Las patas delanteras de Ratón golpearon a Cassius de lleno en el esternón, y un gruñido espeluznante surgió del gigantesco pecho del perro cuando ambos cayeron al suelo. Ratón golpeó bruscamente con sus patas la garganta de Cassius, pero había arremetido con tanto empuje que arrastraba demasiada velocidad. Sus patas patinaron por el resbaladizo suelo, dejando libre a Cassius, al que únicamente arañó levemente en un hombro.
Cassius gritó con rabia, agachándose y agitando una mano hacia Ratón. Hubo una oleada de magia negra, un borroso resplandor, y de pronto una serpiente surgió de las sombras que yacían sobre la galería. Se irguió durante un segundo y vi el mortífero contorno de la capucha de la cobra alzándose un metro y medio desde el suelo. Luego la serpiente se lanzó hacia Ratón.
Mi perro vio lo que se le venía encima y contraatacó ante el primer movimiento de la serpiente; saltó hada delante con las fauces abiertas, intentando hacerse con la sombra de la cabeza de la serpiente. Las oscuras curvas del reptil se convirtieron en una espiral que luchó por atrapar al gran perro. Ambos rodaron a lo largo del piso, intentando liberarse para matar al otro.
Cassius se quedó mirando a Ratón durante un segundo, abrió mucho los ojos y luego se giró hacia mí. Estaba, literalmente, echando espuma por la boca, y su cara se había descompuesto en una grotesca mueca de furia. Se abalanzó sobre mi lado, chillando histérico en un idioma que no pude reconocer. Después, me agarró del pelo, tiró de él hacia atrás, dejó mi cuello al descubierto y me clavó el cuchillo en la yugular.
Antes de que su brazo hubiese bajado hasta el final hubo un débil sonido agudo, como un gemido metálico. Butters se tiró sobre la espalda de Cassius, haciendo que ambos cayesen primero sobre mí y luego sobre el suelo. Esquivé el cuchillo por completo y repté para evitar el impacto.
Cassius gruñó otra vez e intentó arrastrarse hasta donde estaba el cuchillo. Butters, que estaba completamente pálido, intentó empujar a Cassius. El hombrecillo tenía la capacidad de una tortuga laúd para luchar, pero se encaramó al cuerpo de Cassius con manos y piernas y se aferró a él como un mono peludo.
El cuerpo de Cassius estaba debilitado, pero aun así tenía un millón de veces más experiencia en la lucha cuerpo a cuerpo que Butters. Giró los hombros y le estampó un cabezazo en la nariz, produciendo un crujido. Butters se tambaleó por el golpe, y la cara y el labio superior se le llenaron de sangre.
Cassius se volvió a girar y se libró de Butters. Empezó a arrastrarse hacia el cuchillo.
—¡Butters! —grité—. No dejes que coja el arma.
El pequeño forense sacudió la cabeza y gritó desafiante otra vez, tirándose sobre Cassius. Butters le alcanzó una pierna y se enroscó en ella. Cassius le golpeó en la cara y entonces Butters hundió la cabeza y los golpes cayeron sobre sus hombros. Cassius ya estaba un poco más cerca del cuchillo.
Butters levantó la cabeza y chilló con despecho hasta hundir sus dientes en la pierna de Cassius.
De pronto, el ex Denario aulló, roto de dolor.
Otro bramido retumbó en la galería y levanté la vista. Me encontré con que las enormes mandíbulas de Ratón sujetaban por el cuello a la serpiente. Ratón sacudió la cabeza violentamente. Un estallido resonó y, de repente, la sombra de la serpiente se agarrotó y bruscamente se disolvió en litros y litros de ectoplasma gelatinoso y traslúcido.
Cuando Butters aulló, descubrí que Cassius se había hecho con el cuchillo, y lo agitaba toscamente ante su oponente. Butters reptaba tratando de alejarse del cuchillo, con los ojos inyectados de terror.
Pero logró colocarse exactamente entre Cassius y yo.
Y ahí le plantó cara.
Ratón no había dejado de moverse tras matar a la serpiente y en esos momentos se acercaba hacia nosotros sin saltar mucho y gruñendo a coro con el ruido de los truenos del exterior. Golpeó a Cassius en las rodillas con toda la fuerza de su cuerpo y este se vino al suelo como un bolo abatido.
Butters se lanzó hacia delante y le dio una patada al cuchillo que Cassius tenía en la mano. El arma se alejó de nuevo, pero esta vez se cayó por el borde del suelo de la galería hasta chocar contra las baldosas del vestíbulo del piso de abajo. Cassius golpeó a Butters y lo cogió por las espinillas, tirándolo al suelo.
El viejo se liberó y salió de debajo de Ratón, lanzándose hacia mí. En sus ojos se dibujaba la locura y sus manos se volvieron pinzas estranguladoras.
Ratón aterrizó sobre su espalda y la gigante boca del perro se cerró alrededor del cuello del hombre.
Cassius se paralizó en donde estaba, imbuido de un terror repentino y los ojos como platos. Me miraba fijamente.
Durante un segundo se hizo el silencio más absoluto.
—Te di una oportunidad —le dije con voz calmada.
La cara llena de manchas hepáticas de Quintus Cassius palideció con horror al entender la situación.
—Espera.
—¡Ratón! —ordené—. ¡Mátalo!
Solo tenía un ojo abierto para observar el momento en el que Cassius llegaba a su fin. Pero aprecié cómo, en ese segundo final, la rabia, el terror y el pánico se cruzaban en sus ojos. Y en el momento en el que el perro quebraba los delicados huesos de su cuello, hubo un destello de horrendas energías, una luz profana purpúrea a su alrededor y Cassius pronunció las palabras que hicieron un eco absolutamente desproporcionado para el volumen de su voz.
—¡Morirás solo! —sentenció.
Una efusión de poder me golpeó y todo se tiñó de negro.
Lo último que oí fue el sonido que hacen los huesos al quebrarse.
No me desperté.
Más bien me descubrí ordenando y organizando mis pensamientos y me sentí como un tramoyista preparando sus artilugios antes de salir al escena no. Evidentemente, yo era minimalista, porque mi escenario no consistía en más que un suelo negro, una lámpara colgante y tres sillas.
Caminé hacia la luz y miré las sillas.
En una estaba sentada Lasciel, otra vez en su versión rubia y con estética angelical, aunque sin la túnica blanca. En su lugar llevaba un mono de la prisión del correccional de Illinois. El naranja le sentaba muy bien. Llevaba grilletes en las muñecas y en los tobillos y estaba sentada muy remilgadamente en aquella silla.
En la segunda silla estaba yo. Bueno, era una versión mía, una especie de álter ego de mi subconsciente. Llevaba el pelo más corto y mejor peinado que yo y lucía una barba oscura cortada tan meticulosamente como el pelo. Tenía puesta una camisa de seda negra y unos pantalones también negros. Sus manos, ambas, estaban sanas y sobre ellas, colocadas en forma de carpa y unidas por las yemas de los dedos, apoyaba su barbilla.
—Otro sueño —dije y suspiré. Me desplomé sobre la tercera silla. Tenía más o menos la misma pinta que cuando me había levantado aquella mañana. Mi camisa estaba rota por una cuchillada, sin embargo, no tenía nada de sangre en el torso, y mi piel no había sido lacerada ni rasgada con una cadena. Pero no quise hacerme ilusiones.
—No es un sueño exactamente —me dijo mi subconsciente—. Llámalo reunión de mentes.
Lasciel sonrió ligeramente.
—No —dije señalando a Lasciel—. Ya le he dicho todo lo que tenía que decirle.
—Volví a girarme hacia mi álter ego, aunque pensándolo bien tal vez era más correcto llamarlo mi álter ello—. Y tú, eres un poco gilipollas. Y esa miradita que tienes solo dice una cosa de ti: «hechicero del mal». Y eso es precisamente contra lo que yo lucho profesionalmente
El otro Harry suspiró.
—Ya te lo he dicho antes. No soy ningún demonio oscuro. Simplemente soy la esencia más primaria de tu ser. Soy el encargado de preocuparse de cosas como la comida, la supervivencia. —Sus ojos oscuros parpadearon ante Lasciel—. O como el apareamiento —dijo con un gruñido y volvió a mirarme—. Las cosas importantes de la vida.
—Que esté teniendo este sueño significa que sin duda necesito un buen terapeuta —le dije. Miré a mi otro yo y le solté—: Fuiste tú, ¿verdad? Fuiste tú quien quiso coger la moneda.
—Antes de señalar a nadie, ten claro que soy parte de ti —dijo él—. Y sí. El potencial que puede otorgarnos la alianza con Lasciel —inclinó la cabeza hacia ella, galantemente y con mirada caballaresca— es demasiado grande como para ignorarlo y pasar de largo. Hay demasiadas cosas ahí fuera decididas a acabar contigo. Mientras tengas la moneda de Lasciel, ambos tendríais la posibilidad de reunir más poder, en caso de que lo necesitaseis, para defenderos de los demás y, de esta manera, podrías evitar que seres sin escrúpulos, como Cassius, la utilizaran.
Hice una mueca.
—¿Y?
—Y —dijo él—, es el momento de considerar utilizar un poco de ese poder.
Lo miré y le dije:
—¿Has estado hablando con ella a mis espaldas?
—Durante meses —dijo pausadamente—. Pero solo por educación. Después de todo, tú no querías tener nada que ver con ella.
—Gilipollas —le dije—. La única razón por la que yo no hablaba con ella era porque no quería ser tentado.
—Yo lo fui —dijo mi subconsciente—. Y, sinceramente, deberías escucharme más a menudo. Si hubieses seguido mi consejo sobre el tema de Murphy, ahora no estaría en Hawái, en la cama con Kincaid.
Lasciel tosió delicadamente y dijo:
—Caballeros, me gustaría darles un consejo…
Mi otro yo y yo mismo dijimos a la vez, con el mismo tono de voz:
—¡Cállate!
Lasciel parpadeó pero acató la orden.
Mi doble y yo nos miramos y asentimos despacio.
—Estamos de acuerdo, entonces, en que su presencia e influencia es peligrosa.
—Así es —me confirmó mi doble—. No podemos permitir que dicte nuestras acciones ni dirija nuestras elecciones a través de la sugestión o la manipulación. —Mi doble la miró y dijo—: Pero podemos y debemos usarla como un recurso, bajo nuestro meticuloso control. Puede ofrecernos una cantidad ingente de información. —Volvió a mirarla y dijo—: Y de diversión.
Lasciel bajó la mirada y sonrió, levemente.
—No —dije—. Ya tengo a Bob para cuando necesito información. Y si quiero sexo… ya me las arreglaré.
—Ahora no tienes a Bob —dijo mi doble—. Y has querido sexo cada veinte minutos desde la última vez que lo practicaste.
—Te estás desviando del tema —le dije hoscamente—. No estoy tan loco como para permitir que un ángel caído me satisfaga virtualmente en mi tiempo de ocio.
—¡Escúchame! —dijo con una voz que empezaba a ponerse agria y autoritaria—. Esta es la pura verdad. Vas a meternos de lleno en una batalla contra unas fuerzas que no podrás batir de ninguna de las maneras únicamente con tu capacidad. Y no solo eso, sino que tu ayuda principal, los centinelas, podrían revelarse contra ti si supiesen la verdadera naturaleza de lo que estás intentando. Estás herido. Y no tienes contacto con el resto de tus aliados.
—Es el camino correcto —dije apretando la mandíbula.
Mi doble puso los ojos en blanco.
—Dime, ¿es moralmente necesario que mueras en el proceso?
Fruncí el ceño.
—Sabes que esta reunión es una mera formalidad, ¿no? —me dijo—. En realidad tú ya has planeado pedirle ayuda a Lasciel. Por eso leíste el libro por encima, antes de que te lo quitaran. Querías que ella fuese por tu mente y lo leyese para acabar por facilitarte el texto, tal y como hizo con el ritual de invocación del Erlking.
Levanté un dedo.
—Lo hice únicamente por sí no era capaz de extraer de Grevane la suficiente información como para saber qué es lo que están tramando los discípulos de Kemmler.
Mi doble arqueó una ceja.
—¿Y cómo ibas a conseguir tú eso?
—No seas tan listillo —repliqué.
—El asunto —dijo— es que sin echarle un vistazo no tenías una mínima posibilidad, o incluso ninguna, de prevalecer. Deberías conocer la forma en la que intentan manipular esas energías. También deberías saber si va a haber un lugar o un momento en el que tengan la guardia más baja para poder asaltarlos. Deberías saber los detalles del Darkhallow o deberías directamente saber cómo cortarte tus propias muñecas.
—No tengo por qué —le dije—. Puedo quedarme aquí sentado y esperar a que aparezca el Erlking.
—Es lo mismo. —Mi doble estuvo de acuerdo—. Además, tu cuerpo no está en condiciones de hacer nada en este momento. —Se echó hacia delante—. Libérala para que nos ayude.
Inhalé despacio y miré a Lasciel durante un momento. Luego dije:
—Después de matar a Justin, tomé ciertas decisiones en casa de Ebenezar. Me prometí una cosa: viviría a mi manera. Conocía las diferencias entre el bien y el mal y me juré a mí mismo que no cruzaría la línea. No me iba a permitir convertirme en un Justin DuMorne.
—¿No quieres sobrevivir? —me preguntó mi doble.
Me levanté de la silla y empecé a caminar hacia la oscuridad, alejándome de la lámpara.
—Por supuesto que quiero. Pero hay cosas que son más importantes que la supervivencia.
—Sí —dijo mi doble—. Como las personas que van a morir cuando tú mueras y no detengas a los discípulos de Kemmler.
Me quedé paralizado en la frontera con la oscuridad.
—Dale la espalda a todo si quieres —me dijo mi doble—. Elige caminar y alejarte de esta fuerza en nombre de tus principios. Pero después de que mueras noblemente, pesarán sobre tus hombros todos aquellos a los que ya no puedas proteger, aquellos que un día te pidieron ayuda, aquellos que murieron a consecuencia del Darkhallow y todas las vidas que podrías haber protegido en un futuro.
Miré hacia la oscuridad y cerré los ojos.
—A pesar del lugar del que viene, Lasciel te ofrece el poder del conocimiento. Si rechazas ese poder, poder que solo tú puedes asumir, estarás faltando a tu responsabilidad de proteger y defender a aquellos que no son lo suficientemente fuertes como para hacerlo solos.
—No —dije—. Eso no es… Esa no es mi responsabilidad.
—Claro que lo es —dijo mi subconsciente, con voz clara y resuelta—. ¡Cobarde!
Me detuve y me di la vuelta para mirarlo.
—Si decides caminar hacia tu muerte en lugar de hacer todo lo que esté en tu mano para evitar lo que se avecina, estás cometiendo un suicidio e intentando sentirte bien por ello. Eso es lo que hacen los cobardes. Es algo despreciable.
Repasé la lógica de su argumento y no encontré ninguna tesis contra él, por supuesto, porque a pesar de que mi doble pudiera parecer otra persona, no lo era. Era yo.