Algunos de los que quedaban lograban escabullirse por un lado u otro. Kowalski golpeó a uno hasta dejarlo en el suelo con una fuerza oculta, mientras, a su lado, Yoshimo, giró la mano y las ramas del árbol más cercano descendieron por propia voluntad, se enrollaron alrededor de la garganta de un muerto viviente y lo levantaron del suelo. Ramírez, que luchaba con una sonrisa en la cara, lanzó algún tipo de energía verde luminosa que nunca antes había visto, y el zombi más próximo a él simplemente se deshizo en lo que parecían granos de arena. Después, se le ocurrió sacar su pistola cuando una segunda criatura se acercaba, y tranquilamente le disparó dos balas en la cabeza, a una distancia de más de tres metros. Seguro que estaba cargada con balas de punta hueca o algo así, porque la cabeza de la criatura explotó como una fruta podrida y el resto se derrumbó agitándose en el suelo.
Ninguno de los zombis se acercó a menos de tres metros de los asustados niños. Muchos de ellos se materializaban entre la lluvia y la noche, pero Luccio y los centinelas seguían moviéndose con denuedo hacia ellos, quemando, aplastando, rebanando y picándolos en su camino de furiosa obsesión hacia los niños.
Por esta razón probablemente no vieron el chaparrón de golpes que se les venía encima.
Se oía el rugido de un motor que salía de ninguna parte y un viejo Chrysler apareció en la calle. El conductor realizó un giro muy cerrado a la izquierda, en cuanto se acercó a los centinelas y a sus enemigos y la humedad de la lluvia lo convirtió en un patinazo hacia un lado. El coche se precipitó como una enorme escoba de hierro y acero y ninguno de los centinelas estaba mirando hacia ese lado.
Le pegué un grito a Sue y me agarré a la silla de montar.
El coche resbaló produciendo un gran oleaje con el agua de la calle.
La cabeza de Ramírez se giró para mirar alrededor, vio el coche y lanzó una voz de alerta. Pero era demasiado tarde para apartarse de su camino. El grupo todavía recibía ataques y a las creaciones sin cerebro que los asaltaban no les preocupaba nada su supervivencia. Ellos seguirían luchando, e incluso si los centinelas se pusiesen a correr hacia el coche, jamás sobrevivirían mientras les atacase la muchedumbre de muertos vivientes en medio de aquel caos. En un fogonazo de perspicacia me di cuenta de que esta era la misma técnica que había usado Grevane en mi apartamento: sacrificaba sin piedad a sus subordinados para acabar con el enemigo.
Todos los demás se giraron hacia el coche que se acercaba.
Los músculos de las piernas de Sue se tensaron y la montura se tambaleó. Una de las niñas pequeñas gritó.
Entonces, el tiranosaurio apareció de un salto en el lugar en el que los centinelas eran asediados. Sue aterrizó apoyando una pata, llena de garras, en la calle y la otra directamente en el capó del Cadillac, como un halcón cazando un conejo. Hubo un chillido ensordecedor y metálico, se rompieron los cristales y la silla volvió a tambalearse.
Me incliné para ver lo que había pasado. El capó del coche y el motor habían sido reducidos a un trozo de metal de medio metro. Incluso mientras yo miraba, como si fuese un pájaro curioso, Sue abrió sus enormes mandíbulas y le arrancó el techo.
Dentro estaba Li Xian, vestido con una camisa negra y pantalones. La frente del necrófago tenía un enorme corte y un hilo de sangre verdinegra le salía por un lado de la cabeza. Tenía los ojos en blanco y algo idos; debía de haberse golpeado la cabeza con el volante o con la ventana cuando Su e detuvo de manera brusca su coche deslizante.
Li Xian sacudió la cabeza
e
intentó salir del coche. Sue volvió a gruñir y el sonido debió aterrorizar a li Xian, porque sus extremidades empezaron a temblar con espasmos y se cayó al suelo. Sue se inclinó otra vez, con la boca entreabierta, pero el necrófago rodó hasta meterse bajo el coche y ocultarse de ella. Sue golpeó el coche y le dio unas tres o cuatro vueltas de campana calle abajo.
El necrófago dejó salir un grito y se quedó mirando a Sue, muerto de miedo, cubriéndose la cabeza con las manos.
Sue se lo comió de un bocado. ¡Zasca! ¡Ñam! Se acabó el necrófago.
—¿Pero qué ha sido eso? —gritó Butters con voz aguda y altamente asustada—. ¿Se puso a cubrirse la cabeza con las manos? ¿Este tío no vio lo que le pasó al abogado de la película?
—Aquellos que no aprenden las lecciones de historia están condenados a repetirlas —le contesté haciendo girar a Sue—. ¡Agárrate!
Dirigí al dinosaurio hacia el río de zombis, siguiendo los pasos de los centinelas y dejándola que se encaminase hacia la ciudad. Sue masticó, pisoteó y zarandeó zombis desde cuatro metros de altura con los balanceos y soplidos de su hocico. Su cola lanzó a un zombi, con una pinta particularmente siniestra, contra la pared de ladrillos del edificio más cercano, y el zombi recibió una sacudida tan fuerte, y era tan fangoso, que se quedó pegado a la pared como un imán de la nevera, con los brazos y las piernas extendidos.
Dirigí a Sue hacia el edificio e hice que descendiera hasta el suelo.
—Ven, pero sigue tocando el tambor —le dije a Butters.
Nos bajamos de las sillas y corrimos un par de pasos bajo la pesada lluvia hacia la puerta en la que estaba Luccio.
—¡Hola! —les dije—. Siento llegar tarde.
Luccio se quedó mirándome durante un momento y luego miró al dinosaurio. Sus ojos reflejaban asombro, enfado, gratitud y repugnancia.
—Yo…
Dio
, Dresden, ¿qué es lo que has hecho?
—No es un mortal —le dije—. Es un animal. Ya sabes que las leyes están ahí para proteger a nuestros colegas magos y a los mortales.
—Es… —Por su cara parecía que iba a vomitar—. Es nigromancia —me dijo.
—Es necesario —le dije y mi voz sonó áspera—. Levanté un dedo para señalar—. ¿Has visto el tornado que se está formando?
—Sí, ¿qué es eso?
—Es la magia negra. La gente de Kemmler ha sido convocada y van a devorar las sombras que puedan conseguir, y si lo consiguen y uno de ellos se convierte en un dios…
Los ojos de Luccio se abrieron de par en par mientras se lo imaginaba y lo iba comprendiendo.
—Será como una aspiradora —dijo ella—. Arrastrará a su interior toda la magia. Arrastrará vidas.
—Eso es —le dije—. Y ellos estarán allí, justo bajo el torbellino. Pero si alguien tratase de entrar ahí sin un campo de energía nigromántica a su alrededor, el tornado se lo tragaría de golpe antes de que pudiera acercarse lo suficiente. Necesitamos entrar ahí para detenerlos. Esa es la razón por la que he cogido prestada a la criaturita. Así que no me vengas con gilipolleces de las leyes de la magia, o por lo menos espera a después, porque hay demasiadas vidas en juego.
La ira se asomó por su cara y abrió la boca. Luego frunció el ceño y la volvió a cerrar.
—¿De dónde has sacado esa información?
—Del libro de Kemmler —le dije.
—¿Lo has encontrado?
Hice una mueca.
—Brevemente. Grevane se me abalanzó y me lo arrebató.
Butters seguía la conversación como si fuese un partido de tenis, marchando en el mismo sitio y sin avanzar, para que así el traje de polca continuara emitiendo el golpeteo.
Luccio parpadeó mientras lo examinaba y luego cogió aire profundamente y dijo:
—¿Y este quién es?
—El batería que necesitaba para llevar esto a cabo —le dije—. Y un buen amigo. Me ha salvado la vida esta noche. Butters, ella es Luccio. Jefa, este es Butters.
Luccio hizo una breve inclinación de cabeza hacia Butters y él agachó la cabeza tímidamente como respuesta.
—¿Dónde habéis encontrado a esos niños?
Hizo una mueca.
—Este edificio es un complejo de apartamentos. Llegamos aquí justo cuando los primeros zombis aparecieron. Uno de los padres no paraba de gritar que los niños estaban en una fiesta de Halloween en un edificio del campus. Llegamos demasiado tarde para salvar a la mujer que los cuidaba, pero por lo menos logramos salvar a los niños.
Me mordí el labio inferior estudiando a la centinela.
—¿Tenéis que acabar con unos magos malvados y paráis en el camino para apartar a esos niños de la línea de fuego? Pensaba que los centinelas habrían eliminado primero a los malos para después poner a salvo a los civiles.
Levantó la barbilla y me miró con una ceja arqueada.
—¿Esa es la opinión que tienes de nosotros?
—Sí —le contesté.
Frunció el ceño y miró hacia abajo, a la empuñadura de su espada.
—Dresden… los centinelas, en general, no están interesados en sentimientos como la compasión o la empatía. Pero en este caso eran niños. No estoy orgullosa de todo lo que he hecho como centinela. Pero me arrojaría a los demonios antes que dejar a un niño morir.
Fruncí el ceño.
—Lo harías —dije pensativamente—, ¿verdad que sí?
Me sonrió un poco, su pelo gris estaba todo pegoteado a su cabeza, por culpa de la lluvia y eso dejaba al descubierto sus múltiples patas de gallo.
—No todos somos como Morgan. Pero incluso él jamás ha dado la espalda a un niño en peligro. A veces puede ser muy tocahuevos, pero es un guerrero excepcional. Y bajo todas sus imperfecciones, es un hombre decente.
La puerta del edificio se abrió de golpe y Morgan entró empuñando la espada con ambas manos.
—¡Te lo dije! —le espetó ferozmente a Luccio—. ¡Te dije que se volvería en nuestra contra! la última violación de las leyes deja muy claro lo que he estado diciendo todo este tiempo… —Su voz empezó a quebrarse despacio cuando me vio de reojo y se dio la vuelta para comprobar que estaba allí de pie, con Sue tumbada a un par de metros de distancia.
—Sí —le dije a Luccio, y mi voz era lo único seco de mí—. Ya veo a qué te refieres.
—Morgan, ha encontrado el libro. —Me miró—. Cuéntaselo.
Le expliqué a Morgan todo lo que había averiguado. Frunció el ceño mirándome con gran desconfianza, pero cuando llegué a la parte en la que miles de personas morirían si no conseguíamos detener el hechizo, en su cara se dibujó la preocupación primero y más tarde la determinación. Me escuchó sin interrumpirme.
—Necesitamos llegar al centro del hechizo —terminé—. Tenemos que atacarlos en cuanto intenten descenderlo.
—Es imposible —dijo Morgan—. Me acerqué lo bastante como para echar un vistazo cuando fuimos a rescatar a los niños. Están en un pequeño merendero con mesas que hay entre los edificios. Hay varios cientos de cadáveres animados en camino.
—Para eso —dije inclinando mi cabeza hacia Sue—, he traído yo también un cadáver animado, para defendernos esta noche. Con ella abriré paso.
Morgan se quedó mirándome durante un segundo y luego asintió, la idea fue despejando sus pensamientos a toda velocidad.
—Vale. Entonces debemos intentar derribarlos cuando terminen el hechizo. Eso les dará tiempo suficiente para que se traicionen entre sí y cuando lleguemos y perturbemos el desarrollo de algo tan poderoso, el contragolpe probablemente los mate.
—De acuerdo —dijo Luccio—. ¿Cómo está Yoshimo?
—Ramírez dice que tiene el muslo desgarrado —gruñó Morgan—. No está en peligro, pero no podrá luchar más esta noche.
—¡Maldita sea! —dijo Luccio—. Tenía que haber derribado a aquel antes de que entrase.
—No, jefa —dijo Morgan implacablemente—. Ella nunca debió haber utilizado la espada en una situación como esa. Es una esgrimista mediocre, en el mejor de los casos.
—¡Madre mía, Morgan, qué cariñoso eres! —le dije.
Me echó una larga mirada y la espada vibró bajo sus manos.
Luccio extendió la mano entre nosotros dos con un gesto de absoluta autoridad.
—Caballeros —dijo en voz baja—. Dejen eso para más tarde, no tenemos tiempo.
Morgan respiró profundamente y asintió.
Me crucé de brazos y mantuve el ceño fruncido, pero no había sido yo al que le había salido el punto violento. Bien hecho, Dresden.
—He terminado con el batería de Grevane, y Sue se acaba de comer al compinche necrófago —les dije—. Lo que quiere decir que ahora quedamos nosotros, esos dos, Cowl y su ayudante.
—Cuatro de ellos y cinco de nosotros —dijo Morgan.
Luccio hizo una mueca.
—Podría ser peor —admitió—. Pero solo tú y yo tenemos algo de experiencia en este tipo de batalla. —Levantó la vista hacia mí—. No te ofendas, Dresden, pero eres muy joven y no has vivido este tipo de duelos antes, aunque aun así tienes más experiencia que Ramírez o Kowalski.
—No me ofendo —le dije empezando a tiritar bajo la lluvia—. Preferiría estar en casa en la cama.
—Morgan, por favor, avisa a los demás centinelas y que entren aquí. Después coloca a Yoshimo en algún punto desde el que pueda vigilar la puerta principal y defender el edificio. Si las cosas no salen bien, tal vez necesitemos un lugar donde resguardarnos.
—Si las cosas no salen bien —le dije—, no vamos a tener que preocuparnos por eso. Morgan sacudió la cabeza mirándome.
—Ahora vuelvo.
Me quedé allí parado durante un momento. Un zombi hecho polvo subía por la acera. Me acerqué de nuevo a Sue y toqué su costado y sus pensamientos, y ella movió el rabo, golpeando lo que hubiese en la oscuridad de su camino.
Después me volví hacia donde estaba Luccio.
—Es increíble —dijo en voz baja, mirando a Sue—. Dresden, este tipo de magia es una abominación. Tal vez sea algo necesario esta noche, pero es igualmente espantoso. Y aun así, míralo, es increíble.
—Y también es muy buena machacando zombis —le dije.
—Y tanto. —Volvió a mirar hacia el cielo—. ¿Cómo vamos a saber que están bajando la energía?
Empecé a hablar:
—Tienes tantas posibilidades de adivinarlo como yo… —Pero no me dio tiempo a acabar la frase cuando, de repente, las nubes empezaron a rodar y a revolverse y, de pronto, empezaron a acelerarse en una espiral gigantesca. Aparecieron más fogonazos y me mostraron la forma turbia de lo que parecía un tornado de trazos finos y oscuros, que se desprendió de las nubes y empezó a descender hacia el suelo.
Me puse tenso y asentí.
—Ahí lo tienes —le dije—. Están empezando ahora mismo.
—Muy bien —dijo Luccio—. Entonces tenemos que ponernos en camino inmediatamente. Quiero que tú…
A Luccio no le dio tiempo a decirme lo que quería que hiciese yo, porque la tierra empezó a hervir de repente, retorciéndose con grandes masas de luz verdosa que se desprendía del suelo. Fueron cogiendo forma según emanaba de la superficie, primero eran vagamente humanos y luego se fueron convirtiendo en imágenes de lo que parecían hombres de las tribus amerindias. Conforme fueron dibujándose sus bocas, iban dando salida a gritos y alaridos de emoción y furia, y armas fantasmas fueron apareciendo en sus manos: lanzas, hachas, garrotes y arcos.