Resoplé y sentí que me relajaba un poco.
—Vale. Bien. Me alegra oírlo.
Los truenos retumbaron de nuevo y nos quedamos allí de pie, mirándonos. Los dos miramos, durante un segundo, en los ojos del otro, pero rápidamente apartamos la mirada, antes de que algo pudiese pasar.
—Harry —me dijo en voz baja—, ¿hay algo que pueda hacer para ayudarte?
—Ya lo has hecho —le dije.
Dio un paso hacia mí y sus ojos oscuros
se
volvieron enormes.
—¿Estás seguro?
El corazón se me aceleró de nuevo, pero retrocedí.
—Sí, Shiela. Sabía que no podría concentrarme el resto de la noche si no venía primero a comprobar que estabas bien.
Asintió y cruzó los brazos.
—Vale. Pero cuando termines con esto, hay algo de lo que me gustaría hablarte.
—¿De qué?
Sacudió la cabeza y con su mano empujó mi brazo.
—Me llevaría un rato explicártelo y, si necesitas estar concentrado hoy, prefiero no distraerte con nada.
Me quedé mirándola y deliberadamente bajé la vista hacia su cuerpo y le dije:
—Probablemente sea lo mejor. Ya me estás distrayendo bastante. Se sonrojó.
—No. Esta es solo tu reacción ante el peligro. Tienes miedo de morir y el sexo es una gran declaración de vida.
—¿Así que es eso? —Arrastré las palabras.
—Entre otras cosas —me dijo.
Durante unos segundos mis hormonas hicieron todo lo posible para vencer a la distracción por medio de la indulgencia, pero finalmente tuve que hacerme con las riendas. Shiela tenía razón: tenía dolor, miedo y estaba en peligro. Y este tipo de circunstancias tienden a hacer que preste atención a otro tipo de cosas (como, por ejemplo, al delicado brillo del pelo de Shiela a la luz de las velas, o al suave aroma del aceite de rosas o al jabón de flores de su piel). Sin olvidar que Shiela también había estado en peligro buena parte de ese tiempo.
No me quería aprovechar de la situación. Y no quería empezar nada con ella que no pudiese terminar. Hasta dónde yo sabía iba a estar muerto antes de que llegara el nuevo día, y no estaría bien llevar aquello al siguiente nivel solo porque estaba asustado.
Por otro lado, sin embargo, no había nada malo en saborear la vida mientras estaba vivo.
Me acerqué a ella, levanté su barbilla suavemente con mi mano derecha y la besé en los labios otra vez. Se estremeció y me devolvió el beso despacio y con cierta timidez. Me quedé así durante un momento, saboreando sus labios, con mis dedos en su barbilla y acto seguido me separé, muy despacio.
Abrió los ojos un segundo después, su respiración se había acelerado un poco.
Acaricié su mejilla con mis dedos y le sonreí.
—Te llamaré pronto.
Asintió y en sus ojos apareció la preocupación.
—Ten cuidado.
—¿Harry? —Se oyó una voz.
Parpadeé y miré alrededor.
—¡Harry! —Al volver a oírlo reconocí a Butters. Su voz tenía una acústica muy particular, como si estuviese en una habitación vacía, sin muebles ni moqueta ni nada que pudiera absorber algún sonido.
Shiela se paralizó, mirando a su puerta, y dijo:
—Mierda.
Parpadeé y la miré.
—¿Qué?
—No quería distraerte… —me dijo con voz enigmática.
Fruncí el ceño y abrí la puerta del apartamento. Butters estaba de pie en el vestíbulo. Había improvisado una correa para Ratón con lo que parecía el dobladillo de su machacada cazadora y, al verme, mi gran perro desgreñado se dirigió hacia mí, con la nariz pegada al suelo y arrastrando a Butters consigo. Él, por su parte, se tropezaba como si hubiese bebido demasiado y le costase mantener el equilibrio.
—¿Butters? —le dije—. ¿Qué ocurre?
—El coche se apagó —me explicó—. Y había unos tíos a los que no parecía hacerles mucha gracia mi presencia en esa calle así que vine a buscarte.
Butters se detuvo. O lo intentó. Ratón se puso muy contento y resopló a modo de saludo mientras se acercaba hacia mí. Me agaché y le rasqué las orejas.
—Hola, Ratón. Shiela, este es mi perro, Ratón. Y él es Waldo Butters. Un amigo mío. Shiela parpadeó y levantó la vista.
Butters miraba a su alrededor y bizqueaba.
—¿Qué?
Fruncí el ceño y le toqué el brazo.
—¿Estás bien?
Se estremeció un poco cuando lo toqué y estiró su mano para alcanzarme el brazo palpándolo, como si no viese nada.
—¿Harry? —me preguntó—, ¿tienes una linterna?
Levanté las cejas y alcé mi pentáculo para intentar darle luz.
—Toma —le dije—. Shiela, espero que no te importe que pasen.
Butters me miró y luego se dio la vuelta.
—¿Harry? —me preguntó.
—¿Sí?
—Eh… ¿con quién estás hablando?
Me quedé en silencio, mirándolo durante un segundo. Después, un par de detalles salieron a flote en mi mente y el mundo se me vino abajo. Cerré los ojos y abrí mi visión interior, mi Vista de mago, y me giré para mirar a Shiela.
El pequeño apartamento se disolvió de repente, se desvaneció como si alguien vertiese agua por encima de una pintura. En su lugar apareció un edificio destrozado y levemente iluminado. Los tabiques estaban tirados y el suelo estaba lleno de escombros. Había muchísimos trocitos del cableado eléctrico, había tuberías medio rotas y desperdicios de todo tipo. Aquel lugar estaba preparado para ser reformado, pero estaba vacío. La única ventana que había estaba rota. Los truenos retumbaron y el sonido fue levemente distinto al que había estado escuchando hasta ese momento. Los ríos de agua producían un sonido más elevado ahora al batir contra aquel vacío y viejo apartamento.
Me quedé mirando a Shiela con mi Vista; ella seguía allí, parecía la misma, de no ser porque ahora tenía una débil luz iluminándola alrededor, tenue pero evidente. Aquello quería decir que no era real; o bien era una presencia incorpórea o una ilusión de pensamiento y energía. Pero si hubiese sido una ilusión se habría desvanecido por completo, igual que el apartamento.
Desplegué mi Vista otra vez. Se me revolvió el estómago, me ardía.
—Shiela —dije en voz baja—. ¡Estrellas y piedras!, no es tu nombre real, ¿verdad? ¡Lasciel!
—Es parecido —asintió Shiela en voz baja.
—¿Harry? —susurró Butters. Tenía los ojos muy abiertos—. ¿Con quién estás hablando?
—Cállate un momento, Butters —le dije sin dejar de mirarla. Ella me miraba tranquilamente, con sus ojos ahora fijos en los míos—. Esto era a lo que se refería Billy. Bock empezó a mosquearse cuando empecé a hablar contigo en la librería. Y tú nunca interactuaste con nadie más. Nunca abriste las puertas de la tienda. No llegaste a coger el libro cuando yo lo estaba buscando. —Me miré la mano, el lugar en el que me había escrito su número con tinta indeleble. Ya no estaba—. Ilusiones.
—Sí —dijo tranquilamente—. Solo aspecto y apariencia.
—¿Por qué?
—Para ayudarte —me dijo—. Te expliqué que no puedo establecer contacto contigo a través de tu mente consciente. Por eso tuve que crear a Shiela. —Gesticuló, señalando su cuerpo—. Quería ayudarte, pero no podía hacerlo directamente, así que lo intenté de este modo.
—Decidiste mentirme —le dije. Arqueó una ceja.
—No tenía otra elección.
—¿Y después de haberte puesto en contacto conmigo? —le dije con voz amarga—. Usé el Hellfire y te me apareciste en un sueño.
—Eso fue después de que conocieras a Shiela, por si no te acuerdas —me dijo.
—Pero desde ese momento ya no necesitabas a Shiela.
—No —me dijo—. No la necesitaba, pero resultó que… —Puso los ojos en blanco y se encogió de hombros—. Que me divertía siendo Shiela. Me gustaba tener contigo un trato de persona a persona, sin que me tratases con miedo y desconfianza. Sé que tú entiendes a qué me refiero, lo has sentido muchas veces en tus carnes.
—Pero aunque te parezca extraño —le dije—, nunca fingí ser otra persona para ganarme la confianza de alguien.
—Tú has sentido ese aislamiento durante menos de dos años, mi querido anfitrión. Yo lo he vivido durante milenios.
—¿Ah, sí? ¿Y durante cuánto tiempo has estado planeando tomarme el pelo? Su suave boca formó una línea recta.
—Pensaba decírtelo en cuanto pasase esta noche, suponiendo que sobrevivieses.
—¡Seguro! —le repliqué.
—Te lo dije —contestó—. No quería que perdieras la concentración.
Se me escapó una pequeña carcajada.
—¿Y por qué debería creerte?
—Porque tu muerte significaría también la muerte de esta parte de mí —dijo volviendo a señalar su cuerpo—. El pensamiento sombrío de Lasciel no sobreviviría a tu muerte; y la verdadera Lasciel, mi verdadero yo, permanecería atrapada durante sabe Dios cuánto tiempo. No tienes ni idea de lo que es estar atrapado sin oído, ni vista, ni los demás sentidos, esperando a que venga alguien y te rescate del pozo del olvido.
Me quedé mirándola.
—No te creo.
—No es necesario, mi querido anfitrión —me dijo e hizo una pequeña reverencia—. Pero eso no lo hace menos cierto.
—Me besaste —le dije.
Las cejas de Shiela-Lasciel se alzaron y me sonrió de una manera casi caprichosa.
—Cuando he dicho que he pasado mucho tiempo sin estar cerca de alguien, lo decía de verdad. He disfrutado del contacto, querido anfitrión. Y creo que tú también.
—Ah, déjame adivinar —le dije—. Eso también lo hiciste por mí. Porque querías ayudarme.
—Te besé porque lo deseaba y era placentero. Y si haces memoria, querido anfitrión, recordarás que sí que te ayudé. Te di la oración para la invocación del Erlking, ¿o no?
Abrí la boca y la volví a cerrar, buscando algo que decir.
—Jamás deseé tu mal, querido anfitrión —me dijo—. La verdad es que hice todo lo que estuvo en mi mano para ayudarte.
De repente me sentí muy cansado y me froté la frente. Me acordé de que Lasciel era un ángel caído, que era uno de los treinta demonios de la Orden de los Denarios Negros, que se le conocía como la Tentadora y la Tejedora
de
Redes. Recordé también que era vieja, poderosa, y mortalmente peligrosa en el arte de la manipulación. No me podía fiar
del
pequeño calco de ella que residía en mi cabeza.
Pero me había ayudado. Y me había besado. Por supuesto, un beso era solo un beso, pero su deseo, su indecisión, la sensación de anhelo, todo aquello había sido real. Había querido hacerlo y lo había disfrutado. Y besaba de muerte.
Hablando de muerte, me acordé de algo.
—Todavía puedo ayudarte, querido anfitrión —me dijo—. Eres un mortal muy poderoso, pero tus enemigos lo son todavía más.
Te
matarán. —En su cara se reflejaba una protesta frustrada—. Deja que
te
ayude a sobrevivir. Dame la oportunidad de conservar mi existencia. Por favor.
Me quedé mirándola durante un momento. Parecía encantadora, sincera y asustada. Tenía la apariencia exacta del tipo de mujer en problemas a la que yo jamás dejaría tirada.
—No tengo ninguna intención de morir —le dije en voz baja—. Pero tú no vas a formar parte de la ecuación.
—Sino…
—Ahórratelo —le dije despacio—. Ya sé cómo funciona esto. Primero permito que me ayudes con este problema. Después con el siguiente. Y luego con el siguiente. Y después llega el momento en el que necesito más poder para lo que probablemente me parecerá una buena razón y acabo desenterrando la moneda. Para entonces tú ya serías capaz
de
hacer conmigo lo que te diera la gana. —Sacudí la cabeza—. Sería una gran bola de nieve. No.
Apretó la mandíbula con frustración.
—Pero yo no te deseo ningún mal.
—Tal vez —le dije—. Pero no hay ninguna forma de que pueda estar seguro.
Arqueó una de sus oscuras cejas y me miró.
Después, en un abrir y cerrar de ojos, el edificio estaba ardiendo. Una repentina explosión de calor y llamas se alzó y sepultó los escombros y los tabiques hasta llenar el suelo de deshechos. Un calor despiadado me arrasó la espalda y el abrasador dolor me empujó hacia delante. Detrás de mí, el fuego creció y creció, y miré alrededor nervioso y desesperado. La única parte del edificio que no
se
había tragado la hambrienta y gigantesca llama llevaba hasta la ventana rota. Corrí hacia ella, vislumbré el acero oscuro de una enrejada escalera de incendios que había debajo y pensé en escabullirme por ella antes de que el fuego
me
redujese a cenizas.
De
pronto las llamas desaparecieron, el aire se volvió fresco y el golpeteo de la lluvia reemplazó los rugidos de las llamas.
Me
quedé de pie en la ventana, con una pierna levantada apoyada en el alféizar y con la lluvia golpeándome el pecho y los pantalones.
No había ninguna escalera de incendios bajo la ventana.
Solo había una larguísima caída hasta la acera.
Tragué saliva y me aparté de la ventana, temblando. Todo había pasado demasiado rápido. Mi reacción ante el fuego había sido de puro y verdadero terror, e incluso ahora, mi mano latía con fuerza dolorida por las quemaduras del fuego imaginario. Desde aquel incendio siempre tenía pesadillas con otros parecidos. La ilusión del fuego había calado muy hondo en mis miedos y
terrores
, más allá de mi mente.
Y eso había sido precisamente lo que Lasciel había pretendido.
—¿Harry? —me llamó Butters con voz aguda y frágil. No podía verlo. Estaba al fondo, en la oscuridad de aquel edificio vacío y con el pánico le había dejado el pentáculo de mi madre para salir de allí.
—Estoy bien —le dije—. Quédate donde estás. Voy para ahí.
Encendí el pentáculo otra vez y
vi
a Lasciel a mi lado con una ceja todavía levantada.
—Ahora ya lo sabes —me dijo—. Si quisiera matarte, querido anfitrión, tu sangre
se
habría derramado y se habría mezclado con el agua de los charcos de la acera.
No había mucho que pudiese decir al respecto.
—Deja que te ayude —insistió—. Puedo ayudarte a defenderte de los discípulos de Kemmler. Te puedo iniciar en un tipo de magia que jamás has imaginado. Puedo enseñarte cómo ser más fuerte, más veloz. Si eres lo bastante disciplinado, puedo decirte cómo curar tu mano. Ni siquiera te quedaría cicatriz.
Le di la espalda. El corazón me latía con fuerza contra el pecho mientras caminaba en dirección a Butters.
Me estaba mintiendo. Tenía que estar mintiéndome. Eso es lo que hacían los Denarios. Mentían y manipulaban el camino de los mortales con buenas intenciones, otorgándoles gradualmente más poder mientras los iban atrayendo hacia su demoníaca influencia.