido de rabia y se lanzó contra mí, con la espada en la mano. Sacudí las piernas y no llegó a alcanzarme los tobillos, aunque por muy poco. Gruñó iracundo y agitó la espada plateada de los centinelas bruscamente, produciendo un silbido bajo y golpeando el tronco del árbol, con un movimiento de concentración y fuerza que me recordó a las películas de Kurosawa. Se produjo un fogonazo cuando la espada cortó el tronco del árbol y el calor de toda esa fuerza prendió fuego en los dos extremos del corte antes de que el árbol empezase a derrumbarse.

Salté sobre un claro y me dejé rodar mientras el árbol caía en plena calle y Morgan se apartaba de la trayectoria como una flecha, intentando dar la vuelta al árbol para matarme.

—¡Morgan! —grité—. ¡Pero tío, por Dios, que no era Luccio!

—¡Mientes! —gruñó Morgan y dejó de perseguirme alrededor del árbol para simplemente trepar por él con la espada en la mano, gritando una y otra vez mientras cortaba ramas como si fuesen paja.

—¡Era la habitacadáveres! —le grité—. ¡La robacuerpos! ¡Dejó que Luccio la matara y luego se cambió de cuerpo!

Su repuesta fue un alarido incoherente. Apuró los últimos pasos más rápido de lo que yo me pudiese Imaginar y me amenazó con la espada. Saqué mi escudo y desvié el impacto, pero el golpe cayó dolorosamente contra mi costado izquierdo. Había algo más que fuerza física tras la espada. Di marcha atrás y me lancé a la calle, donde muchos más zombis me vieron y se dirigieron hacia mí. Los espectros serpenteaban y se movían sin mucha determinación ahora que su tambor ya no sonaba y la habitacadáveres estaba muerta.

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